“Soy inventor, amigo. Soy el hombre invisible y hago invisibles a los hombres. Estas pastillas -les dijo mostrándole a los oficiales que uso pedazos de gises blancos-, hacen el milagro”. Cuando le preguntaron acerca de Graciela Arias Ávalos, guardó silencio. Esas fueron las palabras que Gregorio, mejor conocido como “Goyo” Cárdenas, uso como defensa inicial, ante la sospecha de ser considerado el primer asesino serial de mujeres en México.
Traje gris, tez morena, pelo negro y semiondulado. A todas las ahorcó. “De manos tan escasas y escuálidas, de fuerzas pequeñas porque nunca me dediqué a hacer músculo”, agrega el asesino. Ya en la jefatura, el día de su detención, “Goyo” confesó el gran odio que sentía por el sexo femenino debido a que su esposa le había sido infiel.
Considerado ejemplo de reinserción social, después de pasar 34 años en la cárcel. Carismático. Muy inteligente, pensionado (incluso) por Petróleos Mexicanos, debido a su aprovechamiento en la UNAM, “Goyo” Cárdenas es el primer caso registrado de ese síntoma denominado violencia de género. Graciela Arias Ávalos, su última víctima, fue también su compañera en la preparatoria.
“Goyito”, como le decían de cariño en la cárcel, se mantuvo firme en lo siguiente sobre Graciela: la amaba. Así fue como El Universal cubrió esta serie de feminicidios por parte de Gregorio “Goyo” Cárdenas.
8 de septiembre 1942
CUATRO MUCHACHAS ASESINADAS POR UN ESTUDIANTE DE CIENCIAS QUÍMICAS ENTERRÓ LOS CADÁVERES EN EL JARDÍN DE SU CASA. FUE PRESO EL ASESINO; CONFESO YA
La policía hasta ahora sólo ha podido identificar el cadáver de una de las víctimas. El responsable de este caso espeluznante se fingió loco, pero se descubrió su superchería.
Un espantoso cuádruple crimen, en el que fueron víctimas cuatro agraciadas jóvenes, de las cuales una era estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria, fue descubierto ayer por la mañana por el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía.
Los cadáveres de tres de las infortunadas víctimas fueron encontrados enterrados casi a flor de tierra en el jardín de la propia casa del victimario, un estudiante de Ciencias Químicas pensionado por Petróleos Mexicanos, que al decir de varias personas es un joven de gran inteligencia y aprovechado alumno de la Universidad Nacional de México. El cuarto cadáver será desenterrado hoy, y se tuvo conocimiento de él por el propio asesino, que ha confesado ya sus crímenes.
Los móviles de estos horrendos asesinatos, únicos en los anales de la criminología mexicana, no han sido todavía bien puestos en claro, pero a juzgar por las declaraciones hechas por el asesino, son el producto de un espíritu morboso, de un gran sádico que bien puede constituir la versión mexicana de aquel criminal francés llamado Landrú, o del legendario “Barba Azul”.
Hasta estos momentos se tiene como autor de los crímenes, por confesión propia del criminal, al estudiante de primer año de Ciencias Químicas Gregorio Cárdenas Hernández, de 28 años de edad, que fue pensionado para estudiar, dado su gran aprovechamiento, por Petróleos Mexicanos. De las víctimas tan sólo ha sido identificada una: la señorita Graciela Arias Ávalos, de 20 años de edad, hija del señor licenciado don Manuel Arias Cordova, que pertenece a una de las más conocidas familias de Morelia, Mich. Esta joven estudiaba el bachillerato de Ciencias Químicas en la Escuela Nacional Preparatoria. De las otras se tienen pocos indicios. Tan sólo de una de ellas se sospecha que se trata de una joven llamada Enedina.
UNA DESAPARICIÓN MISTERIOSA
El jueves en la mañana se presentaron en el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía, que está al mando del general Leopoldo Treviño Garza, el licenciado Manuel Ardas Córdova, que tiene su despacho en la Calle de Justo Sierra, y su domicilio en la Avenida Tacubaya 63, acompañado de su socio de trabajos, el licenciado José Campuzano, con el fin de denunciar que había desaparecido desde la noche anterior la hija del primero, Graciela Arias Ávalos, que era estudiante en la Preparatoria. El último informe que se tenía de ella era que había sido vista saliendo a las 20 horas de la clase de Etimologías, en la Escuela Preparatoria, ubicada en la Calle de San Ildefonso.
