Caminar en una delgada línea entre dos mundos, el culto y el popular, el religioso y el mundano, amén de ser hija natural, mujer y autodidacta en una sociedad como la virreinal, en la que solo unos pocos letrados y poderosos trascendían, marcaron su sino y destino, y crearon la leyenda de Sor Juana Inés de la Cruz.
Y es precisamente este cúmulo de contradicciones el que permite acrecentar el trabajo literario de la monja, a más de cuatro siglos de su desaparición, destaca Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua.
Al poeta y ensayista, filósofo y periodista mexicano, y Premio Nacional de Poesía y Literatura, le correspondió la responsabilidad de inaugurar con su conferencia “Sonata y Drama por Juana Inés” la Escuela de Verano de la UANL 2017.
Ante un nutrido auditorio, Labastida detalló que las expresiones más altas de la cultura novohispana se desarrollaron desde el inicio en dos vertientes lingüísticas que apenas si se tocan o que, al tocarse, se dislocaron y separaron.
Por un lado, refirió, escritas y editadas en latín en los claustros monacales o en los recintos universitarios están la filosofía y la ciencia. Por otro, escrita en español, “en un sentido más amplio, la literatura, y no solo la poesía, también las relaciones, las crónicas, el teatro, lo mismo en la república de los españoles que en la república de los amerindios.
“La primera de esas vertientes se desenvuelve, ya lo dije, en latín, en un círculo cerrado y se destina a varones cultos, a los letrados que sientan cátedra y escriben y publican sobre temas semejantes a un lado y otro del Atlántico.
“La segunda de las vertientes se inscribe y solo en contadas ocasiones se publica en una lengua común al pueblo peninsular y al que empieza a forjarse en el suelo novohispano. Un español que anuncia ya el barroco”, señaló.
Ambas lenguas, detalla, el latín y el español son compartidas por la Vieja y la Nueva España. Se hablan y escriben de igual manera en las dos orillas; una, sin embargo, está destinada a la extinción y dejará de ser de instrumento de alta cultura. “El latín desaparecerá por completo de la estructura culta, científica o no, en el curso de nuestro siglo XIX”, apunta.
La otra, en cambio, será el instrumento del que se valdrá el pueblo que se asienta y crece en el nuevo territorio, añade Labastida.
De acuerdo con la tesis del crítico literario brasileño Antonio Cándido, para que se consolide lo que él llama en rigoris el sistema literario, o sea una literatura propiamente dicha, diferente de las meras manifestaciones literarias, es preciso que haya un conjunto de productores, un conjunto de receptores y un cierto mecanismo de transmisión oral o escrito, la tertulia, la academia, la imprenta.
“¿En qué medida estas severas condiciones se habían dado ya en la Nueva España, donde desarrolló sus tareas Sor Juana Inés de la Cruz? No cabe duda que estas condiciones ya existían en la Nueva España, si aceptamos que los dos circuitos, el culto y el vulgar, atravesaban en ambos sentidos el océano. El conjunto abarcaba, pues, tanto a la Vieja como a la Nueva España. También a otras posesiones ultramarinas de la Corona española, en especial a Lima y el Virreinato del Perú”, apuntó Labastida.
Explicó el teórico que la consolidación del sistema literario en la ciudad de México y otros centros de la cultura virreinal se lograron poco a poco.
“Las indagaciones, supongan ustedes, de Andrés de Olmos Bernardino de Sahagún, o Alonso de Molina, eran destinadas a las autoridades peninsulares, virreinales, religiosas o laicas. Muchas de ellas quedaron en archivos, inéditas por varios siglos.
“Las órdenes monásticas fundaron sus colegios, y en ellos impartieron clases muchos de los más grandes maestros, entre otros Alonso de la Vera Cruz”, señaló.
Jaime Labastida destacó que el circuito culto que hablaba y escribía en latín se consolidó al erigirse la Real y Pontificia Universidad de México, y cuando llegó a primera imprenta, cuando precisó de una licencia real, en la medida en que una licencia es al mismo tiempo una prohibición.
Si se acepta el tema de Spinoza, Omni determinatio est negatio, la licencia reglamenta una función, pero impide a otros que realicen esa tarea; otorga a unos un privilegio y no permite a otros que gocen de él. Los impresos virreinales no pueden ejercer una profesión que ya es libre en otras naciones. Establecen su negocio sólo si disponen de autorización real.
“Recurro a varios textos ejemplares, cuando arriba a la ciudad de México la primera imprenta, los textos que inicialmente se publican son de carácter religioso. Con la erección de la Real y Pontificia Universidad de México se inicia la impresión de textos que podríamos llamar seculares o profanos, los que corresponden a las cartas universitarias y que se deben a Alonso de la Vera Cruz. Este escribe, desde luego en latín, sus libros aristotélico-escolásticos igual que sus argumentos sobre la injusta guerra contra los amerindios”, apunta.
Labastida da cuenta de que misioneros, oidores y soldados redactan crónicas y relaciones en lengua española, y las envían a las autoridades, novohispanas y peninsulares, sordas por lo general. Estos textos permanecen por largos siglos inéditos.
Además, se publican en Europa las cartas de relación de Hernán Cortés, donde éste rinde cuentas de sus actos a Carlos V, pero no la historia verdadera de la conquista de la Nueva España, escrita por un oscuro soldado, Bernal Díaz del Castillo.
