
Se cumple el 60 aniversario de un regalo de los Garza Sada a sus trabajadores del Grupo Cuauhtémoc y de la Fundidora de Fierro y Acero.
El mayor sueño de todo jefe de familia es tener su casa propia. Y eso lo entendieron muy bien los empresarios que comenzaron en Monterrey el proceso de industrialización de la ciudad a principios del siglo XX. Por eso los accionistas del Grupo Cuauhtémoc y de la Fundidora de Fierro y Acero contaron entre sus prestaciones primarias la de otorgar grandes facilidades a sus trabajadores para ser dueños de una cómoda construcción donde vivir, en un terreno apropiado, cedido por las empresas benefactoras donde se levantaban las zonas residenciales, mucho antes de que apareciera el gubernamental Infonavit de la década de los 70’s.
Sin embargo, en 1957 la colonia Cuauhtémoc fue el más significativo regalo para los agraciados, si traducimos el término regalo como la suerte de llegar a vivir en una habitación digna, en una amplia extensión de terreno por un precio moderado, pagadero por nómina a 20 años, sin intereses y contando con colegios especiales a cargo de las religiosas de la orden de las Clarisas, además de parques arbolados y un estadio de béisbol infantil. Tal obra generosa fue producto de una sabia decisión de los hermanos Eugenio y Roberto Garza Sada, quienes el 9 de febrero de 1942 habían obtenido el certificado número 539 de la Secretaría de Relaciones Exteriores para constituir la sociedad anónima Hojalata y Lámina, cuya acta número 177 fue levantada el 29 de junio de ese año por el licenciado Emeterio Martínez de la Garza, notario público regiomontano.
Hylsa, inaugurada el 26 de abril de 1943 por el presidente Manuel Ávila Camacho después de su encuentro con Franklin Delano Rooselvet, fue la respuesta a la primera crisis de una guerra que ponía en riesgo a Fábricas Monterrey, S. A., necesitada de urgencia de materia prima para elaborar las corcholatas que se usaban como tapones de las cervezas y bebidas embotelladas, además de otros tipos de roscas que una empresa norteamericana le surtía pero que, al entrar Estados Unidos en diciembre de 1941 a esa conflagración, destinaba su producción de acero a los fines bélicos marcados por las autoridades del vecino país.
Don Eugenio y don Roberto, al hacerse cargo del grupo industrial después del fallecimiento en 1941 de don Luis G. Sada, se alternaban en la presidencia del consejo de administración de VISA, y por eso decidieron al alimón salvar la supervivencia de Fábricas Monterrey, S. A. y con ello el empleo de unos 500 trabajadores, creando una empresa con un destino que se planeó efímero o temporal, pues se pensaba que solamente estaría de pie mientras se resolvían las carencias derivadas de las políticas norteamericanas de la Segunda Guerra Mundial, buscando que la escasez de materia prima se resolviera inclusive artesanalmente.
“Si no es posible que de Estados Unidos nos envíen el material que necesita Famosa -le dijo el hermano mayor a don Roberto-, vamos a fundar una empresa que produzca la lámina y tú hazte cargo de toda la etapa de operación”.
Mientras tanto, don Eugenio quedó al frente de Cervecería Cuauhtémoc en su totalidad, pero formando parte importante del equipo original de la nueva empresa cuyos ejecutivos, Camilo G. Sada y Genaro Cueva, iban y venían a Estados Unidos en busca de empresas especializadas que apoyaran con ingenieros y técnicos para echar a andar la empresa acerera en Monterrey. Hasta que, después de serios esfuerzos y mucha fe en sí mismos, Hylsa empezó a ser una realidad, con el decidido concurso del ingeniero Juan Celada.
SAN NICOLÁS A LA VISTA
El terreno de labor o sembradío destinado a la nueva fábrica medía 294 mil 439 metros cuadrados y se ubicaba en San Nicolás de los Garza, que entonces se veía lejano en su colindancia con el norte de Monterrey, a tres kilómetros de donde terminaba el área construida de la capital nuevoleonesa. Se le conocía desde hacía años como Las Encinas y pertenecía a la Cervecería Cuauhtémoc, que jamás lo utilizó como campo experimental de lúpulo, según se pensó originalmente. Por un camino vecinal, a unos 200 metros hacia el poniente, se entroncaba con la carretera nacional (hoy avenida Universidad) que unía a Monterrey con Nuevo Laredo, y enfrente sobresalían las instalaciones del campo militar (hoy parque Niños Héroes) y las oficinas de Embotelladora Guajardo.
