Recorrieron más de 4 mil 200 kilómetros para llegar a México como la antesala del sueño americano. Son miles de viajeros de diferentes nacionales, pero en su mayoría venezolanos, quienes se desplazaron desde Sudamérica con la intención de ingresar a Estados Unidos y ser bien recibidos por la administración de Joe Biden.
Sin embargo, en su trayecto por ocho países, México ha sido el más complicado de transitar por la rudeza e inconsistencias de su política migratoria, ya que mientras en el sur el instituto Nacional de Migración (INM) les entregó una tarjeta que les permitía libre tránsito por todo el territorio, en el norte las autoridades de seguridad “invalidaron“ el documento y les impidió a toda costa llegar a la frontera en autobuses.
VIACRUCIS
El 12 de junio miles de migrantes llegaron a la capital regiomontana con la ilusión de comprar un boleto de autobús que los llevara hasta la frontera de Piedras Negras o Ciudad Acuña y una vez ahí buscar adentrarse ilegalmente en Estados Unidos con la esperanza de ser protegido por el gobierno.
Y es que, de acuerdo con la activista Amber Carpenter, directora de la Casa Alegre Hogar del Inmigrante, los ciudadanos de Venezuela tiene preferencia en el ingreso al vecino del norte, dada la situación política, económica y social de su país.
Sin embargo, al intentar llegar a la llegar a la frontera, un retén en los límites de Coahuila y Nuevo León “cortó“ las alas de los viajeros sudamericanos al impedirles el paso y regresándolos a Monterrey.
El letrero de “Bienvenidos a Coahuila“ quedó como un expresión exclusiva para mexicanos y como una estocada para los extranjeros, quienes se vieron forzados a retornar a la Sultana del Norte y adoptar a la Central de Autobuses de la avenida Colón como refugio improvisado.
Por días, hombres, mujeres, adolescentes, niños, niñas, bebés, familias completas o en solitario fueron presas del hacinamiento, el hambre, la discriminación, el sobre costo de productos y la indiferencia de las autoridades locales.
En un intento por recuperar el poco dinero que les quedaba y que habían invertido en los autobuses, los migrantes pidieron a las líneas de transporte les regresaran el pago del boleto, pero no sus peticiones no fueron escuchadas.
La central de autobuses se convirtió en un campamento temporal de venezolanos que solo tenían una petición al gobierno local: déjenos ir.
Robert Guadarrama tiene 24 años y escapó de la hambruna de país desde hace tres meses. Allá tuvo que dejar a su familia en su natal Maracaibo para intentar garantizarles un mejor futuro con base en las remesas, pero su sueño se truncó a poco menos de 400 kilómetros de distancia.
“Tenemos varios días aquí y estamos esperando respuesta, pero no nos dicen nada. Nos están regresando en Coahuila. Nos dieron un permiso para transitar libremente por el país y nos regresan, no podemos salir del país.
“Pagamos los buses y tampoco nos regresan el dinero. La migra es la que no nos deja salir la misma organización que nos dio el permiso ahora es la que nos detiene, pero nadie nos dice nada, nadie nos asesora.
“Estamos malgastando el pasaje porque lo pagamos y ya después de que lo pagamos nos detienen y nos bajan y ya no tenemos plata para comida, para hospedaje ni para nada. Por eso nos estamos manifestando“, dijo el migrante.
Y aunque hubo intento de organizaciones civiles e incluso del gobierno del Estado por mejorar las condiciones de estancia de los migrantes, la petición siempre fue la misma: que les permitieran irse para Estados Unidos.
“Estamos teniendo una crisis humanitaria muy difícil, pero también crisis económica y nos tocó salir del país.
“Me tocó dejar a mi familia en busca de una mejor vida, en busca de un mejor futuro, pero ya se ha puesto todo muy duro en el camino. Ya hemos vivido experiencias bastante malas, por eso queremos ayuda“, aseveró.
Daniel Vázquez de apenas 13 años de edad viajaba en solitario con el contingente. Desde los nueve años abandonó su natal Venezuela para adentrarse a Colombia con “la bendición“ de sus padres.
Desde entonces, trabajó para ahorrar un poco de dinero y emigrar a Estados Unidos.
Como muchos de sus compatriotas aprovechó las oleadas masivas para cruzar acompañado Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México, trayecto en el que vio de frente a la muerte por los vestigios de cientos de migrantes que no han logrado sobrevivir a la ruta.
En Tapachula fue ingresado al Centro de Migración Siglo XXI, en donde conoció a su nueva “familia”, esa que la acompañado en su travesía por México.
