Las madres de los migrantes desaparecidos en su ruta hacia Estados Unidos ven en estas fechas decembrinas una de las temporadas más tristes del año, pues cuando el resto del mundo celebra las fiestas en compañía de sus familiares, ellas ven con dolor una silla vacía en sus comedores.
Por Emanuel Suárez
“Noche de paz, noche de amor, todos duermen derredor”, se escucha durante las épocas navideñas en la lejanía de uno de los barrios de Villa Canales en Guatemala, pero en una humilde morada de la localidad la unión que profesa el villancico se desvanece y una historia distinta es la que se cuenta.
En casa de doña Irma Yolanda Pérez el “todos” no existe, ante la ausencia de uno de sus hijos: Gerber Estuardo García Pérez, quien desapareció en noviembre de 2010 en Tamaulipas en su intento por llegar a Estados Unidos.
Como cada 24 de diciembre la familia cocinará pavo, el platillo favorito del cuarto de 13 hijos. También se colocará su silla en la mesa a la espera de que un milagro lo haga regresar a casa para celebrar con sus seres queridos la Nochebuena y Navidad.
“Es muy duro porque nos reunimos toda la familia: todos mis hijos y todos mis nietos. Tengo 16 nietos y nos hace falta. Ahí está una silla vacía que lo está esperando.
“Esa silla vacía cuando la vemos nos es muy duro. Lo que hacemos es ponernos a orar, pedirle a Dios que él nos escuche y que pronto nos de esa respuesta de saber en dónde está nuestro hijo. Siempre está la silla vacía con la que lo estaremos esperando”, expresó entre lágrimas Irma Yolanda quien el 25 de noviembre visitó Monterrey como parte de la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos del Movimiento Migrante Mesoamericano.
Y es que, desde que Gerber desapareció, el único regalo que la familia espera recibir en las fechas decembrinas es el abrazo del hijo, del hermano, del esposo y del padre que hoy está ausente.
“Yo no digo que está desaparecido, yo digo que está ausente, pero sé que pronto vamos a reunirnos, pronto lo voy a abrazar y hoy mi mensaje para aquellas madres que tienen a sus hijos es que los aprovechen, que los abracen, que les den amor porque cuando un hijo está ausente es bastante duro. Yo quisiera tenerlo, abrazarlo y darle el amor que necesita, pero lamentablemente por tanta violencia ellos han emigrado para buscar adelante a la familia”, dijo la mujer de 61 años de edad.
Como cristianos evangélicos, los García Pérez saben que la Navidad es una fecha para reforzar la unión y festejar en familia, pero desde seis años atrás, la tragedia y el dolor se posaron en su domicilio, dejando sólo nostalgia en la época decembrina.
A principios de 2010, en el país centroamericano, el joven se dedicaba a repartir producto lácteos de la marca “La Palma”. Había dejado trunca la Universidad, pero su intención era retomarla para profesionalizarse en Administración de Empresas.
Sin embargo, antes de que pudiera reincorporarse a sus estudios, la delincuencia le arrebató la vida de su padre y sus planes tuvieron que cambiar.
Tras la fatal pérdida, el guatemalteco decidió tomar las riendas de su familia. Sabía que con su trabajo no sería suficiente para apoyar a su madre, a sus hermanos, a su esposa e hijo, por lo que decidió buscar suerte en Estados Unidos.
“Mami, yo me voy porque quiero sacar adelante a mis hermanos”, fueron las palabras que el joven, hoy de 38 años, le dijo a su mamá antes de empacar una maleta e “invertir” sus ahorros en un coyote mexicano para que lo cruzara al lado norte del Río Bravo.
El 10 de noviembre de 2010 Gerber se despidió de doña Irma: le dio un cálido abrazo y le prometió que estaría en constante comunicación hasta llegar a tierras norteamericanas.
Así transcurrió prácticamente el onceavo mes del año: luego de un accidentado recorrido por el sur de México, en el que estuvo en contacto frecuente con su familia en Guatemala, a finales del mes llegó a Veracruz.
