Para Adrián Roberto Flores Saucedo, los hospitales son algo familiar, en ellos corre y no pierde momento para juguetear, y es que los últimos tres años de su vida buena parte del tiempo los ha pasado en estos lugares.
A sus 8 años, sabe lo que es vivir con un corazón enfermo, con un aparato que funciona como corazón y con un corazón nuevo. En enero de 2007, repentinamente un virus afectó su corazón, provocando que éste le creciera, situación que los médicos diagnosticaron no volvería a su estado habitual, requiriendo de un trasplante.
Su madre, Lissette Saucedo Valdez recuerda con pesar esos momentos, mismos que asegura le cambiaron la vida a toda la familia originaria de una localidad cercana a Piedras Negras, Coahuila.
“De repente el niño empezó a padecer del estómago, vómito constante y de ahí los primeros resultados nos dieron eso rápido, que su corazón había crecido. Para nosotros fue bien difícil porque pues de una vida tranquila nos cambió completamente a todos, a mis otros hijos, mis familiares”, señaló la madre que se dedica al cuidado del hogar.
La suerte de tener familiares en Estados Unidos y la generosidad de quienes les dieron la mano, hizo que el pequeño Adrián llegara a Arkansas con el objetivo de encontrar un nuevo corazón. Con el único ingreso de su esposo como trailero, las complicaciones económicas fueron grandes, y es que los gastos ascendían a más de 600 mil dólares.
“Todo se arregló, en migración nos dieron permiso, el gobernador de Coahuila, el señor Humberto Moreira, nos obsequió casi la mitad del dinero que nos cobraron el hospital, fueron alrededor de 600 mil dólares. Fue mucha ayuda del señor gobernador, de Vicente Fox, las personas supieron del caso, empezaron a llegar las donaciones y una fundación se hizo cargo de todo eso, así que yo nada más estaba encargada del niño.
“Yo digo que es un milagro por que aparte fue muy poquito tiempo en el que encontraron un corazón para mi hijo, y fue gracias a la ayuda de todas las personas de aquí de México y de allá (Estados Unidos)”, mencionó la oriunda del ejido Villa de Puente.
Cinco meses después del diagnóstico, el 14 de mayo de 2007, Adrián ya tenía un nuevo corazón. Con la característica inocencia de un niño, recordó cada momento, como si no hubiera sido difícil pasar por este camino.
“Nomás me acuerdo que me llevaron a Arkansas, estuve como dos días en una cama, me llevaron después en un cuarto en donde había muchos niños y después me llevaron al quirófano, estuve dos semanas con un corazón artificial, por si le pasaba algo al mío, todavía estaba el otro”, dijo.
Lo que sí tiene presente con un mayor sentimiento es el estar separado de sus hermanos por tanto tiempo.
“Lo más difícil fue no poder ver a mis hermanos, por que estuve allá bastante tiempo, fueron cinco meses”.
En tanto, su madre reconoce que lo más complicado fue verlo sufrir, ya que hubo momentos en los que le advertían que quizá esa era su último día. A tres años de distancia la guerra por la vida sigue fuera del quirófano, Adrián tiene que ser cauteloso de su salud y evitar que nada le pase a la herida que tiene justo en el centro de su pecho. Las medicinas son el pan de cada día, ya que debe ingerir nueve pastillas diariamente para evitar que su cuerpo rechace el órgano implantado.
En tanto, las visitas al doctor son obligatorias al menos cada dos meses en la capital de Nuevo León, aunque si alguna enfermedad lo aqueja también tiene que trasladarse a nuestro Estado para su atención, y es que al no ser especialistas, ningún doctor de su comunidad quiere brindarle la atención al menor.
Lissette sabe que es difícil que haya que esperar a que alguien muera para que otra persona tenga una esperaza de vida, pero para el pequeño Adrián nada es complicado, más cuando ya vivió en carne propia el dolor de requerir un nuevo órgano.
“Yo le quiero decir a la gente que done sus órganos para que otra gente esté bien, no tenga que estar más tiempo aquí (en el hospital) y se vayan con su familia”, dice con la ternura y sinceridad que sólo un niño puede tener.