
De por sí siempre han tenido poco, y ahora lo perdieron todo.
Pobres entre los pobres, los carretoneros que habitan el predio denominado Ranchito Uno sufren una nueva desgracia: los estragos que causó en su patrimonio el huracán Álex.
Al menos una docena de tejabanes de madera y lámina fueron arrancados por la corriente del río Santa Catarina que se llevó estufas, camas, roperos, utensilios, documentos, ropa y zapatos.
Las pertenencias de estas familias de carretoneros siempre han sido escasas y ahora, muchos, simplemente se quedaron con lo que traían puesto y aunque la ayuda llega a través de comedores de Cáritas y Soriana y la ropa por donaciones de iglesias, no termina por ser suficiente.
Gloria Hidrogo, a sus escasos 16 años, fue una de ellas. Como toda adolescente ella soñaba con zapatos y ropa bonita y ahora se tiene que conformar con tener algo para ponerse.
“No teníamos mucho pero ahí perdimos todo. Vivimos en un cuartito mi mamá mi hermanita y yo y como estamos cerca del río se nos metió el agua hasta arriba de las camas y todo se echó a peder… tuvimos miedo, pensamos que nos iba a llevar el agua”, cuenta la adolescente entre lágrimas de tristeza e impotencia.
En el tejabán que es su hogar, las paredes de madera muestran el moho que va creciendo luego de haber estado sumergidas varias horas en el agua del río Santa Catarina.
Dos camas, un ropero, una cajonera y varias cajas con ropa y zapatos quedaron inservibles. En el piso, ahora lleno de lodo, hay diversos objetos tirados como maquillaje, calcetas y utensilios de cocina.
Aunque las autoridades sanitarias han advertido sobre el riesgo de usar nuevamente la ropa que estuvo bajo el agua, por los hongos que desarrolla, en el Ranchito mucha gente se quedó solamente con lo que tenía puesto y en lo que llega la ayuda pusieron a secar sus prendas con la intención de reutilizarlas.
Hubo madres y abuelas cuyo patrimonio desapareció en unas cuantas horas a causa del caudal embravecido del río Santa Catarina, que alcanzó hasta 20 metros de altura en esta zona aledaña a la caseta de cuota del aeropuerto.
El panorama es desolador: la basura cotidiana que los rodea ahora la conforman también ropa echada a perder, zapatos huérfanos, juguetes destripados y muebles podridos.
Los árboles muestran en sus ramas bolsas de plástico y desechos que el río dejó como muestra del nivel que alcanzó. Nunca lo habían visto tan crecido. Niños y perros juegan ajenos a la tragedia que viven los mayores.
José Dolores Montoya es el líder de los carretoneros, afiliados a la CTM, y cuenta que junto con otros hombres estuvo colaborando en las labores de evacuación del Ranchito, pues integrantes de Protección Civil y Policía Ministerial acudieron a pedir el desalojo de los habitantes de la zona más baja del asentamiento irregular.
“No hemos tenido con qué reponer los tejabancitos porque el agua se llevó todo el material, la madera y las láminas, y no hemos podido hacernos de más. Estuvo fuerte la venida del agua, yo creo que como 15 ó 20 metros subió el río y por suerte que no se llevó a nadie.
Fueron al menos una docena de tejabanes los que se vieron afectados por el torrente del Santa Catarina, derivado del huracán Álex.
Algunos salvaron la vida por unos minutos. Doña Felícitas Velázquez estaba dormida con su esposo cuando los despertó el estruendo de la corriente derribando su cerca, sus paredes de madera y arrastrando todos sus muebles y enseres. Derribaron una pared para escapar.
“Tuvimos que abrir un hueco por una pared para salir porque la puerta de la entrada que da al lado del río estaba toda inundada, la corriente estaba bien fuerte, hasta se llevó el baño y nosotros no nos habíamos dado cuenta porque estábamos dormidos.