En el estado jarocho el guatemalteco llamó a sus hermanos para informarles que al día siguientes saldría con dirección a Tamaulipas para finalmente llegar a la anhelada frontera norte, pero el rastro de Gerber se perdió ahí.
Ese fue el último día que tuvieron pista de centroamericano, pero también fue el primero del lastimoso viacrucis que ha padecido para dar con su ubicación.
Desde entonces, todos los días tienen un amanecer lacrimógeno, en donde la única fuerza que los mantiene de pié es la de la esperanza, la ilusión y la Fe.
Desde aquel día, no existe un minuto en el que doña Irma no intente dar con el paradero de su hijo, el cual, asegura, se encuentra en Tamaulipas.
Y es que, en diciembre de 2010, días después de que perdió contacto con su hijo, en los noticieros locales se transmitió la información de que un grupo de migrantes había sido atrapado en una unidad colectiva en el estado fronterizo de Tamaulipas.
Entre las imágenes captadas por los medios de comunicación se apreció la de otros jóvenes que viajaban junto a su hijo, lo que le da la certeza a doña Irma de que su hijo también viajaba en ese autobús.
“Los papás de los otros muchachos que iban con mi hijo vieron al coyote, a sus hijos y si ahí estaban ellos, ahí también estaba mi hijo porque era un grupo al que llevaban. Esa es mi certeza.
“Es devastador, pero a la vez es mi consuelo. Lo único que yo quisiera saber es qué trato tienen, porque los tienen incomunicados. Al menos debería de darle una oportunidad para que ellos puedan llamar a sus familiares para que no estén en esta zozobra”, mencionó la entrevistada.
Tras la desaparición de su hijo, la madre inició la búsqueda de forma casi inmediata: primero pusieron una denuncia en el Ministerio Público de Guatemala, después en la Secretaría de Relaciones Exteriores, luego dieron sus muestras de ADN a la Cruz Roja y finalmente se unieron al grupo de Madres de Migrantes Mesoamericanos, que las trajeron a México a finales de noviembre como parte de la Caravana.
Además de poner una denuncia en la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR) de Tamaulipas, doña Irma viajó a Monterrey para postrarse junto a otros dos padres en la Explanada de los Héroes y exhibir los rostros de aquellos migrantes centroamericanos que han corrido con el infortunio de desaparecer en su paso por México.
“Venimos representando al grupo de 45 madres que están en el mismo dolor, el mismo sentir de haber perdido a nuestros hijos. Haber perdido a nuestros hijos significa que nos hubiera quitado una parte de nuestro cuerpo porque es un dolor bastante fuerte el saber que no encontramos ninguna pista de nuestros hijos, el no saber cómo están, si les hace falta atención o poder escucharlos.
“Sabemos que gritando por acá (noreste de México) tal vez escuchan nuestra voz y nos dan pistas de nuestros hijos. Yo le pido mucho a Dios porque es como perder una parte de nuestro cuerpo, es un dolor muy grande. Le pido a Dios y a las autoridades de México que nos escuchen, que hagan algo por nuestros hijos. Ellos no se llevan nada de aquí, sólo es paso para ellos para llegar a ese ‘sueño americano’, dijo la mujer, quien carga en su cuello la fotografía de su hijo con la esperanza de que un transeúnte lo reconozca y le de pistas de su paradero.
Doña Irma regresó a Guatemala el 4 de diciembre, en donde su familia ya la esperaba para darle su soporte.
“Yo no les permito a mis otros hijos migrar. Ellos ven el sufrimiento que hay en mi, no lo sufro sólo yo, igual lo sufren ellos porque somos una familia muy unida. Todos los días mis demás hijos me dicen que no pierda las esperanzas porque vamos a recuperar a Gerber”, dijo la sexagenaria.
En la familia sólo hay un miembro que busca salir de su país: el hijo de Gerber. El niño de apenas 12 años es el único de los García Pérez que buscar salir de Guatemala para encontrar a su papá.
Pero la respuesta de la abuela es clara “nadie más se va”.
Desde la desaparición de su cuarto hijo, los meses acentúan el dolor de la familia, especialmente diciembre.
