
Uno de los grandes éxitos de la lucha contra el VIH en el mundo, es que ahora las parejas portadoras del virus pueden salvar a sus hijos de este mal si se atienden a tiempo. Tal es el caso de una familia regiomontana que evitó contagiar a su tercera descendiente cuando descubrió que las primeras dos era seropositivas.
Desde hace aproximadamente 15 años, los doctores mexicanos han aplicado retroantivirales a mujeres embarazadas y logrado que sus productos nazcan libres del VIH.
Los “Pérez-López” descubrieron que tenían el virus cuando la segunda de sus hijas cayó enferma y le detectaron el padecimiento. De inmediato los galenos les recomendaron tomar el tratamiento para reducir el riesgo de contagio.
Como muchos matrimonios, los “Pérez-López” tenían la intención de formar una gran familia, sueño que comenzó a cristalizarse en 1995 cuando nació su primera hija, Tania. Un año más tarde llegó Mónica, una pequeña que siempre se caracterizó por ser muy enfermiza.
En 1998 Margarita se embarazó nuevamente, pero la situación ya era diferente, pues estaban teniendo serios problemas con la salud de su segunda hija.
Los primeros dos años de Mónica fueron regulares, se enfermaba y tenía recaídas constantes, por lo que pasaba largos períodos internada de neumonía y nada parecía aliviarla.
Era tan seguidas sus recaídas que los médicos del hospital 25 decidieron enviarla a la clínica 4 de Guadalupe para hacerles un examen especial, el resultado: la niña tenía VIH.
Por retrospectiva, David y Margarita se enteraron que tanto ellos como la niña mayor también eran portadores y si no hacían algo para evitarlo, su tercer producto de un mes de gestación sería infectado de igual manera.
“Nos la trajimos a la 4 y ahí ya nos hicieron los exámenes y ahí le detectaron que tenía VIH. Los resultados los enviaron a la clínica 25 y ya nos avisaron. Yo me sentí muy mal y mi esposa también se agüitó. Cuando le hicieron la prueba a mi niña también nos la hicieron a nosotros y pues también nos salió que teníamos VIH”, comentó David.
El golpe fue duro, pero poco tardó para que Juan Molina, infectólogo de la clínica 34, alumbrara ese incierto futuro que los esperaba.
La familia “Pérez-López” fue canalizada con el doctor, quien de inmediato los apoyó con el uso del tratamiento para que el matrimonio y sus hijas controlaran la enfermedad, misma que David achaca a una transfusión sanguínea que su esposa recibió años atrás.
Otro punto importante del proceso era que Margarita recibiera las dosis de antirretrovirales, cuidados obstétricos, atención perinatal y demás medidas necesarias para que el nuevo producto no saliera infectado.
Aunque era un tratamiento completamente desconocido para ellos, lo aceptaron sin excusa alguna, pues la salud de su bebé estaba en juego.
Los nueves meses transcurrieron y llegó el momento de dar a luz. Diana, la tercer hija nació a través de una cesárea y bajo estrictos cuidados médicos.
A casi medio año de su nacimiento, los doctores hicieron la prueba de ELISA necesaria para determinar su condición y el resultado fue satisfactorio: Diana estaba sana.
“A los siete meses nos avisaron que estaba libre del virus. No pues nos dio una felicidad muy bonita porque yo pensaba que si ya habían salido las dos primeras con VIH, pues la tercera también iba a salir, pero gracias a Dios no”, indicó David.
El tratamiento había sido todo un éxito y afortunadamente su tercer hija nació libre de VIH. Lamentablemente Mónica, la de en medio, falleció meses más tarde a la edad de cuatro años a consecuencia de la enfermedad.
Poco tardó para que Margarita, la madre, también tuviera ese trágico final y en un abrir y cerrar de ojos la familia de cinco integrantes se redujo sólo a tres.
David se transformó en madre y padre para las dos pequeñas, que ahora ya son unas adolescentes de 15 y 13 años.
La familia ha tenido que sortear grandes obstáculos que la vida les ha impuesto, pero sus saltos han sido más grandes que las barreras. Hoy, David trata de rehacer su vida con una nueva pareja, siempre llevando el control de su medicamento y verificando que su hija mayor siga el mismo ritmo.
Por su parte Diana, la hija menor, ahora vive en Estados Unidos con una tía, desconociendo que su padre y hermana son portadores de VIH y mucho menos que ella es un caso exitoso del tratamiento prenatal contra el virus.
LA INFORMACIÓN
QUE NO LLEGÓ A TIEMPO
Hace 18 años, Sofía recibió la mejor noticia que toda mujer puede esperar: estaba embarazada. El anuncio de los médicos llegó para llenar de alegría el hogar, que apenas un año atrás había formado con Juan Ramón.
Los primeros meses de gestación transcurrieron con normalidad, ni siquiera padeció los problemas habituales de embarazo como vómito o mareos, pero al octavo mes todo cambió. Su esposo cayó enfermo de gravedad y en ese momento se descubrió la noticia que la marcó de por vida: su pareja era portadora de VIH y había desarrollado Sida, enfermedad que lo tenía en una etapa terminal.
El estado de salud de su esposo era ya preocupante, pero su panorama fue más sombrío cuando los doctores le informaron que ella había sido infectada también y probablemente le producto de ocho meses corría con la misma suerte.
