No hay nada más hermoso y satisfactorio que ver sonreír a un niño, especialmente cuando sabemos que ese pequeño ya tiene el estómago lleno, más que de comida, de amor y compasión.
José y Lupita Leal llevan más de 9 años realizando esta labor de beneficio y servicio a personas necesitadas.
Y es que las familias que habitan a orillas del río Pesquería, en la mencionada colonia, no sólo carecen de bienes materiales, sino que su economía es tan baja, que incluso los limita en la compra de los alimentos.
“No creas que los pequeños comen poco, ellos piden y es hasta llenar… para nosotros es un gusto poder ayudar y aunque ya tenemos mucho tiempo realizando actividades benéficas, siempre es maravilloso ver la sonrisa de un niño”, comentó Lupita.
Las visitas al comedor son predominadas por los niños, que con alegría y con desespero, ansían la llegada del martes o domingo para degustar los distintos platillos que se ofrecen en el lugar.
Entre los alimentos que reparten destacan taquitos a vapor, de harina, guisos de picadillo, cortadillo y sopa de fideo, entre otros.
La cita es cada martes y domingo desde las 11:00 hasta las 14:00 horas y las actividades consisten en almorzar, orar y además pueden disfrutar también de la comida.
Para este año, uno de los propósitos de la pareja es el de poder ampliar el espacio para recibir a más personas y aumentar sus actividades.
Los residentes de la colonia Nueva Esperanza acuden cada día acompañados de gratitud, que con mucho afecto y disposición por los consejos de la señora Lupita, no terminan de agradecerle las acciones que hacen para el bien de la comunidad.
Pero su bondad no finaliza con el comedor, siempre están en busca de alternativas para ayudar a cualquier colonia, municipio e incluso estado.
“Hemos ido a los ejidos de Galeana, Sabinas y también a los estados de San Luis Potosí y Zacatecas”, aseguró.
Cuando acuden a los distintos lugares llevan ropa, juguetes, comida y cobijas que con tiempo recolectaron.
Además mensualmente realizan brigadas para repartir entre las colonias más necesitadas del área metropolitana.
“Prometí entregar mi vida”
El nacimiento del comedor para personas de bajos recursos nació por una enfermedad en el corazón que puso a Lupita Leal al borde de la muerte.
Los doctores ya habían agotado las posibilidades y le recomendaron un trasplante del cual no le aseguraron era garantía de vida.
“Yo recé mucho, le pedí a Dios que me diera un corazón sano y de ser así, le prometí entregar mi vida a él y fue lo que hice.
“Tenía mucha fe y gracias a mi oración logré salir de esa amenaza. En cuanto recibí la noticia comencé a planear la labor en la que me encomendaría”, comentó.
Por lo que ahora, después de una recuperación exitosa, Lupita Leal se ha dedicado a realizar diferentes actividades benéficas.
Con las personas que uniendo fuerzas y atenciones es como ha logrado sacar adelante el centro de alimentos.
En primera instancia el apoyo de su esposo José, y de las hermanas Socorrito, Juany, Anita y Blanca Alicia, quienes se reparten las labores.
“Ya sea que una sirva los jugos, otra los alimentos y otra que esté en la cocina, y luego a limpiar, para dejar listo para la siguiente visita”, puntualizó Lupita.
Incluso los pequeños reciben clases de oración por parte Valeria, una joven de 19 años, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
“Sí los enseñamos a dar gracias por los alimentos y les leemos la Biblia, pero no sólo a los niños, también reciben las clases los padres de familia que acuden”, afirmó.
De una mesa a comedor
Cuando Lupita comenzó, sólo la acompañaba una mesa, una olla donde generalmente llevaba tacos.
Justo en una banqueta, ubicada enfrente de una escuela primaria, en la colonia mencionada, se disponía a repartir, de forma gratuita, los alimentos que ella preparaba.
Durante tres años se ubicó en esa banqueta, donde sólo se veían manos tendidas esperando recibir su plato.
“Una vecina del sector se acercó y nos ofreció un espacio, para poder ayudar a más personas”, dijo Lupita.
En colaboración con sus hijos, su esposo y las hermanas, consiguieron adaptar el lugar, con limpieza, tapando con madera algunos agujeros y arreglando el techo laminado; hicieron de un espacio insignificante, algo maravilloso para los vecinos.
Ahora, Lupita y José se encuentran ubicados en el comedor Nueva Esperanza, donde optaron por brindar apoyo a los residentes.
En ese lugar a orillas del río se acogen de 30 a 40 personas, pero la cantidad nunca es fija, por lo que corren el riesgo de no llevar suficiente comida.
“Hemos recibido hasta 100 personas en un día y no sé cómo, pero nunca se ha quedado nadie sin comer, Dios nos la multiplica (la comida)”, afirmó.
Incluso cuando realizan los eventos con empresas de renombre que acuden a apadrinar a algún pequeño, van hasta 300 o 400 personas, entre niños y adultos.
El estilo de vida de las personas de la colonia Nueva Esperanza es precario, por lo que el comedor es un granito de ayuda de la mucha que requieren.
Y aunque la obra empezó con recursos propios de la pareja, ahora reciben ayuda de patrocinios recibidos por parte de tiendas de renombre, que en cada época festiva se encargan de llevar juguetes y alimento a los asistentes.
“Hubo un tiempo en el que mi esposo y yo nos quedamos sin dinero, primero por habilitar el lugar, conseguir las sillas y mesas, algunos muebles para guardar las cosas y además en la compra de la comida y los jugos, sí era mucho gasto”, recordó Lupita.