La naturaleza es caprichosa. El mismo día de junio que la ciudad de Saltillo se inundaba a causa de un aguacero que nadie pudo prever, en el sur de Nuevo León (a menos de 100 kilómetros) vacas y chivos morían de sed.
El ejido El Tajo, en Doctor Arroyo, es una prueba de ese caprichoso carácter de la lluvia. Ubicado a escasos 20 kilómetros del poblado de San Pablo de las Mitras, ambos se convirtieron en los dos lados de una sola moneda.
En San Pablo hubo dos días de precipitaciones que sirvieron para refrescar las áridas tierras y darle un poco de vida a los aljibes, pero las nubes se mostraron tacañas y no mandaron sus gotas hasta El Tajo, donde sus habitantes se quedaron tan sedientos como están desde mayo de 2010, cuando cayó la última lluvia.
“Aquí no ha llovido desde mayo del año pasado, ya los animalitos no aguantan. Se nos han muerto chivas y vacas porque encuentran muy poco alimento y casi no hay agua, además que los calores están bien fuertes”, cuenta don Quirino Malacara.
El temor del anciano campesino no es infundado: desde hace 27 años no se presentaba una sequía tan prolongada en el campo de Nuevo León, que el pasado 22 de junio fue declarado zona de desastre por las Comisión Nacional del Agua (Conagua), lo que permite a las autoridades estatales acceder al apoyo de recursos federales extraordinarios.
Tan sólo al mes de febrero, las pérdidas se contabilizaron en 60 millones de pesos, la muerte de 3 mil cabezas de ganado (principalmente vacuno y caprino) y más de 50 mil hectáreas de diversos cutivos dañadas.
Las altas temperaturas y la ausencia de humedad, que en la zona metropolitana se han convertido en una incomodidad, en el área rural significan el empobrecimiento generalizado de la población.
Son cuatro los municipios donde el fenómeno ha causado mayores estragos: Doctor Arroyo, Mier y Noriega, Galeana y Zaragoza, todos ubicados en la zona sur que colinda con el estado de San Luis Potosí.
El gobierno estatal inició un proyecto de apoyo humanitario y agropecuario para intentar paliar la crisis, informó el mes pasado el secretario general de Gobierno, Javier Treviño.
“No teníamos, desde hacía 27 años, una sequía tan prolongada, por eso el gobierno estatal está invirtiendo alrededor de 72 millones de pesos en programas emergentes en la zona de desastre, como los de suplemento alimenticio, construcción y rehabilitación de presas y praderas, infraestructura de contingencias climatológicas, equipo para suministro de agua y empleo temporal”, dijo el funcionario.
Pero más allá del apoyo que ofrecen 15 brigadas gubernamentales en 122 comunidades, está el día a día de la gente de campo, que a su proverbial miseria suma las complicaciones de una lluvia que no llega.
VIVIR CON SED
El ejido El Tajo y la Boquilla tienen diferentes nombres pero la misma historia de tierras áridas, animales sedientos y pobladores asolados por la escasez de recursos y de oportunidades.
Los poblados están a la orilla de la carretera 57 que va de Monterrey a San Luis Potosí y quedan dentro del territorio de Doctor Arroyo, pero igual podrían estar en Galeana, Zaragoza o Mier y Noriega.
El sol es el mismo y quema igual.
La tierra se despedaza en terrones completamente deshidratados cuyo polvo se mete a los ojos y lastima la garganta. Una majada de cabritos recorta el horizonte formado por un camino áspero y un radiante cielo azul acero salpicado con majestuosas nubes de un blanco brillante que no presagia agua.
Don Quirino Malacara viene arreando a los chivos en un jamelgo igual de sediento que él. A sus costados, como buscando la sombra del caballo, dos famélicos perros trotan sin ganas y ni un ladrido desperdician esa tarde de 39 grados sin una sola ráfaga de aire.
Llegan hasta un aljibe (una alberca de 5 por 4 metros y unos 3 metros de profundidad), en cuyo fondo mueren de inanición dos tímidos charquitos, casi absorbidos por el ardiente cemento.
