Para Juan Nieto, las horas transcurren lentas y cansadas, sumando días que se resumen a largas jornadas de inactividad, postrado en una pequeña cama de hospital y conectado a tubos que lo alimentan.
Rodeado por cuatro paredes que se han convertido en su hogar, su entorno no es más que otro par de desdichados que corrieron con su misma suerte y un grupo de dedicados doctores y enfermeras que tratan de mejorar su salud.
Así es la vida de Juan Nieto desde poco más de un año, cuando un accidente le provocó serias fracturas en el cráneo, dejándolo inmóvil y sin capacidad para hablar. Desde ese trágico 20 de marzo de 2010 la vida de este joven de 30 años cambió por completo y con ella la de su familia también dio un giro radical.
A un lado de su cama, un rostro de tristeza se dibuja sobre el cuerpo de una mujer de 56 años, a quien el cansancio de los años no le impide estar de pie, lista a atender cualquier necesidad. Se trata de su madre, doña María Nieto, quien desde hace más de un año llegó a Monterrey para estar al cuidado de su hijo, por lo que el cuarto de hospital se ha convertido en su nuevo hogar.
Nueva morada
Originaria de Nuevo Laredo, Tamaulipas, en donde todavía radica, la familia Nieto sufrió un duro golpe cuando el 30 de marzo del pasado año les informaron que días atrás uno de sus integrantes, Juan Nieto, había ingresado al Hospital Universitario de Monterrey, pues un accidente lo había dejado gravemente lesionado.
Tras conocer la desafortunada noticia, doña María Nieto fue abordada por la angustia y el desespero, por lo que inmediatamente tomó un autobús con dirección a la capital neolonesa para reunirse con su hijo, el menor de sus seis.
A más de un año de haber arribado a la ciudad, Monterrey sigue siendo desconocido para doña María, ya que su entorno se limita al cuarto en donde es atendido Juan y los puestos de comida que se ubican alrededor de la institución de salud.
Atrás quedaron las labores de una ama de casa que fueron sustituidas por casi 16 horas diarias sentada a un lado de la camilla de su hijo, una rutina bastante cansada y desgastante.
Pero la monotonía se vuelve pasajera cuando de por medio está el bienestar de un ser querido, por lo que los desvelos, malpasadas, soledad y carencias son minimizadas y se combaten con una lastimada sonrisa.
“El hospital ya es mi vivienda, día y noche. Es difícil vivir en el hospital. Nada más duermo un rato”, mencionó doña María.
Es a través de hilos y agujas que esta madre trata de robarle al día algunas horas. Su fatiga es maquillada por la distracción que le ofrece el tejer, una de las pocas actividades que puede realizar en el cuarto de hospital.
Su vida se volvió una agenda en la que sólo trascienden las horas de comida y medicación. Los minutos van y vienen y su único soporte es un banco amortiguado por un cojín.
“Me la paso casi todo el día aquí con él, tejiendo, es lo que hago, cambiándolo, dándole su comida, como a la 1 ó 2 de la tarde me bajo a comer, a las 6 pm bajo a descansar otro rato”, comentó con tristeza.
Llega la noche y doña María acomoda su cama, que no es más que una pequeña colcha que se extiende en un espacio de apenas 1 metro y medio por 60 centímetros sobre el suelo del hospital.
Al igual que el tiempo, las amistades llegan y se van para doña María, quien el permanecer más de 12 meses en el Hospital al cuidado de su hijo le ha permitido conocer gran cantidad de personas, con las que ha compartido su sufrimiento y a la vez esperanzas. Finalmente, la ausencia de familia la en la ciudad la orilla a adoptar a personas ajenas como tal.
Y es así, día a día, durante todo un mes que doña María Nieto vive en un rincón del Hospital Universitario, hasta que llega el momento de regresar a Nuevo Laredo, en donde pasará una semana con la familia que allá dejó, hasta que los siete días transcurran y tenga que regresar a Monterrey.
CONDICIONES PRECARIAS
Además del desgaste físico y emocional la tragedia de Juan Nieto pasó factura a las ya precarias situación financiera de la familia, que tiene que gastar en pañales, papel higiénico, agua y demás productos que el paciente requiere, así como las comidas y transporte de doña María.
Económicamente es una situación difícil, a pesar de que recibe el apoyo de sus demás hijos, quienes la ayudan con unos cuantos pesos.
Incluso la esposa de José, con la que procreó dos hijos, trabaja para poder ahorrar algunos centavos y alimentar a los niños.
Pero a pesar de las carencias económicas, la familia cuenta con una gran riqueza espiritual, que le permite que la flama de la esperanza continúe encendida a pesar de la adversidad.
Por eso, una Biblia se postra sobre la cabecera de José Nieto, convirtiendo a la oración de doña María Nieto.
El diagnóstico para Juan es aún inexacto: los doctores indican que puede recuperar el habla, pero no precisan el tiempo, igual así el movimiento. Por tal motivo la estancia de este hijo y madre puede prolongar por tiempo indeterminado en el Hospital Universitario, lugar que se ha convertido en su hogar.