El último mes del año trae consigo la tristeza de la ausencia, el recuerdo del integrante que no está.
Como cada 24 de diciembre, desde 2010, las hermanas de Gerber cocinarán el pavo que tanto le gustaba para recordarlo y amortiguar el dolor de su madre.
“Mis hijas lo cocinan porque yo cada vez que voy a hacer algo para mí es un dolor muy grande. Ellas tratan de divagar ese dolor y me dicen que ellos lo hacen en memoria de Gerber. Sabemos que está con vida, pero lo hacemos porque él era uno de los primeros que me preguntaba qué era lo que comeríamos en Navidad, era muy motivador.
Y cuando casi todos estén reunidos en la mesa, a través de una oración, la familia García Pérez le pedirá a Dios que en donde quiera que Gerber esté, pueda tener una cena navideña.
“Siempre pedimos que donde quiera que esté, él pueda tener esa cena navideña. Yo sé que no es igual porque no está con nosotros, pero seguimos recordándolo. Y le pedimos a Dios que él pueda recibir lo que a él le gusta. El encontrarlo sería el regalo más grande, el más satisfactorio para mí y para mis hijos. Cuando lo encuentre lo abrazaré y le diré que hemos estado con él en todo momento”, comentó la madre.
Navidad y Año Nuevo son fechas especiales, pero la magia de las fiestas se opaca cuando un familiar no está presente físicamente.
Antes de que doña Irma cierre sus ojos para siempre, su único anhelo es volver a ver a su hijo y asegura que no descansará hasta encontrarlo.
Y para todas aquellas madres que atraviesan por una situación similar a la suya les pide que se apoyen mutuamente para sobrellevar el dolor.
“Yo el mensaje que le doy a esas madres que tienen a sus hijos es que los apoyen, que los abracen, que platiquen con ellos y que les digan que los hijos siempre tiene que estar unidos. Y a las madres que tienen a sus hijos desaparecidos hay que apoyarnos las unas a las otras para seguir adelante, luchando por la búsqueda de nuestros hijos”
DICIEMBRE AGRIDULCE
Diciembre es un mes agridulce para Isidora Zúniga Colindred de 59 años de edad, pues desde siempre, cada Navidad y fin de año llegaban acompañados de un abrazo de sus tres hijos.
Sin embargo, desde 2013 sólo recibe dos, ya que en ese año el menor de sus retoños, Josué Ildefonos Molina Zuniga, partió rumbo a Estados Unidos y desapareció en su trayecto por México. Desde entonces ya no hay nada que celebrar.
Originaria de Pespire, un pequeño poblado del departamento de Choluteca, Honduras, la mujer forma parte de los 45 integrantes de la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos que llegaron a territorio nacional a finales de noviembre para alzar la voz por sus ausentes.
Zúniga Colindred se trasladó hasta Tamaulipas para interponer una denuncia en la delegación de la PGR del estado, en donde tuvo contacto por última vez con su hijo, hoy de 23 años.
El joven salió de su natal Honduras el 10 de diciembre de 2013 y cinco días más tarde llegó a la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, desde donde llamó por primera y única vez a su madre.
La intención de Josué era llegar hasta Nueva York, en donde ya lo esperaba su padre.
“Me llamó cinco veces ese día para que su papá le mandara el dinero para cruzarlo de Río”, dijo con mirada triste la hondureña.
Luego de que el papá envió el dinero al coyote para cruzarlo, la comunicación con el joven se perdió.
Un día después de la llamada, sus padres intentaron llamarlo nuevamente, pero los encargados de cruzarlo nunca lo pusieron al teléfono argumentando “que andaba en la tienda”.
Desde entonces los días son grises para esta madre hondureña.
“Los días han sido tristes para mí porque él vivía conmigo y ahora me hace mucha falta”, expresó la entrevistada.
Josué es amante de la velocidad, en su natal Pespire gustaba de manejar motocicletas y autos, pero nunca fue bueno para los estudios.
La situación económica que atraviesa su país, y especialmente su comunidad, lo impulsaron a buscar un mejor futuro en el país de las barras y las estrellas.
