Días antes de que fuera alcanzado por una bala perdida, el niño César Erubiel Díaz Venegas ya era rondado por el plomo. El jueves anterior a la tragedia una serie de detonaciones se escucharon cerca de su escuela mientras tomaba clase, y el miedo que le provocó presenciar este incidente hizo que se ausentara al día siguiente.
Sin embargo, el sábado también tuvo el infortunio de percibir otro tiroteo ocurrido en la colonia Altamira, muy cerca de su domicilio, por lo que el temor nuevamente lo hizo presa, recordó su madre Nora Elia Venegas.
“Decía que por el miedo no sentía el cuerpo, pero yo le digo que rece, él dice que ya cuando empieza a rezar se le olvida, pero que batalla para concentrarse”.
Aunque la joven madre ya se encuentra más tranquila al saber que la salud de su hijo está evolucionando, no puede evitar reflejar la angustia al recordar aquellos trágicos momentos en que el pequeño César de 10 años de edad fue alcanzado por las balas de verdad.
Tras la comida, los planes de la mujer eran ir al centro de la ciudad para comprarle zapatos a su niño. Ella es empleada doméstica y su esposo trabajador de limpieza.
Habían pasado sólo 10 minutos desde que abordaron el transporte urbano cuando el estruendo provocado por las armas de fuego se hizo escuchar.
“Lo único que hice es que a la niña la aventé al pasillo del camión para protegerla, a mi niño le dije ´tírate al suelo´ y lo aventé también, pero ya cuando estaba tirado me dijo: ‘mamá, siento bien caliente aquí’, y ya volteé a la ventana y la ventana tenía como una media luna, me sentí mal, pero pues tenía que agarrar valor porque también tengo a mi niña y ella estaba bien.
“Lo único que le dije fue: ‘fue un rozón no pasa nada’, porque mi niño es bien miedoso, y la niña me dice: ‘¿cómo que no?, si traes un agujero, yo lo estoy viendo’ , y ella le levantaba la camisita para volverle a ver”, señaló.
A partir de ese momento el tiempo para que atendieran al menor se le hizo eterno. El primer destino fue un centro médico ubicado en la colonia Camino Real, hasta donde llegaron en el mismo camión; sin embargo, los doctores no lo quisieron atender.
El ruido de otro tiroteo cerca del lugar volvió a conmocionarlos. No pasó mucho tiempo, y uno de los abuelos del menor llegó para rápidamente trasladarlo al Hospital de Zona, apoyados por una patrulla que les abrió el paso.
El temor que aún siente no lo puede esconder, mientras recuerda esos momentos el ulular de la sirenas interrumpe la plática, y la madre no puede evitar voltear atemorizada.
Asegura que este sentimiento es general en su familia, y es que varios de los integrantes han sufrido al ser testigos de incidentes de este tipo, por lo cual, su hermana y su suegro son los primeros en comunicarse con ella cada vez que escuchan una balacera, sin imaginar que en esta ocasión sí los había alcanzado.
La angustia por la salud del pequeño César Erubiel pasa poco a poco, ahora la siguiente situación a atender es su pequeña hija quien aún no puede borrar de su mente ese momento.
“La niña esta asustada, mis suegros me dicen que la niña hizo un dibujo en donde está el niño en el suelo, con la sangre en el cuerpecito y el agujero, ella se refiere mucho al agujero”, explicó la madre de familia.
DIRECTO AL CORAZÓN
Aunque el temor de ser testigo de algún acto de la delincuencia organizada está latente entre la ciudadanía de Nuevo León, verlos en el corazón de la ciudad, donde miles de personas transitan diariamente, era menos probable. Sin embargo, el miércoles 6 de octubre pasó lo inesperado.
Una estudiante universitaria de 21 años de edad, Lucila Quintanilla Ocañas, acudió a la plaza comercial Morelos a realizar unas compras, luego de cumplir con sus obligaciones en la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Eran las siete de la tarde en pleno centro de Monterrey, y los negocios ubicados en el cruce de Juárez y Morelos reciben a los compradores que acaban de terminar sus labores, mientras que otros tantos se arremolinan por ambas aceras para abordar el transporte urbano.
