Osvaldo Batocletti Ronco contempla la cancha del Estadio Universitario.
“–¿Siente nostalgia al recordar sus años como futbolista?”, le pregunta Paloma Ramírez Zavala.
“–Más bien me dan ganas de volver a jugar”, responde apesadumbrado. Osvaldo Batocletti Ronco señala hacia la portería donde anotó el gol con que Tigres empató a la UdeG uno de los partidos decisivos en 1978 tras ir perdiendo 0-1 con anotación del Jorge “Vikingo” Dávalos, recuerda con precisión.
“Luego Tomás Boy nos daría el triunfo, en cuartos de final, y como don Carlos Miloc había pronosticado que el que ganara este juego sería campeón, se cumplió”.
Osvaldo Batocletti repasa con su mirada la alfombra verde de una cancha bien cuidada, “y no como en nuestros tiempos que era un potrero”. Luego revira hacia la otra portería y con dedo flamígero subraya su satisfacción de otro de los 13 goles que logró en su trayectoria como defensa central.
“Imagínense que fue contra el América en semifinales de 1982 cuando Tigres ganó su segundo campeonato”.
Batocletti parece una atalaya entre las butacas amarillas del Estadio Universitario de una tarde llena de sol en el inicio de una primavera que recrea el ambiente de una brisa agradable. Se le divisa a lo lejos y ya en la cercanía de sus palabras su estatura física y su complexión robusta adquieren otra dimensión: es casi un niño, con un corazón noble y generoso que sabe llorar al conjuro del recuerdo de sus padres; un ser humano sencillo, modesto y cercano a la gente, que nos mete al túnel del tiempo para transparentar la historia de su vida sin presunciones ni aspavientos.
Cerremos los ojos e imaginemos a un niño pobre, muy pobre, el menor de cinco hermanos (el mayor varón y luego tres hermanas), contemplando el paisaje de su pueblo sin esperanza visible de progreso social. Ahí va de un lado a otro, con un futuro inimaginable porque la condena de la región es ser uno más entre los escasos habitantes, casi abandonados de la Argentina a mitad de siglo 20. “–¿Cómo estaba su país entonces?”, vuelve a interrogar Paloma. Y la respuesta es seca: “–Bien. Muy bien”. Pero no. La Argentina recién había estrenado el Peronismo en 1945 y un año después Juan Domingo Perón alcanzó la Presidencia de la República, sufriendo un golpe de estado en 1955.
Osvaldo Batocletti Ronco tiene recuerdos tristes pero no amargos de esos años de agobiantes preocupaciones para sus padres. Mírenlo en la película retro de su niñez cargar bultos de 50 kilos de azúcar a fin de convertirlos en bolsas pequeñas para su venta. Es él, haciendo músculo y buscando recursos para ayudar en casa. Juega con un balón viejo, como todos los niños de su edad, pero no sueña con ser futbolista. Qué va…
Sí, es ese niño que mentalmente vemos se parece a muchos otros que en zonas rurales del mundo a sus escasos años deben trabajar, apenas al terminar la primaria. Pero esa carga pesada de bultos de azúcar desde entonces le fue dando los músculos que serían impresionantes en su futura carrera deportiva. Es Osvaldo Batocletti Ronco viviendo en condiciones difíciles, en una casa donde no había comodidades y la ducha había que hacerla con el auxilio de una jícara o un botecito. Es el recio hombre de acero que superó su condición original y no ha olvidado tan crudo antecedente de su vida para seguir siendo una persona sencilla, accesible y muy humana. “Tanto que ni parece argentino”, le dicen una y otra vez, inclusive desde antes de que se naturalizara mexicano en 1996. Y él, con buen sentido del humor siempre, se suma a las bromas como la que lo lleva a decir: “No tengo un pelo de tonto”, y se rasca la pelona.
