
Ubicado en una de las zonas más áridas de Nuevo León, hace 50 años Mina era un municipio totalmente verde, pincelado por los follajes de grandes árboles y alimentado por ojos de agua que saciaban la sed de sus pobladores, del ganado y de plantíos; sin embargo, aquella postal de ensueño es ahora un triste recuerdo para sus habitantes, a quienes la sequía, la “injusticia social” y la ilegalidad les han arrebatado hasta la última gota.
Desde hace más de una década el municipio es una -zona de desastre- constante por la falta de agua, que se acentúa cada año durante la época de calor. Aquí, como en la mancha urbana de Monterrey, el termómetro supera fácilmente los 40 grados centígrados en primavera y verano, con la diferencia de que en Mina para obtener agua no es tan sencillo como abrir una llave, a veces es necesario caminar kilómetros o esperar por días a que pasen las pipas.
Y es que el municipio no cuenta con la infraestructura hidráulica necesaria para brindar el servicio de agua potable a su cerca de 7 mil 500 habitantes, distribuidos en 27 comunidades, entre ellas la cabecera municipal, en donde actualmente cinco de sus siete colonias se encuentran en desabasto total de agua.
El panorama es crítico y tal parece que lo peor aún está por venir, ya que acorde a los pronósticos meteorológicos la probabilidad de que la lluvia sane el calor del municipio es poca.
La sequía ha matado animales y secado las tierras, en donde se sembraba lechuguilla, su principal fuente de ingresos; ya no hay trabajo en el campo, sus habitantes tienen que emigrar a municipios vecinos para laborar y los que se quedan enfrentan el reto de sobrevivir a la sed.
“Ya ni siquiera estamos pidiendo agua para sembrar o para los animales, sino para tomar”, indicó la alcaldesa Lizeth Lozano Cantú, quien solicitó al gobierno federal acelerar la repartición de recursos emergentes para mitigar la sequía que azota a su comunidad.
En este municipio, localizado al noroeste del estado, la falta de agua ha llegado a niveles alarmantes al grado de que el ayuntamiento tiene contemplado implementar una evacuación masiva de los pobladores del área rural hacia los albergues de la cabecera municipal para dotar a la gente del vital líquido en caso de que la situación empeore.
“La intención de nosotros (de evacuarlos) es para un caso emergente, pero ya tenemos vistos con el DIF estatal los albergues y todo lo que se pudiera necesitar para traer a la gente a la cabecera”, aclaró la munícipe.
Actualmente los apoyos estatales, que consiste en llevar agua a través de pipas, han mitigado un poco la sed de los pobladores de Mina, pero aún no es suficiente. En la zona urbana se requiere que se instale un sistema hidráulico eficiente para las colonias, mientras que en el área rural se necesita poner a trabajar los pozos de agua al 100 por ciento.
“Ahorita el Gobierno del Estado no está haciendo llegar recursos, nos ha proporcionado dos pipas de agua que no nos está costando mover, pero sentimos que no vamos a dar el abasto a las 27”, recalcó la edil.
“Es una temporada muy difícil para nosotros porque conocemos de antemano la situación. Al carecer totalmente de agua implica tener que mover recursos con los que en estos momento no cuenta el municipio como la gasolina para mover la pipa y demás”, agregó Lozano Cantú.
La sequía se ha instalado en Mina desde hace más de 15 años y el reclamo de sus pobladores es cada vez más preocupante, antes solicitaban agua para mantener con vida a sus animales y cultivos, hoy buscan el vital líquido para sobrevivir ellos mismos.
EL ORIGEN DE LA SED
La situación del municipio es tan dramática como irónica, ya que mientras sus habitantes sufren la falta del vital líquido, cerca de mil 700 litros de agua por segundo son extraídos de su subsuelo para abastecer al área metropolitana de Monterrey.
Desde 1957 los mantos acuíferos de Mina han servido para saciar la sed de los habitantes de área conurbada de la capital, pero no así de los minenses, quienes no han disfrutado de una sola gota de esos 27 cuerpos de agua, lo que la edil calificó de injusto.
“Nos falta esa ‘justicia social’ porque nuestra gente está desde 1957 proporcionando de agua a la zona metropolitana de Monterrey y mi gente no tiene agua”, señaló la alcaldesa, quien agregó: “Nosotros como municipio no tenemos ningún problema de seguir compartiendo el agua, simplemente queremos que a nuestra gente también se les brinde el vital líquido porque de aquí es de donde se lo están llevando y que mi gente no tenga agua no es justo”.
Abastecer a Monterrey ha sido un factor determinante en el panorama árido que se aprecia en Mina, pues de acuerdo a la alcaldesa, la sobre explotación de los mantos acuíferos ha casi secado las reservas de agua del municipio y provocado un daño ecológico que ningún alcalde se ha atrevido a enfrentar.