Desde las primeras investigaciones recayeron las sospechas sobre el estudiante de Ciencias Químicas Gregorio Cárdenas Hernández. Varios preparatorianos indicaron que este individuo frecuentaba el trato de Graciela, y que a bordo del coche Ford 1939, placas B-91-01 de su propiedad, la iba a esperar a sus clases. Dichos estudiantes indicaron también que en años anteriores, tanto Graciela como Gregorio habían sido compañeros en algunas clases.
Fueron comisionadas para la investigación el agente 37, José Acosta Suárez, y el 104, Ana María Dorantes. El primero estuvo el jueves pasado por la mañana, inmediatamente después de la denuncia, en la casa que el estudiante de Ciencia Químicas tiene en la Calle del Mar del Norte número 20, en Tacuba, D. F.
Encontraron en esta búsqueda un pañuelo y unos zapatos y tuvieron el indicio de que en la noche del miércoles a jueves, en la que llovió torrencialmente, el coche del estudiante, contrariando a la costumbre que éste tenía, se había detenido precisamente frente a la puerta de su domicilio, y que había permanecido allí toda la noche, pues se “atascó”.
Por su parte, la agente 104 pudo investigar que no había relaciones amorosas entre Gregorio y Graciela, sino que aquél estaba enamorado locamente de ésta, y que la perseguía constantemente, e iba por ella a esperarla a sus clases.
Los agentes supieron también que la madre de Gregorio, llamada María Vicenta Avalos, que vive en la Calle de Violeta 3, había llevado el jueves, a las 15 horas, a su hijo al sanatorio del doctor Gregorio Oneto Barenque, ubicado en la Avenida Primavera, de Tacubaya, diciendo que estaba loco.
Fue entrevistado Gregorio y éste fingió que realmente estaba loco. Dijo a los agentes que había inventado unas pastillas para hacerse invisible, y les daba pedazos de gis. Cuando lo interrogaron acerca de Graciela, guardó silencio.
El doctor Oneto Barenque hizo un examen detenido del presunto loco, y llegó a la conclusión de que no lo estaba. Lo interrogó, y entonces le confesó éste que estaba cuerdo, pero que se fingía loco porque el licenciado Arias Córdoba creía que él había hecho desaparecer a su hija.
UN VERDADERO CEMENTERIO
Poco después de las 14.30 horas llegaron a la casa del estudiante el Jefe del Servicio Secreto, general. Leopoldo Treviño Garza: el Subjefe, Simón Estrada; el Agente del Ministerio Público adscrito a la Jefatura de Policía licenciado Francisco Orozco; los agentes que practicaron la investigación así como los representantes de los diversos diarios metropolitanos y del licenciado José Campuzano, amigo del padre de una de las víctimas.
La calle del Mar del Norte es una callejuela estrecha que parte hacia el Norte de la vía de los trenes que van hacia Tacuba y Azcapotzalco, y está muy cercana a la Escuela de Ciencias Químicas, así como al Zócalo de Tacuba. No está asfaltada y a causa de las lluvias presenta verdaderos surcos.
En una esquina casi cercana al lugar donde se cierra la calle, está la casa del estudiante. Esta tiene un jardín como de seis metros de ancho por diez de largo, y la puerta de entrada da precisamente a este jardín. Al lado sur están las habitaciones (es de un solo piso). En una de ellas dormía el estudiante en un catre de campana. En otra está un laboratorio perfectamente bien montado y una pequeña biblioteca.
Ya dentro del jardín, el agente Acosta señaló el lugar donde emergían los dedos del pie del cadáver que había descubierto. Pero al entrar algunas personas al jardín, alguien que estaba un poco alejado del lugar en donde se hallaba enterrado el cadáver dijo:
—Siento bajo mis pies otro cadáver.
Y uno más agregó:
—Pues en este lugar hay otro.
El pequeño jardín era un verdadero cementerio, en el que los cadáveres estaban casi a flor de tierra.
IMPRESIONANTE EXHUMACIÓN
Dos agentes de la policía provistos de unas palas que les fueron proporcionadas por los vecinos, principiaron a cavar para desenterrar el cadáver cuyo pie emergía de la tierra. Inmediatamente se dieron cuenta de que otro cadáver estaba enterrado en lugar muy cercano. El otro se hallaba un poco más alejado.
