Abraham Eduardo González Coronado y Osmara Litay Coronado Martínez son medios hermanos que no comparten el apellido paterno, pero sí la misma condición: son portadores de VIH.
En las inmediaciones del área de La Risca, en la colonia Alfonso Reyes, una triste historia, bien conocida por los vecinos, se escribe en las entrañas de un tejabán, ubicado en la calle Elvira Rentería 1314, de la capital regiomontana.
Allá, a donde pocos autos de alquiler se atreven a subir, habitan Abraham y Osmara, dos pequeños con vidas tan iguales y tan distintas a la vez.
Y es que ambos comparten el hambre, la sed, el frío y el resto de las carencias de una familia sumida en la pobreza, pero aún más, viven desde nacimiento con el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Sin embargo, no todo es similar: mientras Osmara, de 10 años, lleva una vida normal gracias al tratamiento oportuno con antirretrovirales, Abraham de 13 no corrió con la misma suerte y ya desarrolló la enfermedad del SIDA, que hoy lo tienen postrado en una cama, luchando por sobrevivir, con apoyo de una respirador artificial.
LA LUCHA DE HERMANOS
Antes de ser concebido, el destino ya había marcado la vida de Abraham. Cinco años antes de su nacimiento, su mamá, Marina Guadalupe Coronado Martínez, conoció a un hombre que la embarazó y, sin saberlo, la contagió de VIH.
Lo que parecería un embarazo ordinario, se tornó en una pesadilla dos meses antes de dar a luz.
A los siete meses de gestación los médicos informaron a Marina que era una paciente seropostivo y desde entonces la desgracia se hospedó en casa de los Coronado Martínez: su pareja la abandonó y las posibilidades de que el producto también fuera portador del virus era latente.
“A los siete meses de embarazo resulta que está contagiada de VIH y cuando él sabe que ella tiene esta enfermedad se va.
“La deja con su embarazo, la deja salir sola con su bebé y lo anduvimos buscando para que se hiciera responsable con su problema, pero no se hizo cargo”, comentó doña Simona Martínez Escalante, abuela de los menores.
Extrañamente, cuando el pequeño nació, los pediatras le informaron que el menor estaba sano, pero nueve meses después las pruebas arrojaron un resultado distinto: el menor también estaba infectado por el virus.
“Cuando el niño nació me dijo el pediatra que había nacido bien, que el niño no estaba contagiado, pero le hicieron estudios durante los primeros tres meses, seis meses y a los nueve meses ya salió positivo”, comentó Martínez Escalante.
Por falta de recursos y desconocimiento, el pequeño Abraham no recibió tratamiento contra el VIH y el Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) se fue desarrollando.
Desde pequeño presentaba constantes neumonías y lapsos de fiebre, pues sus defensas eran escasas.
Las visitas del menor a los hospitales eran recurrentes desde nacimiento, pero no iba solo. Su madre también se convirtió en frecuente huésped de los nosocomios.
“Internaban a mi hija e internaban a Abraham también, siempre tenía a los dos en los hospitales”, dijo doña Simona.
A los tres años, el desarrollo del pequeño era lento: no hablaba y no caminaba, pero al poco tiempo llegó un miembro a la familia que lo impulsó a salir adelante.
Antes de que el menor cumpliera tres años, su mamá nuevamente se enamoró.
El nuevo romance trajo otro embarazo que no agradó a la familia, dada su condición de seropostivo.
“Se volvió a embarazar. Nosotros nos enojamos con ella porque le decíamos que por su enfermedad tenía que cuidarse y que cuidara al niño más que nada. No aceptó su enfermedad, se embarazó y al año nació la niña”, comentó doña Simona.
Como si se tratara de un juego perverso, Marina volvió a sufrir la historia de abandono. Cuando su nueva pareja se enteró que estaba embarazada, la dejó.
Tras nueve meses de gestación nació Osmara, a quien se le detectó el virus un año después.
Afortunadamente, la pequeña, de ahora 10 años, sí recibió tratamiento desde su detección, lo que le ha otorgado una mejor calidad de vida que la de su hermano.
Para Abraham, el nacimiento de Osmara significó, más que la llegada de una compañera, un impulso para luchar.
“Para Abraham la niña fue un impulso porque al ver que su hermanita hablaba y caminaba, él se fue detrás de ella y empezó a dar sus pasitos, ella es su guía y lo ha apoyado mucho”, mencionó doña Simona.
Pero en la casa de la familia Coronado Martínez no todos recibieron con el mismo entusiasmo a la nueva integrante.
Marina seguía en depresión por la partida de su última pareja, anímicamente decayó y al año falleció.
La custodia de los menores quedó en manos de doña Simona, quien con apoyo de su mamá, se hizo responsable de sus dos nietos portadores de VIH.
El viacrucis de esta mujer de 54 años ha sido real, especialmente por Abraham, a quien trató de darle una vida normal, a pesar de la enfermedad.
Y es que al mismo tiempo que su hermana, el pequeño guerrero comenzó a recibir tratamiento con antirretrovirales, pero en su caso la enfermedad ya había avanzado.
“Volvimos a comenzar ahora con dos”, indicó doña Simona.
En los primeros años de tratamiento todo transcurría con normalidad, los menores recibían el tratamiento y la condición de ambos era buena, pero cuando la madre de doña Simona cayó en cama, la salud de los hermanos también se mermó.