“Nací en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, el 22 de enero de 1950”, se abre de capa en la charla afectuosa, evocando su tierra campirana, a tres horas y media de Buenos Aires, donde sus padres luchaban a brazo partido para salir de la lacerante pobreza. “Y aunque era el menor de cinco hermanos, sólo estudié la escuela primaria porque desde los 12 años debí trabajar para ayudar a la familia: juntando maíz, cargando bultos de azúcar, cortando uvas, ayudando en una industria textil y como mesero en un club”.
> ¿Y entonces fue cuando pensó ser futbolista para sacar a los suyos de su difícil situación económica?
–No, hombre. Ni siquiera me pasó por la mente que yo llegara a ser futbolista profesional, porque no era tan bueno como mi hermano y, por esas comparaciones de la gente, yo creía que jamás sería tomado en cuenta por algún club, y menos cuando me enteré que mi madre no dejó al mayor de sus hijos irse a probar con Boca Junior’s a la capital y hacer carrera. “Nada”, le dijo. Y ahí murió su ilusión.
Osvaldo mueve las manos como aleteando en la estratósfera o para atraer hacia sí los pliegues de la memoria y no olvidar cada anécdota de sus primeros años en su tierra natal. Cierra los ojos y se frota el brilloso casco de su cabeza haciendo bromas que arrancan la sonrisa de sus interlocutores. Todo con la intención de puntualizar que entonces no le pasó por su mente que sería futbolista profesional.
Pero sucedió que en el pueblo había una empresa textil, La Emilia, donde trabajaron su papá y sus tres hermanas. Y ahí había muy buenas instalaciones como canchas de futbol, un club –”en el que me la pasé bien de mesero”–, alberca, una sala de cine y otra de teatro. Además esa empresa patrocinaba un equipo que tenía como entrenador al “Negro” Arias que fue el que lo guió en sus primeros pasos.
–Fíjese que para usar la alberca había que tener un carnet especial y pasar la revisión médica, pero como en casa no teníamos dinero para esos lujos, entonces mi mamá, que trabajaba en el servicio doméstico del doctor que facilitaba las credenciales, le pidió ayuda para utilizar la piscina sin pagar.
Y así fue como llegó el año 1968 en que José Santiago, entrenador del Racing de Avellaneda, le pidió un equipo de chicos al “Negro” Arias a fin de ir a jugar un partido a Buenos Aires contra un equipo de tercera división y el cual perdieron 1-0, pero se ganaron un sándwich de jamón y queso así como una Coca-Cola chica en envase de vidrio. “Con eso estábamos felices”, subraya nuestro entrevistado.
–Curiosamente fue la única vez que jugué como lateral derecho porque ya había dos buenos centrales –evoca Osvaldo–. Y aunque yo era el que menos posibilidades tenía de ser seleccionado entre el grupo, fue a mí, contra todos los pronósticos en mi pueblo, al que me pidieron que regresara, junto con Jorge Benítez, a probarme en el club Racing y finalmente jugar en la quinta división, al grado de que muchos dudaban y decían: “¿Batocletti? ¿Pero cómo, si hay otros mejores que él?”
Pero el destino se impuso y aunque su mamá también se resistió en un principio para dar su autorización de viajar a Buenos Aires, fue el Batocletti mayor quien la convenció diciéndole: “Mira, si yo me quedé con la duda de lo que podía lograr como futbolista en Boca, no le hagas lo mismo a Osvaldo y dale permiso. Total, si no es lo suyo, regresa y, si no, es que le va a ir bien”. Y colorín colorado. El Racing le abrió las puertas de 1968 a 1972 por haber jugado por única vez de lateral derecho, y en un juego contra Los Andes en 1970, hizo su debut en el primer equipo, a los 20 años de edad, al lesionarse Jorge Paulino. Entró a sustituirlo en la pradera central, con tan buena fortuna, que anotó su primer gol al portero Ricardo Antonio Lavolpe y significó el triunfo en casa.
