Por Emmanuel Ortiz
Ucrania.-
Tras varios días en Leópolis, a 70 kilómetros de la frontera con Polonia, Emmanuel Ortiz, cuyos reportes en la guerra se publican en Hora Cero, logró tomar un tren que lo llevará al este del país, al puerto de Odesa.
Ubicado a poco más de 800 kilómetros de distancia, Odesa es una ciudad portuaria ubicada a orillas del Mar Negro donde, de acuerdo a los reportes, se están preparando para una inminente invasión del ejército ruso.
El viaje en tren puede durar entre 10 y 14 horas, dependiendo la ruta que se tome y las condiciones de la vía.
Ortiz viaja hacia esta ciudad desviándose de su destino original Kiev, debido a que las últimas noticias salidas de Ucrania revelan que sus pobladores han instalado barricadas esperando el arribo de una fuerza militar que llegaría al puerto en el buque de desembarco de clase Ivan Gren, que se cree que es el “Pyotr Morgunov”.
Esta nave tiene la capacidad de transportar helicópteros de ataque, 13 tanques o 36 vehículos de infantería y 300 soldados.
Además, se han detectado a dos buques de la clase Alligator, cada uno de los cuales puede transportar misiles tierra-aire, 20 tanques y 300 tropas, y cinco buques de la clase Ropucha que pueden llevar cada uno 10 tanques y 190 tropas a tierra.
Se estima que en total la fuerza invasora sería de casi 3 mil soldados y más de 100 tanques.
VARADO EN LEÓPOLIS
La vida en esta antigua ciudad, a 530 kilómetros de la capital Kiev, es muy normal, pero empieza a sufrir cambios por la invasión rusa en diferentes frentes: los trenes son gratuitos para facilitar el éxodo de familias que huyen de la guerra, los restaurantes están cerrados y está prohibido el consumo y la venta de alcohol.
A ocho días de la inclusión militar ordena por Vladimir Putin, las fronteras con occidente permiten que miles de refugiados ucranianos, la mayoría mujeres, niños y ancianos, encuentren lugares seguros en países vecinos como Polonia, Eslovaquia y Rumania, aunque otras naciones de la Unión Europea también abrieron sus límites.
En esta población viven casi 800 mil personas que todavía no escuchan el sonido bélico, pero se prepararan para cuando pudiera suceder lo que parece inevitable.
Constantemente llegan trenes desde Kiev y otras ciudades más próximas a los primeros frentes de la guerra. Aquí las autoridades decidieron que sean gratuitos los traslados, por las calles la vida parece normal, el frío es menos de cero grados centígrados y la comida aún no escasea.
Se ven soldados en las estaciones del tren ayudando a subir y bajar de los vagones a los pasajeros, algunos con cara de preocupación. Y los policías tienen la orden de tener bajo control el trabajo de los corresponsales extranjeros que empiezan a llegar para cubrir el conflicto.
El servicio de Internet donde me hospedo es intermitente. Ayer me detuvieron para checar mis papeles y me retuvieron la cámara fotográfica, pero me la devolvieron más tarde.
Por el momento la guerra no ha llegado. Mi trabajo se centra en ir a las estaciones del tren para documentar a los refugiados y, en dos días, quiero intentar viajar a Kiev con un compañero francés.
La recomendación es trasladarse en tren, no en auto, ante el riesgo de que se instale un check point con gente extraña y tomen nuestras pertenencias.
Me preocupa que Kiev, con cuatro millones de personas, pudiera sufrir un asedio como Sarajevo donde vivían 400 mil. No me imagino cómo sería darle de comer a tanta gente en una situación que me tocó vivir en la ex Yugoslavia.
Ya es tarde y quiero descansar. ¿Por qué estoy aquí? Porque no me quiero perder esta parte de la historia y porque es mi estilo de vida.
LIMITAN LABOR DE PERIODISTAS
En la puerta del hotel un equipo español de televisión se prepara para hacer un directo. El tranvía, los autobuses y autos los rozan a gran velocidad, cuesta abajo.
En la vereda de enfrente, en la esquina, un pequeño negocio ha formado una gran pila de bolsas de papas al lado de cajones con repollos. El comerciante no atina a ocuparse de ese equipo de la televisión israelita que ha instalado lámparas, trípode y ese camarógrafo que parece bailar luchando contra el frío delante de su modesto negocio.
Los periodistas de toda disciplina se hacen discretos en Lviv (Leópolis), ciudad que podría terminar siendo la próxima capital de Ucrania si Kiev cae en manos de los rusos. También podría ser que los rusos rodeen la capital de cuatro millones de habitantes para hacerla caer como fruta madura, hambrienta y helada. La semana que viene un anticiclón se instalará aquí haciendo bajar la temperatura a -10° centígrados.
Discretos andan los periodistas, ya que el Ministerio del Interior con el alto mando del Ejército han publicado un comunicado muy inquietante. Dice así:
Por lo tanto, les pedimos persistentemente que no grabe y no tomen una foto en check point, aeropuertos, estaciones de tren, depósitos de petróleo, oleoductos y gasoductos, plantas de energía, Ejército ucraniano, Equipo militar ucraniano. Deben estar en la ciudad durante el toque de queda (de 22:00 de la noche hasta las 6:00 de la mañana).
Varios son los periodistas que han sido revisados con más o menos discreción y amabilidad. Rodeados se les pide pasaporte y credenciales de prensa. Las credenciales de las Fuerzas Armadas de Ucrania son atribuidas luego de uno a dos meses, lo que no ayuda a ser creíbles.
Algunos han sido arrestados, otros interrogados hasta dos días. Esta verdadera paranoia ha alcanzado a la población que de vez en cuando amenaza a cuanta cámara ve paseando por las calles. El gobierno ha pedido a los ucranianos de estar muy atentos, ya que saboteadores rusos se habrían infiltrado en todo el país para crear caos y desorganizar su defensa. Cada cual debe alertar a las autoridades si ve pintas extrañas en las paredes o los techos, serían señales hacia los espías y saboteadores.
La angustia lleva los habitantes de Lviv a extremos tan ridículos como preocupantes: al entrar en un bar para tomar un café fui recibido por dos jóvenes en uniforme de combate negro, mascarilla negra; me exigieron mi pasaporte y al ver que era extranjero me preguntaron qué es lo que hacía en el país.
Tuve que mostrar mis credenciales. Y una vez en regla me he dado la vuelta tras murmullos, algo que no han entendido, pero he adivinado.