
La imprenta es un invento que los chinos le regalaron al mundo hacia el año 800 después de Cristo, pero realmente su utilidad y descubrimiento en Occidente fue obra del alemán Juan Gutenberg, en 1440.
Con la aportación de los tipos móviles, por lo cual los inicios del libro fueron un cántico de optimismo en el entretenimiento y formación de la sociedad de entonces, aunque no fue sino hasta 1830 en que la prensa de masas dio el timbrazo de la nueva alborada en Estados Unidos de Norteamérica, recientemente independizado de Inglaterra.
La herramienta artesanal de Gutenberg representó un salto en la civilización mundial y, sin embargo, tardó siglos en perfeccionarse gracias a la Revolución Industrial inglesa después de 1770, de modo que es un mérito de grandes autores la producción de las primeras obras emblemáticas de El Renacimiento y, sobre todo, del periodo de la Ilustración.
Basta con imaginar a los ingleses, franceses y alemanes dar forma a sus principios e ideas con el fin de covertir sus teorías en libros de unos cuantos ejemplares, por el lento proceso de impresión y encuadernación que tardaba meses en dar los resultados apetecidos, además de los lectores selectos que sabían leer y gustaban de la lectura.
En comparación con la alta tecnología de la industria editorial de hoy, es digno de tomarse en cuenta el esfuerzo de escritores ingleses encabezados por Shakespeare, y por intelectuales franceses como Voltaire, Rousseau y sus paisanos que dieron a luz la Enciclopedia con la cual se aceleró la Revolución en su país en 1789, así como de los alemanes Emmanuel Kant, Hume, Hegel, Goethe, Spinosa, Wieland, Lichtenberg, Herder, Lessing y muchos otros.
Hoy, en cambio, cuando cualquiera se anima a escribir un libro y cuando los políticos, inclusive, se vuelven autores populares o pagan para que les realicen sus obras, la amenaza de los llamados e-books aumenta en el mundo con serios pronósticos de la desaparición de los ejemplares de papel, por la configuración cerebral de las nuevas generaciones de jóvenes y su inclinación por las tabletas electrónicas.
No obstante, la proliferación de tantas ferias de libros parece una contradicción a tan funestos vaticinios de quienes creen que la tendencia editorial a formato móviles y páginas webs convertirá a este mercado en el único, poco a poco.
Nadie duda de que Estados Unidos en el 2011 registró 450 millones de dólares por concepto de ventas de e-books, y que España está despertando el interés de sus ciudadanos por estas obras, pero también es cierto que nuestro país, México, apenas tiene en su haber 40 libros electrónicos, por lo cual se espera una convivencia prolongada entre ambos mercados, como se cree ocurrirá en todos los países del orbe, especialmente tratándose de obras científicas y filosóficas de alto nivel.
El Primer Simposium Internacional del Libro Electrónico a fines de 2011 confirmó esta realidad que también ha sido objeto de estudio de parte del Centro Regional para el Fomento del Libro en América y el Caribe (CERLALC), dado que la veneración de las ideas e historias plasmadas en hojas de papel o en circuitos electrónicos tiene el mismo peso que los libros prehistóricos de los sumerios (en lo que hoy es Iraq) cuando éstos inventaron la escritura hacia el año 3 mil antes de Cristo.
Aquellos libros de los sumerios y de los antiguos egipcios escritos en una piedra o plancha de barro mediante un punzón que grababa los caracteres con gran rigor, fueron fruto de una tecnología muy de su tiempo, lo mismo que la de los latinos que usaban la corteza de los árboles para plasmar su pensamiento, de donde se deriva el nombre de “libro”, pues viene del latín liber que significa “corteza” y luego, por analogía, se extendió al término libertad por sus frutos en la educación y por eso surgió el apotegma: “En las manos libres, siempre libros”.
Gracias a este afán de los libros, los egipcios nos heredaron la palabra “papel”, que proviene de “papiro”, ya que éste produjo las primeras tiras, como planta acuática, enrolladas alrededor de un palo para que sirvieran a los escribanos.
Así es que el invento de Gutenberg, con más de 550 años a cuestas, no es fácil que desaparezca ni que sus productos dejen de cautivar a tantos seguidores que no hallan en los nuevos formatos ni el olor a la tinta y el papel ni la tersura al cambiar de páginas ni el efecto visual decorativo en los estantes.
Por eso las ferias de libros de papel están de moda en todo el mundo, y México no es la excepción pues en septiembre y octubre acaparan la atención de la gente en Ciudad Juárez y en Chihuahua capital, así como ha llegado a ser famosa en poco más de 20 la organizada por el Instituto Tecnológico de Monterrey en Cintermex.
La ciudad de México se caracteriza por sus ferias del libro en Minería, en el Zócalo y en varios sitios universitarios o de alta cultura, igual que ocurre en Puebla, Tabasco, Yucatán, Sinaloa y Coahuila. Pero la que se lleva todas las palmas es la de Guadalajara, que se efectúa cada año a fines de noviembre y principios de diciembre, y que compite con la gran feria del libro de Frankfurt a nivel internacional.
En la década de 1940, por un libro, La Metamorfosis de Kafka, el gran novelista Gabriel García Márquez supo entrar al mundo de la literatura, pero también por un libro, El Lobo Estepario de Herman Hesse, la joven actriz mexicana Ana Claudia Talancón, a sus 17 años de edad, aprendió que nadie es perfecto.
“Pues es el caso de ese lobo que es diferente de día y de noche, que tiene un humor cambiante” y por eso a la gran estrella de la pantalla grande le fascina la idea de que una persona, animal o ser fantástico se transforme, pues significa que está en cambio permanente.