
Una madre no se cansa de esperar. Doña Carmen mantiene viva la esperanza de ver salir de la prisión a su hijo Raúl, quien hace dos años fue encarcelado en el Penal del Topo Chico.
Desconoce el motivo por el que está tras las rejas y por qué, aún, no le dictan sentencia. Sin embargo, no deja en el abandono a su vástago, lo visita durante toda la semana- menos los miércoles y sábados-.
Cada día, acude al Centro Penitenciario a visitar a Raúl, identificado como uno de los miles reos que ahí pagan por un delito en cualquiera de las modalidades.
Llueve, truene, relampagueé, haga calor o frío, ella sale de su hogar ubicado cerca de la Y Griega. Con una parte de lo que le llega de pensión prepara los alimentos que le lleva a su descendiente, cubre los gastos del transporte, y de paso, cumple con la cuota para que lo llamen y le entreguen el lonche.
Ver a su hijo en el Penal “es un gasto, por todo cobran”, expresó. Pero no por eso dejará de visitarlo. “Hay que pagar y ni modo”, reiteró la longeva que ya luce su melena plateada y una piel arrugada en su rostro y manos.
El viento de esa mañana de viernes soplaba fuerte. La tierra se pegaba en la piel de su cara, piernas, brazos y manos. Sentada sobre la banqueta había otras mujeres de edad avanzada que aguardaban su turno para ver a sus familiares internos en el Penal del Topo Chico.
Para alcanzar un “buen lugar” a la hora de la visita, dijo “hay que hacer fila desde las 11:00 horas. Minutos antes de las 13:00 horas podemos pasar y hablar con nuestros familiares por 10 minutos o poco más, ya que hay más visitantes y el tiempo acaba hasta las 15:00 horas”, explicó Doña Carmen.
Mientras, observan cómo decenas de hombres llegaron y entraron al lugar, con comida en mano, para entregarla a sus familiares reclusos. Pero ellas no se quedaron atrás, en el piso han dejado reposar los alimentos que han preparado con gusto.
“Preparo de todo y lo que pueda comprar pero nunca dejo de traerle algo para que se lleve a la boca. Me levanto temprano, cocino desde carnita en salsa y fideo hasta un caldito”, dijo Doña Carmen.
A ella como a las demás, seguramente no les importa el tiempo de espera con tal de interactuar con quienes tienen meses o años tras las rejas. Pero el no tener a su familiar en casa parece no ser suficiente para quienes operan al interior del penal.
“ES UN NEGOCIO AHÍ DENTRO”
“No podemos entrar con cualquier ropa, tenemos que traer falda y chanclas aunque a mí si me permiten traer zapato cerrado. Es por seguridad nos dicen, pero hay mucha gente que no tiene ni siquiera este tipo de ropa, y al llegar aquí, tiene que rentar la falda en 10 o 5 pesos.
“Y eso no es todo”, agregó. Señaló que someterse a la revisión es normal pero lo que no considera justo es tener que cubrir una cuota de 5 pesos al canastero- quien llama al reo para la visita- o a quien entregue la comida.
“En todo ven negocio y no nos queda de otra, pero a veces uno apenas y completa. A mí me llega poco de pensión, hay que pagar los servicios de la casa, gastos personales y luego aquí…”, manifestó la longeva.
Respeta los lineamientos indicados para ver a su hijo pero “es un gasto”. Por ejemplo, añadió, “sólo podemos pasar desodorante transparente y es caro, eso entre los artículos de higiene personal”.
Aunque uno ya conoce los requisitos y los cumple… es difícil porque los recursos económicos no son estables en su hogar ni de otras familias. “Hay que estirar el dinero”, declaró la madre.
La odisea para ver y ofrecer algo bueno a su familiar, queda en el olvido cuando lo tiene de frente. Diez minutos le son suficientes para aliviar la pena que le embarga por no tenerlo en casa.
Tan sólo unas rejas los separan -se le conoce como barandilla- pero a través de ellas, además de verlo, puede abrazarlo. No existe barrera alguna para seguir demostrando el amor que se tienen.
“Ya es ganancia para mí. No puedo dejarlo solo y con gusto vengo todos los días que me dan permiso: no me importa lo que tenga que hacer y el tiempo que tarde para estar con él”, dijo.
Desde hace dos años se consuela con visitarlo. Añora que llegue a su casa, la abrace, le haga un cariño y sea un hombre con una vida normal junto a su esposa e hijos.
LA ESPERANZA MUERE AL ÚLTIMO
El tiempo ha transcurrido, al principio a Doña Carmen, su nuera y nietos les fue complejo aceptar que su hijo, esposo o padre, permanecería un tiempo en prisión y aunque a la fecha no le han dictado sentencia, tienen la fe que saldrá en libertad.
“Es bueno, creemos en su inocencia no sólo porque es mi hijo sino porque es honesto y trabajador. Le tocó estar en el lugar equivocado y esperamos que pronto salga libre”, expresó Doña Carmen.
