
Nació en 1924 como un espacio para enseñar a leer y a escribir a niños boleros y vendedores de periódicos de Monterrey que no podían acceder a la educación pública.
De hecho, antes de incorporarse a la Secretaría de Educación Pública su nombre reflejaba la idea de su concepción: Escuela de Papeleros y Boleros, orientada principalmente para menores migrantes de San Luis Potosí, que se habían asentado junto a sus familiares en el barrio de San Luisito, hoy conocido como la colonia Independencia.
Se trataba en realidad de una enseñanza instruida por vecinas del entonces poblado centro de la capital, que buscaba sacar a decenas de niños del trabajo infantil y darles una oportunidad de vida, a través de la educación.
La idea llamó rápidamente la atención de la Iglesia Católica, que se sumó al esfuerzo ciudadano y posteriormente lideró la formación de menores con el apoyo de religiosas de una manera más institucionalizada.
Hoy, esa buena intención está cimbrada en los pilares que sostienen el colegio Antonio de P. Ríos, ubicado a solo unos pasos de la Catedral de Monterrey, en el mero corazón de la capital regiomontana y que está a punto de celebrar su primer siglo de existencia.
UNA HISTORIA DE CASI 100 AÑOS
Ubicado en la calle Padre Raymundo Jardón 830, la escuela ha sido edificada con la buenas intenciones de vecinos, religiosos, empresarios y filántropos regiomontanos, que en un auténtico acto de solidaridad forjaron lo que hoy es el centro educativo.
En sus casi 100 años de operación el colegio Antonio de P. Ríos ha sobrevivido a los cambios históricos de la capital regiomontana: soportó la migración de los vecinos del centro y la transformación del primer cuadro de la ciudad, en donde convive con restaurantes, bares, galerías, cafés, oficinas y tiendas.
El espacio estudiantil ha vivido un sin fin de acontecimientos que van desde la apertura a la educación para mujeres hasta los cambios de modelo educativo por la pandemia del Covid-19, pero siempre bajo la convicción de ofrecer una educación de calidad.
“El colegio inició como una escuela que no estaba afiliada a la Secretaría de Educación en 1924 gracias al apoyo de seis señoritas que vivían en esta barrio. Ellas fueron las que iniciaron.
“En un principio era para los niños que sus papás venían de San Luis Potosí y que se establecieron en lo que antes era San Luisito. Entonces, esta escuela nació para ellos para niños que vendían periódicos y que boleaban“, señaló la directora del centro, María Dolores Hernández Bernal.
Lo que comenzó como una idea de seis vecinas para ayudar a decenas de niños que boleaban y vendían periódicos en Monterrey se convirtió en una instrucción permanente, gracias a la colaboración del padre de la Catedral, Antonio de Padua Ríos Alvarado, a quien merece su nombre.
Con el apoyo de la iglesia, la enseñanza informal se institucionalizó para lo que se requirió la ayuda de religiosas de la Congregación de las Misioneras del Sagrado Corazón y Santa María de Guadalupe, quienes hicieron su arribo a Monterrey, provenientes de la Ciudad de México, en 1947.
Al comienzo de la década de los 60 la institución que, hasta ese momento solo había atendido varones, se percató de la creciente demanda de espacios educativos para mujeres, por lo que en 1962 optó por también instruir al sexo femenino.
La expansión de la enseñanza provocó que los espacios de aprendizaje en casa fueran insuficientes y ante la problemática la agrupación religiosa Los Caballeros de Colón donó el terreno para iniciar la construcción, ahora sí, de una centro educativo que sirviera para educar a los niños y niñas más necesitados de Monterrey.
Con el espacio adjudicado, el empresario y filántropo neolonés Luis Elizondo regaló la construcción de la escuela, que tenía una peculiaridad de la época: le educación de hombres y mujeres estaba separada por una pared.
“Aquí eran unas casas antiguas. Entonces, eran dos terrenos. Ahorita ya se le han hecho modificaciones, pero se mantiene el edificio original en la parte derecha porque de aquel lado era de niñas y este de niños.
“Incluso antes tenía el letrero en la puerta que decía niñas y niños. Y si ustedes observan son dos puertas exactamente iguales porque había una pared que separaba esas dos partes“, mencionó la directora.
Tras 50 años de trabajo en el colegio, la congregación de religiosas regresó a México para dar paso a una nueva de Guadalajara: las Misioneras Guadalupanas, que tomaron las riendas de la institución hasta 2019.
En la fecha de su apertura como colegio, el Antonio de P. Ríos arrancó con los tres primeros grados y una plantilla estudiantil de 519 alumnos (353 niños y 166 niñas).
En 1985 se incorporó un nuevo nivel de educación básica al incorporar secundaria, misma que hoy se imparte en el segundo piso del edificio.
El cambio de la movilidad de población en el centro de Monterrey provocó que la plantilla estudiantil del colegio disminuyera con el paso de los años, incluso es mucho menor al de sus comienzos, pues hoy se ubica en 127 (73 en primaria y 54 en secundaria).
La pandemia del Covid-19 también afectó la matrícula como en la mayoría de las escuelas de paga en la entidad.
Incluso, ahora, la mayoría de sus estudiantes son hijos de empleados de gobierno que laboran en el centro de la ciudad o de comerciantes del primer cuadro de Monterrey, ya que quedan pocos habitantes en el Barrio Antiguo de Monterrey.
Al ser un colegio regido por la Iglesia, su rector es el rector de la Catedral José Eugenio Ramos Delgado, su plan educativo se incorporan actividades católicas para la formación de las y los menores.
Con una vida de casi 100 años el colegio Antonio de P. Ríos se niega a desaparecer, aunque la tendencia del cambio de uso de suelo en el centro de Monterrey lo apabulle. El centro educativo, que nació por el cúmulo de buenas intenciones, busca celebrar sus primeros 100 años de vida recordándole a la ciudadanía su valor en el pasado, presente y futuro de la comunidad regiomontana.