Ante el incremento acelerado de contagios, muertes y hospitalizaciones por Sars-Cov-2, las autoridades estatales ordenaron el cierre de negocios no esenciales y restricciones en los horarios de giros permitidos de lunes a sábado mientras que los domingos el cierre es casi total.
La decisión frenó el bullicio dominical de la Sultana del Norte, en donde ni siquiera las tradicionales misas católicas tienen permiso de desarrollarse.
Son las 15:00 horas del domingo 24 de enero y lo que semanas atrás sería un primer cuadro repleto de “intrépidos” ciudadanos caminando por las calles, hoy es un centro enmudecido del virus de origen asiático, ese enemigo invisible que a la fecha ha cobrado casi 7 mil 500 vidas en Nuevo León.
Negocios cerrados (incluidas tiendas de conveniencia), paradas de autobuses desiertas, avenidas con poco tráfico y banquetas casi sin paseantes es la nueva postal del domingo regiomontano.
Atrás -y hasta nuevo aviso- quedaron los domingos familiares, de salidas a la Macroplaza, de compras improvisadas en la calle peatonal Morelos, de comer en restaurantes del centro y demás actividades que acostumbraba un sector de la población neolonesa.
Pero las restricciones también pusieron pausa al sonar de los cláxones, al ruido de los motores congestionando las calles y a los gritos de peatones, al punto que incluso se percibe tranquilidad en una zona donde generalmente existe caos.
Por primera vez, el cambio de rojo a verde en los semáforos no es sinónimo de reproches por “reflejos lentos” a la hora de seguir avanzando.
Con maleta en mano, en las calles se observa a algunos caminantes que recién llegados a la ciudad se topan con los sorpresivos cierres comerciales, que no les permiten ni siquiera comprar una botella de agua para mitigar el calor de la tarde.
“Ni agua he podido comprar para el calor porque todos los Oxxos están cerrados”, dijo Javier Reyes, un recién llegado a la ciudad, proveniente del municipio veracruzano de Coatzacoalcos.
Los parabuses de avenidas como Juárez, Colón, Cuauhtémoc y Pino Suárez lucen casi desiertos y aquellos que logran “aglomerar” a dos o tres ciudadanos los pueden cobijar por hasta media hora ante la aparente baja de unidades de transporte público que circulan por la mancha urbana.
Las cortinas metálicas abajo dominan el panorama del centro de Monterrey, solo están levantadas aquellas de negocios esenciales, aunque con restricciones de horario y aforo: los locales de comida que solo pueden atender para llevar.
Sin embargo, nunca faltan aquellos “vivaces”, encargados de giros catalogados como no indispensables, que desafiando a las autoridades abren también sus puertas sin temor a la suspensión y a la cuantiosa multa de castigo que ordena la Secretaría de Salud.
El silencio dominical del centro de la ciudad apenas convive con los vendedores informales, quienes con o sin el aval de las autoridades municipales, continúan ofreciendo su mercancía al por mayor.
Aún así, también el número de oferentes en las calles disminuyó en los domingos de la “nueva realidad” de Nuevo León contribuyendo al ambiente enmudecido que permea al primer cuadro de Monterrey.
Ya son cuatro domingos consecutivos que se impuso el “toque de queda” comercial que enmudece a la metrópoli, pero que por desgracia no reduce los contagios, muertes y hospitalizaciones por Covid-19.
Que la estrategia estatal frena la movilidad dominical es una realidad, pero que las medidas traigan los resultados esperados aún está en “veremos”.
Lo cierto es que mientras las restricciones continúen, el centro de Monterrey regala una postal poco vista desde hace años: la imponente metrópoli regia envuelta en la tranquilidad.