Pasando las vías del ferrocarril, por la misma carretera nacional, se hallaba el Regina Courts, un hotel utilizado por los turistas y que dio nombre a la colonia aledaña, así como las instalaciones de la planta piloto distribuidora de Coca Cola en México, propiedad de don Manuel L. Barragán, inaugurada en junio de 1948.
Hylsa había dado el campanazo de salida y señoreaba el paisaje como fábrica pionera en la zona. La producción en un principio no fue buena ni de mucha calidad, en comparación con los materiales recibidos de Estados Unidos, pero los hermanos seguían firmes en su propósito de resolver el problema mientras se importaba otra vez la lámina de siempre. Hasta que las mismas instalaciones provisionales, el taller mecánico, el área de mantenimiento y todos los demás espacios fueron aprovechados por los primeros trabajadores en su aprendizaje inicial, y su esfuerzo e ingenio consumó el milagro: Hylsa llegó para quedarse.
Después de procesar la primera lámina en abril de 1943, en su primer año produjo cuatro mil toneladas, con un capital inicial de tres millones de pesos, pero para 1959, en una planta de 30 mil metros cuadrados, había alcanzado las 200 mil toneladas anuales, con un capital de 200 millones de pesos, contando con tecnología de punta y el fierro esponja, cuyas investigaciones inició Hylsa en 1951 al tratar de obtener la reducción directa del mineral con gas natural sustituyendo el proceso usual del alto horno.
Superada la difícil iniciación, los Garza Sada disfrutaron los resultados espléndidos de aquella aventura empresarial teñida de incertidumbre, pero acometida con fe propia y el tesón de los trabajadores, de suerte que muy pronto pensaron en crear al lado de Hylsa una zona residencial para beneficio de los empleados y obreros que llevara el nombre de la cervecería, y que sería el detonador urbanístico del sur de San Nicolás, al fundarse en 1954 el primer sector de la colonia Anáhuac.
La colonia Cuauhtémoc es, pues, resultado de una política social comprometida con el desarrollo integral de los trabajadores implementada por los empresarios regiomontanos, quienes diseñaron de su puño y letra las condiciones que debería tener el entorno habitacional, pues para entonces Hylsa había abierto un polo de desarrollo en el norte de Monterrey. Raúl Rangel Frías, quien en marzo de 1949 es nombrado rector de la Universidad de Nuevo León, busca desde 1952 obtener del Gobierno federal cien hectáreas del viejo campo militar para crear la Ciudad Universitaria, pero no logra obtenerlas pues la condición del presidente Miguel Alemán Valdés era que el Gobierno del estado construyera el nuevo espacio de los castrenses, lo que no era posible por la alta erogación económica.
Así las cosas, después de la colonia Anáhuac, la colonia Cuauhtémoc fue el símbolo urbanístico por excelencia del sur de San Nicolás de los Garza, al llegar los primeros vecinos al sector identificado en sus calles por flores, como Crisantemo, Iris, Heliotropo, y cuyo acceso se ubicaba en la avenida Munich en su entronque con la carretera nacional; luego llegaron los de los otros tres sectores, de modo que esos enclaves habitacionales fueron una mayor motivación para que Raúl Rangel Frías, al convertirse en gobernador de Nuevo León en 1955, fuera más insistente en concretar su plan de rector, logrando la liberación del decreto por el presidente Adolfo Ruiz Cortines en febrero de 1957 para dar inicio cuanto antes a las obras de las facultades de derecho y ciencias sociales, cuya inauguración ocurrió en octubre de 1958, y enseguida la de ingeniería mecánica y eléctrica.
Por su parte, Hylsa ya daba trabajo en 1959 a más de tres mil 300 personas, mientras que los hermanos Eugenio y Roberto iniciaban ese mismo año la construcción del centro espiritual de la colonia Cuauhtémoc, el edificio del templo de San José Obrero. Fue el hermano menor quien se involucró directamente al seleccionar él mismo el proyecto y contratar al arquitecto Enrique de la Mora y Palomar, constructor de la célebre basílica de La Purísima, por cuyo diseño había obtenido el Premio Nacional de Arquitectura en 1946.
