De ser un anónimo poblado creciendo a la sombra de Matamoros y Reynosa, el municipio de San Fernando saltó a la fama desde agosto de 2010, cuando se reveló como el lugar favorito por la delincuencia organizada para crear fosas clandestinas.
Atravesado por las carreteras que llevan a Tampico-Ciudad Victoria, a Matamoros y a Reynosa, este poblado fundado en 1749 se encuentra en una zona privilegiada por su cercanía con la frontera de Estados Unidos y con el Golfo de México.
San Fernando es como un niño protegido por sus dos mentores: se beneficia por el crecimiento de Reynosa, que con su millón de habitantes se ha convertido en la ciudad más desarrollada de Tamaulipas, y por el auge de Matamoros, ciudad con histórica importancia por su doble cualidad de ser fronteriza y ser puerto.
Lamentablemente, el desarrollo económico de ambas ciudades atrajo a la región no sólo los capitales empresariales; también despertó los apetitos de la delincuencia organizada.
Al ser paso obligado en el trayecto del litoral del Golfo hacia la frontera Norte -que es también el más corto-, San Fernando quedó en el camino y en la mira de los delincuentes.
Sus casi 60 mil habitantes viven abigarrados en la cabecera municipal, en colonias como Villa del mar, Tamaulipas, Américo Villarreal, Obrera, Ribereña o Lomas de San Fernando, mientras que la mayor parte del territorio del municipio, que es de más de cinco mil kilómetros cuadrados y lo convierte en el de mayor extensión del Estado, es de vastos terrenos desolados interrumpidos de vez en cuando por alguna ranchería.
Los campos para las cosechas de sorgo y de maíz se extienden hasta confundirse con el horizonte. Un sitio ideal para ocultar gente y actividades ilícitas entre las docenas de caminos rurales y pesqueros.
LA GUERRA
Los problemas naturales de San Fernando solían ser el desempleo, que se combatía migrando a las vecinas ciudades de Reynosa y Matamoros, o las intermitentes sequías que diezmaban las cosechas, principalmente de sorgo, y enflacaban el ganado, así como los huracanes que azotan cada año el Golfo de México y causan inundaciones en la zona urbana.
Sin embargo, a inicios de 2010, al producirse una escisión en el grupo delictivo hegemónico en el noreste de México, el poblado que guardaba la tranquilidad de un terreno dominado empieza a verse envuelto en la vorágine del fuego cruzado.
El rosario de delitos fue engarzándose poco a poco: del trasiego de enervantes y tráfico de personas, en los que sólo participaban quienes querían, se fue integrando la extorsión en su modalidad de “cobro de piso” para los establecidos o “derecho de paso” para los que cruzan por el lugar.
Los primeros afectados fueron quienes participaban en actividades ilícitas, como venta de contrabando, desde aparatos electrónicos, calzado, ropa, discos películas, cigarros o licores hasta carne de pollo. Tuvieron que compartir sus ganancias para financiar a los grupos en guerra.
Siguieron los comercios legales, a quienes se les empezó a cobrar cuotas fijas que, en algunos casos, provocaron la quiebra de negocios y en otros el éxodo de los afectados porque no pagar, costaba la vida.
Fue cuando la vida cambió en San Fernando. En la cabecera municipal y ejidos como Francisco Villa o Alfredo B. Bonfil, que es donde se veía más movimiento de gente y de camionetas que iban y venían de y hacia Reynosa o Matamoros, los caminos comenzaron a quedarse solos.
Paseos tradicionales como la playa de La Carbonera -distante unos 45 minutos de la cabecera municipal- se volvieron demasiado arriesgados para las familias, que al alejarse también afectaron a los pescadores que viven de ofrecer sus productos a los paseantes.
La situación se fue deteriorando a tal grado que a finales de 2010 gente con ingresos medianamente buenos, derivados de negocios como mini super o ferreterías, tuvieron que emigrar a Reynosa, a Matamoros o a las zonas del Golfo (Veracruz, Tabasco) y el Bajío (Guanajuato, Jalisco), de donde habían llegado buscando vivir mejor.
Mejor cambiar de residencia que arriesgarse a ser extorsionados, secuestrados o asesinados. Las actividades sociales en San Fernando empezaron a pasar a la historia.
Se volvieron cotidianas las balaceras y se presentaron verdaderas batallas con uso de granadas y bazucas que dejaron las calles del municipio sembradas de vehículos baleados e incendiados.
En abril de 2010, según consta en registros periodísticos, videos subidos a Youtube y en la memoria de los pobladores, se dieron las refriegas más fuertes entre los grupos antagónicos, cuyas huellas eran únicamente las camionetas de lujo abandonadas porque cada parte recoge a sus caídos.