El desconocimiento de un tratamiento, de los cuidados durante el embarazo y del parto, así como el avanzado estado de gravidez, fueron factores que estuvieron en su contra. A un mes de su nacimiento el diagnóstico de los doctores fue el que nunca hubiera querido escuchar, su hija era seropositiva.
“Yo no supe si la niña estaba infectada hasta que tuvo un mes de nacida. Eso fue un punto en contra mía porque ahorita te dicen que te tienes que hacer el examen, que tienes que llevar un tratamiento antes del parto, que tienes que darle al bebé un tratamiento después del parto, que no puedes aliviarte de manera natural, que tiene que ser cesárea, que no puedes darle pecho. Todo eso lo sabes ahorita, pero hace 18 años nada de eso se sabía”, dijo la madre, de 37 años de edad.
De manera inmediata, la bebé comenzó a recibir el tratamiento de antirretrovirales correspondiente, las consultas y cuidados necesarios para que la pequeña combatiera al virus.
La batalla contra el VIH era combatida por los tres miembros de la familia, pero sin duda la más vulnerable era la recién nacida, a quien los doctores no le auguraron mucho tiempo de vida.
“Los médicos me decían que la niña no me iba a durar mucho, que no me iba a durar más que un año, no le daban gran tiempo de vida porque los bebés se morían muy rápido”, mencionó Sofía.
Los primeros meses fueron tormentosos: física, emocional y espiritualmente la familia estaba destrozada, especialmente la madre, quien cada día preguntaba a Dios por qué su niña tenía que sufrir las consecuencias de la infección.
“Sí, me deprimí, lloraba mucho, pero no por mí, sino por la niña. Yo sufría mucho y sigo sufriendo. Fue un sufrimiento que no te puedo explicar, es un dolor que no tiene nombre. Mi niña siempre estaba enferma y yo decía ¿por qué a ella si es un angelito?, ¿por qué Dios a ella?, no entiendo. Yo no entendía muchas cosas porque yo no tenía información”, comentó Sofía.
Al año de que María Regina nació, el Sida cobró la vida de su padre. Sofía se quedó sola para enfrentar la enfermedad propia y la de su hija.
No fue una tarea sencilla, pues a pesar de contar con el apoyo de la familia, la joven madre tuvo que enfrentarse al hiriente rechazo de una sociedad, que en aquellos tiempos veía al VIH como una condena de muerte. La discriminación la sufrieron incluso en el hospital.
“Yo soy católica y renegaba mucho, yo decía ¿que por qué a ella? Verla sufrir en el hospital, por la ignorancia de los demás que nos tenían en un cuartito y nada más llegaban las enfermeras y te aventaban las cosas, tenían que andar persiguiendo a la gente de limpieza para que te vinieran a limpiar el cuarto, era un rechazo horrible”, platicó la madre.
Sin embargo, conforme su bebé pasó los primeros 12 meses, desafiando todo pronóstico médico, la joven madre se fue informando cada vez más sobre la enfermedad, descubriendo que la condición de seropositivo no significa tener poco tiempo de vida y que como cualquier otra enfermedad se puede sobrellevar con el tratamiento y cuidados necesarios.
“Fueron momentos difíciles en los que la única pregunta era ¿por qué, por qué, por qué? hasta que un día yo dije: Dios mío, tú me la prestaste, porque los hijos son prestados, yo nada más te voy a pedir que no sufra tanto mi criatura, lo que ella toque sufrir mándamelo a mí. Yo quiero estar entera a su lado siempre, ser su apoyo, estar siempre a su lado, cuidarla y sacarla adelante”, indicó Sofía.
Han sido 18 años de una guerra constante, en la que la filosofía positiva de ver la enfermedad ha sido su mayor aliada. No siempre la vida les ha mostrado su mejor rostro, pero han logrado salir victoriosas de cada situación, recordando sólo lo bueno de cada experiencia.
“Recae, se levanta y vuelve a salir. Ha tenido dos recaídas muy fuertes, en las dos ha perdido el calor de su cuerpo y ha estado ahí totalmente fría, ha visto a su papá y a mucha gente, o sea, que ya está en sus últimos momentos, pero ha salido adelante, gracias a Dios. Pero de ahí en fuera también tengo grandes experiencias muy bonitas de toda esta enfermedad”, mencionó la madre.
Hoy María Regina tiene 18 años de edad y vive una vida normal: estudia una carrera técnica, sale con amigas y tiene novio, la única diferencia es que en su rutina diaria debe de agregar el consumo de antirretrovirales, pues de no hacerlo las consecuencias podrían ser fatales.
“Yo le he inculcado a ella que no debe sentirse menos, que siempre la frente en alto, hay que vivirlo con dignidad, ni eres menos, ni eres más, simplemente nos tocó vivir así y hay que echarle ganas, no hay de otra”, comentó la joven mamá.
A pesar de los tragos amargos que ha tenido que soportar, Sofía agradece a Dios y a la vida darle la oportunidad de disfrutar a su hija y sólo lamenta dos cosas: no haber tenido más hijos, pues ahora sabe que el ser portadora de VIH no es impedimento para ser madre, y no haber tenido la información suficiente para poder liberar a su hija de la infección, como ahora la tienen miles de futuras madres.
“Dentro de todo lo único que me puede es no haber tenido más hijos. Me hubiera gustado tener esa oportunidad que tienen ahora las mujeres, porque yo tuve un parto natural, porque yo le di pecho a mi niña, porque yo no tuve las tantas oportunidades que pueden tener ahorita las mujeres embarazadas”, mencionó. v