Son pocos quienes dejan huella en la vida de alguien y la profesora Rebeca Montemayor es una mujer que logró imprimir una marca positiva en miles de personas, especialmente quienes por un error en su vida estuvieron recluidos en el Penal del Topo Chico.
Por Berenice Rojas Rosas
“Hoy la televisión y el internet sustituyen en la educación a la familia. El teléfono y las computadoras hacen a los hombres los seres más solitarios del planeta ¿hacia dónde nos dirigimos?”, este pensamiento quedó escrito en la agenda correspondiente al año 2000 de la profesora Rebeca Montemayor, primera mujer en impartir clases en el penal del Topo Chico.
Fue durante la administración del priista Pedro Zorrilla Martínez, que fungía como gobernador de Nuevo León (1973-1979), cuando Rebeca se acercó al director de Educación Pública, Ricardo Torres, para pedirle trabajo de maestra. Torres le dijo que no podía ofrecerle algo de planta, pero tenía otra oferta para ella: “Ser maestra en la cárcel”.
Rebeca no se pudo negar, acababa de quedar viuda de su esposo José Luis Monsiváis y tenía a su cargo a sus tres pequeños hijos: Bertha Alicia, María Sonia de Los Ángeles y Luis Manuel Monsiváis Montemayor.
Rebeca enseñó a muchos, pero fue la vida quien la enseño a ser fuerte por lo que aceptó el reto. Sin guardia que cuidara de su persona, la maestra ingreso al salón de clases rodeada de ladrones, narcotraficantes y violadores.
EL RECUERDO
El viernes 19 de julio a las siete de la tarde, se escuchó el repique de las campanas de la Parroquia María Auxiliadora, en el municipio de Guadalupe. Daban anuncio a la misa que familiares habían pedido en memoria de sus seres queridos, entre ellos el de Rebeca Montemayor, fallecida el pasado sábado 14 de julio.
La misa en donde acudieron hijos, nietos, bisnietos hasta ex alumnos de Montemayor fue breve, apenas 30 minutos fueron suficientes para que familiares pudieran reconfortase tras el rito religioso.
Al salir de la parroquia Fernando Osorio (nieto) y María Sonia de Los Ángeles (hija), quienes aceptaron dar una entrevista para Hora Cero, hablaron de la vida de una mujer que dejó huella en muchas personas antes de que partiera a los 94 años de edad.
“Mamá no estudio para maestra, era maestra empírica y empezó en unas rancherías allá para los Ramones”, así empezó el relato de María, hija de la primera mujer que ingreso al Penal del Topo Chico a dar clases a los presos.
Rebeca solo cursó hasta el sexto año, pero las niñas que en ese entonces tenían buen promedio trabajaban de maestras terminando la primaria, una labor que nadie quería porque era muy mal pagado.
Durante varias veces en su vida Rebeca tuvo interrumpir sus planes. Primero tuvo dejar de trabajar para casarse, al quedar viuda regresó a las aulas; tiempo después decide continuar sus estudios e ingresa a la secundaria que interrumpe al poco tiempo por los estudios de sus hijos. Aún así, cuando tenía 50 años de edad, logró recibir el título de profesora.
Durante tres décadas, Rebeca estuvo enseñando a convictos quienes le dieron su confianza y respeto.
“Era muy querida, causaba mucha confianza entre los internos, incluso cosas que no le decían a sus abogados o psicólogos le contaban a ella”, dijo María.
Sin embargo reconoció que la vida de los internos se desarrollaba en un ambiente depresivo.
“Para ella era un ambiente muy triste y deprimente pero siempre con la ilusión de tener un poco más de ganancias para poder salir adelante”, afirmó su hija.
Este valor mostrado en su trabajo hizo que sus tres hijos nunca tuvieran miedo de que su madre se encontrara en un lugar relativamente peligroso.
“Ella siempre manejo la situación bien, nunca vio con malos ojos a nadie, al contrario, los veía como personas que se encontraban en rehabilitación para volverse a reincorporar a la sociedad, nunca los vio cómo alguien que le pudieran hacer daño, jamás.
“Nunca tuvimos miedo de que estuviera en ese lugar, ella no expresaba temor o que se viera amenazada”, afirmó María.