Con la guerra en su apogeo, comenzaron los secuestros sistemáticos. Los delincuentes intentaron lo que fuera para hacerse de recursos.
Víctimas ideales fueron los indocumentados centroamericanos que atraviesan México para llegar a Estados Unidos. Ellos, como grupo social más vulnerable, representaron siempre menos problemas para los delincuentes.
La ruta que va por Tamaulipas es la más corta para llegar a Estados Unidos; eso y el levantamiento del muro fronterizo en el extremo noroeste del país, así como el peligroso desierto de Arizona y la falta de ciudades importantes que colindaran con el estado de Chihuahua, hizo de la ruta del Golfo (Veracruz-Tamaulipas) la predilecta por los “coyotes”.
Para el crimen organizado, todo fue cuestión de esperar a que fueran llegando los indocumentados para extorsionarlos con cuotas que toman como base los cinco mil a ocho mil dólares que cada uno paga por viajar por las carreteras mexicanas y evitar el riesgo del tren de carga.
Así fueron cayendo a Tamaulipas los migrantes y Reynosa fue el sitio elegido para instalar casas donde se retenía a los migrantes, ya fueran extranjeros o mexicanos, mientras sus familiares en su lugar de origen o en los Estados Unidos reunían el monto de los rescates.
Cuando no pagaban, las víctimas eran asesinadas y el sitio ideal para desaparecer los cuerpos fue el vasto terreno rural de San Fernando, lleno de ranchos alejados, planicies extensas y caminos de terracería capaces de extraviar a quien no conoce la zona.
LAS FOSAS
En agosto de 2010, un grupo de más de 72 migrantes, en su mayoría de Centroamérica, fue secuestrado y después acribillado en una ranchería abandonada de San Fernando.
La casona no tiene puertas ni ventanas, guarda restos de lo que fue el techo y en el piso crecen hierbas y matorrales. Está enclavada en una planicie, por lo que nadie puede acercarse sin ser detectado.
Ahí reunieron a los 61 hombres y 14 mujeres y, según la versión oficial, cuando se negaron a formar parte del grupo delictivo fueron fusilados por sus captores; milagrosamente, al menos tres salvaron la vida y uno de ellos, luego de una larga caminata, se encontró con un grupo de la Marina Armada de México, al cual le solicitó auxilio.
Al día siguiente, los marinos acudieron al sitio y descubrieron los 72 cadáveres apilados en el interior de la construcción; la noticia le dio la vuelta al mundo y San Fernando fue ubicado en el mapa mundi de las masacres.
Debido a la rapidez con la que actuó la Armada mexicana, los perpetradores de la matanza no tuvieron tiempo de enterrar los cuerpos, o quizá nunca tuvieron la intención de hacerlo por el aislamiento del sitio donde se realizó la ejecución.
Las estremecedoras imágenes removieron conciencias y los gobiernos y sociedades de los países involucrados hicieron patente su indignación y demandaron a las autoridades mexicanas un alto a la situación que organismos de Derechos Humanos venían denunciando desde años atrás.
Inclusive, responsables de casas de apoyo al migrante de estados sureños como Chiapas y Oaxaca o del norte, como Coahuila, lamentaron la tardanza del gobierno en tomar cartas en el asunto que para los centroamericanos ya tomaba tintes de crisis humanitaria.
Ríos de tinta corrieron sobre el caso de los migrantes indocumentados, la violencia del narcotráfico y el estado fallido de Tamaulipas, donde asesinaron a Rodolfo Torre Cantú, candidato al gobierno estatal.
Entonces vino otra sorpresa: el 6 de abril de 2011 fueron descubiertas ocho fosas clandestinas en el ejido La Joya. Las autoridades investigaban la privación ilegal de la libertad de un grupo de pasajeros que se dirigía a la frontera de Estados Unidos cuando encontraron las tumbas ilegales.
Ubicado entre los ranchos Palmillas y Borrego chico, el ejido se encuentra cerca del lugar donde fueron asesinados los 72 migrantes. En un principio se descubrieron 59 cadáveres pero poco a poco los peritos del Servicio Médico Forense han descubierto más cuerpos y hasta el cierre de esta edición el conteo es de 40 fosas y 186 personas asesinadas.
En este caso, la mayoría son migrantes mexicanos que buscaban llegar a Estados Unidos, además de algunos comerciantes oriundos del centro y sur del país y que solían viajar al norte para comprar mercancía como ropa o automóviles.
La Procuraduría General de la República se hizo cargo de las investigaciones y se determinó que los fallecidos habían sido secuestrados cuando viajaban en autobuses provenientes del sur y que tenían como destino la ciudad de Matamoros.
