
Ahí van por las calles, con su pregón de siempre: “Camotes, camotes, compre usted sus camotes”. Y acompañan su grito con el silbido que surge de un cilindro de lámina conectado en el extremo del tradicional carrito, repleto de la mercancía anunciada que no pierde su temperatura por el calor que expide el fuego de la leña en la parte inferior del armatoste.
Pero no sólo ofertan el rico camote con miel, pues hay paladares que no se pueden privar del riquísimo plátano macho en almíbar. Y entonces el atractivo es mayor para la gente que admira a estos vendedores al pasar por las calles de distintas colonias.
“Camotes…”, es la voz que alerta sobre todo a los niños para que los adultos compren el conocido tubérculo que a muchos empalaga pero a otros endulza a placer como rico aperitivo a media mañana o media tarde, y que también sirve de postre después de la comida.
Ahí van por las calles empujando su carrito porque es la forma que tienen para ganarse la vida. Son alrededor de nueve hombres, tostados por el sol de su tierra natal, Oaxaca, quienes viven en Juárez, NL y prestan sus servicios a un paisano que los lleva en un camión de redilas a distintos puntos del área metropolitana, a fin de esparcirse de un lado a otro y vender toda la mercancía en un horario de 12 horas.
“Trabajamos de sol a sol”, dice Jorge Lucero con la seriedad del caso pero tratando de allanar el camino para una broma ensayada que al final le hace soltar la carcajada: “Por eso cuando está nublado nos quedamos en la casa”.
Y el oaxaqueño enmienda la frase: “No es cierto. Es un modo de hablar, porque aunque no salga el sol nosotros sí tenemos que salir a vender para poder comer”. Dice que así lo ha hecho en Monterrey y en otros municipios conurbados desde hace 21 años que decidió salir de Puerto Escondido para venir a radicar en Monterrey.
Al cuestionarle por qué dejó el paraíso turístico donde nació si se toma en cuenta que la mayoría de los regiomontanos quisieran vivir al lado de la playa y en medio de una vegetación generosa, el oaxaqueño contesta con un dechado de filosofía popular: “Ya ve usted cómo somos todos. Queremos estar donde no estamos y queremos tener lo que no tenemos. Y cuando ya estamos donde queremos, queremos regresar al lugar de donde vinimos. Por eso andamos de un lado para otro”.
Juan Hernández, en cambio, es un joven que recién llegó a Juárez, NL y apenas tiene un año en el negocio. Pero él es de otra opinión: “Yo sí me quiero volver a Oaxaca. Nada más estoy haciendo unos ahorros y me regreso”.
Jorge Lucero muestra orgulloso su mercancía antes de enrumbarse por la colonia Industrial “a sacar el chivo”, afirma con la conocida frase coloquial. “No hay de otra”.
Ambos oaxaqueños platican que los camotes y el plátano macho lo consiguen muy temprano en el Mercado de Abastos en San Nicolás de los Garza para luego procesarlos a fuego lento y ofrecerlos, así, calientitos, a los clientes.
“Hay días muy buenos en que nos pagan 400 pesos diarios o más, pero también hay días no tan buenos y apenas nos llevamos un sueldo de 150 pesos, aunque el promedio de 300 pesos no está nada mal”, comenta Jorge Lucero.
Y ahí van por las calles endulzando con su pregón el oído de los colonos y el paladar de sus clientes que los tienen bien identificados también por el silbido de su carrito con los colores verdes maltratados por el constante uso. “Camotes, camotes, compre usted sus camotes…”.