La alfarería ha sido por muchos años un oficio icono en México.
El trabajo con el barro ha crecido a la par de la historia azteca.
Figuras, macetas y un sinúmero de objetos que hoy en día siguen luciendo en las casas mexicanas y del mundo, han surgido del sudor y talento de las manos de los artesanos que se han adherido a sus raíces, y se resisten a dejar morir una tradición milenaria y representativa de nuestro país.
DE PUEBLA A MONTERREY
Don Yocundo Rivera Paredes tiene 63 años de edad y desde hace 28 años se dedica a la alfarería. La idea de tener un mejor futuro lo trajo a vivir a Monterrey en 1970 y por casi tres décadas se ha dedicado a una de las tradiciones que se niega a morir en México: la alfarería.
Decidido a buscar el sueño americano salió de su natal Puebla, acompañado de su esposa, a cruzar la frontera, pero nunca se imaginó que Nuevo León se convertiría en su segundo hogar.
“Allá no ganaba casi nada. Ganaba 10 pesos diarios y la mera verdad quería vivir mejor. Mi intención era irme pa’l otro lado pero la alfarería me atrapó”, dijo.
Comenzó a trabajar en una empresa refresquera y ese sería su único trabajo como empleado, pues a los pocos años se asoció con un compañero y crearon un negocio de alfarería.
“Mientras trabajaba en Pepsi un compañero me dijo que pusiéramos una alfarería y pos ya cumplí 28 años dedicándome a esto”, comentó don Yocundo.
Tuvo la fortuna de tener “buena cabeza” para aprender este oficio y enamorarse de él.
“Me gusta bastante. Le he tomado mucho cariño que no pienso dejar de dedicarme a este trabajo”, dijo.
Padre de seis hijos y abuelo de 18, don Yocundo sacó adelante a su familia trabajando el barro.
“La alfarería me ha dado para comprar mi casita, dos camionetas, educación pa’ mis hijos. Me gusta no tener que trabajarle a naiden”, comentó.
El ejido Río Pesquería Emiliano Zapata, municipio de Escobedo, vio nacer su negocio. Una choza de adobe, un horno con capacidad para 60 macetas pequeñas y un deseo enorme por progresar, fueron las herramientas necesarias para dedicarse a este oficio.
“Cuando yo llegué aquí no había nada. Pedí permiso en Escobedo para poner mi alfarería en la orilla del río. La verdad estoy muy agradecido con el municipio porque en ese entonces me otorgaron este terreno para trabajar y salir adelante”, dijo el sexagenario.
“Ahora ya la ciudad nos alcanzó”, agregó.
Ahora su infraestructura ha crecido, su horno tiene capacidad para 220 macetas de mediano tamaño y da trabajo a más de una veintena de personas en la temporada de primavera y verano cuando el clima es propicio con el barro.
Para este sexagenario, la alfarería seguirá siendo su fuente de ingresos y su forma de evitar que esta tradición mexicana se pierda.
“No creo que se acabe, la verdad. Todavía hay muchos que nos dedicamos a esto y también hay muchos que quieren aprender”, dijo.
“Tengo dos hijos que se dedican a la alfarería y ellos no piensan dejar esta profesión porque además de ser bonita te deja lo necesario pa’ vivir”, agregó.
Don Yocundo piensa retirarse hasta que sus fue rzas lo dejen.
“Yo pienso retirarme hasta que pasen dos cosas, o que me corran de este lugar por ser terreno federal o hasta que ya no puedan más mis manos. No pienso dejar el barro hasta que diosito me recoja”, concluyó.
SE VA MURIENDO
Mientras don Yocundo arribaba a Monterrey, Merced de la Rosa, de 58 años, conoció el trabajo de la alfarería y le gustó al punto de dejar su trabajo y dedicarse de lleno a este oficio.
Oriundo de San Luis, encontró en la alfarería una puerta al progreso.
“Me tocó vivir el auge de la alfarería en Nuevo León allá por los 80. En ese entonces los alfareros nos encontrábamos en las afueras de San Nicolás”, dijo.
“La ciudad nos alcanzó y entonces nos trasladaron hasta el ejido Poblar de Emiliano Zapata y desde entonces estamos aquí” agregó.
Hoy en día ve con nostalgia como este oficio, icono de México, va muriendo poco a poco en Monterrey.
“Se va muriendo”, dijo. “El mal estuvo en que no tuvimos visión de ver a la alfarería como un negocio próspero, sino que todos comenzamos a trabajar para sacar pa’ comer sin importar la calidad del producto”, agregó.
“Eso nos ha llevado incluso a tener la fama de que en Monterrey fabrica malas macetas”, comentó don Merced, recargado sobre la pared de adobe de su taller.
Él, al igual que don Yocundo, aprendió el oficio y le gustó.
“Hay que tener cabeza pa aprender la alfarería. NO a cualquiera se le da porque tienes que practicar y echar a perder para llegar a ser bueno y que tu trabajo te respalde”, opinó.
“Para ser un buen alfarero es necesario cuidar el trato del barro, desde que se compra hasta que sale el producto”, agregó.
Quince años respaldan la experiencia de Merced. A través de estos años pudo darle estudios a sus hijos y sacar para vivir.
“La necesidad me hizo entrarle a este oficio y me ha dado lo necesario para vivir y sacar adelante a mi familia”, dijo.
“Hoy pos tengo que seguirle porque ya estoy grande y pos ninguna fábrica le va a dar trabajo a un Viejo”, agregó.
A diferencia de años anteriores, la alfarería en Monterrey ha sufrido los estragos de la industrialización y la introducción de mercadería china.
“Ahora, hasta los chinos hacen macetas y nos han venido a romper la mad…”, dijo.
Don Merced sigue trabajando con la tierra, pero espera con melancolía el día en que esto quede enterrado en el recuerdo.
“Mis manos seguirán trabajando hasta que ya no pueda. Creo que la alfarería va a morir tarde o temprano y con esto una tradición histórica en esta parte de México”, concluyó.