El PRI echa a andar su maquinaria para preparar la “operación cicatriz”, luego de los funestos resultados del pasado 5 de junio.
El viejo PRI ya prepara el escenario para la elección presidencial de 2018, ajustando planes para no perder en el 2017 ni el Estado de México ni Coahuila, sin importarle mucho lo que ocurra en Nayarit con el Layín, el populista acostumbrado a hacer de las suyas en las urnas y en donde se le pega la gana, le parezca o no le parezca a la clase política nacional.
El viejo PRI antidemocrático ya echó a andar su maquinaria para preparar los cuadros que buscarán enmendar el camino torcido de sus gobernadores corruptos que lo sumieron en la debacle en el pasado proceso electoral del 5 de junio, además de desbarrancar a Manlio Favio Beltrones en sus aspiraciones para “la Grande”.
El viejo PRI que se rasga las vestiduras prometiendo no proteger a sus gobernantes que merezcan la cárcel, pero pidiendo la misma justicia para los mal portados de otros partidos, ya tiene en Enrique Ochoa a su oscuro líder para que la haga de títere sumiso y obediente a las órdenes de Enrique Peña Nieto, terco en postular como su sucesor a Luis Videgaray, su gran amigo y hoy secretario de Hacienda.
Peña Nieto se la debe a Videgaray, porque hace seis años Eruviel Ávila le tumbó la candidatura y se aferró al plan alterno de postularse y ganar el Estado de México, confiado en que de cualquier manera el ahora secretario de Hacienda sería cobijado por su cuatacho como su segundo de a bordo en el manejo de los dineros públicos y las recaudaciones a los clientes cautivos.
Así es que hay que resignarse al papel que le toca jugar a Enrique Ochoa ahora que ha sido impuesto por el viejo PRI como su líder. Salió de las filas de la Comisión Federal de Electricidad por dedazo de Peña Nieto y por dedazo de las “fuerzas vivas” del Tricolor fue ungido para proteger el camino de Luis Videgaray, enlazado a Peña Nieto en la amistad que profesan fielmente al Grupo Higa, que los ha favorecido de mil maneras en recompensa por ser el ente constructor consentido en el sexenio desde los tiempos en que ambos eran amos y señores del Estado de México.
Así es como la cosa se dibuja en el panorama del PRI para el 2018, pero no sabemos cómo se acomoden las circunstancias a fin de cuentas hasta que se defina bien a bien en este sentido el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong y su viejo equipo que lo acompaña desde que fue gobernador de Hidalgo.
Por lo pronto hay que salvar al PRI del descrédito en que lo sumieron César Duarte, de Chihuahua; Javier Duarte, de Veracruz; Roberto Borge, de Quintana Roo y Rodrigo Medina, de Nuevo León, juzgados por la opinión pública general como verdaderos ratas de dos patas y que no conocen aún el desenlace de las acusaciones y supuestos juicios a que son sometidos, con la consigna de Enrique Ochoa de velar por los intereses del Partido y no los particulares de esos sátrapas del sistema, aunque les cueste la cárcel si no pueden demostrar su inocencia.
En eso llega al viejo PRI un líder nuevo. Y Enrique Ochoa sabe que su trabajo requiera de marchas forzadas para rendir buenas cuentas a su jefe Enrique Peña Nieto y a su padrino Luis Videgaray. ¿El pueblo – pueblo? Ese le importa poco, a menos que le sirva para utilizarlo y sacar adelante su chamba.