Por esas fechas, en el campo político la convulsionada Argentina vio nacer Los Montoneros en 1970 como una organización armada en favor del general Juan Domingo Perón. Mientras que en el campo futbolístico la competencia era a morir para lograr un puesto de titular en los 20 equipos de la primera división, pues 16 representaban al Gran Buenos Aires y había dos de Rosario y dos de Santa Fe. Ello sigue fomentando que los jóvenes del futbol argentino se fogueen más rápido, en opinión de Batocletti, y que vivan preocupados por superarse porque siempre hay otro colega que no cede en su preparación por su sed de triunfo y de una oportunidad que puede llegar de un momento a otro, por lo cual no hay tiempo que perder.
–Aunque no haya salido bien del club Tigres, no podemos negar que un caso así lo ejemplificó Alan Pulido, pues siempre estuvo listo para pelear por su puesto, así le hayan traído a Héctor Mancilla o a quien sea. Él estuvo ahí, en la pelea, y haciendo ver su valía y su carácter.
“PROVOQUEN EL MILAGRO”
Por eso, por su experiencia, Batocletti vive recomendando ahora en sus charlas a los muchachos de las academias y de las escuelas que visita que “provoquen el milagro”. Que estén siempre preparados para cuando tengan enfrente la oportunidad que buscan. “No pidan milagros; provóquenlos”, insiste. Y envuelve su recomendación con una frase motivadora: “El trabajo duro le gana al talento, si el talento no trabaja duro”. Asimismo, recalca una de sus frases favoritas: “Acuérdense que a veces suceden cosas para que sucedan casos”. Y remata con la conocida frase: “Dios da el talento pero el trabajo lo vuelve una genialidad”.
Radicado en una colonia de San Nicolás de los Garza, Nuevo León, desde sus tiempos de futbolista, ahora le sobran llamados para ir a escuelas a charlar con los chicos y también es constantemente incluido en cursos y seminarios para dictar conferencias e impulsar la superación de las personas, sobre todo en tiempos de crisis y cuando las dificultades parecen invencibles.
Todo porque al llegar a la máxima categoría del futbol argentino, a los pocos años fue tomado en cuenta para jugar en el extranjero y particularmente para venir al club León y de ahí a Tigres, como si fuera su destino final, ya que después de ser descartado en Racing por el nuevo entrenador pasó al Lanús y de ahí a la Unión de Santa Fe.
–Ganamos el ascenso con Unión de Santa Fe en 1974, jugando contra Deportivo Español en un tercer partido, y yo ya no fui a festejar porque la negociación para jugar en León estaba a punto de concretarse con la firma.
Sin embargo, antes le llegó la invitación para ir a jugar a Tenerife, en el futbol español, pero al final se quedó esperando la segunda llamada que nunca llegó, y también se esfumó la noticia de que el River Plate deseaba a Osvaldo Batocletti simplemente porque ya estaba arreglado con el León, a insistencia de José Santiago, quien fue el que lo recomendó.
UNA CASA
PARA SUS PADRES
Casado ya con Delia Susana Bernasconi, su inseparable compañera, llegó solo a la ciudad de León, a fin de instalarse como es debido y luego traerla a vivir con plena confianza de lo que les esperaba en el país México. “Y lo que son las cosas: por un problema de huelga de la oficina de teléfonos en Argentina me enteré que ya era papá de una linda nena (Marcela) pero hasta cuatro días después de su nacimiento”.
Cuarenta días después, Delia llegaba a acompañar a su marido hasta el fin del mundo, “porque el secreto del matrimonio consiste en no perder jamás la voluntad de seguir amando”, dice todavía la guapa mujer, después de 43 años de casados, “y no como hoy dicen algunas personas que tú te provees tu propia felicidad”. Así, al lado de él, no atrás del hombre famoso sino junto a su corazón, lo ha impulsado siempre en su carrera. Llegaron llenos de ilusiones ese 1974 y quién habría de decir que para quedarse entre nosotros.
