Villaldama y Bustamante, dos pueblos cercanos al norte de Nuevo León, pueden ser considerados fantasmas aunque no lo son. Se respira vida en cada rincón. Sus calles solitarias murmuran el sonido del viento, los pasos de una ancianita que se dirige a la iglesia y los crujidos de puertas que han permanecido por más de un siglo.
Entrar a estos municipios es como entrar a otra dimensión: el tiempo se detiene, sólo quien va de visita hace el movimiento. Es como un ente extraño que “reaviva” los minutos y las horas mientras descubre las “maravillas” que esconden estos terruños que fueron cunas de nuestros ancestros.
La paz y tranquilidad dan la bienvenida, la curiosidad es nuestra guía y la sorpresa es el pacto de querer regresar a tener desde un minuto de quietud en los templos, o darse un chapuzón en la alberca municipal de Villaldama, pero antes hay que hacer una visita obligada a su museo, donde encontrarán verdaderas reliquias.
Luego vale la pena ir a la estación de Ferrocarril, aunque actualmente está en remodelación y esperar a que pase el tren, escuchar su potencia recarga la energía y lleva consigo la memoria de otras épocas.
Bustamante también tiene su encanto; la Parroquia de San Miguel Arcángel se encuentra justo enfrente de la plaza y ahí la escultura tlaxcalteca del príncipe de la milicia celestial yergue su luminosa espada de metal eternamente.
¡Ah! y Bustamante también presume de tener un “Callejón del Beso”, una veredita que invita a pasar toda una tarde romántica o simplemente relajada, con una buena compañía.
Antes de regresar a casa es indispensable llevar una dotación del famoso Pan de Bustamante elaborado en horno de leña y disfrutar del camino de regreso lleno de sonrientes girasoles.