En su pensamiento siempre existió la idea de “¿para qué estudiar? tantos que son profesionales no encuentran trabajo, entonces ¿para qué voy a estudiar?”
Por eso, con unas pocas pertenencias en la mano, el joven partió rumbo al norte, en donde se le perdió la pista.
En casa, la realidad económica sigue siendo igual o peor. A pesar de la desaparición de Josué, otro hijo de doña Isidora ha expresado su intención de migrar.
“Andate para que me termines de matar yo le digo. Imaginate vos, Josué se fue y ahora vos querés irte, me vas a terminar de matar.
“Cuando mi hijo siente que no hay trabajo ni nada para conseguir dinero y comer, quiere agarrar para Estados Unidos con todo mujer e hijos”, mencionó la hondureña.
Y es que, desde que su hijo menor desapareció ya no hay día en el que el pensamiento de encontrarlo la deje en paz.
Doña Isidora se declara católica. De hecho, en su reciente visita a Reynosa, quería aprovechar para ir a Nuevo Laredo y buscar a su hijo “con la bendición de Dios”, pero su intención fue frenada por sus compañeros ante los riesgoso del traslado.
“Yo quería ir a ese lugar (a Nuevo Laredo), pero no pude ir porque mis compañeros tenían que ir a Reynosa, además dicen que queda largo y que es peligroso, eso dicen.
“Sobre Dios no hay nada imposible, uno puede llegar a donde sea, yo quería ir al lugar en donde él se había quedado. Yo quería ir a Nuevo Laredo porque hasta lo he soñado: he soñado que lo encuentro en un parque, pero no he sabido cuál es ese parque según como yo lo sueño. Es un parque que está en lo alto, hay unas piedras blancas y unos pinos altos. Ahí lo he visto y le digo ‘vos tanto tiempo que te he andado buscando y no has hablado”, expresó.
Como católica doña Isidora también sabe que en diciembre la comunidad religiosa celebra el nacimiento del Niño Dios, aunque las fechas vengan acompañadas de sufrimiento.
“Navidades para mí no hay. Vivo sola en mi casa, Josué era el que vivía conmigo ¿cómo voy a celebrar la Navidad sin él? ya no hay nada para mí es como cualquier día. Antes me gustaba la fecha, pero ahora no”, expresó tajante la entrevistada.
Años atrás, la mujer centroamericana gustaba de cocinar pollo o carne para compartir con su hijo Josué, pero desde su partida, Navidad y Año Nuevo son un día más.
“Mi regalo sólo sería tenerlo a él”, mencionó doña Isidora quien asegura que no descansará hasta dar con el paradero de Josué.
“A las mamás que pasan por lo mismo que yo solo les puedo decir que tengan fuerzas, que le pidan a Dios porque es el único que puede ayudarnos. Que tengan fe porque sus hijos sí van a regresar a sus casas. Y a las que tienen a sus hijos en casa les digo que se sientan alegras porque tener a un hijo es una bendición de Dios”, puntualizó.
Siempre esperaré su regreso
El pavo en el horno, los tamales en la olla listos para ser degustados, el champurrado aún al fuego para los más friolentos, mientras la mayoría de las mujeres se encuentra preparando los buñuelos para el postre.
Los niños al exterior esperando el momento de que sean las 00:00 horas para “tronar” los cohetes, los adultos compartiendo cerveza, mientras otros permanecen en la sala conviviendo con tranquilidad.
En cada Navidad, en el domicilio de la familia De León Leíja se respiraba un ambiente cálido y muy típico de las familias regiomontanas.
Su casa que se ubica en el municipio de Apodaca en los límites con San Nicolás, vestía luces de colores y un mono de nieve gigante que decoraba la parte delantera de su terraza.
Al interior, un pino natural con esferas, duendes, luces blancas y regalos, lo que era el toque principal para resaltar el festejo.
Cada 24 de diciembre, a partir de las 19:00 horas, Claudia de León Torres acude a los rosarios de sus vecinas y luego regresa a su casa a terminar los preparativos de la cena y recibir a su familia.