Atrás quedaba, finalmente para siempre en lo geográfico pero no en lo mental, su pueblo campirano. Atrás quedaba su Argentina bajo el mando ese año de 1974 de Isabelita, la viuda de Juan Domingo Perón que lo sucedió en la presidencia. Y atrás quedaba la inminencia del golpe de estado que los militares consumaron el 24 de marzo de 1976 para imponer como dictador a Rafael Videla con el consabido baño de sangre y la desaparición de unos 30 mil argentinos, obligando a Los Montoneros a convertirse en una agrupación guerrillera dedicada a combatir y difundir las atrocidades del régimen.
Feliz de la vida en León, donde vivió por dos años y medio, Batocletti Ronco solamente sabía de su Argentina por las noticias, pero sin dejar de concentrarse en lo suyo, porque lo primero que deseaba con su sueldo era comprar una casa a sus padres para que tuvieran las comodidades de las que su pobreza les privó por tanto años. Y lo cumplió. “Era mi más grande sueño: que mi familia la pasara mejor y por eso no dudé en regresar al pueblo y lograr el traspaso de una construcción a medias de un amigo y que terminamos bien a bien para que mis viejos ya no se bañaran en el fondo del terreno que habitaban y con una jícara o botecito en la mano”.
De 1.91 metros de altura, expresiva mirada retadora, frente ancha y complexión robusta, Osvaldo Batocletti Ronco no se inhibe al dejar brotar las lágrimas que le arrancan las palabras cuando reseña el sueño que hizo realidad con su primer sueldo ganado a todo pulso en León. Simplemente restriega sus ojos, casi quiere pedir que se le disculpe pero mejor sonríe. Y tras una pausa para que se apacigüe el sentimiento y la nostalgia no se apodere de la escena, continúa su relato:
–Recuerdo que yo llevaba dólares, pero el vendedor dijo tajantemente: “No quiero dólares. Nada más 20”. Así es que fui con mi cuñado que es policía al banco y finalmente mi madre, con una visión tan especial en este caso, me recomendó que las escrituras se hicieran a mi nombre. “La casa es tuya” –me dijo–.”Nosotros vamos a vivir aquí y te lo agradecemos, pero la casa es tuya. ¿Qué tal el día de mañana que ya no estemos?”.
Y aunque Osvaldo dice estar seguro de que ni sus hermanos ni sus cuñados pretenderían jamás quedarse ni con un ladrillo de la propiedad, debió atender al pie de la letra el consejo de su madre. Y así fue. Sus papás vivieron felices ahí hasta el último día de sus vidas como si la casa fuera suya. “Mi papá falleció sin haber venido nunca a México” –aclara Batocletti–. “Nunca quiso. Pero alcancé a ir a verlo a tiempo para despedirme de él, y ahí aproveché, durante su velatorio, para obligar a mi mamá a que viniera a casa, y cumplió, aunque a su edad no fue fácil que viajara tantas horas en avión y se alejara de su pueblo tantos días”.
RAYADO PRIMERO
QUE TIGRE
Llegó 1977. Su hija Gabriela, mexicana, llegó para ser una doble inspiración en su lucha por sobresalir, La calidad del recio defensa central daba positivamente mucho de qué hablar. De ahí que el Ing. Miguel Gómez Collado, directivo del Monterrey, se empeñó en contratar para los Rayados a Osvaldo Batocletti y a Walter Daniel Mantegazza (qepd). Hizo las gestiones a fondo con el club León.
–Estábamos siempre pegados al teléfono en casa de Mantegazza para ver el desenlace del plan, e inclusive Gómez Collado daba por hecho que vendríamos a Rayados y nos invitó a jugar un amistoso con el Atlético de Madrid, pero el club León no nos dejó porque no se había firmado el contrato del traspaso.