Una especie de psicosis se generalizó y San Fernando se volvió sinónimo de la tierra de nadie, un lugar donde la vida -tan depreciada en México- valía todavía menos.
No importaba que al pasar de los días las autoridades fueran presentando a personas involucradas con los hechos hasta llegar al delincuente responsable no sólo de las 186 muertes descubiertas este año sino también del asesinato de los 72 migrantes en 2010.
La presencia de militares y marinos, de policías federales y estatales ha sido notoria en San Fernando… notoria pero no constante.
Por ello, pobladores que optan por el anonimato aseguran que cuando los miembros de las Fuerzas Armadas o policías federales hacen presencia, se respira un clima menos tenso.
Sin embargo -lamentan-, en cuanto éstos se trasladan a otro punto del municipio, resurgen los miembros del crimen organizado.
Entre tanto, rodeados por el miedo y la zozobra, los pobladores de San Fernando se mantienen a la expectativa -como el resto de la sociedad- por saber hasta dónde llegará la cifra macabra del conteo de muertos.
MENTIRA SEÑOR PRESIDENTE
por Karina CArdenas Briseño
El 5 de abril de 2011 se me presentó la necesidad de viajar a Ciudad Victoria, Tamaulipas, para realizar unos trámites escolares; tenía que decidir qué día de esa semana lo haría y quería hacerlo lo más pronto posible ya que por la burocracia que tenemos en nuestro Estado, mis trámites tardarían mucho en realizarse.
Pero esa semana se descubrieron las fosas clandestinas en San Fernando, como es obvio el nerviosismo se apoderó de mí; de por sí con la inseguridad que vivimos actualmente ya le pensaba viajar por esa carretera, con este suceso el miedo psicológico que viví esos días fue un infierno.
Fue una semana muy difícil donde tenía que decidir abortar la idea o aventurarme; escuchar las noticias, leer periódicos de tantas vidas inocentes perdidas, el saber que eran víctimas que habían bajado de autobuses ¿cómo atreverme a viajar?
Yo tenía la necesidad de viajar desde Reynosa a Ciudad Victoria, pasando por San Fernando, y mi familia y amigos me pedían no hacerlo; mis padres casi rogando me decían que no expusiera mi vida, pero en las noticias yo escuchaba que ya había mucha vigilancia de militares y policías en esa carretera.
Y era lógico después de la aparición de tantos cadáveres de personas que habían sido bajados de autobuses de pasajeros; por eso era lógico que todo estaría inundado de soldados, federales, marinos, y que mi viaje iba a ser seguro. Eso me hizo confiar en que si realizaba este viaje todo estaría bien.
El día domingo 10 de abril, cuando las noticias hablaban de 88 cadáveres encontrados, tomé un autobús de la línea de Transpaís con destino a Ciudad. Victoria; de día, ya que me aseguraban que era más seguro viajar así, que había menos riesgo.
Así lo hice, prometiendo a mi padre enviar un mensaje por celular cada media hora para que estuviera tranquilo, aunque en realidad lo hice con el pensamiento: que si me pasaba algo en el camino al menos tendrían la idea hasta dónde había estado todo bien, y por donde buscarme.
Durante el viaje constaté que había tres retenes, el primero fue de marinos, el segundo de soldados que sólo checan cuando vienen de regreso los automóviles con dirección a Reynosa, y un poco más delante de federales con policías ministeriales en un poblado que decía: Carreta Dos.
A partir de ahí la carretera está completamente sola, libre de vigilancia, quedando todos los viajeros que nos atrevemos a tomar este camino a merced de la delincuencia. Pero afortunadamente no tuvimos ningún contratiempo.
Ya en Ciudad Victoria seguí escuchando en la televisión que seguían encontrando más cadáveres, que muchos familiares de personas desaparecidas llegaban a Matamoros buscando entre estos a sus seres queridos.
Al día siguiente terminando de hacer los trámites decidí regresar; nuevamente tomé el autobús ahora de regreso con la esperanza de que la vigilancia en la carretera hubiera aumentado, pero…
Cuál fue mi desilusión, no había nadie cuidándonos, ni siquiera los que habían estado un día anterior. Sólo estaban los sacos con arena a un lado de la carretera; sólo el retén militar que siempre está. ¿Pero y los demás retenes?, me pregunté. Habían desaparecido.
Señor presidente: ¿No dijeron usted y sus funcionarios a los periódicos y en la televisión que las carreteras están muy vigiladas?
Eso es mentira. ¿Qué necesitan para cuidarnos?, ¿qué les hace falta?, ¿por qué nos abandonan?, ¿por qué nos mienten?