Tres familias en espera de una ilusión… tres familias en busca de una esperanza…
Tres familias tan distantes, pero tan unidas por el dolor de la necesidad.
Con la campaña “Una navidad diferente”, Hora Cero llevó hasta tres hogares un poco de felicidad, ilusión y esperanza.
“Ni un perro vive como yo”
Hasta hace cuatro años, Ricardo Pérez Martínez, de 53 años de edad, era el hombre más feliz del mundo; su esposa de 26 años, sus tres pequeñas y la que está por llegar eran su mundo, su mayor felicidad.
Para ellas vivía, para ellas trabajaba. Hoy, la vida le dio un revés.
Desde hace dos años está postrado en cama, sus riñones no le funcionan y cada vez su salud se deteriora ante los ojos de su familia.
“Yo siempre he sido chofer de las rutas 323, 322, 218 y cuanta ruta exista en esta ciudad, de ahí sacaba para mantener a mis niñas, pero esta enfermedad me tiene hecho todo un inútil”, dijo Pérez Martínez.
Mientras hace una remembranza de lo que ha sido su vida en estos últimos dos años, sus bebés juegan a su lado, le piden un peso para ir a la tienda de la esquina, en busca de algo para comer.
“Aquí no hay nada para comer. Cuando salgo, o más bien, cuando puedo salir, me ofrezco para lavar carros, para hacer algo de jardinería, pero soy realista, no puedo estar mucho de pie”, explicó, “hace dos días fui con la más pequeña a pedir un pedazo de pan y me caí en plena calle, mire nada más el espectáculo que tuvo que ver ella, a su padre, en el piso, sin que nadie le tendiera una mano para levantarlo”.
Sus ojos, cubiertos por lágrimas a punto de rodar por las mejillas, buscan el consuelo en Elsa Noemí, de 6 años.
“No me gusta verlas sufrir, me duele mucho no darles sus tres comidas. Ellas en su mundo infantil no saben de las penurias que estamos pasando, pero de alguna manera sufren por no tener un pan para llevarse a la boca”.
Otra de sus hijas, Mía Montserrat de 2 años, busca sus brazos, pero él está débil, no puede cargarla. La pequeña busca consuelo en el juguete que Mamá Clos le llevó ese 24 de diciembre.
“Mírelas. Por la mañana estaba yo a punto de llorar al no tenerles un regalo qué dar y ahora… hasta para comer tienen. Al verlas así me dan muchas más ganas de salir adelante, pero el cuerpo no me responde”.
Su esposa, Yahira Zamora, de 26 años, interrumpe la entrevista para darle sus pastillas.
“Hay veces que me salgo desesperado a tocar puertas, a pedir un taco para mis niñas. Si yo pudiera trabajar lo haría, pero no puedo.
“Tengo hermanos, nietos, sobrinos, y nadie me ve, la vida me trata peor que a un perro sin dueño”, expresó mientras su voz se ahogaba en un llanto contenido.
La mayor, Idalia Guadalupe de 10 años esconde la mirada, le duele las palabras de su padre y corre a abrazar a sus hermanitas.
“Yo no pido nada para mí, pido para ellas. No tienen una comida segura para el día de mañana, vivimos al día”.
Zamora perdió su trabajo en una planchaduría hace dos semanas y eso vuelve más crítica la situación familia.
“Además, tengo que cuidar a mis niñas, estamos muy mal. La situación de mi esposo nos vino a arruinar la vida”, indicó con tristeza.
Puertas… y algo de despensa
Para Susana Luna, la jornada diaria arranca desde las 5 de la mañana, tiempo en que tiene que preparar el desayuno de sus dos hijas y alistarse para emprender el largo camino hacia su trabajo.
Ella vive en las afueras de Pesquería, en una casa modesta donde el aire helado entra sin problema alguno.
En ese lugar, deteriorado por el tiempo, ausente de toda comodidad, sin lujos, se respira amor y es que las dos pequeñas, una de 10 y otra de 6 le dan vida a ese espacio que ellas convierten en hogar.