Y quién habría de decir que cuando parecía que todo estaba arreglado, el director técnico de los regiomontanos (el chileno Fernando Riera) se opuso a la operación. No quiso en su escuadra ni a Batocletti ni a Mantegazza. Por tanto el que se creía último telefonazo directo de Gómez Collado fue como un balde de agua fría en el ánimo de los jugadores argentino y uruguayo. Pero no.
A la semana, Gómez Collado renunció a la directiva del Monterrey e increíblemente fue contratado para hacerse cargo de los Tigres de la UANL, por decisión directa de Luis Todd y Cayetano Garza. Y entonces les planteó la posibilidad de contar como refuerzos de lujo con Batocletti y Mantegazza.
Sí. La aceptación fue inmediata. Sólo que ahora el Club León pedía mil dólares más y el Club Tigres se resistía a autorizarlos. En el estira y afloja se iba el tiempo y el cambio de equipo dejaba en el aire el sueño de los encandilados futbolistas profesionales. Fue entonces cuando ambos llegaron a un acuerdo que le plantearon a Gómez Collado: “Mire, ingeniero” –le dijeron–. “Quítenos 500 dólares a cada uno y déselos al León para que no haya problemas”.
Así, con ese desprendimiento que significaría mucho en la carrera de Batocletti y de Mantegazza, el anunció de su contratación también llenó de júbilo a los aficionados de Tigres que en el verano de 1977 también estrenaba director técnico en la persona de Carlos Miloc, quien llegó de San Luis Potosí con la convicción de darle al club universitario su primer campeonato de liga.
Las crónicas periodísticas escribieron la historia de esa promesa que empezó a cumplirse a partir de enero de 1978 después de ganar el Clásico contra los Rayados, y culminó en el Estadio Olímpico de la ciudad de México al vencer a Pumas en un tórrido partido nocturno. Más tarde, en 1978, llegaría el siguiente título ganado en tiros penales ante el Atlante en el Azteca; el subcampeonato también inolvidable contra Cruz Azul en el Azteca y la gira por Europa en 1979. Hasta que en 1984 “me retiraron” –aclara Batocletti–. “No me retiré”.
–Lo que me faltó en mi carrera es haber sido campeón como técnico –admite, al evocar cómo estuvo a punto de coronarse en el 2005, mientras que su esposa Delia se dedicó al mismo tiempo a una intensa labor social en ANSPAC, y hoy lo hace a través de la catequesis en un kínder.
Más tarde continuó como columnista en un diario regiomontano y ahora como responsable de las academias en el club Tigres, además de gozar el amor de sus hijas, ya casadas, “Marcela siguiendo a su esposo ingeniero en sus trabajos en Estados Unidos y Gaby al lado de Lucas Ayala de una ciudad a otra en México”, dice, ufano, porque lo que desea es subrayar la dicha que siente de ser abuelo de cuatro nenes.
–Fíjese que cuando vienen los Luquitas (Nahuel de 10 años y Gabriel de 7) hacen enojar a mi mujer porque ella corre a abrazarlos y a besarlos, pero ellos lo primero que le preguntan es dónde está el abuelo y a qué horas viene –y Batocletti ríe de buena gana.
Así es Osvaldo, el ser humano de buen corazón que ha atrapado el cariño no solamente de su familia y más de sus nietos, sino de la gente que todavía hoy lo hace vibrar con el recuerdo de la despedida en el Estadio Universitario que quedó en la memoria colectiva por la vuelta olímpica inolvidable que dio en el último partido contra el Monterrey. Sí, porque inclusive los Rayados vitorearon y aplaudieron a un histórico del futbol local que aun hoy ha sabido ganarse el respeto de propios y extraños y sigue siendo referente obligado de las crónicas futboleras que subrayan los tiempos en que se tenía pleno amor a una camiseta, antes de que la comercialización y los dólares hicieran de las suyas entre promotores, directivos, cuerpo técnico y jugadores.