Todos los días, a las 10:00 horas, Margarito Zedillo Reyes llega a la Plaza Zaragoza y se sienta a esperar oportunidades de trabajo bajo la sombra de los árboles o el Faro de Comercio. Sobre su cuello carga una cámara digital y a su costado una impresora, una batería y un convertidor. El tiempo comienza a transcurrir; los segundos se convierten en minutos y los minutos se transforman en horas, hasta que finalmente la suerte se hace presente cuando un visitante foráneo le hace ganar sus primeros pesos al dejarse retratar por su lente.
Margarito no es desempleado, aunque no está muy lejos de serlo, pues es uno de los pocos fotógrafos turísticos que aún permanecen a lo largo de la Macroplaza en busca de paseantes que acepten tomarse fotografías por 60 pesos, un negocio ya muy poco rentable y a punto de desaparecer.
Los avances tecnológicos terminaron por sepultar un oficio de más de cinco décadas de antigüedad y de paso condenar a la carencia a la mayoría de quienes lo ejercen.
Margarito conoce esta historia a la perfección, no en vano es uno de sus protagonistas. En su mente aún permanecen tatuados aquellos años en los que la fotografía turística era un empleo demandado y bien redituado, pues en un mal día un fotógrafo podía sacar hasta mil pesos, mientras que hoy, con mucha suerte se llega a los 600.
“Antes sí sacabas dinero, ya muy amolado sacabas como mil pesos y era porque te había ido mal. Antes se cansaba uno de trabajar. Hoy, en un buen día llego a sacar unos 400 ó 500 pesos ahorita”, señaló con voz cansada Zedillo Rangel.
EN PICADA
En 1977 Margarito Zedillo Rangel decidió aprender fotografía para trabajar en la Macroplaza y obtener mayores ingresos para su familia, fue así como desde hace 45 años ingresó a esta profesión.
Primero fueron las fotografías blanco y negro, después la de a color, le siguieron las instantáneas y finalmente las digitales, cada una con sus cuidados peculiares.
Durante sus primeros años existían pocos fotógrafos, cerca de mil en toda la ciudad, pues no cualquiera podía ejercer, así que el trabajo era abundante e incluso cansado.
Por más baratas que se ofrecieran las fotos, pues rondaban entre los 15 y 20 pesos, don Margarito tenía asegurado que a su casa llegaría con mínimo mil pesos en la cartera, suficientes para mantener dignamente a su familia.
“Anteriormente sí había mucha chamba, bastante, pero ahora no, ahora está muerto. No sabría decirte cuántas fotos sacaba, pero sí eran muchas”, dijo el fotógrafo.
Fue a través del lente que Margarito logró darle techo, comida, vestido y educación a sus hijos y aunque nunca hubo lujos, tampoco necesidades, ya que el oficio era bondadoso y la vida no era tan cara.
“De aquí saqué para todo lo de mi familia. Mis hijos quien quiso estudio de aquí se lo di, pero ya todo eso se acabó”, indicó el experto del lente.
Sin embargo, con el paso del tiempo la tecnología fue avanzando y las cámaras fotográficas se convirtieron en objetos cada vez más accesibles para toda la población, lo que vislumbraba un golpe casi mortal para el negocio.
Pero hace casi siete la llegada de las cámaras digitales y su integración a los teléfonos celulares fue lo que definitivamente cavó la tumba de este oficio, del que pocos han podido sobrevivir.
“Como unos siete años empezó a bajar bastante. Ahorita se me hace que no sacamos ni la mitad de lo que sacábamos antes. A nosotros nos afecta por lo digital, lo moderno y también echaron muchas camaritas, celulares con cámaras nos han venido perjudicando”, dijo don Margarito, vecino de Benito Juárez, Nuevo León.
Actualmente la fotografía vale 60 pesos y con suerte un fin de semana logra sacar hasta seis, lo que se traduce a una ganancia de 360 pesos, cantidad insuficiente para pagar recibos y necesidades básicas, si se toma en cuenta que tan sólo en camión invierte 20 pesos diarios.
“El sábado hice dos fotos en todo el día, el domingo hice seis fotos en todo el día. Con seis fotos no mantengo la familia. Nada más en camiones son 20 pesos”, dijo el fotógrafo.
Todos los días de la semana, de las 10:00 hasta las 17:00 horas aproximadamente, Margarito espera con paciencia por lo menos “hacer la cruz”, como le llama a la primer fotografía del día, aunque en ocasiones ésta nunca llega y se retira a casa con las manos vacías.
A pesar de que su esposa constantemente le pide que ya no regrese a la plaza Zaragoza, don Margarito continúa, pues cree que a su edad no podrá conseguir ningún otro trabajo.
“Porque es lo único que sé hacer y a mi edad nadie me va a dar trabajo”, mencionó Zedillo Reyes, quien además mantiene viva la ilusión de que algún día los buenos momentos del pasado se crucen con el presente.
Actualmente, la mayoría de sus ingresos económicos dependen de los visitantes foráneos, quienes por euforia o caridad aceptan la invitación de don Margarito.
Aunque existe una federación de fotógrafos, ya poco se puede hacer. El oficio parece estar condenado a desaparecer, pero no así la vocación de don Margarito, quien indicó sólo se retirará de la Macroplaza cuando Dios lo decida.
CAMBIO NECESARIO
Aferrado a su cámara Polaroid instantánea como a la idea de seguir ejerciendo el oficio de lente turístico, José Luis Álvarez Garza de 62 años diariamente custodia la fuente de Neptuno en busca de paseantes que deseen una fotografía profesional.
Su historia no difiere mucho de la de don Margarito, ambos han sido víctimas colaterales de los avances tecnológicos, pero también de la inseguridad, que merma el número de visitantes, y de las autoridades que mantienen apagados atractivos como las fuentes de la Plaza Zaragoza.
Tras más de 13 años de permanecer laborando en el corazón de Monterrey, José Luis ve con tristeza la inminente desaparición del oficio que le regaló bienestar a él y su familia.
Y es que con la llegada de los celulares y las cámaras digitales, la lucha por el mercado de la fotografía fue ganado por la tecnología.
“Cuando salieron los celulares ya nos quebró el jale para nosotros. Vamos a suponer que desde 1999 hasta que llegó el celular nos duró el negocio”, digo Álvarez Garza
Atrás quedaron los años en los que un fin de semana bastaba para ganar hasta 2 mil pesos, actualmente si 10 fotografías logra en un fin de semana contó con mucha suerte.
En el escenario actual se repite de la frase “no gracias” ante la insistente pregunta de “¿gusta una fotografía?”. Las parejas son su mejor mercado, pero también decae poco a poco.
Ante los número negativos, José Luis ha optado por abandonar el negocio de fotógrafo turístico y tratar de emprender un nuevo negocio.
A diferencia de sus otros cinco colegas que también laboran en la Macroplaza, José Luis ha decido visualizar una fecha de despido, que aunque no está definida sabe que será pronto.
Con su adiós, se despide de todo tipo de anécdotas, buenas y malas, pero con la tranquilidad de saber que en 13 años de trabajo logró captar algunos de los más gratos momentos de los paseantes regiomontanos y foráneos.