Si se le ve de lejos, su complexión delgada y de apenas 1.50 metros de estatura crean la impresión de que quien maneja el peculiar triciclo es un adolescente, pero de cerca, las arrugas en su piel, la mirada cansada y el cabello cano evidencian los 72 años del popular vecino nicolaíta: don Carlos Treviño Hernández.
Famoso por sus recorridos diarios en busca de alimento, el septuagenario y su esposa doña Clementina Garza Durón habitan en un pequeño cuarto con techo de lámina, que también sirve de refugio para dos perros.
Al exterior, una pequeña barda de madera delimita su terreno, ese que parece un basurero o deshuesadero por la cantidad de “mercancía” que recoge de la calle con la esperanza de un día comercializarlos.
La suerte de esta pareja es el recuerdo constante de la pobreza que aqueja algunas familias y su lucha por sobrevivir. También es el rostro del abandono de sus seres más cercanos y el de la solidaridad de sus vecinos.
Cada mañana, sin importar las condiciones del clima, el septuagenario sale de su domicilio en la calle Anillo Eléctrico 224 de la colonia Torres de Santo Domingo de San Nicolás, con el objetivo de convertir la basura de los más afortunados en su principal fuente de ingresos.
“Me voy por las calles a buscar latas o botes, a veces cartón y ahí ando para venderlo y sacar unos centavitos, para sacar para comer porque con lo que me dan de pensión no me alcanza”, dijo Treviño Hernández.
A bordo de su fiel amigo de tres ruedas, la edad no limita a don Carlos, pues el hambre empuja más fuerte y lo mantienen recorriendo las calles de las colonias del sector en busca de aluminio, plástico y papel para vender y llevar un poco de alimento para él y su esposa.
El peregrinar del septuagenario inicia desde temprano, cuando la oscuridad aún impera en la ciudad, amenazada por los delicados rayos de sol.
Son cerca de las 8:00 horas y don Carlos se despierta para dar un poco de alimento a los pollos que habitan en su propiedad, que más que animales son compañeros temporales de pericias y la oportunidad de un ingreso económico extra más adelante.
“Tengo unos pollillos ahí, me paro a darles de comer, les doy de comer y luego ya almuerzo, les pongo agua a los animales y ya agarro el triciclo y me voy a juntar las botellas, pero si tengo me voy a venderlas primero”, manifestó don Carlos.
Pero en dicho domicilio, no todos corren con la misma suerte; en ocasiones, la falta de dinero le impide llevar alimento a su estómago antes de salir a trabajar.
En los días menos afortunados, lo acompaña sólo la bendición de su mujer y un hueco en el estómago.
Sigilosamente, don Carlos transita por las arterias de la ciudad en busca de sus “minas de oro”, que no son más que botes de basura, en donde pueda encontrar latas o envases.
Se le ve por diferentes colonias, en muchas de ellas ya es bien conocido, al grado de que algunos habitantes en mejores condiciones económicas le regalan aluminio, plástico y en los escenarios más óptimos un poco de despensa.
“Hay una señora que me ayuda como quiera, me da una despensita cada semana. Me da aceite, sopas, frijoles. Son gente que tienen más o menos y comparten con la gente”, comentó el entrevistado.
“Me dijo que cada semana pasara por su casa para darme esa ayudadita, que aunque fuera poquito de algo me iba a servir y sí me sirve de verdad”, agregó.
Pero no todo es tan sencillo, la situación de don Carlos y su esposa no es atípica en la ciudad, por lo que el septuagenario se enfrenta cada día al hambre de otros pepenadores, que como él, salen a la caza de materiales para vender.
Su cita con la supervivencia comienza desde temprano, pero termina tarde. Más allá del cansancio por los kilómetros de calle que recorre diariamente, la hora de regreso a casa se mide por la cantidad de materiales que ya recolectó.
Para cuando la noche se hace presente nuevamente en la ciudad, don Carlos ya debió de haber cumplido su cometido y dirigirse a casa, tras vender los botes de plástico o aluminio.