Esa área que ni siquiera alcanza a ser una manzana, día a día es testigo del paso de cientos de personas, sobre todo en hora pico. Aquel 6 de octubre el terror de muchos se volvió realidad: las detonaciones de un arma de fuego quebraron la tranquilidad de una tarde cualquiera, para dar paso a la histeria.
A partir de ese momento ya nada volvió a ser igual. Una familia perdió a una integrante que estaba por concluir su carrera de Diseño Gráfico, sus allegados perdieron a una amiga y el resto de la población se dio cuenta que cada día pierde su serenidad.
Esta ocasión no fueron unos cuantos los testigos, sino cientos los que presenciaron esa fatídica escena en la tradicional zona que anteriormente estaba relacionada con el descanso y entretenimiento de las familias regias.
En cuestión de minutos, las risas y pláticas que la caracterizan, fueron cambiadas por gritos y llanto, que ahora han dado paso a la reflexión.
Y es que este hecho sin precedentes en la historia regia, vino a traer a cuenta que cualquier puede ser vulnerable a esta oleada de violencia. La indignación no se hizo esperar, un improvisado altar de veladoras para Lucy comenzó a formarse, mismo que poco a poco se transformó en una protesta pacífica al formar una fila que atravesó todo el pasaje comercial para terminar en las puertas de la Catedral Metropolitana de Monterrey.
Sin embargo, la población que llegó hasta el lugar no sólo dejó su cirio, sino también pancartas de consigna coincidiendo la mayoría en la exigencia de la paz y solicitando que no caiga ni un civil más en medio de esta guerra.
“Mamá, pude ser yo”, “Protesta por la paz”, “Ya no lloramos lágrimas, lloramos sangre por tantas vidas inocentes”, son algunas de las frases que se pueden leer en los cartelones.
Los reclamos no son para menos, la Secretaría de la Defensa Nacional informó que en lo que va de la administración del Presidente Felipe Calderón Hinojosa han fallecido 565 civiles, de estas estadísticas el estado de Nuevo León se ubica en el segundo lugar con 86 muertos y 25 heridos hasta septiembre de 2010.
A tan sólo unos días de este anuncio las cifras se incrementaron, el 2 de octubre la explosión de una granada en la plaza principal del municipio de Guadalupe alcanzó a 14 personas lesionándolas.
Cuatro días después ocurrió la tragedia en el paseo Morelos que además de la muerte de Lucy dejó a cinco personas heridas.
Para el 11 de octubre un herido más se sumaba a la lista, el pequeño César Erubiel Díaz, de 10 años, de edad fue alcanzado por una bala perdida en el sector la Estanzuela, misma que lo dejó en estado de gravedad.
En lo que va del 2010 el estado de Nuevo León ha registrado un total de 17 civiles muertos, el más reciente deceso es el de la trabajadora doméstica Sandra Elizabeth Guerrero, quien desafortunadamente también estuvo en el momento y lugar equivocado.
El padre Juan José Martínez Segovia, director de Comunicación Social del Arzobispado de Monterrey, señaló que estos movimientos encabezados por la ciudadanía son importantes; además, expresó que el que la hilera de luz haya llegado hasta las puertas de una iglesia es muy importante para ellos.
“Es un significado muy especial porque primero la gente no ha perdido su fe, la gente está buscando fortalecer la fé y la Catedral es la iglesia madre de todas las iglesias de la Arquidiósesis de Monterrey.
“Entonces es un signo de unirnos con el señor Cardenal con la oración, todos los domingos se celebra la misa por el pueblo y el que nos haya llegado (las veladoras) es un llamado a todos a que debemos de unirnos más.
“Independientemente de la religión que se profese, nosotros tenemos que volver nuestra mirada a Dios nuestro señor y decir queremos paz y pedirle a todas esas personas que no buscan el bien, que toquen un poquito su corazón”, subrayó.
La ciudadanía ha levantado la voz, cada vez son más los que no toleran la violencia y que están dispuestos a no quedarse cruzados de brazos frente a esta situación; aunque el terror de cada uno es la pregunta: ¿será Lucy la última civil en caer en medio de esta guerra?