por Emanuel Suárez
La Sierra Alta es el último rincón de Nuevo León antes de llegar a Coahuila y el sitio favorito de los huracanes para estrellar su furia en sus imponentes montañas.
El meteoro Álex no fue la excepción y a casi dos meses de haber azotado la entidad, en esta región todavía hay un par de poblaciones incomunicadas y los caminos se encuentran en plena reparación.
El agua que retiene la presa Rompepicos interrumpe el trayecto que inicia en el Cañón de la Husteca, en Santa Catarina, y termina en La Carbonera, en Coahuila.
Una semana antes de que Álex desatara su furia en la entidad, Hora Cero Televisión visitó la Sierra Alta para conocer la forma de vida de sus habitantes, quienes hablaron de nevadas, tormentas y huracanes, entre otros obstáculos que deben sortear en sus días cotidianos.
Actualmente, además de damnificados, los habitantes de la Sierra Alta son casi invisibles para el resto de la sociedad de Nuevo León, que concentra el 88 por ciento de su población en la zona metropolitana.
Más allá de los límites urbanos éstas pequeñas comunidades sobrevivieron a su aislamiento gracias al apoyo aéreo proporcionado por las autoridades de Protección Civil de Nuevo León y de Santa Catarina.
Los problemas para los pobladores de la Sierra Alta son tan nuevos como su entorno: cosechas perdidas, árboles arrancados de raíz, animales muertos y tierras de labranza cubiertas por toneladas de piedras de río.
En estos bucólicos parajes el tiempo transcurre apacible pero la naturaleza también desata su fuerza y causa destrozos diversos. La Sierra Alta de la Huasteca es el último rincón del estado antes de llegar a Coahuila y cuenta con comunidades tan pequeñas que en algunos casos sólo registran un habitante.
Pertenece al municipio conurbado de Santa Catarina y es el personal de Protección Civil de esta ciudad el que recorre los caseríos para constatar los daños y vigilar el estado de salud de los pobladores.
Vivir a kilómetros de la urbe es ventajoso para estos individuos que disfrutan de la soledad y el contacto total con el medio ambiente; sin embargo, en ocasiones, la serenidad de estos paisajes puede perderse cuando la madre naturaleza reclama sus territorios, tal y como sucedió con la llegada del huracán Álex.
A más de un mes de haber azotado la entidad, los efectos del meteoro aún se pueden apreciar en esta región, en donde todavía se encuentran sitios incomunicados y los trabajos de recuperación de caminos están en pleno desarrollo.
José Luis Vargas fue uno de los pobladores que abrió las puertas de su casa. Él vive junto a su esposa, Velia Chavarría, en La Cayetana, nombre con el que se le conoce a su propiedad y donde la pareja llegó atraída por la brisa fresca y el relajante entorno.
“Aquí nos acoplamos y compramos. Entonces le comenzamos a hacer la lucha. Y pues la verdad no ha sido fácil, se batalla como quiera. Ahorita ya hay medios de transporte pero en aquel entonces teníamos que llegar a pie”, comentó don José Luis.
Al igual que ellos, Guadalupe Morales es vecina de la imponente Sierra Alta, su pequeña casa de madera se encuentra en las faldas de los cerros, en donde convive con la soledad y el trabajo duro, pues la vida en el campo no es sencilla.
“Uno está feliz de la vida aquí. Ya nos casamos yo y mi viejo y seguimos adelante, le echamos ganas. Mi viejo me dice que él se sale a trabajar pero yo le digo que no se ocupa trabajar. Que hay que echarle ganas a lo que tenemos y de ahí prosperar”, dijo doña Lupe.
Para estos habitantes los embates de la naturaleza no son nada nuevo, pues están acostumbrados a las nevadas, tormentas y huracanes que son ya parte de su vida cotidiana.
En aquella ocasión, doña Velia Chavarría aún mantenía vigentes en su memoria los recuerdos del huracán Gilberto de 1988, los lamentos y destrozos provocados por el meteoro, que a su parecer, era el mayor desastre natural que había vivido.
“El Gilberto sí nos tocó de noche, ya para cuando salimos ya no había puente, ya no había nada. Estaba la lluvia todavía y pasaban las corrientes bien feo. Y ya no pudimos salir de aquí porque duramos como un mes para que nos pudieran arreglar un puente”, contó doña Velia, con voz entrecortada.
INCOMUNICADOS
Sin embargo, unos días después de la entrevista, los habitantes de estas comunidades enfrentarían los vientos y el agua que el nuevo huracán Álex arrojaría sin clemencia a la Sierra Alta, aislando por completo esta zona del estado.
“Estuvimos como 12 días más o menos incomunicados. No podíamos bajar, no podíamos ir para ningún lado porque el agua corría bien fuerte. Los demás nos decían que teníamos que ir por la ayuda hasta San Antonio (de las Osamentas) pero ¿cómo? si no podíamos ni bajar”, comentó Doña Lupe, quien es habitante del Pajonal.
Fueron semanas de incertidumbre las que vivieron estos pobladores. La única ayuda que podían recibir tenía que llegar por aire, a través de los helicópteros de Protección Civil del Estado. Pero ellos nunca se doblegaron y ante la adversidad saben que la paciencia es su mejor aliada.
