A sus casi 73 años, Carlos Tello continúa realizando su trabajo con el mismo fervor de cuando inició, y aunque en principio se tuvo que esforzar para aprender, hoy en día la plomería es su vida y su pasión, oficio que realiza con orgullo y que ha transmitido hasta sus nietos.
Por calles de la colonia Cerradas de Anáhuac en Escobedo, circula una peculiar motocicleta que los vecinos ya conocen basta bien.
Se trata de Carlos Tello, un plomero que radica en ese punto desde hace más de 17 años y que con esfuerzo y dedicación, se ha ganado la confianza de las familias que habitan en esa zona.
En las manos y en su rostro se nota la experiencia que Carlos ha acumulado desde hace más de 40 años dedicándose al oficio.
Sus canas son el reflejo del esfuerzo y la dedicación que tuvo que emplear para aprender el oficio que hasta la fecha le ha dado grandes satisfacciones.
Iniciaba la década de los ochentas cuando Carlos quedó desempleado de la fábrica de aluminio Reynolds; aunque le habían dado una buena liquidación, pronto habría de quedarse sin un peso y era tiempo de analizar opciones.
Era una época complicada porque en ese tiempo México cayó en una crisis, por lo que mantener el empleo era complicado y conseguir uno era mucho peor, sobre todo en la capital del país de donde es originario.
Por cuestiones del destino, Carlos comenzó a desempeñarse como Plomero sin saber nada del oficio, pero las ganas de sacar adelante a su familia le dieron el coraje para no caer.
“Cuando quedé desempleado me fui a un fraccionamiento a ofrecer servicio de reparación de aparatos electrodomésticos pero la gente pensaba que era plomero y me preguntaban si podía hacer reparaciones”, platicó.
Como no había nada más que hacer, Carlos decidió aceptar los trabajos sin decirle nada a sus empleadores, era hasta el momento en que la falla le ganaba o se hacía más grande, que se daban cuenta que no tenía experiencia.
“Ahora sí que como dicen: ‘echando a perder se aprende’”, esa fue la frase que Carlos siempre recordaba cada vez que le caía una chamba nueva y la cual le habría de dejar una enseñanza.
“No sabía nada de plomería, no sabía que el boiler tenía agua por dentro, realicé muchas averías pero la gente me fue jalando y así comencé a aprender.
“A los tres años me cambié de colonia y en la nueva duré ocho años, ahí fue donde eché raíces, donde como quien dice me titulé. Antes ya había roto un tinaco, un lavabo y eché a perder una lavadora”, rememoró entre risas.
Después de haber pagado algunos desperfectos y en otras ocasiones simplemente marcharse, Carlos adquirió la experiencia necesaria para solventar los gastos de la casa y sacar adelante a su familia
Aquellas averías que hacía sin mala intención, ahora son únicamente recuerdos, pues la calidad de la mano de obra es algo que Carlos presume con orgullo entre sus clientes.
Cuando Carlos recién cumplió los cincuenta años, uno de sus hijos decidió emigrar a la ciudad de Monterrey para estudiar una carrera universitaria, fue entonces que él también quiso llegar a la Sultana del Norte para aplicar lo que había aprendido.
“Llegué a Potrero Anáhuac y en principio recorría las calles a pie, visitaba casa por casa para ofrecer mi trabajo y así poder ganarme el pan de cada día”, platicó.
Los primeros días y meses fue difícil, pues su acento lo delataba como un “chilango”, como les llaman a las personas del centro del país, especialmente de la capital.
“La gente no me quería por ser chilango, ya ve que teníamos una mala fama y no me tenían confianza, pero por mi responsabilidad y continuidad, tiempo después me aceptaron.
“A los seis meses ya estaba produciendo al 80 por ciento. Ahora le doy las gracias a Dios que me puso en este lugar, así como me fue difícil aprender, ahora estoy enamorado de mi trabajo”, expresó.
Luego comenzó a recorrer esas mismas calles en una bicicleta adecuada con dos o tres canastas en donde cargaba refacciones y herramienta que sumaban más de cincuenta kilos.
Era una verdadera odisea viajar por las calles de San Nicolás y Escobedo, sobre todo cuando tenía que subir una pendiente, pero todo el esfuerzo valía la pena porque era para el sustento de su familia.
Para el 2002, fue una vecina de Cerradas de Anáhuac quien le recomendó instalarse en ese sector, pues la urbanización estaba llegando y con ello la falta de servicios como instalación de lavadoras y otras cuestiones relacionadas con la plomería.
Con su llegada a ese sector, hace más de 15 años, adquirió una motocicleta modificada para tener que esforzarse menos a la hora de trasladarse y cargar más equipo de trabajo.
“Claro que con esto hay días difíciles, pero no me quejo; aunque no vivo de manera lujosa, me siento muy feliz”, señaló.
Acompañado de uno de sus nietos, quien es el tercer integrante de la familia que se interesa por aprender el oficio de las tuberías, Carlos detalló que durante el paso de los años una de las principales diferencias es la calidad con la que se fabrican los productos que utiliza en la plomería.
“En cuestión de tecnologías si ha favorecido mucho, ahora es más fácil realizar el trabajo, ya no es tan rústico.
“Pero aún y con toda la tecnología, de unos cinco años para acá están sacando productos de muy mala calidad. Ahora hay mucha elegancia, mucho estilo, pero nada funcional”, evidenció.
Sin querer esa cuestión hace quedar mal a Carlos, pues aunque él no tiene nada que ver con la fabricación de esas piezas, si es quien las instala y quien da la cara por el trabajo realizado.
“En una ocasión me tocó retirar una tubería de galvanizado con casi 100 años de antigüedad y estaba casi intacta.
“Recientemente quité una que no tenía más de 10 años y el material ya estaba muy podrido, ahí se ve la diferencia de la calidad de la que te hablo”, recordó.
Su trabajo también le ha dado la satisfacción de conocer a personajes del género grupero y hasta del balompié regiomontano.
“Conocía a Priscila de las Balas de Plata, fui a trabajar a casa de Alicia Villarreal y de Choche de Bronco; también conocí a un buen jugador de los Tigres -en su tiempo- pero no recuerdo el nombre”, aseguró.
Pero sin duda la mayor de las satisfacciones, es cuando un cliente reconoce su trabajo con un gesto de agradecimiento, como pasó recientemente en una tienda de conveniencia.
“Llegué a una tienda y me encontré a un cliente, lo saludé y me fui a buscar que era lo que iba a tomar.
“Cuando llegué a la caja, la muchacha me dijo que ya estaba pagado mi refresco, que una persona le había dicho que yo le había trabajado y estaba muy contento. Lo único que hice fue correr a la puerta y darle las gracias”, rememoró.
Carlos Tello siempre se ubica sobre la avenida República Mexicana y Benito Juárez en el municipio de Escobedo.
En ese punto se estaciona con su inseparable moto y sólo espera a que en su celular -8115034951-entre una llamada en donde le soliciten arreglar un desperfecto o instalar algún electrodoméstico.