Desde hace más de 950 días (alrededor de dos años y medio), Ramón Ortiz Valdez, y su esposa Josefa Navarrete, tienen que llamarle hogar a un rincón de dos por dos metros cuadrados en el área de encamados del Hospital General Reynosa.
Un accidente automovilístico en el año 2007, condenó a este hombre de 38 años de edad a vivir encadenado a una cama y conectado a una máquina que se convierte en su única posibilidad de sobrevivir.
Tras el percance, Ramón no puede mover ningún músculo de su cuerpo, con excepción de su cabeza, además de que la única forma con la que puede respirar es con la ayuda de un ventilador mecánico, un aparato médico que se conecta a su tráquea por medio de un tubo.
Ramón requiere tanto este aparato –que en el mercado se cotiza en ocho mil 500 dólares (106 mil 250 pesos)-, que si por algún motivo llegara a apagarse, aunque sea por unos minutos, representaría la muerte por asfixia para este hombre.
Clínicamente, Ramón y su esposa podrían regresar a su casa en la colonia Lomas Real de Jarachina en Reynosa, o a Tampico, donde viven sus familiares, si tan solo contaran con el dinero suficiente para poder comprar un ventilador mecánico. Por ello, este matrimonio padres de dos hijas de 10 y 6 años, no ha podido abandonar el Hospital General de esta frontera.
Quien más sufre las consecuencias de este encarcelamiento voluntario es Josefa, quien se ha convertido en un personaje habitual en los pasillos del único hospital público de la ciudad, a donde llegan las personas que no cuentan con seguridad social o los recursos suficientes para pagar la atención de un nosocomio particular.
Desde el año 2008, cuando Ramón llegó al Hospital General procedente del estado de Missouri, en Estados Unidos, Josefa pasa cada minuto de su vida junto a su esposo, pendiente de todas sus necesidades.
Sin mayores ingresos económicos que los que le proporcionan las muchas almas caritativas que ha conocido durante el internamiento de su marido, Josefa se ha consagrado en cuerpo y alma a mantener en las mejores condiciones posibles a su esposo, bañándolo, rasurándolo, cambiándole sus pañales y evitando que sus extremidades se llenen de llagas, como sucede en la mayor parte de los casos de las personas parapléjicas.
¿POR QUE LO REGRESARON?
Quien llega al pie de la cama 704 del Hospital General en Reynosa, se encuentra con un hombre que sonríe, aún cuando no puede mover más que su cabeza y cuya garganta está conectada a una máquina por medio de un tubo que le impide hablar con claridad.
A su lado se encuentra Josefa, quien cuando no está cuidando de su esposo, pasa las horas leyendo la Biblia, viendo la televisión o alguna película gracias al aparato reproductor de DVD´s que alguien les regaló hace tiempo.
La mujer no es ninguna extraña a las entrevistas, cámaras y micrófonos, en un par de ocasiones ha contado su historia a medios de comunicación regionales con la esperanza de que alguien pueda ayudarlos a salir de la situación en la que se encuentran.
Sin poder ocultar la tristeza que le provoca recordar el origen de sus infortunios, relató que su esposo decidió cruzar ilegalmente a Estados Unidos para encontrar un trabajo que le permitiera darle una vida digna a su familia.
Mientras, ella se quedó en Tampico, donde vivía junto con su mamá; Ramón llegó hasta Arkansas, donde obtuvo un empleo en una empresa procesadora de pollos.
Durante algunos meses la vida fue apacible para este matrimonio, que aunque estaba separado, tenía la esperanza de poder ahorrar lo suficiente para un día poder volver a estar juntos.
Sin embargo todo cambió el 20 de septiembre de 2007, cuando la camioneta que Ramón conducía por una autopista interestatal del estado de Missouri fue arrollada por un tráiler quinta rueda que la destruyó por completo.
El impacto fue tan fuerte, que casi parte en dos a Ramón, lesionándolo severamente en la espina dorsal, por lo que quedó imposibilitado no sólo para mover su cuerpo, sino para poder respirar por sí mismo.