“Salvo excepciones, solo se imprimen textos que tienen relación con la conversión de los amerindios o que sirven para la expansión de la religión católica.
Por otra parte, el sistema literario amplía sin tregua sus dimensiones. Desde el inicio, su vehículo de expresión es la lengua española. No alcanza, sin embargo, el prestigio que concede la imprenta y queda soterrado.
“¿Dónde se difunde?, ¿de qué medios se vale para darse a conocer?, ¿corre de boca en boca, de un oído a otro, de mano en mano, en copias manuscritas, se apoya en el vínculo epistolar?, es posible, sin duda”, acota.
“No pocos poetas escriben largas cartas en verso. Uno de ellos, Gutiérrez de Zetina. ¿Qué sucede?, ¿de qué modos se sostiene y se amplía este circuito literario en sentido estricto? Insisto en que, a diferencia y en oposición al circuito culto, el literario se expresa en lengua vulgar, es decir, la lengua del pueblo.
“Flores de Varia Poesía es, pongo por caso, una antología de poemas que circula en la Nueva España. El manuscrito -porque quedó manuscrito- que se guardó inédito durante cuatro siglos en la Biblioteca Nacional de Madrid, tiene 359 poemas, la mayoría de poetas peninsulares, resplandecen por sobre todos los de Gutiérrez de Zetina”, señala.
Sin embargo, al iniciarse el siglo XVII, en 1604 se publica en la Ciudad de México el primer gran poema que puede ser llamado con todo rigor novohispano, Grandeza Mexicana, y su autor es el peninsular Bernardo de Balbuena, vecino de Nueva España y luego obispo de Puerto Rico. Se escribe en español, en lengua vulgar.
Los dos circuitos, el culto y popular, se tocan y se repelen. Lo que causa asombro es cómo el que se desarrolla en español, a pesar de que carece de aquellos instrumentos de difusión de que dispone el circuito culto, para él son no sólo escasas, sino que negadas las imprentas, no tiene acceso a las cátedras universitarias, ni es elogiado en las altas esferas intelectuales. A pesar de todos estos obstáculos, es el que crece con más vigor, especialmente en la esfera de la poesía y el teatro, que desde luego se escribe y se representa en verso y en lengua española.
“Lo que se advierte entonces en la escritura de esta mujer que hemos dado en llamar Sor Juana Inés de la Cruz es que su escritura pertenece al mismo tiempo a los dos circuitos, y que el español en que escribe y se expresa ha adquirido ya carta de naturaleza y tiene una madurez semejante al que se habla y se escribe en España.
“¿Cómo fue posible semejante prodigio? Juana Inés nace cuando apenas han transcurrido 130 años de la caída de México Tenochtitlán. Pero su literatura es una prueba de que se había asentado en esos escasos decenios la escritura y el habla del español novohispano”, asegura.
¿Cuántas barreras sociales y culturales hubo de saltar Sor Juana hasta alcanzar un grado de excelencia que a muchos nos es tan difícil de obtener?
Se remitió a la biografía de Juana Inés, quien nació y pasó su infancia en una hacienda, y que aprendió a leer a escondidas de su madre, la cual tuvo, sin casarse con ninguna de sus parejas, seis hijos llamados naturales o “de la Iglesia”.
Labastida refiere la figura contradictoria de la célebre escritora y monja mexicana del periodo barroco, quien rehuía de la atención, pero al mismo tiempo no la rechazaba cuando llegaba.
El académico analizó dos de sus sonetos: Este que ves engaño colorido, donde opina que la idea de hacerse un retrato es vana, pero de todas formas se lo hace; y En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?, que presenta su amor por la belleza no física, sino del conocimiento.
El presidente de la Academia Mexicana de la Lengua enfatiza que Sor Juana se recluyó durante tres decenios en un convento, y en una de sus salidas fue recibida en el palacio de los virreyes, donde deslumbró a todos.
“Provocó celos y recelos, envidias, hostilidades abiertas o encubiertas. Escribió en español y en latín, sobre temas profanos y religiosos, lo mismo poesía que prosa. Vivió en los estertores de la casa Austria en tierra marginal, en un extremo rincón del extremo occidente”, indicó.
Destacó la convicción y el carácter de la monja jerónima para trascender dificultades de todo tipo (sociales, intelectuales, ideológicas, etc.) y, al mismo tiempo, alabó su grandeza para granjearse una reputación como genio literario en América y España.
Labastida se sumergió en la obra literaria de Sor Juana para puntualizar sus méritos y, sobre todo, cuestionarse sobre los conflictos que la poeta padeció en los últimos años de su existencia, al debatirse entre obedecer a su fe o abandonar la escritura.
“Mujer, monja, americana, autodidacta, culta, bella, acaso destinada al matrimonio, salvó su vocación literaria apartándose del Siglo, como se decía antes, encerrada en un convento de la Ciudad de México.
“El espacio donde desplegó su escritura fue reducido. Vivió su vida hacia adentro, en la imaginación, en trato con las palabras”, sus actos son claro ejemplo de autonomía intelectual y de independencia femenina, señaló.
Para Labastida, el desenlace de esto fue lamentable: ella dejó de escribir, abandonó su biblioteca y con esto, apagó la insaciable sed de belleza y conocimiento que la llevó a superar todo tipo de obstáculo y, sin embargo, esto no logró borrar su huella como una de “las máximas figuras literarias en la historia de América”.