“Aquí somos muy felices, nos faltarán muchas cosas materiales, pero el amor por mis hijas me hace ver la vida diferente”, aseguró Luna.
Se las ve difícil, sobre todo porque la situación económica no es la mejor.
“Pero soy de las que piensa que nunca hay que rajarse, nunca hay que darse por vencido. Mis hijas son las que me dan el valor para seguir”.
Llegar hasta la casa es toda una odisea.
“Para llegar hasta acá se requiere de mucho tiempo, estamos muy lejos de la ciudad, pero pues acá no es tan caro como allá”, señaló mientras su dedo índice apunta hacia abajo, hacia la lluvia de luces que dibujan la gran ciudad.
“Lo único que nos hace falta es un par de puertas, con este frío, las noches son terribles”.
Se pone a pensar y casi entre dientes dijo: “Y despensa”.
Las niñas están atentas a la entrevista, la más pequeña, Evelyn Michelle, de 3 años de edad, corre a un cuarto y saca dos perritos, de un mes de nacidos, y los presume.
“Dejaron muchos perritos tirados en la esquina y nosotros nos quedamos con dos, el resto los repartí casa por casa. Hay gente muy inhumana que no piensa en ellos”, añadió la madre de familia.
Venecia Giselly, de 8 años de edad, dice que prefiere que los perritos coman bien a que anden en la calle y alguien los mate.
“Son perritos que sienten, son como niños, necesitan de un abrazo”, expresó la pequeña.
Y su madre agregó: “Como verá, dentro de lo humilde que somos, mis niñas tienen aún esa capacidad de dar lo que a veces no tenemos, por eso las quiero.
“Por eso cuando veo que la noche cae, me entra la angustia de no tener que ofrecerles algo de cenar, pero siempre Dios me envía una luz de esperanza y esa luz es la que me hace que día a día salga a buscar una comida para darles”.
Un milagro
En la colonia Independencia es muy conocida y todos la aprecian. Y es que ella se da a querer. Se llama Denisse, tiene 10 años y padece de epilepsia.
Ella sólo quería una Navidad diferente y la tuvo.
El 24 de diciembre recibió regalos, una cena que le fascinó y mucho amor por parte de su familia que la adora y la protege.
“¿Todo esto es para mí?”, dijo con su voz dulce la pequeña al ver los regalos, a Mamá Clos y al grupo regiomontano Ezencia que la colmaron de cariño.
Guadalupe Loera Reynoso, madre de la pequeña, rompió en llanto al ver a su “princesa”, como la llama de cariño, sonreír y jugar como si su vida fuera normal.
“Hace un año, a estas horas, un 24 de diciembre, el panorama era otro, ella estaba hospitalizada, aquí no se festejó nada, todos queríamos estar con ella, con mi princesita”, recordó Loera Reynoso.
Y ahora al verla así, jugando con los regalos, viéndola con su carita de asombro al ver a Mamá Clos, no tiene precio, añadió.
Denisse corría de un lado a otro, presumiendo sus regalos, le contaba a sus amiguitas que un grupo había ido a visitarla y no podía quitar sus ojos llenos de felicidad, de Mamá Clos, a quien abrazaba con mucho cariño.
“Mi princesa no podrá dormir de la felicidad, la conozco. Esa sonrisa que trae es el mejor regalo para mí, para una madre que sale todos los días a buscar la ayuda de los desconocidos para juntar 10 mil pesos y que el tratamiento no se vea suspendido, pero vale la pena cualquier sacrificio que yo haga. Hasta el final, lucharé por ella”, dijo Loera Reynoso.
AGRADECIMIENTOS: Gracias al apoyo de quienes hicieron posible este apoyo a los que más necesitan y de aquellas personas que en el anonimato tendieron la mano para brindar un poco de luz y esperanza a más familias regias: Grupo Ezencia (facebook.com/grupoezencia), Tina Galindo, Daniela Romo, Géronimo, Bella Ragazza, Elvia Luis Loera y Titty Cupcakes (facebook.com/tittycupcakesymas).