Sin boleto de regreso a su país, miles de migrantes haitianos se quedaron en suelo azteca y aunque en un inicio sobrevivieron gracias la caridad en albergues y refugios, en los últimos meses se han estado incorporando a la vida laboral como guardias de seguridad, albañiles, meseros, cocineros, choferes, repartidores, vendedores y un interminable etcétera.
Su presencia cada vez es más notoria y la zona metropolitana de Monterrey es prueba de ello: en cada rincón de la urbe se puede apreciar un haitiano luchando alcanzar su sueño, que ahora es de colores verde, blanco y rojo.
CORTE AL ESTILO CARIBEÑO
En la calle privada San Ángel, de la colonia del mismo nombre, un cartel fosforescente pegado en un muro anuncia una barbería peculiar: Barber Jeremy, un negocio ubicado al sur de la capital regiomontana que es atendido por el haitiano Jeremy Dorvil de 35 años de edad.
En un pequeño porche, convertido en peluquería improvisada, el caribeño de 1.80 metros aguarda paciente la llegada de clientes, que por curiosidad o necesidad estén dispuestos a pagar 100 pesos por un corte de pelo y barba.
“Cobro poquito, poquito para que la gente venga. Son 100 pesos por un corte de pelo sencillo y barba”, dijo el haitiano con un español aún sin dominar.
Apenas cinco meses atrás el isleño realizaba el mismo oficio en Chile, país al que llegó escapando de la violencia e instabilidad política de Haití. Y aunque en la nación sudamericana logró alcanzar un mejor nivel de vida, un falso rumor sobre que Estados Unidos estaba ofreciendo refugio a migrantes haitianos los animó a emprender una nueva mudanza hacia el norte.
Sin embargo, la aventura terminó en la Ciudad de las Montañas, a tan solo 242 kilómetros de la frontera con Estados Unidos al enterarse que la promesa de asilo era toda una farsa.
Desde entonces, Jeremy y su familia han permanecido a la deriva en una cuidad desconocida, pero en la que han podido rentar unos cuartos para pasar los días… hasta que llegue el momento de intentar, una vez más, penetrar la frontera estadounidense.
Para sobrevivir, el padre de familia decidió replicar lo que mejor sabe hacer: cortar pelo. Armando con unas tijeras, máquina de pelo, navajas y espuma para afeitar, cada día el oriundo de Puerto Príncipe lidia lleva el alimento a casa con base en su oficio.
La peluquería no fue el primer intento del haitiano por integrarse a la vida económica de Monterrey, en un inició buscó la albañilería, mecánica y hasta carpintería, pero ninguno de ellos prosperó por un motivo importante: los bajos salarios.
El caribeño asegura que el costo de vida en Monterrey es alto para los salarios que se ofrecen en los oficios “de menor rango”.
“En Monterrey se puede ganar más que en Chile, pero allá el dinero vale más, puedes comprar más cosas con lo que ganas allá que aquí y eso que aquí se gana más”, mencionó el migrante
Aún así, con la esperanza puesta en que su situación económica mejorará, Jeremy se levanta todas las mañanas para abrir su “salón” de corte, de apenas nueve metros cuadrados que, aunque reducido, representa su único sustento económico.
BARRIGA LLENA CORAZÓN CONTENTO
Kalixto Hancio y Jaqueline Celestin son oriundos de la capital haitiana, pero desde hace un par de semanas radican en Monterrey, en donde les ponen la sazón a dos de los platillos dominicales más gustados por los regios: el menudo y la barbacoa.
Nunca se conocieron en la isla, pero a su llegada a Monterrey el destino los condujo al negocio de comidas “Don Poncho” en la colonia 18 de marzo, al sur de la ciudad.
El primero en aparecer fue Kalixto de 36 años de edad: habla poco español y es de personalidad tímida, misma que disimula con una sonrisa tan pronto ingresa un cliente al local, ubicado en Antiguo Camino a Santiago 4169.
Llegó al restaurante por recomendación de otro paisano y desde entonces se dedica a hacer tacos, servir menudo, hacer paquetes para pedidos y limpieza.