Las semanas de mayor riesgo, tras las inundaciones pasaron ya, pero la normalidad en la rutina de esta gente tardará en regresar.
Ahora la realidad es diferente: la belleza natural del entorno contrasta con los caminos destruidos y casi intransitables por los árboles o deslaves, las construcciones dañadas y la maquinaria que a marchas forzadas busca reconstruir lo que el agua caprichosamente destruyó.
Los problemas que acarreó el huracán significan para los habitantes de la Sierra el comienzo de una nueva lucha que consiste en recuperar y aprovechar lo poco que Álex les dejó.
“Unas chivas que teníamos en el corral, con tanta agua pues las perdimos. Ahí (señala el jardín) se llevó todo eso. Más arriba cayó otra culebrilla de agua y se cayó otro pedazo de barranco. Aquí arriba abrió una grieta y ya no se podía pasar. Estaba todo feo allá para adelante, no entraba ningún mueble”, cuenta don José Luis.
Pérdidas que son compartidas por doña Lupe, quien fue testigo de cómo en pocos instantes las corrientes causadas por el huracán arrasaron con la cosecha de manzanas y maíz que con dedicación cultivó.
Los animales no fueron la excepción y aunque algunos lograron sobrevivir, doña Lupe lamenta no haber podido rescatar a todos, ya que estos seres más que mascotas son los fieles compañeros de alegrías y tristezas.
“Se me murieron dos chivitas y unos conejitos. Era mucha agua la que corrió, por todos lados estaban cayendo culebritas. De repente, mi viejo nada más me dijo que saliera y viera cómo el agua se estaba llevando todo”, mencionó.
En un recuento de daños, el panorama es desalentador: cosechas perdidas, árboles arrancados de raíz, animales muertos y tierras de labranza cubiertas por toneladas de piedras de río, es el resultado del paso del huracán Álex, el más destructivo de la historia reciente de Nuevo León.
Algunos habitantes como el matrimonio de José y Velia, corrieron con suerte, pues sus hijos, tan pronto y conocieron la dimensión del desastre, los llevaron a Saltillo para que estuvieran a salvo. Sin embargo, la tranquilidad nunca estuvo con ellos, debido a que desconocían las condiciones en las que se encontraban sus propiedades en La Cayetana.
“No, pues uno esperaba que al llegar ya no íbamos a encontrar nada. Pensamos que la casa se había destruido. Ya cuando mi hijo vino y nos dijo que la casa estaba bien pues fue cuando ya nos tranquilizamos porque hasta nos bajó la presión y nos pusimos malos”, contó doña Velia.
Y para los que se quedaron la angustia no fue menor, tal y como explica doña Lupe. Para ella, su mayor preocupación era el estado de salud de sus hijos que se encontraban solos en una zona de riesgo.
“Hay pues con mucho pesar y con mucho susto, más que nada por mis muchachitos que estaban allá en La Cañada. Imagina que ellos están en la orilla y por eso yo pensaba que el agua les iba a llegar y pues yo tenía mucho susto. Más que nada pues ya no comes, ya no nada porque te da pendiente, te da pesar”, dijo la mujer, quien tras la contingencia prefirió invitar a sus hijos a permanecer unos cuantos días en su hogar.
MANZANAS PERDIDAS
Don José Valdez es otro de los habitantes de la Sierra Alta. Él junto a su esposa y tres hijos viven felizmente en San Antonio de las Osamentas. Por desgracia, su historia no es mejor, pues la furia del huracán les arrebató más que la cosecha: arrastró con el sustento económico de la familia.
“Pues se llevó casi todos los manzanos y me dejó casi con metro y medio de pura piedras en todos los manzanos. A muchos se los llevó y a otros los llenó de piedras (…) vimos cómo el agua arrasó con toda la cosecha. Era mucha agua y corría bien fuerte”, mencionó Don José Valdez, quien además coincide con el resto de los pobladores al catalogar al huracán Álex como tres o cuatro veces más poderoso que Gilberto.
El ranchito enclavado en los márgenes del río producía un promedio de 800 cajas de manzana al año. Pero en esta ocasión, si bien les va, la familia podría contabilizar 100, pues los árboles que no fueron arrancados por el agua quedaron enterrados por las piedras.
Poco a poco, los pobladores de estas comunidades, desconocidas por algunos, tratan de rehabilitar lo poco que Álex les dejó. Son ellos quienes con sus propias manos levantan árboles, quitan piedras, reconstruyen corrales y levantan escasas cosechas.
Ahora, cuando ven los vehículos de Protección Civil de Santa Catarina saben que llegan con buenas noticias. Los apoyos como despensas y medicamentos que se les proporcionaron los primeros días a través de helicópteros ya no son necesarios.
Lo que necesitan actualmente es que los caminos queden transitables y, aunque lentas, las obras de reparación avanzan y eso les da algo de esperanza, aunque los bienes perdidos saben que no los podrán recuperar.
Afortunadamente, lo que el meteoro no se llevó fue la fuerza y la entereza de esta gente para seguir trabajando.
Al final de cuentas los pobladores de la Sierra Alta se saben victoriosos y para ellos Álex fue sólo un huracán más, una anécdota más que contar a sus descendientes o a cualquier extraño que por curiosidad o aventura se atreve a internarse en los rincones más profundos de la Huasteca, los lugares que esta gente, pase lo que pase, jamás abandonará.