La noche del martes 4 de noviembre murió Miguel Monterrubio Cubas, un destacado miembro del Servicio Exterior Mexicano, quien viajaba en el jet que se desplomó en una zona residencial de la Ciudad de México donde murieron, hasta el cierre de esta edición, un total de 14 personas, entre pasajeros, tripulantes y civiles en tierra.
A manera de homenaje, cuatro periodistas que lo conocieron muy de cerca –entre ellas la reconocida corresponsal de Televisa en El Vaticano, Valentina Alazraki–, recuerdan momentos gratos que compartieron juntos con Miguel Monterrubio y su esposa, Maru, como una singular familia compuesta por periodistas y familiares, con miembros de la embajada de México en Italia.
Eran los años 1995 y 1996, antes de que Miguel fuera trasladado a Londres, luego a Washington y más tarde regresara a México para incorporarse la Secretaría de Relaciones Exteriores y a diferentes dependencias de la Presidencia de la República.
Por Valentina Alazraki
Roma, Italia
Corresponsal de Televisa
Me siento devastada por la muerte de Miguel y por el luto de Maru y sus hijos. A ellos los conocí en Roma, adonde Miguel llegó para ser el agregado de prensa en la Embajada de México en Italia.
Eran los buenos tiempos en los que también estaban en Roma Héctor Hugo Jiménez, entonces corresponsal de la agencia Notimex, su esposa, Irma, y su hija Andrea.
Nos hicimos amigos. Muchas veces compartimos cenas en mi casa, en las que además de Miguel, Maru, Héctor Hugo e Irma nos acompañaban los que yo llamo “los dos Jorges”. Me refiero a Jorge Sandoval y Jorge Gutiérrez, grandes amigos y periodistas mexicanos.
Fueron años en los que compartimos mucho de un punto de vista humano y profesional. Luego Miguel y Maru fueron trasladados a otro país.
Les perdí la pista hasta que, en ocasión de la presentación de mi último libro en México, Maru aparició de manera imprevista. Me dio un gusto enorme volver a verla, con esa sonrisa estampada siempre sobre su rostro, siempre abierto, que siempre ha reflejado sencillez y disponibilidad, bondad y serenidad.
A Miguel lo volví a ver también inesperadamente: no sabía que se encargaba del área internacional de la Oficina de Comunicación de Presidencia; tuve la gran suerte de volver a sentir la amistad y el cariño de Miguel y Maru en ocasión de la entrega del Premio Protos, que me dio la Universidad Panamericana, en México, en abril de 2007.
Miguel organizó todo para que momentos antes de la entrega del premio, el Presidente, Felipe Calderón, me llamara para felicitarme.
Esa noche, en la Universidad Panamericana, pudimos convivir un poco y recordar los buenos tiempos de Roma.
Volví a verlo en ocasión de la visita del Presidente Felipe Calderón a Italia. Fue un encuentro breve, “profesional”, en el que volví a tocar con mano la eficiencia de Miguel.
Ahora, al enterarme de la noticia, sentí rabia y tristeza. Pensé que a veces el ser una persona brillante y eficiente, que te lleva a hacer una excelente carrera, puede significarte la muerte.
Pensé que hubiera sido mejor que siguiera en alguna embajada, menos expuesto, pero luego pensé que en el fondo estamos todos expuestos y lo estamos en cualquier parte.
Ahora pienso en Maru, a la que vi embarazada; pienso en sus hijos, en el dolor, la ausencia y las tristezas que vendrán.
Pienso en lo injusta que es la vida. Lo único que espero es que por sus hijos, Maru encuentre la fuerza de salir adelante, con esa sonrisa en el rostro que siempre le vi.
Por Jorge Sandoval
Roma, Italia
Corresponsal del sol de mexico
La noticia me dejó muy consternado. Todavía hace poco más de un año, cuando estuve en México, comí con Miguel y con su esposa, Maru. Inclusive hacíamos planes para pasar con las respectivas familias algunas vacaciones.
