Nació rica, nació bonita, nació segura en una familia cuyos principios tradicionales estaban alineados con los de Estados Unidos en la Guerra Fría contra la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Por eso ahora sorprende verla en pósters y folletos como candidata al Senado, bajo el cobijo de quien encarna los ideales de la izquierda mexicana en las próximas elecciones presidenciales: Andrés Manuel López Obrador.
Sus apellidos lo dicen todo: Sada Salinas. Y su nombre, Cristina, desde su niñez fue asociado a la más rancia aristocracia regiomontana por el simple hecho de ser sobrina de Eugenio y Roberto Garza Sada, dos figuras religiosamente veneradas en el mundo empresarial en todo el siglo XX, por ser los íconos del progreso de Monterrey y su proyección internacional.
Es hija de Irma Salinas Rocha, ésta, a su vez, hija de Benjamín Salinas Westrup, fundador –con Joel Rocha Garza– del complejo industrial que tiene las tiendas Salinas y Rocha, y es, por tanto, pariente del magnate de TV Azteca y de Elektra, Ricardo Salinas Pliego.
Por si fuera poco es nieta de otro deslumbrante hacedor de riqueza, Roberto Garza Sada, presidente del Grupo Vitro y hermano de Eugenio y Roberto, a cuya herencia debe ahora la hermosa mansión rodeada de jardines y hermosas flores en Residencial San Agustín, pilar aburguesado del municipio modelo de México, San Pedro Garza García.
“Esta casa me la dejó la abuela”, dice a sus amigos con entera satisfacción. “Por eso la cuido tanto”.
Pero en sus adentros trae una rebeldía que también es heredada: una rebeldía que bebió en la fuente materna pues doña Irma Salinas Rocha, en la década de 1970, escandalizó a las altas esferas del Monterrey conservador con el libro Nostro Grupo, donde denuncia y desvela secretos de una cúpula concentrada en la acumulación de riqueza.
Cristina Sada Salinas, no lo dice a voz en cuello, pero muy en el fondo de su ser transpira, igualmente heredado, un gran resentimiento al ver cómo cuando su padre, Roberto G. Sada Treviño, gerente de Vitro, murió en 1972, la familia sufrió una guerra sin cuartel que se agravó con la muerte de su abuelo.
El abuso de poder arañó las entrañas de la propia familia Sada Salinas, pues en un abrir y cerar de ojos sufrió los despojos de la herencia.
“Murieron mis abuelos y la herencia quedó en las otras dos familias: Sada González y González Sada. Ellos se quedaron con el control de Vitro y de Cydsa. A nosotros nos tocó muy poco. Quedamos completamente fuera. Todo se perdió. Resistimos cuando eso sucedió. Nos quejamos, demandamos pero, claro, no ganamos nada, sólo mucha exclusión social”.
Cristina no tiene empacho en reconocer que su madre había sido sorprendida en una relación extramarital antes de que muriera don Roberto G. Sada en 1972, ni se niega a aceptar que los hijos también se enfurecieron cuando doña Irma Salinas Rocha desapareció de la ciudad para ir a casarse con el pastor bautista Abraham Alfaro, en Michoacán.
“Claro que eso bastó para ser marginada y para que doña Irma viera cómo sus hijos eran excluidos de los bienes, y se enfureciera al grado de amenazar con dar a conocer la historia en un libro, las mezquindades, la doble moral y los presuntos delitos del grupo empresarial”, afirma sin tapujos, orgullosa de aquel libro titulado Nostro Grupo, que muestra los entretejidos de una clase social intolerante, hipócrita, conservadora y llena de prejuicios.
Con esa doble herencia de la rebeldía de su madre y del resentimiento contra quienes los humillaron a la hora de repartir los bienes de su padre, Cristina Sada Salinas hace una propuesta insólita dirigida a los ricos, a la oligarquía, a los dueños de México: “Ha llegado la hora de empezar a repartir. No se trata de arrebatar aquello que ha sido bien habido, sino de exigir a los que tienen más que contribuyan al desarrollo nacional. Ojalá cada día nos uniéramos más y fuéramos muchos.