De hecho, este hombre no despertó sino cuatro meses después del accidente, cuando se encontró internado en un hospital llamado St. Johns que se encuentra en alguna ciudad del estado de Missouri (no recuerda cual).
Para entonces su mujer ya había sido notificada del percance de su marido, pero como no cuenta con visa para ingresar a Estados Unidos, no podía unirse a su esposo para saber el estado en el que se encontraba.
Tras poco más de un año de permanecer internado en el nosocomio norteamericano, un día un funcionario del hospital le informó a Ramón que iba a ser trasladado a México y nada más, no hubo ninguna otra explicación.
De hecho, explicó Josefa, la condición migratoria de su esposo no era un obstáculo para que pudiera permanecer hospitalizado en Estados Unidos e, incluso, ha sido informada que su esposo no fue deportado.
Aún así, la mañana del 28 de septiembre del año 2008 Ramón fue subido a un avión junto con un médico y una enfermera y tras unas horas de vuelo, aterrizó en la ciudad de Reynosa, donde fue trasladado al Hospital General de esta ciudad.
Para entonces, su esposa ya lo estaba esperando en el área que hoy se ha convertido a la vez en hogar y cárcel para este matrimonio.
MAS DE UN
MILLON DE CUENTA
Desde el primer día que llegó al hospital, Josefa se convirtió en el ángel de la guarda de su marido, pendiente de cada una de sus necesidades.
La posibilidad de permanecer más de dos años y medio en este lugar nunca pasó por la mente de esta mujer, quien anhelaba que los males de su esposo no fueran tan graves como realmente lo son.
Con el paso del tiempo Ramón fue mejorando, y aunque nunca más podrá volver a usar su cuerpo o respirar por sí mismo, sí está en condiciones de poder regresar a su casa, siempre y cuando no sea desconectado del ventilador mecánico.
El problema es que esta pareja no tiene los más de 100 mil pesos que se necesitan para comprar uno de estos aparatos, por lo que no pueden abandonar las instalaciones del nosocomio.
Tampoco es como si no tuvieran a dónde ir. En Tampico Josefa tiene a su mamá que en estos momentos está al cuidado de sus dos pequeñas hijas. Además, está la casa que el matrimonio adquirió en la colonia Lomas Real de Jarachina, que permanece abandonada y generando una deuda que cada día crece más, pues ni Ramón o su esposa tiene trabajo o dinero para pagar las mensualidades.
Sin embargo, la deuda que realmente preocupa a este matrimonio es la que se ha generado con los gastos de hospitalización de Ramón que al último corte, realizado el pasado 15 de mayo, asciende a un millón 328 mil 589 pesos.
Afortunadamente para ellos, el Hospital General de Reynosa es público y un estudio socioeconómico que les realizaron demuestra que no tienen la capacidad económica para cubrir este dinero, por lo que seguramente nunca tendrán que pagar la factura, aseguró Marisol Chávez Becerril, jefa de Trabajo Social del centro hospitalario.
La funcionaria explicó que en el caso de esta pareja, las autoridades del hospital han hecho todo lo posible para ayudarlos, por eso los dejan tener una pequeña televisión y un ventilador que hacen las horas más pasables para Ramón y su mujer.
Además, indicó, le permiten a Josefa bañarse dentro del centro hospitalario, además de que la apoyan con ropa, calzado, botes de agua, pañales, toallitas húmedas, rastrillos y todos los artículos de aseo personal que sea posible.
A CAMBIO
En diciembre del año pasado, gracias a una entrevista que fue televisada en un canal regional, la pareja recibió un regalo que creyeron era la respuesta a todas sus plegarias: un residente de la ciudad de Mission les regaló un ventilador mecánico de medio uso.
En ese momento tanto Ramón como Josefa no pudieron evitar soñar que finalmente iban a poder abandonar el hospital en el que han vivido desde hace casi mil días.
Sin embargo, el gozo se fue para el pozo cuando se dieron cuenta que el aparato que les regalaron no cumple con las especificaciones que Ramón necesita para sobrevivir, pues no ofrece la presión necesaria que este hombre requiere para respirar.