Enseguida, en unas cuantas líneas, quiero recordar a Miguel. Y perdonen la emoción:
Hay ocasiones en las que, al margen de la conmoción suscitada en la población por la muerte de un destacado funcionario como en este caso la del secretario de Gobernación, existen dolores a nivel personal muy fuertes o todavía mayores si se trata de los deudos de quien estaba menos expuesto, justamente, a los reflectores políticos y mediáticos, y que igualmente encontró la muerte.
Es el caso de uno de los funcionarios del titular de Gobernación: el de nuestro querido amigo Miguel Monterrubio Cubas, quien fue director de Comunicacioón Social de esa Secretaría, una de las víctimas de la tragedia.
Conocí a Miguel en los años 90 cuando llegó con su querida Maru a Italia, en calidad de agregado de prensa de la embajada de México.
Poco a poco, nuestro querido amigo se ganó la simpatía de todos los corresponsales mexicanos en Italia y con algunos, como conmigo, estableció una sincera relación de amistad que poco a poco fue creciendo.
La tristeza es grande y lo que podría subrayar en estos momentos es que, al margen de la tragedia de un funcionario del Estado, que afecta comprensiblemente a todo el país en estos difíciles momentos, existen, en el ámbito de la misma tragedia, sentimientos muy dolorosos y reservados a nivel individual, como la pérdida de un amigo que tenía un porvenir lleno de brillantes expectativas, como en el caso de Miguel.
Se trata de un dolor lejos del mundo mediático.
Descansa en paz querido amigo Miguel, y yo que soy creyente imploro a Dios para que dé las fuerzas necesarias a tu querida esposa y a tus adorables hijos para salir adelante. Estamos seguros que tu recuerdo y tu ejemplo serán el mejor estimulo.
Y donde estés Miguel, se que, como en muchas ocasiones, compartirás conmigo una buena copa de vino italiano. Salud querido amigo.
Por Irma Idalia Cerda
Monterrey, Nuevo LeOn
Periodista de Hora Cero
Cuando conocimos a Miguel Monterrubio, mi esposo Hugo era corresponsal de la Agencia Mexicana de Noticias, Notimex , en Roma, Italia.
Debido al nexo constante que tenía con el personal de la Embajada de México en aquel país, un día llegó a la casa comentando que había conocido al nuevo encargado de prensa de la oficina diplomática.
Fue en los primeros meses de 1995 cuando el funcionario llegó junto con su esposa, Maru, a formar parte de una pequeña comunidad de mexicanos integrada en su mayoría por estudiantes, periodistas, esposos (as) de italianas (os) sacerdotes y empleados de la embajada.
Miguel y su esposa tenían pocos meses de casados y además de su equipaje y muebles, Maru traía consigo a su primogénito en su vientre.
En la primera oportunidad hicieron una cena “de presentación” donde invitaron al “pettite comité” de parejas que nos juntábamos con cierta frecuencia, para tener contacto con nuestras raíces, hablar sobre nuestro país, tratar de mantener nuestras costumbres y sobre todo: poder hablar español con toda libertad.
Nunca olvidaré esa cena. Entre los invitados figuraba la periodista Valentina Alazraki y su esposo, Guido; el corresponsal en ese entonces de la agencia Ansa, Jorge Sandoval y su novia, Angela; el que fuera corresponsal de El Universal, Jorge Gutiérrez y su esposa, Ana; Hugo y yo.
La cuñada de Miguel estaba de visita en la casa de los Monterrubio y entre ella y Maru prepararon unas riquísimas quesadillas de flor de calabaza y huitlacoche que equivalían a un manjar lujosísimo para nosotros, que en tres años no habíamos probado más que las delicias italianas –sin queja alguna– pero que nuestro paladar ansiaba recordar el inigualable e insuperable sabor del maíz.
Miguel también tuvo el detalle de acompañar ese bufet mexicano con cerveza Corona.
Una muy grata impresión nos dio la joven pareja de capitalinos que con facilidad se unieron a nuestro compacto pero sólido grupo de matrimonios donde uno de los cónyuges o ambos eran procedentes de la tierra del tequila y del nopal.
Hubo más reuniones. Valentina solía invitarnos a su casa en las afueras de la ciudad para convivir en forma más relajada. La clásica tardeada a las sombras de los castaños, en un día cálido de julio.
