Cada Viernes Santo en la Casa del Migrante de Nuestra Señora de Guadalupe de Reynosa se escenifica el Viacrucis de Jesucristo. Este año, el evento tuvo la participación de cerca de 60 personas albergadas en este lugar.
Una pareja de indocumentados personifican a Jesús –quien cargan una cruz de madera con los nombres de los que han perecido en su intento de alcanzar el llamado “sueño americano”–, y a María, que acompaña a su hijo en las doce estaciones que son improvisadas dentro del refugio, y son señaladas con cruces de madera hechas por los mismos inquilinos.
En cada una de las estaciones se hace una oración y se les pide a los deportados que compartan sus experiencias al internar cruzar de forma ilegal la frontera estadounidense.
Una de estas vivencias es la de Melita Ruiz Salas, de 45 años de edad y quien vivió su propio Viacrucis.
Aún con las marcas en su cuerpo de la terrible experiencia, esta mujer relató cómo estuvo a punto de morir ahogada en las aguas del río Bravo, además de que fue abandonada por el “coyote” que se supone la iba a cruzar a la Unión Americana y a quien no le importó que estaba lesionada.
Melita se quedó con el deseo de reencontrarse con su hija Claudia, de 25 años de edad y quien reside en la ciudad de Kansas City.
El sufrimiento que padeció esta mujer en su intento de cruzar de forma ilegal la frontera que divide a México de la Unión Americana se convirtió en un verdadero calvario.
Las ansias ver a su hija y conocer a su tercer nieta de dos años de edad, fue lo que la impulsó a tomar la decisión de pagarle a un patero la cantidad de tres mil 600 dólares para que la internaran en territorio estadounidense.
Originaria de Acapulco, Guerrero, viajó en autobús hasta la ciudad de Reynosa, donde contactó a unas personas para que la cruzaran a la Unión Americana.
El amor de madre y el deseo de ayudar a su hija que atraviesa una situación difícil, la llevaron a tomar la decisión de aventurarse a cruzar la frontera de forma ilegal.
“Necesitaba reunirme con mi hija que reside desde hace muchos años en Kansas City, Missouri. Mi niña me necesita pero no puedo estar con ella”, dijo con profundo sentimiento.
Melita comentó que más de hace tres años que no ve a su familiar y ni siquiera conoce a su nieta de dos años.
“Ella tuvo un problema con su esposo y la abandonó con sus tres hijos, requiere de mi ayuda.
“Ya no quería ir de nuevo a Estados Unidos porque estoy enferma del corazón y no quería arriesgarme, pero aún así fui”, comentó.
En repetidas ocasiones exclamó que todo lo hizo por el amor a su hija y nietos, sin embrago, aseguró que no volvería a intentarlo.
“Ya había pasado ilegalmente en otras ocasiones, pero nunca me sucedió algo tan feo como esto, en el pasado el recorrido para cruzar había sido muy fácil.
“Si bien me duele mucho no haber lograrlo mi objetivo, no intentaría de nuevo; tengo que valorar que Dios me está dando la oportunidad de seguir viviendo y el que yo lo vuelva a intentar es contra los principios del Señor”, indicó.
Entre lágrimas dio gracias a Dios porque la salvó a pesar de las adversidades a las que se enfrentó, ya que las personas que contrató para que la cruzaran por el río Bravo la abandonaron en la ruta.
Melita describió como una experiencia amarga el cruzar de forma ilegal a la Unión Americana. Esta vivencia además de dejarle un profundo dolor e impotencia por ver frustrado su trayecto, también le dejó algunas lesiones físicas.
“Quiero levantarme y superarme en mi país para no volver a cometer ese terrible error, nunca había sufrido esto pero no me cansare de agradecerle a Dios y a la vida por la oportunidad de poder contar esta historia”, señaló.
Aunque ya sabía de los peligros que implica el cruzar el caudal del río para internarse de forma ilegal al vecino país, el amor de madre y la necesidad de acudir a brindar el apoyo a su hija la armaron de valor.
“No pensé en eso, no creí que fuera tan grave o riesgoso el intentarlo, el amor por mi hija y mis nietos superaron cualquier miedo que pudiera sentir en ese momento”, afirmó.
Visiblemente afectada aconsejó a las personas que tienen en mente cruzar hacia la Unión Americana a que no lo hagan, ya que es muy riesgoso.
“No todas las personas que intentan pueden contar esto, ya que se quedan en el camino al cruzar el río. No quería creer eso que muchas personas se ahogan en el río y yo que tanto pavor le tengo al agua, y pude haber muerto ahí”, apuntó.
A Melita las personas que la cruzarían el río le habían prometido pasarla en un llanta inflable, no obstante el panorama cambio cuando le dijeron al grupo de 15 indocumentados que pasarían nadando, guiados por un “coyote”.
“Traté de vencer la fobia que le tengo al agua, tenía mucho miedo de ahogarme, creo que el amor a mi hija y nietos me ayudó un poco, sin embargo, hubo momentos en que me sentía paralizada sólo que íbamos sujetados a una cuerda para pasar más rápido. Sin embargo, había corrientes que nos jalaban y desniveles que provocaban que nos hundiéramos… fue una experiencia aterradora para mí.
“Después de cruzar el río cuando ya estábamos del otro lado, comenzamos a caminar un tramo extenso con un terreno similar a la arena del mar, donde se hundían los pies al querer dar el paso, además de que había muchos matorrales con espinas que rasguñaban el cuerpo al pasar o tirarnos pecho tierra.
“Avanzamos un buen tramo, buscábamos donde escondernos para que la ‘migra’ no nos viera. Minutos después el coyote grito que corriéramos porque venía la ‘migra’ por nosotros”, narró.
Y añadió: “Todo el grupo se disipó, intenté correr pero no pude, me paralizó el miedo, así que los compañeros del grupo me aventaron y arrollaron pasando varios hombres por encima de mí.
“Me quedé sola y muy lastimada, no podía levantarme por el intenso dolor que sentía. Mis dos primas regresaron a buscarme después de un rato, un señor que iba también en el grupo se regresó cuando vio que no podía levantarme.
Gracias a esa persona de buen corazón es que estoy contándola, porque él me ayudó, yo no podía dar ni un paso. Quede golpeada y me lastimaron las costillas, espalda, el tobillo y la rodilla derecha, afortunadamente no sufrí ninguna fractura”, indicó.
Finalmente el viernes 6 de abril fueron deportadas por las autoridades de Migración de Estados Unidos hacia la frontera de Reynosa, por lo que Melita y sus dos primas llegaron hasta la Casa del Migrante de Nuestra Señora de Guadalupe donde permanecieron un día.
En este lugar la afligida madre recibió atención médica, alojamiento, vestido y alimentos.
Fue el sábado 7 cuando pudieron regresar a su natal Acapulco, Guerrero, a pesar de que Melita apenas podía caminar por los dolores intensos que sentía.
“En Acapulco me esperan mis padres, regresaré y jamás volveré a intentar cruzar de esa forma a Estados Unidos.
“A mi hija y mis nietos que Dios me los bendiga y los proteja de toda adversidad, además le pido que ayude a salir de ese problema que ella tiene”, dijo.
Al cuestionarle si desea que su hija y nietos regresen a México contestó: “No quiero que se regrese mi hija, no es conveniente hay mucha delincuencia y violencia en Acapulco y en todo el país, no quiero ese futuro para mis nietos”. v