Kansas City, E.U.-
La enconada rivalidad siempre es suficiente. No importa que ya se haya ganado lo más importante o que se juegue en una ciudad desquiciada por otro deporte.
Demasiadas butacas vacías para la final del Preolímpico, fenómeno comprensible porque el encuentro compite con el que define el título del baloncesto colegial varonil estadounidense, entre las universidades de Kansas y Kentucky.
Eso explica que en las tribunas del moderno Livestrong Sporting Park no haya más de 15 mil espectadores, pese a que las Selecciones de México y Honduras dirimen la segunda corona más importante de la Concacaf.
“No me sorprende. El basquetbol importa mucho aquí, incluso a varios paisanos, porque tienen amigos o familiares en la Universidad de Kansas”, asegura Tomás Antillano, quien prefiere asistir al futbol porque “juega el equipo de mi país. No niego que el otro deporte también me gusta, pero uno nunca sabe si volverá a ver un partido de la Selección”.
Por eso no le importa desembolsar 280 dólares en los boletos de su familia, 70 por cada uno de sus integrantes.
Aunque tenía claro que no faltaría, adquiere sus entradas menos de una hora antes del silbatazo inicial del guatemalteco Walter López. Pocos aficionados llegan a las taquillas.
Las camisetas verdes son mayoría entre la minoría. En los alrededores del estadio, da la impresión de que los catrachos gobernarán el ambiente. Simple espejismo. La enorme cantidad de playeras azules y blancas se debe a que también son los colores de la casa de estudios de este estado, esa por la que están volcadas miles de personas.
El dominio tricolor comienza desde que se entonan los himnos nacionales. La letra concebida por el poeta Francisco González Bocanegra retumba en el hogar del Sporting Kansas City. Los dirigidos por Luis Fernando Tena vuelven a ser locales.
Velada para disfrutar. La tensión acumulada en el Preolímpico se esfumó con la victoria del sábado contra Canadá. Casi todos la pasan bien… Excepto David Cabrera.
El semblante del contención puma irradia profunda tristeza. Es parte fundamental en el conjunto que obtuvo la clasificación a Londres 2012, torneo en el que no estará a causa de la rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha sufrida en la semifinal.
Sus compañeros intentan consolarlo cuando llegan al estadio, le dedican el partido. Nada sirve. El chico está devastado.
No así la pasión de miles de mexicanos, quienes ponderan el amor por su Selección Nacional sobre la histórica noche deportiva que vive la entidad que los acoge desde hace varios años.
“Ya me enteraré del resultado (del baloncesto) de camino a casa. Si tardo en llegar será porque Kansas ganó, pero lo que realmente me importa es que México sea campeón”, sentencia Tomás. “Con ellos sí me identifico. Me sabe mucho que derroten a Honduras”.
Enésima prueba de que la rivalidad generada por el balompié siempre es suficiente.