A un lado de la construcción hay una bomba que se mantiene en silencio porque no hay agua que sacar. Una malla cubre el perímetro y a un lado de la puerta de acceso dos tambos contienen todo el líquido que hay: un agua chocolatosa que lleva varios días en reposo.
“Las pipas del gobierno nos están trayendo agua pero se acaba muy rápido. Además, deberían racionarla pero no, dejan que cada quien se lleve la que quiera y aquí unos salimos perdiendo porque vienen otros en camionetas y se llevan varios tambos llenos porque tienen más animales”, cuenta don Quirino mientras baja del caballo.
El apoyo del que cuenta se refiere a 7 pipas y 10 pozos con tanques potabilizadores que la paraestatal Agua y Drenaje de Monterrey puso a disposición de los municipios afectados. Lo bueno de la medida es que el servicio lo reciben las comunidades más cercanas a la cabecera municipal; lo malo es que en algunos casos se deben recorrer hasta 90 minutos de camino para llegar a rancherías con apenas 40 habitantes.
Hay 53 pequeñas comunidades donde se encuentran dispersas 30 mil personas, a quienes se les distribuyen agua y despensas en camiones del DIF para mitigar sus penurias. Pero no acaba de ser suficiente.
Por eso don Quirino, el septuagenario hombre de oscura piel curtida por el sol, sigue en el trajín bajo el candente sol. Toma un balde y lo sumerge en uno de los tambos. A sus pies, una enorme tina es tomada por asalto por decenas de cabritos que ansían el líquido para calmar la sed. Tan pronto cae el primer chorro, pelean a empujones y topes por el espacio suficiente para beber.
Entre balidos y una nube de polvo que levantan las pezuñas, el ganado comienza a vaciar el agua. Finalmente, las aproximadamente 40 gargantas se retiran satisfechas y toca su turno a los perros y al caballo.
Además del agua, la ayuda de Procampo, estimada en 65 millones de pesos, será destinada a beneficiar a 240 mil productores que ven cómo sus cultivos de maíz, frijol y papa se pierden por la ausencia de lluvia.
“Aquí todos perdemos, nosotros vemos cómo se nos mueren los animales y los que siembran igual: unos sembraron y no se les dio la labor porque no llegó el agua, entonces perdieron la semilla, y otros están esperando el agua y no han sembrado, entonces no pierden semilla pero igual no van a tener que comer”, explica el hombre mientras se seca el sudor con un paliacate ajado que aún tiene vestigios de su color rojo original.
TRABAJO, NO AYUDA
Para doña Etelvina Borges la solución de la problemática debe pasar por la instalación de una empresa productiva que le dé empleo a los lugareños para que ya no dependan del campo.
“Aquí lo que necesitamos es una fábrica, maquiladora, algo; necesitamos que el gobierno nos ponga una maquiladora que le dé trabajo a la gente porque si no se van a seguir yendo a Matehuala, a San Luis, a Monterrey.
“Los muchachos ya no se quiere quedar a trabajar en el campo porque se les hace muy pesado y es que es muy difícil la vida del campo. Ya ven, ahorita nada que llueve y eso nos tiene emproblemados… luego si llueve mucho o se viene el frío fuerte o no hay dinero para la semilla. Total que hasta cuando todo se nos da bien tenemos problemas porque entonces hay mucha producción, ponga usted que de papa y el precio baja”, explica la mujer, abuela de 8 nietos.
Los techos cuenca han sido una ayuda inestimable en el árido sur del estado, pues captan el agua de lluvia, la almacenan y se puede utilizar para beber si se hierve o se le agrega un químico que obsequia Agua y Drenaje de Monterrey.
El problema es cuando no llueve. O cuando llueve muy poco. Los techos no captan líquido y los aljibes se quedan vacíos o con agua que se estanca y se pone verdosa; al poco tiempo no es buena ni para los animales.
Y los pronósticos no mejoran pues de acuerdo con los registros de Conagua, Nuevo León no registró lluvias desde febrero hasta abril, a pesar de que en este periodo se presentan en promedio 62.1 milímetros de agua.
Así, la sed se mantendrá en las comunidades del sur de NuevoLeón y animales como los de don Quirino segirán peleando para beber el agua chocolatosa que su dueño les vierte con un gesto de preocupación. v