“Si no vamos a ellos, ellos algún día vendrán por nosotros”, escuchaba una y otra vez cuando alguien les hablaba de los pobres, y por eso ahora está convencida de que hay que luchar como candidata al Senado por el Movimiento Progresita que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
“El mexicano sin oportunidades de progresar, de ir a la universidad o de obtener trabajo, ya no puede más. Tenemos una máquina que constantemente se mueve fuera de la justicia; la producción de pobreza e ignorancia es mucho más grande que el rescate que pretenden hacer con sus obras asistenciales y de caridad”, asienta convencida de sus ideas.
En los pósters que vemos en el área metropolitana, la sonrisa sugestiva de Cristina y su rostro hermoso parecen más los de una modelo juvenil que los de una mujer madura que apunta hacia la izquierda y que subraya con énfasis su prédica social:
“No podemos seguir en este sistema de dominio de los fuertes contra los débiles. Estoy proponiéndoles que haya justicia en la distribución de los impuestos en México. Esta acumulación de riqueza es ilegítima si está exenta del pago de gravámenes, como sucede con más de 400 empresas, con acuerdos que se ratifican sexenio tras sexenio”.
Es lo mismo que López Obrador ha proclamado en todo México: Que antes se repartían la riqueza nacional 300 familias y que ahora solamente se la reparten 30, y quieren seguir gozando de la exención de impuestos haciendo trampa con sus grandes empresas.
Cristina Sada Salinas, asimismo, coincide con López Obrador en que el PRI y el PAN son la misma cosa cuando se trata de corrupción al privilegiar a las clases sociales altas y usar a los pobres nada más para cubrir las apariencias o para llevar agua a su molino con dádivas que les ayudan a calmar la voz de su conciencia.
Por otra parte, la tiene sin cuidado tanta crítica que ha recibido de miembros de su misma clase social por haberse “atrevido” a figuras en la propaganda de un partido (el del Trabajo: el PT) que ha sido cuña para impulsar a la presidencia a quien hace seis años, y todavía ahora, asusta a muchos conservadores que lo siguen viendo como un “peligro para México”.
“Me siento identificada con el pueblo que sufre, me duele el dolor ajeno. Me cuestionan que desde mis comodidades pretendo sentir; dicen que eso no es congruente. Que digan lo que quieran, yo no estoy engañando a nadie; no vengo de la pobreza, pero tampoco de la opulencia”, enfatiza plena de orgullo por su preferencia electoral.
Ha convertido el hogar de su madre, ubicado en Río Guayalejo 101, en la colonia del Valle, en su casa de campaña. Ha destinado su dinero para iniciar actos públicos, pagar la propaganda y la publicidad, “porque apenas me dieron 100 mil pesos, que no alcanza para nada”, se inconforma ante la inequidad manifiesta entre su presupuesto y el de otros candidatos de partidos “grandes”.
Educada en Estados Unidos y Europa y acostumbrada a utensilios de plata a la hora de comer, debió un día buscar trabajo en la Cámara Americana de Comercio tras su primer divorcio, hasta que volvió a unirse en matrimonio a un hombre con quien vivió 20 años y procreó tres hijas de las que se siente feliz porque la apoyan en sus aspiraciones y en su trabajo en los tres colegios que ha fundado con gran esfuerzo, como el San Roberto.
Hoy está segura de que ha valido la pena virar hacia la izquierda para que llegue a la presidencia López Obrador, a quien el sector empresarial satanizó hace seis años en las oficinas de su primo, Ricardo Salinas Pliego, dentro de TV Azteca, donde le tienen tirria a todo lo que huela a progresismo y por eso difundieron a rabiar que AMLO era “un peligro para México”.