Desde primeras damas hasta artistas mexicanas, ninguna se ha resistido al encanto de portar un rebozo, una prenda de identidad y orgullo azteca que incluso fue plasmada en las obras de la pintora Frida Kahlo.
Pero más allá del nacionalismo, para una comunidad potosina este accesorio representa el resultado de una tradición ancestral y el sustento de la economía local; se trata de Santa María del Río, San Luis Potosí, conocida como la cuna mundial del rebozo.
En este municipio, enclavado al sur de la entidad, la historia y el presente están marcados por la rebocería, su principal actividad económica desde la época de la Colonia.
“El 50 por ciento de la economía de Santa María del Río está basada en la elaboración y venta de rebocería”, indicó Juan Gerardo Jiménez Ramírez, director de servicios culturales y turismo municipal.
“El rebozo es una prenda femenina que ha te ido auge en diferentes épocas de la historia, principalmente cuando llegaron los españoles”, agregó.
Cerca de 3 mil familias santamarienses se dedican a la elaboración de rebozos, ya sea de tiempo completo o intermitente, una actividad que no distingue género en la localidad.
Y es que caminar por las calles empedradas de este municipio de 40 mil habitantes es como transitar por un taller gigantesco de rebocería artesanal distribuido en cada esquina y practicado por la mayoría de sus habitantes.
En este lugar se conjuga a la perfección la herencia de grupos prehispánicos y el legado de la colonización española, ya que el amor por la confección de piezas artesanales sólo es equiparable a su devoción católica, exhibida en las festividades religiosas que viven durante el año y las múltiples Iglesias que resaltan de su relieve montañoso.
Las crónicas de Santa María del Río relatan que el municipio fue posesionado por indígenas otomíes, grupo que sabía confeccionar la tilma, una prenda que servía como cobijas y cuya técnica ayudó como antecedente para la fabricación del rebozo.
Tras la llegada de los españoles y el inicio del comercio internacional de la Nueva España, el producto que lo haría mundialmente famoso llegó al municipio: la seda.
Con el arribo de este material comenzaron a fabricarse los primeros rebozos finos como un accesorio sumamente especial, al grado de existen anécdotas que señalan que los primeros en solicitarlos fueron los archiduques Maximiliano y Carlota de Habsburgo, emperadores del llamado Segundo Imperio Mexicano.
“En esa época, cuando Maximiliano comenzó a perder su poderío en México empezaron a vestirse propiamente como la gente de aquí y se mandaron a hacer rebozos de seda, de ahí nació la elaboración del rebozo de seda”, comentó Jiménez Ramírez.
Actualmente, Santa María del Río atrae a turistas nacionales y extranjeros que buscan adquirir rebozos únicos y de la más alta calidad, ya que su fabricación es artesanal y no en serie.
“Cada rebozo es único, es una pieza única, aquí no se hacen con máquinas ni en serie, se hace de uno por uno”, mencionó Jiménez Ramírez.
Por tal motivo, ninguna pieza tendrá el mismo costo que la otra, ya que el valor del rebozo varía dependiendo del material con el que se confeccione, el acabado y la mano de obra, ya que en el municipio habitan artesanos que han ganado concursos nacionales de rebocería.
Una pieza de artisela, que es hilo de algodón, puede rondar entre los mil 200 y mil 500 pesos, mientras que una de seda fácilmente supera los 7 mil pesos; estos últimos por lo general se fabrican bajo pedidos, debido al costo de la materia prima.
Y aunque su producción es principalmente para exportación nacional e internacional, aún es posible ver a las mujeres del municipio portar con elegancia la prenda, pese a que ya no es de uso común.
En Santa María del Río, el uso del rebozo se destina para ocasiones especiales, ya sea social, deportiva, de negocios y demás, pues una misma prenda puede ser usada de 230 formas diferentes de manera estilizada y para muestra la ex primera dama de México, Margarita Zavala, quien con frecuencia se le veía portando este accesorio.
“Casi todas las artistas, las esposas de los presidentes de la República, todas en las salidas que tienen portan rebozos. Simplemente la anterior primera dama, Margarita Zavala, a todos los lugares a los que iba portaba un rebozo y estoy casi casi seguro de que eran de aquí de Santa María del Río”, manifestó el director de servicios culturales y turismo municipal.
Los rebozos, el olor a pan dulce, los atoles mañaneros y pintorescas construcciones son tan sólo parte del folklore que ofrece Santa María del Río, un municipio casi desapercibido por los mexicanos, pero cuya esencia se distribuye en todo el mundo, gracias a los rebozos.
ARTESANÍAS DE HILOS
En Santa María del Río hablar de un rebozo es hablar de un miembro más de la comunidad, ya que es una pieza cuidada, valuada y sobre todo única.
En este lugar la confección se realiza de manera artesanal, sin maquinaria ni producción masiva, por ello un fabricante puede invertir hasta 15 días en elaborar una chalina o en un mes un rebozo con figura.
Enrique Rodríguez es un ejemplo de ello, como la mayoría de los que practican la rebocería; este joven heredó de sus antepasados el gusto por la confección, a la que ya le ha dedicado 16 años de su vida.
Su actual lugar de trabajo, el Taller Escuela de Rebocería Arfer, ubicado en la calle Ocampo número 265 de la zona centro de Santa María del Río, fue además el sitio en donde aprendió las técnicas para elaborar las piezas, ya que como algunos otros santamarienses obtuvo una beca para aprender el oficio más famoso de su comunidad.
Elaborar un lienzo único no es cosa sencilla cuando se desconoce la técnica, pero para quien lleva más de una década y media en la elaboración de rebozos, todo es cuestión de rutina.