Le parte el alma ver a sus nietos sin su padre, alejados de su madre porque tiene que trabajar gran parte del día para la manutención de los tres pequeños.
“De la noche a la mañana nos cambió la vida pero le echamos ganas como podemos. Jamás pensamos estar en esta situación”, manifestó, pues la noticia de que su hijo estaba en la cárcel los tomó por sorpresa.
Intuía que algo andaba mal pero no sabía con certeza qué sucedía. Se percató que sus otros hijos andaban misteriosos, entraban y salían de casa frecuentemente, pero fue hasta muchos días después que le informaron que Raúl estaba detenido; “de inmediato les dije que fuéramos a verlo”, narró.
“No supimos qué pasó exactamente, el caso es que él fue a ayudarle a su concuño a instalar un vidrio y los agarraron. Trabaja el vidrio y cristales pero nada más; siempre fue trabajador. Sabrá Dios qué pasó, por qué lo acusan”, apuntó.
Independientemente del motivo por el que se le acusa, “no han encontrado pruebas, no le han dictado sentencia, con más razón tenemos la esperanza de que salga pero por ahora no quedará más que esperar y yo no dejaré de visitarlo”, reiteró.
LA VOLUNTAD DE AYUDAR A LOS DEL TOPO CHICO
La historia de Manuel difiere un poco de la de Doña Carmen. Él es un hombre que tras haber conocido en voz de su hermano las necesidades que se tienen dentro de una celda, desde hace siete meses asiste al Centro Penitenciario a ayudar a quienes cumplen una sentencia.
Aunque su hermano salió hace poco más de seis meses al comprobarse su inocencia, tras haber estado en prisión un año y medio, no abandonó a los “amigos” que hizo durante las visitas a su familiar.
Esa mañana de viernes, mientras Doña Carmen esperaba su turno para ver a su hijo, Manuel llegó como de costumbre; con bolsas de comida y con la vestimenta adecuada para entrar al Penal.
Portaba playera de color claro, pantalón de mezclilla, sin cinto y cartera, de calzado unos zapatos de goma y fácil de quitar. Lo anterior para una revisión bajo los lineamientos señalados: “me trasculcan casi desnudo”, dijo Manuel.
En alguno de sus bolsillos llevó consigo un poco de dinero para pagar al canastero y distribuir entre sus amigos, de los cuales conoce, no la pasan bien durante su estancia en el penal.
“Entro a ver a uno y les dejo de comer a cuatro, a los otros los ayudo económicamente aunque no con mucho dinero. Doy lo que mi corazón me diga y lo que tengo porque tampoco tengo mucha solvencia”, explicó.
A unos minutos de su expresión, agregó: “la palabra de Dios dice que ayudes a los presos, y yo trato de hacer mi labor lo más que pueda”, manifestó.
Él no acude casi todos los días como Doña Carmen, va dos veces a la semana y lo hace porque le nace.
“Entro hasta barandilla y ahí he conocido nuevos amigos que tienen carencias morales, espirituales y económicas, que les llevo un poco de lo que leo en la Biblia, les obsequio un jabón, una pasta, comidas; trato de visualizar lo que requieren”, expresó.
Además, uno nunca sabe, añadió. “Hay reos que son conocidos y tú ni sabías que estaban ahí. Por tanto, ayudar se ha convertido en una razón de mi existencia, gracias al infortunio de haber tenido encerrado a mi hermano”, reconoció.
“Me gusta lo que hago, además salgo de ahí y siento una paz que jamás había experimentado. Si me hubiera quedado en casa, estuviera con el remordimiento”, dijo.
Declaró que él no lo hace por obtener el mérito sino por ayudarles en el momento justo y preciso. Ellos pueden hacer maravillas con ese dinerito que les doy, cada quien le dará utilidad buena o mala, no sé, pero yo hice mi parte”, aclaró.
Ese día, Manuel madrugó para preparar los alimentos y los empaquetó. Pero no sólo a ellos les llevó el almuerzo, al señor que le cuida su auto en el estacionamiento también le regaló un platillo.
Tras casi 20 minutos de visita, salió sonriente del penal. Cruzó el pequeño corredor de puestos ambulantes donde se ofertan a la renta o venta faldas, recipientes para la comida, así como artículos de higiene personal. Partió del lugar para comenzar su jornada laboral como peluquero.
Su sensibilidad no lo hace menos, al contrario, desde que comenzó su labor altruista con sus “amigos” del Topo Chico, su visión es otra. Ya no le invade el sentimiento o coraje de conocer las condiciones en las que están encarcelados.
Mejor los apoya. Alimenta su espíritu con las pláticas y verles el rostro de alegría por lo que reciben. Dijo que al principio le fue difícil acostumbrarse a ese ambiente hostil que se vive al interior de un penal.
Con el paso del tiempo todo se volvió normal, al igual que Doña Carmen, no dejan en el olvido a sus familiares o amigos internos aunque verlos represente un gasto.
“La satisfacción interior y tranquilidad moral no se compara con lo que uno paga con pesos o centavos”, afirmó.