“En las mañanas me voy casi como desde las 10 y vengo regresando como a las 7. Estoy todo el día, es puro caminar, ya cuando veo que traigo más o menos, pues ya me regreso a la casa”, aseveró el pepenador.
En un buen día, el septuagenario consigue hasta 130 pesos, pero pocas son las fechas en las que el destino le prepara esas sorpresas, por lo general logra 75 pesos, que muy y apenas le alcanzan para un poco de mandado.
La prioridad en los recibos siempre ha sido el gas, pues están conscientes que comer, más que lujo es una necesidad.
“Una comadre mía me presta para pagar el recibo de gas, que es el que no quiero que me corte. Nada más tengo el servicio porque me prestan”, dijo el vecino de San Nicolás.
Y es que los vecinos siempre han sido parte importante del poco bienestar con el que cuenta la familia, pues no hay día en que no se les ofrezca un plato de comida.
HUMILDE MORADA
Mientras que Treviño Hernández recorre las calles en busca de “mercancías”, en casa doña Clementina convive con la soledad, las carencias y las inclemencias del clima.
Custodiada por dos perros, la mujer de 67 años se hace responsable del terreno que les fue entregado hace varias décadas y en donde edificaron su humilde patrimonio.
“Nos entregaron un terreno, yo tenía unos centavitos guardados y unos primos de mi señora empezaron a hacernos el cuartito, ya tiene años esto”, comentó don Carlos.
En un cuarto que no supera los 30 metros cuadrados, convive la pareja con sus mascotas y decenas de objetos descompuestos, envolturas, envases y latas.
La casa, que tiene como enemigo el clima extremoso de la región, no soporta los cambios de temperatura.
Durante la temporada de lluvias, la filtración de agua por el techo es el común denominador, afortunadamente el hombre de la casa recurrió a su creatividad para solucionar el problema con plastilina.
“Vivimos mal, pero no quiero tener muchas comodidades porque ya estoy acostumbrado a todo. En lluvias ya estamos bien porque le puse plastilina y frío sí tenemos, pero nos tapamos con unas cobijitas calientitas y ahí la pasamos más o menos”, expresó don Carlos.
El calor y el frío también repercuten en la pareja, pues aunque cuentan con luz y gas no tienen abanicos o calentadores para mitigar los excesos de las temporadas.
A las afueras, las gigantescas bolsas negras, repletas de productos, adornan el jardín, mientras que objetos electrónicos en desuso se alzan como estatuas en la silenciosa morada.
Pero meses atrás no todo era tan callado en el domicilio de Anillo Eléctrico, hace apenas un año, la sonrisa de una adolescente amenizaba la cruda realidad de la pareja: su nieta Monserrat, a quien criaron desde pequeña, cuando la madre de la menor los abandonó.
Desde entonces, don Carlos y doña Clementina se convirtieron en los padres de la pequeña, a quien nunca le faltó un plato de comida en la mesa.
“Cuando estaba con nosotros nunca le faltó nada, siempre comía bien, porque a mí me gusta comer bien, nada de que nada más cuatro tortillas y ya. No, aquí se come bien, aunque sean frijolitos y tortillas, pero se come como debe de ser”, mencionó don Carlos.
Cuando el poco dinero escaseaba, el estómago de los abuelos se retorcía por la falta de alimento, pero no el de la pequeña nieta, quien tenía la habilidad de mitigar cualquier hambre o dolor con una mirada.
Sin embargo, el encanto de la pequeña se esfumó cuando su madre, sabiendo que el padre biológico de la menor les entregaba dinero para su manutención, se las arrebató para quedarse con ella y su pensión alimenticia.
“La niña estuvo mucho tiempo con nosotros, nos la entregaron de brazos, mi señora fue la que la crió”, mencionó el entrevistado.
“Como el papá de la niña nos estaba dando 300 pesos por semana, mi hija luego luego nos la peleó porque quería agarrar ese dinero”, agregó.
La partida de Monserrat fue un duro golpe para la pareja, quien ahora tendría que afrontar la miseria sin su pequeña “musa” de la vida.
