Carlos Ayala Jaramillo ingresó en el lejano 1968 a la casa de reposo Monte Carmelo, localizada en la colonia Valle del Mirador, en Monterrey, y a pesar de estar rodeado de otras 58 personas, la soledad siempre lo acompaña.
El ancianito pertenece al 30 por ciento de los adultos mayores que viven en el albergue y no tienen familiares que vean por ellos.
Recostado en la sala del refugio- donde acostumbran dialogar con su confidente, la televisión- este hombre de 77 años de edad comentó que toda su familia ya murió y él nunca se casó ni tuvo hijos.
“Estoy triste, nunca estoy alegre, la verdad. Me siento muy solo porque mi familia todos están allá arriba en el cielo. Yo no tengo sobrinos ni amigos que vengan aquí, además no me casé, nunca encontré la mujer indicada.
“El ambiente es muy insípido aquí, se queda uno solo y no hay personas con quién desahogarse, nada más estoy encerrado. Cuando voy a paseos uno nada más pasa angustias muy amargas”, comentó don Carlos detrás de sus lentes oscuros que contrastan con la blancura de su piel.
Durante su juventud Carlos Ayala Jaramillo ayudaba a su tío a reparar zapatos en su casa de la calle Emilio Carranza, en el centro de Monterrey; sin embargo, con el paso de los años los familiares se fueron acabando hasta que un conocido lo llevó a Monte Carmelo.
“Ahora ya esa casa la tumbaron, fincaron nuevos edificios, y todos mis familiares ya murieron. Un conocido me dijo ‘no te voy a dejar solo, te voy a internar en un asilo’ y así fue como llegué aquí”.
Para el deprimido hombre estar en el asilo no es fácil y no tiene otra opción más que aguantar. Ni los programas de la televisión le gustan, es “un mugrero”, asegura.
“No hay programas buenos como películas de vaqueros, sólo novelas”, lamenta el anciano que usa pantuflas y playera cómoda. Para moverse camina en un andador porque hace meses tuvo una caída y se fracturó la cadera.
Para no sentirse solo el ancianito escuchaba música a través de un pequeño radio, pero en un arranque de furia optó por destruirlo con una piedra grande que había en el jardín.
Mientras cruza las manos y mira al piso, don Carlos aprovecha la presencia de una persona que lo escucha para darle rienda suelta a su amargura y la deja fluir revuelta con sus quejas y momentos aciagos. Por ejemplo, lamenta que sus compañeros sean “muy necios” y se pongan a llorar por la nada, lo cual le provoca aún más tristeza.
La principal carencia de Monte Carmelo, como sucede en la mayoría de los asilos, no es económica sino de compañía, de personas que presten el oído, el hombro para que los abuelos se desahoguen de tantos recuerdos que los agobian, a veces buenos y a veces no tanto.
Don Carlos usa una gorra negra además de sus lentes. Dice que se siente más vivo y moderno y a sus 77 años no pierde la esperanza de enamorar a una de sus compañeras (Por Marilú Oviedo).
“Hay una señora que me gusta, pero está casada y a veces nada más me da puerta (ánimos). Luego ya es puro desprecio y así se la pasa”, dijo el hombre, revelando que también sufre mal de amores.
El residente de Monte Carmelo alimenta fielmente la idea de que con la edad llegan no sólo los achaques sino también crece la intolerancia.
“Tengo muchos enemigos, no dejan dormir a uno y siempre andan levantándose en la noche para irse a parar a los pasillo, nada más para nada, y luego se regresan y se acuestan y eso es molesto. Están platicando puras tonteras y pues la noche es para dormir”, expresó.