Roberto es el mejor aprendiz y el más experimentado de los siete jóvenes que participan en el taller de panadería ubicado al interior del centro de tratamiento para varones de San Fernando.
Este es uno de los pocos talleres que se mantuvo con actividades para los internos tras el motín que se registró en el lugar el 27 de febrero de este año.
Roberto tiene casi un año continuo dedicado a hacer pan blanco. Junto con sus compañeros elabora cada día 3 mil piezas del producto que sirven para abastecer al resto de los centros de tratamiento para menores.
Algunas ocasiones preparan pan de dulce, como en la temporada por Día de Muertos, que acaba de pasar. Los jóvenes también saben hacer polvorones y hojaldras.
“Cuando llegué me mandaron primero al taller de carpintería, pero no me gustó; me gusta más estar aquí”, dice Roberto.
Hoy, los jóvenes panaderos han recibido una nueva receta. Aprenderán a elaborar galletas y por eso su instructor les da órdenes específicas para preparar la masa, batir el huevo y cubrir las galletas con coco y nuez.
Roberto ingresó a este centro el 14 de diciembre del año pasado, acusado de homicidio. Le faltan dos años para salir y cuando lo haga tendrá 19 años.
Piensa poner una panaderIa
Una vez que obtenga su libertad no descarta poner una panadería; el negocio, estima, serviría para emparejar las cuentas con la venta de papas fritas que elabora y vende su mamá.
Pero además de la práctica en este taller, el joven tiene la obligación de ir a la escuela. En el interior del centro cursa el segundo año de secundaria; el español es su materia favorita, no así las matemáticas.
Cuando se le pregunta qué tanto ansía regresar a su casa, en la zona del metro Observatorio, Roberto se pone serio, pero de inmediato recupera el semblante y se asume como el joven líder que es en el interior de quienes trabajan en esta panadería.
Roberto les dice a los otros, casi todos más jóvenes que él, cómo hacer las cosas, sobre todo al momento de meter el pan al horno.
La panadería funciona bien, aunque con una capacidad limitada, pues un motor de la máquina se descompuso y aún no lo reparan.
Por lo menos en el techo y las paredes ya no se ve el cochambre que, según las autoridades del centro, cubría todo hace un mes. Lo mismo pasa con la cocina, el auditorio, el comedor y pasillos.
La oscuridad impera aún en algunas áreas y el olor a humedad sigue impregnado en los muros. “Pero esto va a cambiar; esto no es de un día a otro, pero cambiará”, dice convencida Claudia Navarro, encargada del centro de tratamiento para varones de San Fernando, donde hay 414 internos.
La carencia, comUn
denominador en tutelares
En los centros de tratamiento para jóvenes delincuentes, que se conocen como tutelares para menores, la carencia es el común denominador.
El 6 de octubre, el gobierno federal transfirió al capitalino la administración y operación de los centros, y a un mes de haber tomado las riendas de las instalaciones, las autoridades locales enfrentan la insuficiencia de recursos para atender las necesidades de las y los menores ahí recluidos.
El centro de tratamiento para jovencitas de Periférico Sur es relativamente nuevo, pero no más funcional que la casona en Coyoacán, donde residían 32 adolescentes.
Aquí las áreas son reducidas, el espacio vital es mínimo y las “reparaciones” que hicieron de última hora las autoridades federales, antes de la transferencia, muestran las prisas por entregar el lugar. En la lavandería, por ejemplo, los remaches y conexiones de las tuberías de vapor se hicieron simplemente con cinta de aislar.
EL UNIVERSAL recorrió este centro en el que hay 29 jovencitas, 12 de ellas en el área de diagnóstico y 17 en tratamiento. Tres fueron liberadas desde la transferencia.
Hay niñas de 14 años y jovencitas de hasta 22 años, que saludan con cierta timidez; algunas conservan la ternura en su voz y rostros. Están acusadas por delitos como robo agravado, robo calificado, secuestro, homicidio, lesiones y tráfico de drogas.
También hay tres bebés, pues sus mamás dieron a luz aquí, en su reclusión, de manera que los infantes son parte de la población de internas.
Las instalaciones cuentan con un consultorio médico, pero es “terriblemente pequeño”, acepta Emilia Flores Melo, encargada del centro. El personal médico lamenta que, además del reducido espacio, falten materiales de curación básicos como vendas y gasas.
Hay un consultorio dental y ahí la doctora Helena Castelán enumera las carencias.
Cuando llegó al lugar, hace un mes, la unidad médica tenía una mesa amarrada con un guante, la escupidera tiene fugas, así que cuando las pacientes escupen los fluidos salen por debajo.
En el área de diagnóstico, donde se encuentran las chicas que están en espera de una sentencia judicial, sólo hay un dormitorio y dos salones para darles talleres. No hay ventilación y la cocineta no sirve, por lo que deben programar los horarios de comida para que acudan con su charola hasta el área de tratamiento, recorrer todas las instalaciones y regresar con sus alimentos. Por ley, las jóvenes de tratamiento no pueden estar con las de diagnóstico.
El centro de tratamiento para jóvenes varones de San Fernando es un espacio lúgubre. La frialdad y sordidez de sus paredes se transmite, se transforma en un estado de ánimo denso y triste que parecía diseñado más bien para deprimir y no para rehabilitar.
Pero la encargada, Claudia Navarro, dice que tras haber recibido las instalaciones, el ambiente que se vive ahora no es nada comparado con el de apenas hace un mes.
De entrada, explica, los 414 internos tenían ocho meses sin haber recibido taller alguno. Desde el motín que se registró en febrero de este año casi todas las actividades lúdicas y recreativas se encontraban suspendidas.
“Tenemos muchas carencias; es un inmueble de muchas cosas por arreglar, hay fugas de agua por todas partes”, lamenta Claudia Navarro, quien muestra, por ejemplo, las goteras que están a punto de tirar una losa en el área donde alguna vez estuvo el taller de elaboración de tortillas.
Los resabios de aquel motín aún se aprecian en vidrios rotos y en las aulas donde los jóvenes toman clases, desde secundaria hasta preparatoria; faltan bancas, por lo que los menores deben estudiar en el piso. Unos salones tienen pizarrones, otros no.
Este es un edificio viejo, de hace por lo menos 100 años, que sirvió como cuartel para el ejército de Emiliano Zapata. Hoy, los muros perimetrales tienen fracturas y dejan expuesto el adobe con el que se construyó lo que alguna vez fue un casco de una hacienda.
Desde hace por lo menos 15 años no hubo mantenimiento mayor para el inmueble y eso queda en evidencia con un drenaje que tiene secciones totalmente azolvadas. En el auditorio hoy se pueden ya dar talleres, como cartonería y mojigangas, lo que hasta hace un mes no se podía, pues este lugar era el dormitorio de los custodios.
A finales de mes, las autoridades del centro quieren invitar a los papás de los jóvenes a una jornada cultural, para que atestigüen los resultados de los talleres, que incluyen fotografía, panadería y teatro.
Agencia El Universal