“Cuando despertamos y vimos todo lleno de agua pues hicimos un hoyo en una de las paredes, quitamos el pedazo de madera y lámina que había ahí para salirnos porque por este lado no se podía. Como estaba todo de noche casi no pudimos sacar nada, nomás así como nos levantamos así nos fuimos.”, explica la afligida mujer.
En todos los casos el exceso de confianza fue el detonante de las situaciones de peligro, pues Protección Civil del municipio de Guadalupe y del gobierno del Estado advirtieron sobre el riesgo de la creciente.
“Nos dijeron que había peligro pero no pensé que el agua subiera bastante. Ya luego que me ayudó mi marido y los vecinos sacamos la estufa pero lo demás se fue con el río: el tanque, la lavadora, la cama… ni botes para agarrar agua pude salvar, con lo que salimos fue con lo que nos quedamos”, explica Velázquez.
La lucha por salvar pertenencias no era sólo contra el río, también la lluvia hizo su parte y echó a perder televisores y radios, ropa y muebles, documentos oficiales y zapatos. A otros les dejó el suelo de su casa inservible, a punto del derrumbe.
“Venía zumbando el río, nomás saqué papeles. Ni cobijas alcancé a sacar porque no nos dejaron regresar… nos prestaron un pedacito allá arriba (en la parte alta del predio) para quedarnos pero ya no podemos fincar aquí donde era mi casa, ya no sirve el terreno”, cuenta Norberta Velázquez
Cáritas y Soriana se encargan de proporcionar alimento a las 200 personas que habitan el Ranchito Uno. La ropa llega de organismos civiles y religiosos y quienes se quedaron si casa viven con familiares o en terrenos prestados. Eso solucionó lo más apremiante durante los primeros días pero a mediano plazo la situación se complica.
Otro problema grave que enfrentan a mediano plazo es la escasez de trabajo.
“Nos están dando ropa y comida así que por ahora estamos bien con eso pero para tener otra vez nuestros muebles pues los tendremos que recuperar trabajando. Yo perdí mi lavadora y mi estufa porque se los llevó el agua. También mi ropa y bueno, todo lo que tenía en la casa porque se vino bien fuerte la crecida. Siempre ha crecido el río con las lluvias pero no tanto.
“Y lo malo es que ahora hay menos trabajo, de los 80 ó 90 pesos que sacábamos antes ahora son 40 ó 50 diarios. Mi esposo trabaja de albañil pero ahorita no hay trabajo y no sabemos cómo le vamos a hacer cuando los niños entren a la escuela porque los uniformes y todo también se fueron con el agua”, explicó Rosa Isela Ramírez.
Un programa de limpieza de zonas afectadas, impulsado por los tres niveles de gobierno, ofrece un sueldo de 430 pesos por semana durante 45 días. No es la panacea pero les servirá para resolver lo urgente.
Las condiciones par acceder el apoyo es que los inscritos sean mayores de edad y residentes de la misma zona que se va a limpiar, pues la alerta sanitaria es uno de los asuntos que deben resolverse.
El Ranchito está lleno de basura y al estar ubicado junto al río es un campo de cultivo para el dengue, aunque por lo pronto nadie piensa en eso pues se están dando el lujo de beber agua embotellada y no de las pipas que envía el municipio.
“Ahorita estamos toando agua de la buena porque nos mandan en botellones y garrafones pero al rato vamos a tener que volver a la que nos traen en una pipa. Tenemos un tinaco grande que lo llenamos y de ahí agarramos o si no cada quien tiene en su casa tambos y la gente de la pipa se los llena”, cuenta José Dolores Montoya, el líder de los carretoneros.
Sin embargo, en los tanques de almacenamiento las larvas de los zancudos giran esperando el momento de la metamorfosis.
El agua estancada y las condiciones de insalubridad son una nueva amenaza en el Ranchito, cuyos habitantes aún no se reponen de una de las mayores tragedias que han sufrido y ya deben estar listos porque un nuevo peligro los acecha.