“Me salí desde niño a Colombia a una ciudad que era frontera con Venezuela, ahí me puse a trabajar. Mis papás no me dijeron nada, nada más que me fuera bien.
“A ellos los conocí en Sigo XXI y ya me vine con ellos, me gusta platicar y me cuidan. En Estados Unidos ya me esperan familiares, pero ahorita lo que necesitamos es salir, irnos de aquí”, mencionó el adolescente.
Sin dinero y sin permiso para tomar autobuses la desesperación comenzó a apoderarse de los migrantes, quienes para llamar la atención del gobierno realizaron protestas poco convencionales el 15 de junio: suturarse la boca.
PROTESTAS
Ante la negativa de las autoridades locales de dejarlos transitar rumbo a la frontera norte la mañana del 15 de junio 15 venezolanos decidieron suturarse la boca y empezar una huelga de hambre en la entrada principal de la Central de Autobuses.
Custodiados por una bandera venezolana al fondo, los manifestantes colocaron hilo en sus labios en protesta contra la indiferencia de las autoridades locales.
Las crudas imágenes circularon en las redes sociales con la intención de llamar la atención del gobierno del estado. Entre los venezolanos que se suturaron los labios se encontraba una mujer embarazada, a quien, sin importarle su gravidez, se postró al exterior del inmueble para que su silencio “hiciera ruido“.
“Ya llegamos media hora, cada media hora que pase, se va sumando un migrante más y cada hora que pase y que no tengamos respuesta vamos a ponernos un punto hasta cosernos la boca completamente.
“Necesitamos respuesta, por favor. Estamos en una huelga pacífica de sangre. Queremos respuestas para los niños y las mujeres. Ya llevamos una hora y se van sumando las personas que se cosen la boca. Cada hora nos vamos a ir cosiendo más y más.
“No somos delincuentes, somos profesionales, gente trabajadora, gente luchadora. No estamos aquí porque queremos ni porque nos guste. Somos migrantes y eso no es un delito“, aseveró un miembro del contingente.
A pesar de lo fuerte de las imágenes, ninguna autoridad escuchó el clamor de los sudamericanos lo que provocó aún más desespero y cerca de las 17:00 horas, con casi 39 grados centígrados al exterior, arrancaron una caravana rumbo al Palacio de Gobierno.
El contingente marchó desde la central hasta la Explanada Cultural para exigirle al gobernador, Samuel García, que les permitiera salir de las fronteras de Nuevo León y que les garantice seguridad en el trayecto, pues conocían a la perfección los peligros de la zona norte del país.
Al grito de “¡queremos irnos!” los cientos de migrantes, ya con un semblante menos ameno, atiborraron la plancha de la plaza cultural, pues aparentemente la activista Amber Carpinter había logrado convencer al Secretario de Gobierno, Javier Navarro de prestar camiones y seguridad para que se trasladaran a Piedras Negras.
Sin embargo, solo se trató de una falsa alarma. Tras más de dos horas de reunión entre la líder del colectivo pro migrante y el funcionario estatal, se llegó al acuerdo de que el Estado daría comida y ropa a los manifestantes, pero no transporte ni seguridad. Los ánimos comenzaron a caldearse en el lugar.
Una mujer venezolana al ver que sus súplicas no eran escuchadas decidió hincarse para implorar apoyo de las autoridades estatales.
La decisión del gobierno de Nuevo Léon desanimó a todo un contingente que anhelaba con una respuesta positiva, luego de que un día anterior las autoridades de Coahuila sí aceptaron trasladarlos en autobuses y custodiados.
Cerca de las 20:30 horas, los cientos de inconformes regresaron a su refugio temporal en la Central de Autobuses a planear su nueva estrategia, pero ya no de presión sino de seguir en caravana por sus propios medios que se limitaban a: sus pies.
Es así como un día después, el 16 de junio el contingente de venezolanos, ya fraccionado, decidió moverse a Saltillo y ahí tomar la carretera 57 con destino a Piedras Negras.
Más de 434 kilómetros separan a la capital coahuilenses de la ciudad fronteriza, pero se trata del “último jalón“ antes del anhelado sueño americano. Por eso, los cientos de migrantes comenzaron un nuevo viacrucis con dirección al sur del Río Bravo.
Desde entonces, viajeros del vecino estado han documentado con sus celulares la travesía de los sudamericanos, que en un escenario sin contratiempos y sin descanso tardarían cerca de cuatro días en llegar a su destino.