Durante un año, el último de vida de su madre, la abuela de Abraham y Osmara dejó de llevarlos a los tratamientos, pues no podía dejar a su madre en cama.
Cuando la pareja de hermanos regresó al tratamiento, la salud del pequeño estaba muy deteriorada, pero la de la menor había logrado soportar.
Abraham no fue al kínder porque para los cinco años aún dependía de su abuela para muchas actividades; no obstante, sí fue inscrito a la primaria en donde cursó los seis años con altas y bajas.
“En la primaria nunca tuvo problemas de discriminación, siempre fue bien atendido, pero no sabe leer, no sabe hablar bien”, expresó la abuela.
“Ellos sabía que cuando el niño no iba a la escuela era porque estaba enfermo y tenía que internarlo”, añadió.
Por su parte, Osmara acudió al kínder y actualmente cursa el cuarto año de primaria, en donde no tiene problemas de aprendizaje.
La pequeña, cada dos meses “le hacen sus estudios, le dan sus recargas para ver cómo anda de sus defensas”.
En 10 años, la menor sólo ha sido internada en una ocasión.
El gozar de un estado de salud mejor que el de su hermano, le ha permitido a Osmara ser la cómplice y fiel compañera de Abraham.
“Ella lo quiere bastante; qué no le pide él, que no le haga ella. Lo atiende muy bien, de hecho, siempre está con él y se quieren mucho, se llevan muy bien”, recalcó doña Simona.
Y mientras la infancia de los menores transcurre junta, la abuela de ambos sólo espera que de la misma manera puedan llegar a la adolescencia y juventud, aunque los pronósticos no sean favorables para Abraham.
EL DÍA A DÍA
Es lunes 10 de noviembre, después de unos días, el clima lluvioso y frío dio tregua en la ciudad para beneplácito del hogar de la familia Coronado Martínez, en donde las tablas que sirven como paredes, láminas agujeradas como techos y cobijas como puertas no son suficientes para amortiguar las inclemencias del tiempo.
Son las 11:00 horas y en uno de los dos cuartos del tejabán, el pequeño Abraham intenta dormir, mientras que la neumonía hepática crónica que padece, lo consume por dentro. Las afectaciones en su cuerpo ya son visibles: las extremidades del pequeño están sumamente inflamadas por la falta de oxígeno, pues la función de sus pulmones está sólo al 50 por ciento.
Entre sonidos de quejas, en ocasiones hasta de llanto, así transcurre el sueño del pequeño, cuya vida depende actualmente de una manguera que le suministra oxígeno.
Postrado en una cama matrimonial, que horas más tarde, por la noche, será el espacio en el que dormirá junto a su hermana y abuela, pasan los minutos, las horas. El “descansar” de Abraham es constantemente interrumpido por molestias internas, pero también por caricias, abrazos y besos.
Y es que en este hogar, compuesto por siete miembros, no hay una sola persona que no atienda al pequeño guerrero o que no lo motive a seguir adelante con una frase de aliento y expresión de cariño, especialmente su hermana menor Osmara, conocida por todos como Mara, quien también es seropositivo.
La condición de Abraham dista mucho de la de Mara, pues mientras la pequeña de 10 años es totalmente independiente y sólo requiere de seguir con el tratamiento y consultas programadas para llevar una vida normal, los médicos visualizan un panorama desalentador para el guerrero de 13 años, a corto o mediano plazo.
“Los doctores nos dijeron que mejor ya nos lo trajéramos para la casa, a descansar, que ya no entrara a la secundaria. Que aquí nos lo trajéramos y los consintiéramos en todo, que si quería de comer esto, esto le hiciéramos”, mencionó doña Simona Martínez Escalante, abuela de los pequeños.
Pero complacer al pequeño no es tarea fácil, especialmente porque el dinero no alcanza a veces ni para comer.
Actualmente doña Simona recibe de Desarrollo Social un apoyo de 1 mil 400 pesos mensuales por Abraham y Mara, cantidad que muy apenas le alcanza para sobrevivir 15 días.
“A veces batallo porque surto al mes y no dura ni los 15 días lo que surto, entonces sí pediría el apoyo de que me ayudaran ya sea con verdura, con sopitas, con frijoles para que él coma sano y hacerle las comidas que él quiere porque quiere puras cosas caldudas, a él no le gustan las cosas secas”, comentó la abuela.
En esta casa, en donde la comida es un lujo, habitan siete personas y sólo hay dos fuentes de ingresos. La poca ayuda que recibe doña Simona es de su yerno, quien trabaja en un restaurante y gana 600 pesos por semana.
Es así como con 3 mil 800 pesos al mes, Abraham, Mara y el resto de la familia tienen que comer, cubrir gastos de servicios, escuela y las constantes vueltas a los especialistas, pues la vida de los dos menores ha transcurridos entre citas con médicos e internamientos.
“Tiene sus consultas médicas cada mes o cada cuatro meses con el neumólogo, con el infectólogo, con el cardiólogo que lo están atendiendo ahorita en el hospital infantil”, comentó doña Simona.
A pesar de sus problemas y los obstáculos sorteados, Abraham sólo tiene un deseo: seguir viviendo.