ACCIDENTE QUE MARCÓ
La historia de don Carlos y doña Clementina no siempre tuvo tintes de miseria. En un principio, el ahora septuagenario trabajó para una importante compañía en Monterrey.
El trabajo, aunque no le alcanzaba para lujos, sí le daba para vivir sin problemas.
Sin embargo, décadas atrás, cuando se dirigía a su empleo, justo antes de llegar, fue arroyado por un vehículo que lo dejó tendido en el asfalto y le provocó fracturas severas en la pierna izquierda.
“Tuve un accidente antes de llegar a la fábrica y ahí me pensionaron. Seguí trabajando como quiera, pero después me reajustaron”, expresó el septuagenario.
Dos meses después del incidente, el nicolaíta, originario de General Bravo, Nuevo León, fue reajustado y pensionado con sólo el 65 por ciento de su salario. En ese momento inició el declive de su calidad de vida.
“Empezamos a batallar cuando me desocuparon de la fábrica, fue como en los años 60 y fue cuando empecé a batallar porque me dieron unos centavitos, pero nos los gastamos”, comentó el entrevistado.
“Sí me salían trabajitos aquí y allá, ahí anduve, pero ya no pude”, agregó.
De rentar una casa, la pareja se tuvo que mudar a su nueva morada, que desde lejos evidencia las carencias por las que atraviesan.
Y es que al mes, la pareja recibe mil 700 pesos, lo que se traduce a un gasto de 56 pesos diarios, una cantidad que no les alcanza ni para sobrevivir.
“Me alcanza nada más para comprar un mandadito, para pagar el gas y recibitos, es todo. A veces para cuando caen los recibos ya no tengo dinero para pagar”, señaló.
Por tal razón, don Carlos se ve obligado a buscar un ingreso extra en las calles, a pesar de su edad y las dolencias que le dejó el accidente de hace siete años.
“Mire a mí me duele mucho la pierna, pero tengo que salir a buscar los botes como quiera. Cuando me accidenté me pusieron un fierro grandote en la pierna, haz de cuenta que me taladraron el hueso, pero no quedó bien y ahorita ya me duele, pero ni modo, así le tengo que dar”, comentó.
UNA NAVIDAD DIFERENTE
Entre basura, mercancía y pobreza, transcurren los 365 días del año para la pareja Treviño Garza, todos son un día nuevo, pero todos son igual de preocupantes.
Y es que en un hogar en donde no se sabe si habrá comida al día siguiente, no hay fecha especial que interese, ni siquiera Navidad.
“Yo le voy a decir la verdad, la Nochebuena para mí es como cualquier día”, expresó con desilusión el entrevistado.
Es diciembre y la fachada de don Carlos y doña Clementina luce triste y sin color. No hay adornos de Nochebuena, esferas, bastones de caramelos, Santa Clós, renos o nacimientos.
Contrario a la mayoría de la población, para esta pareja Nochebuena no es más que 24 de diciembre, un día en el que igualmente se tiene que trabajar y una noche en la que no se sabe qué se va a comer.
Los pocos años en los que la fecha ha sido distinta, es cuando familiares cercanos o vecinos los invitan cenar a sus casas para celebrar la Navidad, pues al final del festejo los esposos saldrán del lugar con un abrazo fuerte y comida para el recalentado.
“A veces una de mis hermanas me manda a hablar para que vayamos a rezar y a comer, pero estamos un ratito nada más”, señaló Treviño Hernández.
No se trata de orgullo sino de un destino que tiene que cumplir, de acuerdo a don Carlos, pues asegura que siempre ha sido pobre y sólo necesita de poco para ser feliz.
Por lo tanto, nunca le ha interesado pedir ayuda y ha logrado vivir más de 70 años con el esfuerzo de su trabajo y las dádivas de los más afortunados.
“Yo digo que mientras pueda moverme o hacerle la lucha le voy a dar para adelante, porque yo como quiera saco para las tortillas y los frijoles”, indicó Treviño Hernández.