En Amor sin Escalas, George Clooney es un ejecutivo encargado de un trabajo extremadamente ingrato: encabeza una empresa especializada en despedir empleados y hacerles un programa de recontratación hecho a la medida.
Es como un sicario laboral que, en el mundo empresarial, podría ser acusado de crímenes de lesa humanidad, por el extermino masivo de trabajadores a lo largo de toda la Unión Americana.
Su vida es, literalmente, un viaje permanente. Acumula millones de millas en el aire. La mayor parte del año se la pasa recorriendo el país para clausurar plazas laborales, y en ese trabajo es como un tiburón de los recursos humanos, el mejor.
Es el suyo, desde su perspectiva muy particular, un trabajo soñado y glamoroso, lleno de hoteles, aeropuertos, taxis y comidas gratuitas en los mejores restaurantes.
Hasta que dos mujeres entran en su vida.
El escritor y guionista Jason Reitman demuestra que es un genio de la narración. En su propuesta innovadora de cine con temática industrial –sorprendió con su debut en Gracias por Fumar, y se consolidó con Juno-, ya superó a su más famoso padre Iván, de los mismos apellidos.
El chico maravilla muestra una cinta corrosiva, que mezcla drama y humor, mofándose de los yuppies y su entorno. Se ríe de la prestancia de los encorbatados que se sienten los amos del universo, y que no son más que uno más de los engranes al servicio del gran capital.
En un año dominado por las animaciones de alto presupuesto y el concierto de filmes bélicos como protesta contra Estados Unidos y su ocupación en Medio Oriente, Reitman se luce con una refle-xión sobre un tema realmente importante y escasamente visitado, como es la conservación del empleo y el drama del despido, muy acorde a la realidad del planeta, y en particular de Estados Unidos, que se esfuerza por superar la recesión con dolorosos recortes masivos de sus empresas insignias.
El título en español, además de chocante, es engañoso. Ciertamente hay una historia de amor, presentada como una forma de recordarle al protagonista y al espectador que, dentro de toda la desalmada lucha por la vida, es indispensable el establecimiento lazos afectivos en diferentes niveles. Quien busca eludirlos es un hipócrita.
Pero el amor aquí es marco de referencia, por que la película se refiere a la soledad solapada con otros satisfactores. Clooney es un tipo exitoso, depredador corporativo, pero es un tipo melancólico porque en el trasiego aéreo en el que ha convertido su propia vida no se da cuenta de lo aislado que se encuentra del mundo.
Tan rápido se desplaza entre los pasillos de las terminales aéreas como para percatarse de que se ha quedado solo, que su felicidad puede ser una ilusión óptica y que el mundo se ha movido mucho más rápido que él, que sigue viajando y viajando, pero víctima de una parálisis emocional que le impide avanzar en su propia evolución espiritual. Dentro de su vida perfecta, todo es cuadrado y rutinario, porque no se atreve a moverse hacia delante.
Es tan puntual y disciplinado en lo suyo que ya hasta aprendió a asumir una actitud de compasión fingida, acorde a las necesidades del cliente.
El artista de la cesantía ve amenazado su universo cuando entra a trabajar con ella una chica innovadora del sistema de jubilaciones. Anna Kendrick, en una estupenda actuación, representa a todas las soñadoras de excelencia universitaria que se proyectan como caudillos del nuevo milenio, aplicando en la oficina todos los conocimientos que aprendieron en las aulas, solo para darse cuenta que la vida no se parece en nada al más audaz de los teoremas sobre la filosofía laboral.
Kendrick se une a Clooney para aprender de él, on the road, su insólito trabajo. Sin embargo, la lección que reciben es recíproca. A través de esa mujercita voluntariosa que tiene poco de encantador y mucho de insoportable, el veterano verdugo entenderá la importancia de invertir corazón en los propósitos.
Vera Fermiga es, en cambio, la contraparte del ejecutivo volador. Lleva con ella una relación casual, madura e intermitente. Viajeros frecuentes por la naturaleza de sus empleos, se encuentran en cualquier punto del país, arreglando sus agendas para coincidir.
Hasta que él se percata de que quiere más y se decide a dar un paso irreflexivo y atrevido, como nunca lo ha hecho en su vida, solo para encontrarse de frente con una realidad que le mostrará su más feo rostro y que también le hace cambiar, para siempre, la perspectiva de sí mismo.
La dirección en escena de Reitman es sorprendente. El talento de Clooney contribuye a presentar un personaje que lentamente se va deformando con revelaciones que le cambian la visión de su vida, hasta llegar a un final que contiene una bella metáfora sobre las posibilidades de perderlo todo si no se arriesga nada.
Reitman echa mano a sutiles trucos del lenguaje cinematográfico para mostrar el destino del exterminador profesional, que carga una pequeña maleta, camina solo entre la multitud, no mira hacia a tras y se enfrenta a su nuevo destino tras haber vivido una pequeña odisea entre escritorios y husos horarios.
Amor sin Escalas es una genialidad.