En Ciudad Universitaria, mientras tanto, la torre de Rectoría abrió sus puertas en septiembre de 1961, y ese mismo año el gobernador Raúl Rangel Frías inauguró la moderna avenida Universidad sobre la que era la carretera nacional a Nuevo Laredo, urbanizando la vía hasta topar con el arroyo del Topo Chico, lo que dio otro aspecto a la zona que lucía una enorme piedra como escultura a la entrada de la colonia Cuauhtémoc, donde en febrero de 1963 se reunieron cientos de feligreses para recibir al primer titular de la recién erigida parroquia de San José Obrero, en la persona del sacerdote Armando de Jesús Galván.
Muchos feligreses recuerdan cómo don Roberto Garza Sada supervisaba con frecuencia las obras de San José Obrero durante su construcción en 1959, mientras que don Eugenio, en las visitas que hacía a la nueva colonia, recorría a pie las calles, sin guardias ni acompañantes, pues gustaba de dialogar con la gente y aceptaba cuando lo invitaban a pasar a sus casas. Los dos gozaban con pulsar la satisfacción de quienes recién habían ido a vivir ahí.
Los hermanos Garza Sada supieron complementarse siempre en cuanta obra emprendían, dice Rodrigo Mendirichaga en Una historia para la historia. Eugenio, introvertido, serio, casi austero, con su extraordinario sentido práctico, descendiendo a los detalles y definiendo las situaciones con un racionalismo profundo. Roberto, extrovertido, jovial, gustaba de observar las cosas desde el ángulo conceptual, sin entrar en detalles; imaginativo, elucubraba sobre las posibilidades como soñador de los negocios (p. 92).
Y debido a la fundación y pronto desarrollo de Hylsa, ambos pensaron de inmediato en contar también con una institución que en Monterrey preparara profesionistas con valores y formación del más alto nivel en las áreas que requerían las empresas en el inicio de la segunda industrialización que vivía la entidad. De ahí el surgimiento del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (el “Tec”) en septiembre de 1943.
Rocío González Maiz, coordinadora de la biografía de don Roberto, que la Universidad de Monterrey publicó en 2009, da cuenta de la expansión y bonanza de Hylsa al establecer en 1951 la compañía minera Las Encinas en Pihuamo, Jalisco, a donde la empresa regiomontana llevó el progreso al introducir energía eléctrica, teléfono, agua potable y drenaje, y en 1972 inauguró la unidad habitacional Las Encinas, además de apoyar con recursos la construcción del palacio municipal y la plaza principal. Asimismo, después de dar vida en 1957 a Aceros de México, en Apodaca, N. L., en 1960 llegó a Xoxtla, Puebla, con una inversión de mil cien millones de pesos y empezó a dar empleo inicialmente a poco más de mil 500 personas, algunas de las cuales, al paso del tiempo, se beneficiaron también con las prestaciones sociales impulsadas por los empresarios regiomontanos.
En 1974, tras el asesinato de don Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973, el grupo industrial se dividió en VISA y ALFA, quedando al frente de Cervecería Cuauhtémoc y Compañía General de Aceptaciones Eugenio Garza Lagüera, mientras que don Roberto y sus hijos se hicieron cargo de las acciones y valores del llamado Grupo Acero con Hojalata y Lámina como símbolo, además de Empaques de Cartón Titán, promoviendo la creación de la sociedad recreativa Nova, hasta que en 1976 el Ing. Bernardo Garza Sada, tres años antes del fallecimiento de don Roberto, figuró en primer término en una nueva diversificación de inversiones, alianzas estratégicas, compra de empresas, etc.
Finalmente Hylsa fue adquirida por la italo-argentina Ternium, años después de que, en 1982, esta empresa acerera, igual que Ciudad Universitaria, la colonia Anáhuac y la Cuauhtémoc se beneficiaran con la apertura de la avenida Fidel Velázquez y su entronque con prolongación Nogalar para dar mayor fluidez al tráfico vehicular y elevar la plusvalía como jamás habían imaginado sus residentes.