Por tal motivo, Lozano Cantú busca pasar esa factura al Gobierno del Estado y la federación en forma de empleo, de infraestructura y servicios para el municipio
“Nosotros buscamos un equilibrio en el sentido de que nosotros estamos dando agua, pero también queremos que nuestra gente reciba: que reciba infraestructura, que reciba fuentes de empleo, que reciba todos los medios para que ellos puedan seguir en Mina y que no se use este municipio como un hotel porque nada más vienen a dormir y la gente se va”, mencionó.
“Si Mina es tan rico en cuestión ambiental y tiene tantos recursos ¿por qué la gente que vive aquí sufre tanto?, ¿cómo es posible que una mujer baje tres cuadras para una tina de agua cuando el agua recorre cientos de kilómetros y puede llegar a una casa de Monterrey?, yo creo que simplemente no es justo”, añadió la edil.
Pero no todos los problemas del desabasto de agua en Mina vienen de fuera, en la cabecera municipal el principal problema son los asentamientos irregulares que en conjunto forman más de la mitad de la localidad.
Desde hace 15 años, decenas de familias comenzaron a posesionarse de terrenos ejidales cercanos a la zona centro y a formar parte del área urbana.
Actualmente, el municipio cuenta con siete colonias, de las cuales cinco no están regularizadas, por ende, los gobiernos estatal y federal no pueden proporcionar los servicios básicos, como las redes de agua, hasta que la gente sea dueña de los terrenos.
“Los colonos empezaron a establecerse en zonas ejidales y poco a poco se fue poblando, al grado de que el ejido tuvo que donarle al municipio los predios porque las familias que están ahí ya llenaron los terrenos ejidales, ahora la cuestión es regularizarlas”, señaló la alcaldesa.
Por esta razón, el municipio ya sostiene conversaciones con la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett) con el fin de que las colonias nuevas, que se ubican a la derecha de la carretera 53, resuelvan su estatus legal a la brevedad posible y así poder comenzar a instalar las redes hidráulicas.
SITUACIÓN ACTUAL
El proceso para regular los terrenos puede demorar hasta dos años, pero los habitantes de Mina, tanto de la cabecera como de la zona rural, no pueden esperar. La falta de agua ya está causando estragos en su rutina y ha llegado a afectar necesidades tan esenciales como la alimentación.
Tal y como está ocurriendo en los municipios del sur del estado, en esta comunidad del noroeste, la gente ha comenzado a cazar ratas de campo y animales silvestres para comer a falta de agua para cultivos y animales de corral.
Del empleo, ya ni hablar. La mayoría de los pobladores se dedican a trabajar la lechuguilla, que ahora es escasa además de mal pagada.
“Ellos se dedican a la lechuguilla, ahorita está seco, no hay lechuguilla, no pueden tallar, de por sí la lechuguilla es muy mal pagada, está a 17 pesos el kilo y tardan casi un día en tallar el kilo, nada más para que te des una idea de la magnitud del problema en la que están ellos”, dijo la edil.
“Cuando se favorecen más es en la época en que hay pitayas, pero así como está la temporada no va a haber pitayas”, agregó.
Mina, como uno de los 45 municipios neoloneses contemplados dentro de la declaratoria de desastre que solicitó el Gobierno del Estado al federal, aguarda impaciente la llegada de recursos para combatir la sequía, mientras tanto busca soluciones temporales que le permitan mitigar la sed de sus pobladores a corto plazo.
“Lo que estamos solicitando ahorita ante Sedesol federal es que nos puedan poner contenedores de agua en las colonias nuevas para que se pueda abastecer de agua. Yo lo único que pido es que nos sigan apoyando. Le agradezco al gobernador todo el apoyo, la pronta respuesta que nos dio a pesar de que yo sé que los recursos federales no han llegado”, expresó Lozano Cantú.
Como parte de las estrategias para sobrevivir a la falta del líquido, el municipio no descarta implementar el método que desde administraciones pasadas se ha aplicado, invitar a la gente a que emigre a la cabecera, en donde es más sencillo obtener agua.
A este día, Mina cuenta con dos albergues con capacidad para 200 personas entre ambos y aunque no es una capacidad suficiente para captar al millar de personas de las comunidades rurales, las autoridades también planean integrarlos con familiares o conocidos.
Por el momento el plan está reservado para una situación de emergencia, la cual no se ha presentado, ya que acorde a la alcaldesa el apoyo estatal ha dado prórroga al sufrimiento de la sequía.
“Lo estuvimos platicando con ellos y ahorita hemos estado recibiendo el apoyo estatal para llevarles agua potable y que puedan permanecer en su comunidad, esa agua es para tomar, se está llevando más o menos el abasto. Todo lo demás para bañarse, sus cultivos, sus animales carecemos, pero ellos pueden seguir en sus comunidades con agua para tomar”, señaló.
