En el amanecer de 2017, los regiomontanos conmemoramos la histórica nevada del 9 de enero de 1967 y el 8 de diciembre lo despedimos con una sorpresiva capa blanca en algunas zonas del área metropolitana, que llegó precedida de un clima congelante el día anterior y la lluvia de aguanieve a partir de las 21:00 horas del jueves 7, la cual sirvió como cortina natural durante el juego de futbol soccer entre los Tigres de la UANL y los Rayados de Monterrey, en el Estadio Universitario.
En enero recordábamos cómo hace 50 años el toque nostálgico de la memoria nos recrea todavía aquel bello regalo de la naturaleza, pues la nevada se prolongó durante ocho horas desde la madrugada, y todavía al mediodía de ese 9 de enero el asfalto de las calles de Monterrey lucía sus cincuenta centímetros de manto blanco, con una temperatura de 2 grados bajo cero. Obviamente no hubo clases y poca gente acudió a sus centros de trabajo ante el espectáculo insólito y no pronosticado entonces de esta estampa citadina.
Ahora, después de unos días de intenso sol y clima templado en diciembre, las alertas del frente frío número 14 señalaron con anticipación que se esperaba un clima muy frío en el norte de México, y que en las zonas altas de Nuevo León y en la zona metropolitana de Monterrey caería agua nieve, con una drástica caída en el termómetro. La insistencia de los meteorólogos ponía énfasis en lo repentino del cambio climático por las dudas de los regiomontanos debido al brillo del sol de los días previos, y más que nada daba cuenta de las inclemencias del tiempo en el Estadio Universitario durante el esperado Clásico de futbol soccer a partir de las 20:00 horas. Y el acierto fue más allá de lo esperado, pues en la carretera a Nuevo Laredo el espesor de la nieve impidió el tránsito vehicular, por lo cual los cuerpos de auxilio debieron acudir al rescate de muchas personas varadas entre infinidad de trailers y autobuses de pasajeros.
Y si la nevada de 1967 es la que más se guarda en el inconsciente colectivo, entre otros fenómenos similares que han ocurrido aquí, esta vez el ansia de los habitantes de esta región se vio frustrada al comprobar que la nevada no fue igual de intensa, como sí se dio en Saltillo, Piedras Negras y Torreón, del vecino estado de Coahuila. Pero algo es algo y el área de Chipinque debió ser vigilada al máximo para que los visitantes no utilizaran el automóvil desde carios kilómetros antes, mientras que en las colonias del sector Cumbres los niños tuvieron oportunidad de jugar con los monos de nieve y ver los automóviles cubiertos del espeso manto blanco.
Este despertar del 8 de diciembre de 2017 va a quedar grabado en la evocación de quienes hoy pueden captar miles de imágenes fijas o en movimiento con los dispositivos móviles y verlas inmediatamente para subirlas a las redes sociales, contra la dificultad tecnológica de aquel enero de 1967 que solamente dio oportunidad de fotografías y videos a los que tenían cámaras o equipos especiales, con el consecuente riesgo de que el largo proceso muchas de ellas se echaran a perder o no lucieran los colores vivos de cada escena de ese singular suceso.
Sin embargo, el contraste de aquellas imágenes diluidas en el túnel del tiempo con las actuales, plenas de nuevas tecnologías, hace más emotiva la vivencia de algo tan poco común en nuestra tierra árida y saturada de calor en el verano, pues lo que más nos perturba hasta el pánico, de cuando en cuando, son los desbordamientos del Río Santa Catarina y otros afluentes cercanos. Por eso las nevadas son noticia aunque a veces se trate de simple escarcha y no de copas blancos como aquel enero de 1967 y este 8 de diciembre de 2017. Algo es algo.