El transporte público se suma a la lista de víctimas colaterales del Coronavirus. Muchas d las rutas que circulan por el área metropolitana lucen prácticamente vacías debido a que la mayoría de la ciudadanía obedece el #QuédateEnCasa.
A pesar de ello se mantiene como un servicio indispensable para la población, específicamente para aquellos que por diferentes motivos no pueden dejar de trabajar.
La principal medida de prevención aplicada en los camiones ha sido la sanitización y se nota la limpieza dentro de las unidades, mientras que a los pocos usuarios y choferes se les ha visto utilizando cubrebocas, guantes y gel antibacterial.
En las paradas como máximo cinco personas se suben e inclusive los conductores dejan de ignorar “puntos muertos” con tal de recoger pasajeros y conseguir unas monedas de más. Zonas de alta densidad como el Centro de Monterrey o la colonia Independencia no son la sombra de lo que acostumbran.
Cabe destacar que el tráfico y accidentes viales disminuyeron considerablemente y se puede apreciar en avenidas concurridas tales como Constitución, Morones Prieto, Lázaro Cárdenas y Garza Sada.
El único momento en que aumentó el aforo fue cuando las autoridades anunciaron que se suspendería la venta de cerveza. Como si se tratase de una reacción en cadena, la gente dejó atrás el #QuédateEnCasa y regresó a las calles, primero para las “compras de pánico” y después reanudaron parte de su rutina.
Si bien es difícil captar camiones que carguen exceso de capacidad, rutas como el 203 y 5 -Estanzuela –que suelen albergar grandes cantidades de trabajadores de obras- mantuvieron sus aglomeraciones en horas pico y denotaron como no se debe aplicar la sana distancia.
EN EL METRO
El Sistema de Transporte Colectivo Metrorrey también adoleció ante la pandemia y para comprobarlo se realizó un recorrido por ambas líneas que comenzó en la Estación Zaragoza, que desde un inicio lució prácticamente vacía y vaticinó un viaje diferente a lo habitual.
Avanzado el camino la gente seguía subiendo y conforme incrementaban los pasajeros se apreciaba que ingresaban de todo tipo: desde trabajadores formales e informales hasta quienes se ganan la vida en el día a día; los grandes ausentes – por obvias razones- fueron los niños.
Un hecho inédito se presenció en Estación Cuauhtémoc; la parada en la que más gente aborda al ser la conexión de las dos líneas. Después de mucho tiempo, la gente no se abalanzó para entrar desesperadamente e inclusive respetaron la indicación de: “antes de entrar permita salir”.
Al llegar a Universidad se pudo apreciar algo que desde el Paro Nacional del 9 de marzo no se veía: una estación desolada y solitaria. Sumado a la suspensión de labores en la UANL, las multitudes, risas y conversaciones de los jóvenes universitarios fueron las grandes ausentes en este punto.
Siguió el camino y a lo mucho dos o tres personas se subían o bajaban. Al terminar el viaje en Sendero era momento de realizar el trayecto de vuelta y comprobar si había o no una diferencia en el nivel de afluencia.
Del otro lado la historia fue totalmente opuesta a lo sucedido en el inicio por Zaragoza; una considerable cantidad de pasajeros esperaba iniciar el recorrido y al ingresar los asientos se llenaron, primer momento donde percibí que la sana distancia se ignoró.
Sin embargo hubo quienes que ante la falta de un espacio de separación para sentarse optaron por permanecer parados, cosa que no hizo mucha diferencia mientras más pasajeros abordaban y aunado a ello la mayoría no portaba guantes o cubrebocas.
El vagón se mantuvo aglomerado hasta llegar una vez más a Cuauhtémoc, donde se dio un “éxodo masivo” que en su mayoría se dirigió a la Línea 1. Algo muy notorio que se apreció fue que tanto para la dirección Sendero como Zaragoza eran a lo mucho 20 personas esperando subir, números muy bajos para la estación con más movimiento.
Una curiosidad más del trayecto se vio en las escaleras para transbordar: mientras que las tradicionales no eran utilizadas las eléctricas fueron abarrotadas, reforzando aún más el desinterés por mantener distancia y evitar conglomeraciones.
Arriba sucedió lo contrario, ambas direcciones –Exposición y Talleres- presentaron grandes multitudes e independientemente de si se encontraban en la calle por necesidad u ociosidad abarrotaron las unidades.
Al tener estaciones con más afluencia tomé el camino hacía Talleres una vez dentro se sintió una vibra distinta a la habitual, el silencio abundaba, las caras largas prevalecían e inclusive muchos de los presentes optaron por dormirse, tanto sentados como parados.
En este viaje la primera parada que se mantuvo acaudalada fue Hospital, ubicada relativamente cerca del campus de Ciencias de la Salud de la UANL, que si bien careció de estudiantes esto no evitó que agregara pasajeros.
Siguió el trayecto y la vibra apática permanecía en los usuarios. Los ascensos y descensos solo se dieron en Mitras, Penitenciaria y Aztlán; estaciones concurridas y posicionadas estratégicamente en zonas populares.
Para variar el experimento me bajé en San Bernabé y observé como más pasajeros realizaron lo mismo y reafirmé el patrón que se mantuvo en todo el trayecto: “solo suben o bajan en las estaciones concurridas”.
Al esperar el vagón de regreso a Zaragoza sucedió lo mismo que en Cuauhtémoc, se juntó una aglomeración de aproximadamente 50 personas y una vez dentro no se podía aplicar la sana distancia.
El viaje de vuelta mantuvo la tónica de la ida; la gente adormilada, nulas conversaciones y un silencio imperante en el que uno podía escuchar sus propios pensamientos.
Asimismo conforme transcurría el recorrido los pasajeros solo se bajaban en las estaciones concurridas y el punto que presentó un ligero aumento en la capacidad fue Hospital, siendo la única parada que mantuvo una afluencia constante en ambas direcciones.
La historia se repitió en Cuauhtémoc, donde la mayoría se bajó y un detallé que atrapó mi atención fue en las escaleras para transbordar: se formó una conglomeración considerable, entre ellos mismos alentaban el paso, una vez más solo utilizaron las eléctricas y la sana distancia quedó solo en palabras al viento.
Ya en el vagón rumbo a Zaragoza concluí que el transporte público en Nuevo León presentó las “dos caras de la moneda”; hubo camiones y estaciones del Metro en las que no abundaba ni un alma, así como paradas y puntos en los que la gente se amontonaba y hacía caso omiso a las recomendaciones sanitarias.
Si bien la pandemia no se ha desatado –a comparación de Estados unidos- está en nosotros contribuir a romper la cadena de contagio y para aquellos usuarios que aún necesiten del transporte público: salgan solamente si es esencial, en estos tiempos aportamos más al quedarnos en casa.