Al ir desenterrando los cuerpos, un hedor, hasta eso bastante soportable, se esparció por todo el local, pues los cadáveres no se hallaban muy descompuestos, ya que indudablemente no tenían ni cinco días de haber sido enterrados.
El cadáver que primero se descubrió totalmente, hacia el fondo del jardín, estaba en decúbito ventral. Con la cabeza hacia el sur. Se hallaba completamente desnudo, pero cubierto con una colcha. Estaba sin zapatos (unos zapatos de color guinda que fueron descubiertos en el interior de la casa). Junto al cadáver se encontró una bolsa de mujer con un monedero adentro y unos cuantos centavos, así como un abrigo color verde. Tenía las manos amarradas.
El licenciado Campuzano reconoció desde luego las ropas como las que había llevado Graciela el último día en que fue vista. Por lo que toca a los zapatos, y dada la amistad que tiene con el padre de la muchacha dijo: “Los reconozco como si fueran míos. Se los vi en infinidad de ocasiones”.
El cadáver de la segunda muchacha que fue desenterrado estaba también en decúbito ventral pero con la cabeza hacia el Norte. Se hallaba semivestido, con un traje negro y un saco café a cuadros. La cabeza estaba envuelta en unos “bloomers” color rosa.
Esta infeliz estaba amarrada de pies y manos, por la espalda con unas cintas. Tenía calzado un zapato color café. Junto se hallaba el otro zapato.
El último cadáver también tenía las manos amarradas y se hallaba completamente desnudo. Se ve que perteneció a una mujer de regular estatura. Tenía zapatos color azul y junto a él estaba un sweater de este último color.
La tarea de la exhumación se vio interrumpida por un torrencial aguacero y en ella tuvieron que coadyuvar los bomberos de Tacuba, que se presentaron en el carro número 5 al mando del sargento Enrique L. Meneses.
Se encontraron diversos bolsos de mujer, uno negro y otro gris. Como había, además, unos calcetines de niño se temió que también estuviese enterrado el cadáver de un pequeñuelo que, al decir de una de las vecinas, se le vio en alguna ocasión por la casa.
CONFESIÓN DEL ASESINO
Anoche Cárdenas Hernández fue llevado a la Jefatura de Policía con el fin de ser interrogado. En presencia de los periodistas, paladinamente confesó haber dado muerte a las tres mujeres que fueron encontradas ayer en el jardín de su casa, y agregó que la otra que no fue encontrada y que hemos hecho referencia, la había enterrado cerca de la puerta.
Indicó que tiene 27 años de edad y es natural de Veracruz. Fue casado, habiéndolo engañado su mujer, por lo que tiene gran odio para las de este sexo. Principió sus crímenes hace cerca de un mes pero indica que la única mujer decente que mató fue Graciela Arias Ávalos. Indica que de las otras tres no sabe ni sus nombres, pues fueron mujeres de la vida galante. Una la recogió de las calles de Aquiles Serdán; a otra, cerca del Ángel de la Independencia y a una última, cerca de Chapultepec.
Las llevaba a su domicilio, ubicado en las calles de Mar del Norte, saciaba con ellas sus necesidades y las mataba después.
A todas las ahorcó. Cuando estaba satisfecho de las mujeres, sentía un odio tremendo hacia ellas y asegura que por tal motivo les daba muerte. Después se levantaba de la cama, escarbaba en el patio y las sepultaba. Sobre uno de los cadáveres -que, como indico estaba semivestido y con las manos y pies atados por la espalda- dijo que hallándose tan cansado, la amarró de tal forma para que ocupara menos lugar y, en consecuencia hubiese el menor trabajo para cavar la fosa.
Por lo que toca a Graciela Aria Avalos, dice que fue por ella a la escuela y la llevó hasta frente de su domicilio. Como se resistiese a entrar, con un cordón del auto la ahorcó, habiéndola introducido después y cometido con ella tan atroz ultraje. Después la enterró.
El asesino vestía traje gris. Es de color moreno, pelo negro semiondulado. No se veía muy excitado por lo terribles crímenes que cometió. Pero esa cara tiene perfiles repulsivos. Quizá éstos los hallamos así conociendo la magnitud que ha hecho, escribiendo en nuestro país una de las páginas más negras de la criminalidad.
(Agencia El Universal)