A cierta hora del día iniciaba la serie de anécdotas que relataban los amigos sobre las actividades del Papa, el proceso electoral, el futbol y otros asuntos tratados en mesas redondas y rectangulares repletas de platones con fruta, ensalada, pasta, vino, pan y quesos.
Los Monterrubio, habrían manifestado en su momento que se sintieron muy integrados a esta familia que surgió con el deseo de no perder el contacto con la identidad y la idiosincrasia al estar en un país totalmente diferente al nuestro.
En agosto de ese mismo año, nosotros nos regresamos a México y ya no volví a verlos. Por Valentina y “los Jorges” nos enteramos de que se habían ido a Londres; luego Miguel prestó sus servicios en la embajada de México en Washington, D.C.
Ahora, 13 años después, al enterarme de su repentina muerte en el accidente aéreo que desde el pasado martes 4 de noviembre consternó a toda la nación, los recuerdos se vienen a la mente en cascada, y pienso en su esposa, Maru, y en sus hijos.
Desde estas líneas, deseo que descanse en paz Miguel, el amigo de la embajada.
Por HEctor Hugo JimEnez
Reynosa, Tamaulipas
Director editorial de Hora Cero
La última vez que conviví con Miguel en persona fue una noche a comienzos de 1997. Me invitó a una taquería a la cual él acostumbraba ir, ubicada en la Zona Rosa de la Ciudad de México.
Me dio mucho gusto volver a saludarlo luego un año y medio de no verlo desde mi despedida de Italia como corresponsal de la agencia Notimex.
Miguel había regresado al país tras cumplir su misión como agregado de prensa de la embajada de México en Gran Bretaña, donde trabajó –me contó– al lado del destacado diplomático, el embajador Andrés Rozental Gutman.
Yo era jefe de la mesa de asignaciones en TV Azteca México y Miguel estaba en la Secretaría de Relaciones Exteriores antes de ser enviado a otra misión al extranjero. Entre otros muchos e inagotables temas que abordamos, entre ellos sobre su relación matrimonial con Maru y de su hijo recién nacido.
De frente amplia y una sonrisa contagiosa, nos remontamos a los meses que convivimos juntos cuando Valentina Alazraki reunía a los amigos y organizaba cenas en su casa de la capital, y en verano en su residencia campestre a las afueras de Roma.
Miguel llegó a Italia en años claves para México, cuando en la FAO se discutía el embargo atunero impuesto por Estados Unidos a nuestro país, y en la prensa europea los espacios abundaban sobre el levantamiento zapatista en Chiapas, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y de José Francisco Ruiz Massieu.
Con esos temas el “chico ibero”, como alguna vez le dije de broma porque era egresado de la Universidad Iberoamericana, empezó a foguearse. Y seguro le sirvió y salió adelante en sus encomiendas porque después estuvo en Londres, Washington, en Los Pinos y en la Secretaría de Gobernación, hasta sus últimos días de carrera exitosa en contacto con periodistas y medios de comunicación.
Descansa en paz amigo. Y mis condolencias a Maru y a tus hijos. Ahora empieza una nueva misión diplomática: en el Cielo.
Miguel Monterrubio Cubas
Director de comunicación social de la Secretaría de Gobernación de la República de México, falleció cuando el jet en que viajaba con su jefe, Juan Camilo Mouriño, procedente de San Luis Potosí, se desplomó en la ciudad de México.
Monterrubio fue uno de los primeros colaboradores nombrados por el Secretario de la Gobernación cuando fue nominado para el cargo en enero de este año.
Monterrubio había trabajado como jefe de la unidad de coordinación y medios internacionales de la Presidencia de la República; y con anterioridad había desempeñado el cargo de coordinador de asesores del subsecretario para América del Norte en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
Monterrubio Cubas era un hombre cercano a Maximiliano Cortázar, director de Comunicación Social de la Presidencia. En el Servicio Exterior Mexicano había ejercido como portavoz en las embajadas de México en Estados Unidos, Reino Unido e Italia.
Era licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Iberoamericana, y realizó estudios de postgrado en medios de comunicación en la Accademia Nazionale della Comunicazione, en Roma, Italia.