“Todos los rebozos llevan el mismo, con excepción de los que son lisos, mejor conocidos como chalinas, esos llevan un proceso menor”, señaló el santamariense.
El primer paso para comenzar a confeccionar la prenda es el devanado, que significa enrollar el hilo alrededor de un carrete, o como ellos los llaman: cañones.
“El material llega en madejas, en color crudo, ya sea de artisela o de seda. Se coloca en ‘la mariposa’ para pasarla de la madeja a los cañones”, indicó Enrique, quien mientras explicaba enrollaba el hilo en los carretes, un proceso que le puede tardar 20 minutos sin parar.
“El color de la artisela o seda, así como del hilo de amarrar, la pesa, la trama con lo que protegemos y el resto del material siempre llega en color ‘crudo’ o cristalino y más adelante se le coloca un color”.
El hilo de artisela o seda llega en madejas para que pueda ser devanado fácilmente. En el mercado, un kilo de madeja de artisela ronda los 270 pesos, mientras que un kilo de madeja de seda cuesta alrededor de 6 mil 250 pesos.
Ya que el hilo de artisela o seda ha sido devanado el siguiente paso de la rebocería es el urdido, que significa prepara los hilos para tejer, apoyados por una estructura de madera, denominada cajón urdidor. En este paso se define el largo y ancho del rebozo.
“Entonces, en este paso, los ‘carrilitos’ que se hicieron con el devanado se colocan en los alambres externos del urdidor, dejando espacios dependiendo del tamaño y estilo que se quiera dar a la chalina o rebozo”, mencionó Enrique.
“El de 44 y 48 dorsales es la medida promedio normal del rebozo, en este proceso hay que torcer los hilos, hay que irlos contando”, agregó
A Enrique, con 16 años de experiencia en el negocio, el urdido le puede tomar 40 minutos sin descanso, ya sea del veteado, que es la parte superior del rebozo, o el fondo.
Una vez que se termina el urdido pasa al pepenado, que consiste en repartir los hilos para formar los cordones en el bastidor. Ya hechos, se tuercen los cordones y se les unta atole de masa hervido para que endurezcan y faciliten el dibujo, a este paso se le conoce como boleado.
Endurecidos los cordones se procede a realizar el dibujo con un lapicero normal. Una vez pincelada la figura se continúa con el amarrado del rebozo en donde se cubre los espacios en blanco dibujados con hilo.
El teñido de la tela es como se le conoce a la siguiente fase de la rebocería, que como su nombre lo indica, es el paso en donde se pinta el espacio no amarrado de color, dando como resultado el dibujo del rebozo.
Aunque en el pasado se utilizaban colorantes naturales como cáscaras de nuez, granada e incluso fierros oxidados, actualmente se usan pinturas artificiales, así como sulfuro para darle firmeza y sal en grano para fijar el color.
Para darle color a los hilos de la futura prenda, se coloca al fuego una cubeta con tinta diluida en agua y cuando está a punto de hervir se sumergen los hilos amarrados y se achina, que quiere decir sumergir y sacar del agua los hilos 300 veces para dar un teñido más uniforme.
“Una vez que se hace el movimiento 300 veces se le deja reposar cerca de 20 minutos, pero con intervalos de 300 achinadas, ya que al hervir el agua lo puede enredar. Al transcurrir los 20 minutos se vuelve a achinar 150 veces para finalizar”, mencionó Enrique Rodríguez.
Un proceso igual se usa para teñir las puntas del veteo o fondo del rebozo, con ayuda de madera para sujetar el material y que al sumergirlo a la pintura el color se impregne de manera regular en todos los hilos. Al finalizar, se enjuagan y se colocan nuevamente en el bastidor para colocárseles almidón y dejarlos secar.
Una vez seca la coloración se continúa con el desatado de la tela, que es quitar todos los amarres que protegieron la tela.
“Una vez que seca la coloración hay que comenzar a quitarle todos los nuditos, y ya que le quitamos todos los nuditos empezamos a abrirla, empezamos a despegar la tela y a agarrar cada dorsal”, señaló el fabricante de rebozos.
El siguiente paso es tal vez el más conocido y llamativo de la rebocería: el tejido. A través de un prendedor, el fabricando comienza a confeccionar la prenda, apoyado por todo su cuerpo, una fase a la que le puede invertir hasta un día y medio dándose prisa, sólo parándose a comer.
“El prendedor en cada extremo lleva una punta de alfiler para poder encajar la tela, ese prendedor nos ayuda para que no vaya abriendo o cerrando la tela que vaya a su ancho, cuando la sacamos del bastidor la tela nos queda suelta, así como la empezamos a trabajar”, comentó.
El resultado del laborioso proceso es una hermosa y elegante prenda femenina, orgullo de Santa María del Río y de México; sin embargo, debido a su complejidad, Enrique reconoce que los jóvenes santamarienses no están interesados en seguir con la tradición de reboceros.
“Por una parte porque es muy mal pagado y por otra muy laborioso”, indicó.
Pero este joven potosino trae el oficio en la sangre y con 12 años laborando para el Taller Escuela de Rebocería Arfer, uno de los más tradicionales de Santa María del Río con casi medio siglo de antigüedad, las satisfacciones han sido bastas, ya que entre sus clientas se encuentran figuras de la clase política y los espectáculos.
“La esposa de Carlos Salinas, Cecilia Occelli, y la cantante María de Lourdes han solicitado al taller fabricarles rebozos”, mencionó.
Más allá de una prenda, los rebozos son parte de la identidad mexicana y en Santa María del Río, San Luis Potosí, la prenda representa todo: un ícono de economía, proyección y sobre todo raíces ancestrales que marcan la mística del poblado.