
En cualquier momento su corazón puede dejar de palpitar, pero ella no lo sabe porque vive en un mundo color de rosa dentro del cual colorea su propia vida de una manera que hace que todo su entorno sea felicidad absoluta.
Alma Rosa Loera padece Síndrome Down (trisomía 21) y a sus 43 años lo único que le pide a la vida es tener frente a ella un escritorio, un montón de lápices y un juego de libros para colorear, si son de Kitty, mejor.
Almita, como le dicen de cariño en su casa, está muy feliz ya que se avecina su cumpleaños y para ese gran día sueña con un enorme pastel de Kitty, su personaje favorito “y en color rosa, grande, muy grande”.
De hecho, Almita ya hasta tiene a sus amiguitas invitadas para el gran día, pero mientras llega tal acontecimiento, dedica parte de su tiempo a colorear lo que se le ponga enfrente.
De complexión robusta, mirada interrogante y con una inocencia que rompe el corazón, Almita está sentada, atenta a las preguntas. Mientras atiende la entrevista, busca en su celular la música que le gusta escuchar.
“¿La conoces?”, me pregunta, pero no espera respuesta, me dice con ese candor y ternura que envuelve a quienes la ven.
“Es Selena” y al ritmo de “Amor prohibido” su rostro se alegra.
Uno de los sueños de Almita es que en su cumpleaños estén Tatiana y Pedro Fernández.
“¿Los conoces?”, me pregunta, “si viene Tatiana a mi casa, quiero que me digas para que aquí estén todas mis amiguitas”.
¿Quién más te gusta?, le pregunto y sus ojos se fijan en el celular que trae en sus manos. Vuelve a buscar más música, hasta que encuentra a otra de sus ídolos, Jenni Rivera, pero también sucumbe ante el sonido de Justin Bieber.
“De jovencita, bailaba por horas y horas. Le gusta y lo hace bien”, revela Guadalupe Loera Reynoso, una de sus hermanas.
“Era muy bailadora, pero pues ya con la edad todo cambió en ella, pero podía pasarse horas bailando y ni quién la parara”, destacó Loera Reynoso.
> Dime Almita, ¿cómo es tu mundo?
Capta al instante la pregunta y busca entre sus cajones de colores, aquel que me dará la respuesta. Alza un lápiz, de color rosa.
“Me gusta… rosa… el color”, dice de manera atropellada, pero entendible.
Se desliza como pez en el agua por su casa, va de un lugar a otro, hurga entre sus cosas hasta sacar su vasta colección de cuadernos de sus personajes favoritos.
Se emociona cuando entre ellos ve al de Kitty. Me lo entrega para que vea sus “obras de arte”.
“Todo lo pinté yo, todo eso, y aquí están los colores”, señala.
Y con una sonrisa angelical muestra cajones y cajones de lápices de colores donde por supuesto, impera el rosa, así como su vida.
“En cualquier momento se nos va”
Cuando los doctores le dijeron a Ana María Reynoso, de 72 años, que su hija Alma había nacido con Síndrome Down (trisomía 21) su mundo se vino abajo.
“Fue una noticia terrible, el mundo se me vino abajo. Me preguntaba una y otra vez ¿por qué a mí? Me pasé los primeros 7 años de Almita lamentando mi suerte, llorando día y noche, no me explicaba el porqué de las cosas”, expresa Reynoso.
“Pero un buen día, cuando Almita ya tenía los 7 años de edad cumplidos me dije ‘basta de lamentaciones, si Dios me mandó esta prueba es para que la saque adelante’, y a partir de ahí todo cambió.
“La metí a la escuela mientras yo trabajaba, y ahora puedo rendirle cuentas a Dios por haberme mando a este angelito y decirle ‘aquí vamos juntas’”.
A sus 72 años de edad, Reynoso se siente fuerte para seguir velando por su hija.
“Lo único que le pido a Dios es que no me vaya a ir yo antes que ella. Ella ha sido mi motor para seguir trabajando, para seguir luchando, yo creo que sin ella, ahora que mi esposo falleció hace 6 años, mi vida hubiera sido muy inútil, pero ella, Almita, me ha dado fuerza para salir adelante”.
Muy enferma
Reynoso señala que la vida al lado de Almita no ha sido nada fácil.
“Ella padece de arritmia cardiaca, se le desató la tiroides y los doctores me han dicho que trae un problema severo en el corazón, su corazón ya no late con fuerza, cada vez está más débil, me dice el doctor que en cualquier momento se nos puede ir y yo le preguntó ‘¿cómo quiere que me prepare?, es mi hija, mi niña, dígame usted cómo quiere que me prepare’”.
La situación empeora porque Reynoso sigue trabajando y sigue al pendiente de su hija.
“Yo me tengo que ir a trabajar desde temprano, luego regresar a casa, llevarla a la escuela, ver que no me le falte nada. Verla feliz es mi mayor gratificación. Pero cuando se nos pone enferma, el mundo se me pone al revés”, añade.
Almita escucha con atención las palabras de su mamá, no entiende la dimensión de ellas, pero lo que sí capta es su sufrir.
“Yo te quiero mucho”, interrumpe Almita la entrevista y acto seguido, abraza a quien le dio la vida.
“Ella se pone muy triste casi todos los días, porque extraña a su papá. Su papá la quería mucho, la mimaba, la atendía. A veces se pierde en sus recuerdos, se queda calladita, y es cuando le pregunto ‘¿qué te pasa, mi niña?’, y ella con sus expresivos ojos grandes, a punto de llorar sólo me dice ‘papá, que venga ya’”.
Su cumpleaños
Al finalizar la entrevista, Almita se levanta y muestra sus dibujos, su cara se torna feliz, en su mundo color de rosa, ella sabe que es querida por toda la familia.
“Tú… pastel… grande, de Kitty”, y se echa a mis brazos.
¿Quieres que yo te traiga un pastel enorme de Kitty?
Esconde su mirada en un cuaderno, se ríe de su “atrevimiento”, de su petición, y vuelvo a preguntar: Almita, ¿quieres un pastel enorme de Kitty para tu cumpleaños?
Sus ojos se ponen rojos, quiere llorar de emoción, la tomo de las manos y queda en el aire un pacto para el 21 de mayo: “Pastel rosa, de Kitty”.