Sin embargo el único miedo que llegó a tener la profesora era dejar a sus tres hijos solos. “Era algo que le calaba”, enfatizó su hija con voz entre cortada.
Su nieto Fernando, mejor conocido como Nando, describió a “Mama Rebeca” -como le gustaba que la llamaran-, como una mujer que tenía bien en claro sus convicciones: disciplina, rectitud y lealtad.
“Tenía un carácter fuerte pero muy noble a la vez, siempre dio a manos llenas, nunca se fijó si se iba a quedar con poco o mucho, si uno necesitaba, ella daba.
“Siempre le gusto la rectitud, siempre muy derecha, la disciplina para ella era indispensable, tuvo muy firmes sus convicciones, cumplía su palabra y cuando cometía errores también los admitía”, dijo Nando.
Su carácter y sus convicciones hicieron que Rebeca se sintiera como ‘Juan por su casa’ dentro de la cárcel, daba tanta confianza que nunca le revisaron la bolsa, pues también se había ganado el respeto de las autoridades carcelarias.
“Ella contaba que los reclusos le tenían más respeto a los maestros que a los propios celadores o guardias de seguridad”, dijo su hija.
“El mismo director del penal la veía con mucho respeto”, agregó Nando.
SEGUNDAS OPORTUNIDADES
José Alberto Montemayor de 11 años es bisnieto de la profesora de quien aprendió que las personas merecen segundas oportunidades.
“Era buena gente, nunca la vimos con la cara triste, siempre tenía una sonrisa”, recordó.
“El que haya dado clases en la cárcel es como si hubiera dado una segunda oportunidad a las personas, tal vez hicieron cosas malas pero también pueden cambiar”, agregó.
— ¿Crees que las personas que se encuentran en el penal puedan cambiar para bien?
— Sí — respondió el pequeño de tan solo once años, sin titubear.
Los familiares recordaron con cariño los momento en que las casualidades de la vida los encontró con ex alumnos de la profesora.
“Una vez en el súper una demostradora de salchichería le preguntó: ‘¿usted es la profesora Rebeca?’, ella le respondió que si. ‘Es que yo estuve en la cárcel de mujeres y usted me dio clases’. Mi abuela le dijo: ‘qué bueno es verte afuera de ese ambiente, espero que te vaya mejor’”, contó Nando.
“En otra ocasión cuando estaba de directora en una escuela, había un paletero quien siempre que veía a mi mamá se agachaba, ella se acercó y le preguntó por qué lo hacía y él respondió: ‘usted me daba clases en el penal y me da vergüenza’. Ella le dijo: ‘no, nunca agaches la cabeza, a mí me vas a ver de frente y ya estás aquí afuera, no tienes por qué estarte avergonzado de lo que hiciste’”, recordó María.
“Nunca vio mal a nadie y yo creo que por eso se ganó el cariño de la gente, porque no menosprecio a nadie”, dijo orgullosa su hija.
‘ERA MI SEGUNDA MADRE’
Más allá de una clase, Rebeca dejó una gran lección de vida a muchas personas, entre ellos a su alumno Eduardo Elizondo Garza, originario de Apodaca, quien asistió a misa para honrar la memoria de la mujer que consideró como parte de su familia.
“Fue como una segunda madre, nos formó un carácter y nos enseñó siempre seguir adelante, lo que aprendí de ella sé los trasmití a mis hijos”, dijo.
Tras dejar su trabajo en la cárcel Rebeca, al igual que los sus alumnos presos, se reincorporó a la sociedad para comenzar a disfrutar las cosas que no había podido hacer, pues sabía que su vida tenía que seguir adelante.
Una de ellas fue poder dar clases en una escuela, frente a cientos de niños que la recuerdan con cariño, entre ellos los ex alcaldes de Apodaca, Raymundo Flores y Eliud Alberto Elizondo, a parte del actual edil, Cesar Garza.
19 años después de dejar el penal, deja la vida de una familia llena de paz al saber que hizo lo posible para que ella se sintiera bien hasta su último momento.
“Yo sé quién soy, y sé lo que quiero”, fueron las primeras palabras que escribió la Profesora Rebeca Montemayor Gutiérrez, en la primera página de su agenda en el año 2000.