Desde hace 16 años, cuatro paredes de acero oxidado y madera se han convertido en el hogar de una familia tamaulipeca que llegó a Cadereyta en busca de una mejor calidad de vida.
María Guadalupe Godines Salazar, su esposo e hijos viven en un vagón de tren abandonado a la orilla de la carretera libre a Reynosa, junto a las vías de la Estación San Pedro y frente a una refinería de Pemex.
Aunque la vivienda improvisada no tiene todas las comodidades, doña Lupe -como le dicen de cariño sus familiares y vecinos- dice que viven “a gusto” en su humilde morada.
“Nos sentimos muy bien aquí. Está muy tranquilo porque no hay ruido, y aunque hace mucho calor en verano, y en invierno se siente más el frío, ya nos acostumbramos”, expresó Godines Salazar.
Agregó que en época de calor procuran tener las ventanas abiertas para que se ventile la casa, y en inverno, las cierran bien o se cobijan para no pasarla mal.
Para dar forma a su casa (vagón), se han dado a la tarea de adaptarla a sus necesidades, pues ella, Emiliano Orta Aldana (su marido) y sus dos hijos requieren su propio espacio.
“Poco a poco hemos acondicionado la casa. Mi esposo hizo las divisiones de los cuartos con madera y también puso la luz, entre otras cosas”, explicó doña Lupe.
El tiempo transcurrió. Se adaptaron de inmediato al lugar, que ni el padre ni sus hijos quieren irse de ahí aunque su trabajo les quede lejos.
“Mi marido se va a trabajar a una refresquería a Guadalupe, mientras mis hijos viven y trabajan en Tampico; ocasionalmente vienen”, dijo doña Lupe.
LLEGARON PARA QUEDARSE
El ama de casa manifestó que llegaron a ese vagón abandonado cuando la situación financiera decayó. A su marido se le había terminado el contrato en una compañía externa que prestaba servicio a Pemex.
“Las cosas se pusieron difíciles. Ya no podíamos pagar la renta del cuarto de madera en que vivíamos, además, ya no cabíamos; nos acomodamos en el vagón, pero tampoco nos han sacado de aquí”, expresó.
Doña Lupe señaló que fue un ejidatario quien les prestó el vagón ya que estaba en desuso. Y la necesidad de mayor espacio porque sus hijos crecían los llevó a apoderarse de esa “casa” de metal, madera y concreto.
“Tenemos todo. Mire, aquí duermen mis hijos”, indicó doña Lupe en cuanto se tuvo acceso a la casa. De lado izquierdo les pusimos un ropero”.
Mientras ella mostraba la casa, el pisó se sintió firme; es de concreto. Se siguió el camino, y a medio metro de la cama de sus hijos, un altar a la Virgen de Guadalupe y a San Judas Tadeo separa la habitación de la cocina.
El refrigerador queda a la vista de lado izquierdo, seguido del comedor de madera porosa. Al frente, dos estufas y una mesa de trastes, así como una vitrina, conforman la sencilla cocineta.
Una pared de madera vieja, postrada sobre el acero oxidado del vagón, divide la cocina del cuarto en el que duerme el matrimonio.
“Tenemos la cama, el peinador y el ropero. Son muebles que compramos ya usados y otras cosas nos las han regalado; tenemos lo básico”, dijo doña Lupe.
El baño y área para lavar ropa lo tienen en la antigua casa de madera, donde ahora vive una hija que Emiliano Orta Aldana engendró durante otro matrimonio.
“No nos falta nada aunque a veces batallamos con el agua porque el municipio no manda pipas tan seguido y tenemos problemas con la basura, ya que no pasan los camiones de recolección”, detalló.
UN DÍA DE DOÑA LUPE…
“Al que madruga Dios le ayuda”… y ese refrán no es ajeno a doña Lupe. Se levanta a las 05:00 horas para despachar a su señor e hijos, cuando están en casa, para que se vayan a trabajar.
“Me despierto muy temprano para hacerles el lonche y no se mal pasen durante la jornada de trabajo; después, me pongo a recoger, barrer, trapear y lavar ropa porque ya no puedo dormirme”, describió.
Y así la captamos. Mientras hacía el quehacer, el ama de casa nos reveló cómo llegaron a Nuevo León. Sus mascotas: cuatro perros y cinco gatos fueron testigos de su historia.
Recostados bajo la mesa-comedor, las mascotas acompañaron a doña Lupe a hacer las labores domésticas. Unos dormían, mientras otros hicieron de la suyas, tal como un felino que se acomodó en una repisa de la vitrina.
“A veces viene la hija de mi esposo, platicamos y miramos por la ventana cómo pasan los carros por la carretera o cómo llegan los trabajadores a la refinería. Si no, vemos la tele un rato”, contó.
El día pasa rápido y aunque no parezca, recalcó la jefa de familia, trabajar en casa es pesado, cuando son cuatro personas y hay que atender a los animales.
Cuando es día de paga, agregó, don Emiliano llega un poco más temprano a casa. Él y su mujer aprovechan para ir a surtir la despensa al centro de Cadereyta.
“Vamos una vez a la semana para no andar yendo y viniendo y no gastar tanto porque se va el dinero como agua”, indicó.
Juntos, salen de su vivienda, cruzan las vías y toman el camión a Cadereyta e invierten cerca de 40 pesos en transporte para llevar alimentos al hogar.
“Compramos leche de caja y cosas que nos duren porque no hay tiendas cerca de la casa. Las tortillas y el pan las trae una persona que vende a domicilio”, dijo doña Lupe.
SE SIENTEN SEGUROS
Aunque viven a corta distancia de las vías y a unos metros más de la refinería, la familia Orta Godines se siente tranquila ahí, aseguró.
“Sabemos que el tren se puede descarrilar y también que puede haber una explosión en la refinería, pero nunca ha pasado nada y esperemos así siga”, reiteró.
El peligro está latente pero “no hay de otra”, señaló, mientras colocaba un mantel sobre la mesa y veía hacia las vías por las ventanas.
“Pasa el tren para Tampico y Monterrey, durante el día y la noche, pero ya nos acostumbramos al ruido. En cuanto a Pemex, nos consideran en los simulacros”, comentó.
AYUDAN A MIGRANTES
Pero no todo es riesgo o carestía para los tamaulipecos que ahora son neoloneses por adopción. Al paso de los migrantes por su hogar, les ofrecen comida.
Por la cercanía que tienen las vías, esta familia, como las otras cinco que habitan detrás del vagón, en casas de madera, ven pasar a quienes viajan en buscan del sueño americano.
“Pasan en bola una vez al mes y bajan para pedirnos agua o comida, pero no se han portado agresivos ni nada; les damos lo que podemos”.
Al menos, grupos de 10 personas y entre ellos siempre una o dos mujeres, son los que recorren la Estación San Pedro, rumbo a Estados Unidos.
Pese a las circunstancias de inseguridad que enfrentan al habitar a la orilla de la carretera, junto a vías de ferrocarril y el paso de migrantes los Orta Godines se resisten a tener una casa “normal”.
La Navidad se avecina y doña Lupe espera sea 1 de diciembre para adornar la casa y estar lista para recibir a sus familiares de Tampico que pasaran la Nochebuena con ella y su esposo.
“Somos felices aquí y nos gusta que así se sientan mis hermanos o quien venga a visitarnos; estamos muy a gusto”, insistió.