“Me levanto a las 7:30 de la mañana, me lavo el pelo, me aseo, me cambio, pongo a cocer la barbacoa, me pongo a lavar los pisos de afuera y acomodo los meses. Eso es lo que siempre hago después de levantarme”, mencionó.
Aunque el hito de llegar a Estados Unidos para alcanzar una mejor vida siempre está presente en la mayoría de los haitianos, en Kalixto desapareció tan pronto como llegó a México, pues el país le ofreció oportunidades de desarrollo.
Le ha costado trabajo adaptarse al idioma, la comida, la ciudad; sin embargo, está contento de formar parte de la población económicamente activa de Monterrey, ya que, asegura, prefiere trabajar a pedir dinero.
Con un poco más de soltura y ya metido “hasta en la cocina” está Jaqueline Celestin, mejor conocido como Jack, otro haitiano que encontró su “lugar en el mundo” en el famoso negocio de barbacoa y menudo.
Con 34 años de edad, el isleño dejó su nación en 2011 para mudarse a Brasil en busca de superación. En el gigante sudamericano vivó casi 10 años, pero en 2021 decidió viajar a México, junto a su familia, para convertirlo en su trampolín de ingreso a Estados Unidos.
En octubre del año pasado pisó por primera vez tierra mexicana y dos meses más tarde llegó a Monterrey, en donde decidió anclarse ante la complejidad de emigrar al vecino del norte.
Al igual que su compañero de oficio, un paisano lo ayudó para entrar al local de comidas “Don Poncho”, en donde comenzó atendiendo a los comensales y ahora ya hasta prepara los alimentos.
“Para mi fue fácil encontrar trabajo porque la verdad soy muy trabajador, me gusta mucho trabajar y por lo general los patrones se quedan contentos con mi trabajo”, dijo Jack.
De oficio albañil, el padre de familia decidió cambiar de giro y probar suerte en la cocina, que hasta ahora le ha dejado buenas críticas.
“Aquí hago de todo: ayudo a los cocineros a hacer la comida, atiendo a los clientes, hago limpieza, hago de todo. Estoy a gusto. Estoy contento. La vida no es fácil y aquí nos trata bien el patrón”, mencionó el caribeño.
El ahora vecino de la colonia Sierra Ventana no descarta aún la posibilidad de intentar cruzar a Estados Unidos. Ya que, aunque está contento en México, al tener dos hijos el salario le resulta insuficiente.
Jack dejó en la ciudad brasileña de Curitiba todo su patrimonio para arrancar de cero, pero no se desanima. Aunque hay días de quiebre, está consciente que la perseverancia lo hará acercarse a su sueño.
El local de comidas cierra a las 3:30 de la tarde y al bajar la cortina la jornada laboral terminó para estos dos haitianos que consienten a los regios con dos de sus platillos favoritos.
MEXICA-HAITIANO
Con más de una década viviendo en tierra azteca, Patrick Joseph es un auténtico Mexica-haitiano, que ha logrado desarrollarse profesionalmente en el país.
El oriundo del departamento de Ganas, al sur de Haití, no llegó en caravanas sino gracias a un intercambio escolar que le permitió estudiar la universidad en México hace 12 años.
“Había una beca por cuestión de promedio. Llegué primero a Aguascalientes, de Aguascalientes me fui a Morelia, de Morelia a Guadalajara y de Guadalajara a Monterrey”, aseveró.
Instalado en Monterrey desde 2013, el caribeño de 35 años pudo adaptarse fácilmente a la ciudad pues comparte una de las mayores pasiones de los regiomontanos: el fútbol. Incluso, estuvo en las fuerzas básicas del Club Rayados durante un semestre.
De hecho, uno de los primeros trabajos del haitiano fue maestro de francés y de fútbol en un colegio privado de Apodaca.
Hoy, Patrick continúa con la docencia, pero ahora en Universidad de Monterrey (UDEM) campus Valle Alto, en donde enseña a los estudiantes la “lengua del amor“.
A diferencia de la mayoría de sus compatriotas que, aunque han accedido a puestos de trabajo, padecen de bajos salarios, a Patrick sus estudios le han permitido tener puestos mejor remunerados.