Siempre sonriente, disfruta a sus seres queridos, las pláticas, los chistes y el buen humor nunca faltan, a pesar de los “achaques” de la edad.
Al llegar la madrugada las ocho camas de su domicilio eran ocupadas y los sillones también se utilizaban para dormir.
La familia que consta de ocho hijos (seis varones y dos mujeres) siempre está unida hasta en los peores momentos, uno de ellos, cuando Claudia enviudó y otra cuando su hijo menor desapareció.
Héctor Omar De León Leíja tenía 32 años cuando, al parecer, fue secuestrado. Apenas empezaba el 2006 y justo en el segundo mes del año, Héctor Omar salió de casa y nunca más supieron de él.
Algunos relatos que escuchó respecto a la desaparición de su hijo es que uno de sus amigos lo llamó para verlo en una tienda de conveniencia, pero que al llegar ahí, fue rodeado por cuatro personas que lo sometieron y lo subieron a una camioneta.
El carro que quedó abandonado, fue investigado por ministeriales y al descartarlo como evidencia, lo regresaron a la familia.
Después, uno de sus hermanos comenzó a utilizarlo, pero sufrió de diversas persecuciones, por lo que optaron por deshacerse de el vehículo.
La familia recibió amenazas tras denunciar los hechos, acudió a identificar cuerpos que cumplían con las características de su hijo, los hermanos, comenzaron una búsqueda por su cuenta, sin encontrar una respuesta sólida.
Posteriormente, amigos cercanos comentaban que lo habían visto en cierto lugar, otros que habían escuchado rumores de que ya había fallecido, pero Doña Claudia nunca recibió una respuesta concreta.
Nunca se sintió apoyada por las autoridades en las que se refugió y hasta la fecha, desconoce el paradero de su hijo.
Desde entonces las festividades de la familia se mantienen empañadas de nostalgia y melancolía, pues el pequeño de la casa ya no celebra con ellos la Navidad.
Y es que la vida nunca prepara a las madres para este proceso, pues siempre se cree que son los padres quienes partirán primero, pero la incertidumbre es mucho peor, refiere la mujer de 72 años de edad.
“Siempre esperaré su regreso, me niego a pensar que ya no está porque no he visto su cuerpo… No tengo a dónde llorarle”, expresó la madre de Héctor.
Ahora, el panorama que describía las celebraciones en el domicilio de Apodaca es totalmente diferente, los niños ya no se divierten ahí, los adultos optan por no acudir a las festividades y durante la celebración, siempre existe un momento en el que Claudia llora.
Dice que siente culpa de pasarla bien, que no puede concebir la idea de que su hijo está sufriendo, con hambre, sin un techo, mientras ellos celebran.
La intranquilidad no le permite a Claudia ser feliz, pues aunque no deja su rutina, cada día es un martirio por no saber nada de Héctor, desde hace 10 años.
Pero no sólo ella sufre, sus nietas Aracely de 2 años y a Alejandra de días de nacida, hijas de Héctor, también la han pasado mal.
La mayor de las hermanitas, no podía ver una foto de su padre porque rompía en llanto, le hablaba a las fotos pidiendo su regreso.
Aunque con el paso de los años, el dolor se va desvaneciendo y la rutina de su vida diaria a veces no le permite detenerse a estar triste, la madre esperanzada aseguró que mientras viva, nunca dejará de esperarlo.
La Navidad ahora ya no tiene música, las pláticas se centran en un momento triste, el buen humor y los chistes escasean, la convivencia se desvanece y los miembros de la familia se entristecen al recordar la grilla y la chispa de Héctor Omar.
Su madre lo describió como el bromista de la casa y muy platicador, a eso le atañe el hecho de que ausencia fuera más dolorosa.
“Una aprende a vivir así, con dolor, es como si te acostumbrarás, no significa que duela menos, sino que nos adaptamos a vivir de cierta forma.
“El mejor regalo para mí, sería verlo cruzar esa puerta como siempre llegaba y darle un abrazo, él siempre fue muy cariñoso”, expresó la madre esperanzada.