En carne viva
Sentado bajo la sombra de un pequeño techado de paja don Ascensión Guevara Landeros observa cómo la sequía va acabando con el entorno que un día conoció. Su mirada de 72 años demuestra un aire de nostalgia, mientras que sus manos aún conservan las heridas del trabajo duro que existió en el pasado, pero que sólo bastaron tres años de sequía para acabar con él.
“Lo que trabajé en 30 años, en tres años se acabó por la sequía, se acabó todo, se me murieron caballos, burros, chivos, todo por la sequía. Ahorita tengo nada más una chiva, la compré hace un mes, pero no hay que darle de comer, ahí la tengo nada más, al rato también se muere, hay puro sol”, comentó desalentado.
Desde hace 50 años el septuagenario habita en el ejido de Arista, ubicado a 20 minutos de la cabecera, una de las comunidades más grandes del municipio y que al igual que el resto de la zona sufren el golpe mortal de la sequía. Los molinos de agua que se encuentran en el área ya no funcionan y los pocos que quedan son particulares.
La tierra está muerta, sólo unos pocos reptiles y plantas desérticas han sobrevivido a la masacre natural y es que aunque el río Salinas atraviesa la comunidad, su caudal es poco e insuficiente para revivir el entorno árido que los rodea, mientras que la lluvia es un fenómeno que hasta resulta difícil de recordar.
“Aquí todo el tiempo hay sequía, no llueve, ya tenemos como 20 años de que no quiere llover. Andamos tallando la candelilla, la poca que hay, por eso traemos todas las manos con grietas”, aseveró.
En ese entorno hostil no sólo las planas y animales sufren la escasez de agua, sino también los humanos. La ausencia del vital líquido ha orillado a don Ascensión a tomar agua insalubre del río Salinas, que aunque es salada, es la única fuente que tiene para saciar la sed propia y la de su familia.
“Ahora ya no tenemos agua ni para tomar, están los toneles solos ahorita, tenemos como dos semanas así. Se supone que ahí anda una pipa dándonos agua, pero no pasa por aquí”, expresó.
Y de comer, ya ni se diga. Sin lechuguilla, que apenas le daba 200 pesos a la semana, la situación del septuagenario empeoró. Lo mínimo que gana con la venta de la cera de la candelilla en Icamole no le rinde ni para las tortillas.
Cuando no está sentado bajo el techado, está en el monte buscando qué comer, pero el terreno es estéril y encontrar algo para alimentarse es toda una bendición.
Don Ascensión recibe 700 pesos mensuales de apoyo económico por parte del gobierno, pero ya nada alcanza para aliviar la problemática por la que atraviesa. De hecho, la única ayuda que este ejidatario espera es la divina.
“Ojalá que Dios nos ayude y esto cambie. Que Cristo nos mande el agua y cambie esto”, exclamó.
Han sido años difíciles en los que el clima ha castigado a los pobladores de Arista, aún así, sus habitantes no piensan emigrar, ni aunque la sequía empeore. Don Ascensión agradece la propuesta del municipio de llevarlos a la cabecera, pero prefiere morir en sus tierras antes que dejarlas.
“No, no me iría porque aquí ya tengo muchos años, ya me pasé toda mi vida aquí y yo creo que en otra parte no podría. Prefiero estar aquí, a ver cómo sobrevivo”, comentó.
A tan sólo unos metros de distancia de la casa de adobe de don Ascensión, unos niños juegan descalzos bajo los intensos rayos de sol, la tierra está caliente, pero eso parece no incomodarles, estos pequeños han crecido con el calor arrullándolos durante las noches de primavera y verano.
Son los hijos de Lucero Elizondo, otra habitante de la Arista, quien desde hace cuatro años vive en la comunidad y se unió a los lamentos de los pobladores que suplican por agua.
“Aquí casi no llueve, estamos muy secos y los ríos no tienen agua para los animales”, comentó la joven de 25 años, mientras extrae agua para lavar los trastes de unos toneles casi vacíos.
En Arista no hay redes de agua, la única manera de obtener el líquido es por medio de pipas, que la distribuyen una vez a la semana, por lo que lo que la racionalidad en su uso es una costumbre obligada en sus pobladores.
“El agua que tenemos es la que traen en pipas y con eso la tenemos que estar pasando, no malgastando, usarlo en lo básico”, aseveró Lucero.
Y si por el día el calor y la sequía perturban el quehacer de los habitantes de Arista, por las noches la historia no es distinta. El calor se vuelve insoportable en complicidad con la pobreza que no les permite tener ventiladores.
“Así con el puro aire, si Dios hace que nos dé aire qué bueno, pero hay días que no hace completamente nada de aire, hay que aguantarnos al calor. Tenemos que sobrevivir, a los niños los bañamos en la noche para que estén frescos, que no les afecte el calor”, indicó.
Durante más de una década la palabra sobrevivir se ha instalado en el vocabulario de los minenses; cada año los estragos de la sequía empeoran la vida de sus habitantes, quienes no tienen más remedio que encomendarse a Dios o a la buena voluntad de los gobiernos estatal y federal para que los salven.