“Me encanta trabajar de lo mío porque soy maestro y además de que me fascina también tengo muchos días de vacaciones.
“El trabajo que tengo sí me da para vivir: pagar renta, comprar comida y de vez en
cuando poder visitar a mi familia en Haití”, mencionó.
Patrick está tan familiarizado con la ciudad y su ritmo de vida que durante una temporada incluso se dedicó a ser chofer para una aplicación de transporte particular.
“En ese momento había muchas facilidades para hacer dinero extra porque hacías cierto número de viajes y te daban bonos, entonces, vi la forma de hacer un poco más de dinero y la tomé“, comentó el isleño.
Actualmente, Patrick sigue pateando el balón en un equipo amateur de Monterrey y conjuga a la perfección su vida laboral con la personal.
Al tener más años en la ciudad, el haitiano sirve como vínculo entre los nuevos residentes, temporales o no, y empleadores de la metrópoli con la intención de colocar a sus compatriotas en puestos de trabajo lo más pronto posible.
EMPLEAN A HAITIANOS
Sergio Cervantes es el propietario del negocio de comida “Don Poncho“, al sur de Monterrey, y en donde laboran Kalixto y Jack.
En cerca de tres meses ha empleado a seis haitianos en su local: dos ya partieron a Estados Unidos y los cuatro restantes siguen trabajando para él.
En un inicio “el Inge“ como también se le conoce a don Sergio los contrató para apoyarlos, pero cuando se percató de lo eficiente que eran no dudó en ampliar su plantilla laboral para generar una relación de ganar-ganar.
“Lo que hace es bastante aparte de que es honrado. Todos los que han llegado de Haití son muy honrados, no traen vicios, no fuman, no toman.
“Los haitianos tienen una higiene exagerada, cuando los ponga a lavar los trastes me dejan las vasijas exageradamente limpias como si fueran nuevas. En cambio, pongo al otro empleado que es de aquí y nada más les da una pasada y las deja llenas de grasa“, mencionó el pequeño empresario.
El compromiso de “el Inge“ con los haitianos es tal que a uno de ellos -Kalixto- también lo apoya con vivienda.
“Como vive conmigo si voy al fútbol me lo llevo, voy al parque y me lo llevo, no le gusta salir solo, le da miedo”, dijo don Sergio.
El próximo 5 de abril, el empleador tiene una cita con autoridades del Instituto Nacional de Migración (INM) a quienes les pedirá ampliar el permiso de trabajo para sus empleados caribeños.
Cuando recién se anunció la llegada de cientos de migrantes a Monterrey, algunos ciudadanos desaprobaron su ingreso y aseguraron que solo traerían problemas a la ciudad, una idea que Sergio Cervantes no comparte.
“Trabajo hay bastante y para todos, que la gente quiera trabajos sencillos, pero bien pagados es otra cosa.
“Yo creo que es benéfico porque vienen a buscar trabajo, no vienen a robar ni nada. No son malandros, no son drogadictos, no toman, no fuman, son bien honestos, son honrados, son obedientes.
“Trabajan incluso mejor que los nacionales. Con ellos no he tenido ningún problema. Creo que se les debe de ayudar”, puntualizó.
El propietario de “Don Poncho“ no es el único que ha optado por emplear haitianos, algunas dependencias gubernamentales como Agua y Drenaje también lo están haciendo.
Recientemente se han visto a jóvenes isleños en la perforación de pozos someros para la extracción de agua y combatir así la sequía.
Con palas, picos y maquinaria, los caribeños se han sumado a las labores de “rescate“ del vital líquido en Nuevo León, una actividad que está lejos de ser ligera pues implica mucho trabajo físico.
Intentamos contactar a la dependencia para que nos diera su opinión al respecto, pero hasta el cierre de esta edición no obtuvimos respuesta alguna.
Y es así como de migrantes de paso, cientos de haitianos se están convirtiendo en residentes de la ciudad y con todo el entusiasmo se incorporan a la vida natural de la segunda metrópoli más pujante de México.