Desde entonces la pareja tiene guardado el ventilador mecánico, esperando que alguien acepte cambiárselos por uno que Ramón necesita o aparezca alguien en sus mismas condiciones que sí pueda usarlo.
Incluso, Josefa nunca ha considerado la posibilidad de vender el regalo, pues consideran que al hacerlo estarían lucrando con la necesidad de alguien que, como ellos, no puede pagar un aparato de este tipo.
Por ello la pareja no pierde la fe de que un día van a encontrar a alguien que les proporcione el ventilador que realmente requieren.
Sin embargo, cuando la esposa de Ramón piensa en ese día, no puede evitar sentirse angustiada, porque sabe que el hecho de salir del hospital, así como va a representar la libertad que tanto anhelan, también quiere decir que seguramente se van a quedar en el desamparo.
Y es que mientras permanezca hospitalizado, Ramón no solamente tiene los cuidados que su esposa le proporciona, sino también el de los médicos y enfermeras quienes ya le han tomado cariño a la pareja.
Todo eso cambiaría una vez que el matrimonio estuviera fuera del Hospital General, porque entonces Josefa tendría que encontrar un empleo para pagar no solamente los gastos de ambos, sino el sueldo de una persona que cuidara a Ramón mientras ella esté trabajando.
Estas opciones no hacen más que angustiar a esta pobre mujer que ya sufre lo indecible, pero aún tiene la suficiente fe para esperar que un día todo va a estar bien y podrán reactivar una vida que se cortó hace poco más de cuatro años, cuando un camión embistió la camioneta de su marido, dejándolo incapacitado de por vida.
Los olvidados
por Gerardo Ramos Minor
Perdidos entre los cientos de pacientes internados en el Hospital General Reynosa se encuentra un puñado de personas que no sólo sufren con las enfermedades de su cuerpo, sino también con el olvido de los que, se supone, son sus seres queridos.
Son los olvidados. Indigentes (muchos) y personas de la tercera edad (todos), quienes desde hace meses fueron abandonados a su suerte en una cama del centro médico de esta frontera.
Aunque nunca hay una cantidad exacta de cuántos pueden llegar a haber, siempre hay por lo menos uno, aseguró Marisol Chávez Becerril, jefa de Trabajo Social del Hospital General de Reynosa quien se ha convertido en amiga, consuelo y ángel de la guarda de todas estas personas.
La funcionaria explicó que independientemente del drama humano que cada uno de ellos representa, también son un problema presupuestal para este centro médico que sobrevive, además del erario estatal, de las cuotas de recuperación que se les cobra a quienes aquí reciben atención.
Los números no mienten. En el año 2006 hubo 257 pacientes en esta condición que representaron un gasto de 501 mil 840 pesos. Cuatro años después, en el 2010, la cantidad aumento a 326 pacientes que generaron un egreso de un millón 484 mil 571.
En este 2011 las cosas no parecen mejorar, pues hasta el pasado mes de abril se han atendido a 105 pacientes que significan una erogación de 614 mil 603 pesos.
Desgraciadamente, indicó la funcionaria, la mayor parte de estas personas tienen un familiar que podría hacerse cargo de ellos, pero simplemente no quiere hacerlo.
Chávez Becerril agregó que se han dado casos en los que han solicitado la intervención de la Procuraduría para la Defensa del Menor y la Familia del Sistema DIF, que ha interpuesto denuncias penales por el abandono en el que se encuentran estas personas.
Aún así, nada puede evitar que muchos de estos olvidados mueran solos y sus cuerpos sean depositados en la fosa común, pues nadie acude a reclamar sus restos.
FAUSTO, EL ALBAÑIL
En enero del año 2010, Fausto Reyes Role, quien ahora tiene 68 años de edad, regresaba de su trabajo como albañil a su domicilio en la colonia Leyes de Reforma en la caja de una camioneta que fue embestida por otro automóvil.
Por el impacto, Fausto salió proyectado hacia el pavimento y el golpe fue tan brutal, que le fracturó la espalda, dejándolo paralítico de por vida.
Asustado por el percance y las consecuencias que podría tener para su negocio, el patrón de Fausto no reportó que el herido contaba con la protección del Seguro