Jorge Armando Palomo Guevara lleva 15 años de trabajar como peluquero, oficio que en la actualidad se encuentra agonizando debido a la proliferación de estéticas unisex sofisticadas.
Quizás algunos jóvenes dentro de 50 años se preguntarán a qué se dedicaban sus abuelos. La respuesta no será muy fácil, ya que los oficios que actualmente sobreviven como peluquero, relojero, sastre y zapatero, quizá ya no existan.
La primera causante de que estos oficios se encuentren pereciendo es que no hay personas que quieran aprender; la segunda es la crisis económica.
Por ejemplo, aunque el costo para reparar un pantalón, reloj o zapato no es muy elevado, vivimos en una sociedad de consumo y es más práctico comprar una prenda nueva que repararla.
LOS DUEÑOS DE LA TIJERA
Aún existen algunos sobrevivientes de la navaja como es el caso de Palomo Guevara, quien proviene de una tercera generación de peluqueros.
Desde los años 70 las estéticas hicieron que el oficio de peluquero entrara en crisis, el sexo femenino poco a poco se fue introduciendo en el gusto del público.
El barbero, de 35 años de edad, diariamente abre a temprana hora su negocio ubicado en la calle Espinoza entre Guerrero y Galeana, acompañado por 5 peluqueros más.
Jorge, hijo de don Pablo Palomo (quien inició el negocio), dijo que las peluquerías corren el riesgo de desaparecer porque las nuevas generaciones no están interesadas en aprender y consideran al oficio como algo aburrido.
“No hay personas que le llame la atención o el interés de aprender, entonces por ese lado pienso que las peluquerías pueden ir disminuyendo considerablemente, tengo un hijo y ya le tengo toda la herramienta en la casa para que empiece a cortar el pelo y que no se termine esta tradición, pero no sé si quiera seguir mis pasos.
“Yo aprendí grande, de 20 años, el oficio; viendo me empezó a gustar y empecé en la casa ´pelando´ a los vecinos. Es un oficio en el que siempre va a haber trabajo, pero la juventud de ahora ya no quiere aprender… se les hace muy aburrido, y algunos no van con peluqueros porque quieren andar a la moda según ellos”, aseguró.
El hombre, vestido con su bata gris, comentó que las peluquerías que sobreviven son por los clientes, que en mayoría son personas adultas; los jóvenes optan por acudir a las estéticas.
“A lo mejor (las estéticas) en un futuro puede que sí desplacen a las peluquerías, pero no por el hecho de que sean mejores, sino por el hecho de que en la actualidad ya casi no hay peluqueros. Aquí no se hacen chinos, no se pinta el cabello, no se arreglan las uñas”, dijo el peluquero.
A pesar de ser muy joven en el oficio, Jorge Armando confía en que este trabajo logre permanecer más tiempo.
En las peluquerías tradicionales sólo se atienden a varones. El corte de cabello y la rasurada de barba y bigote son las especialidades de la casa.
La máquina eléctrica zumba para desvanecer la melena de los clientes, luego entra la tijera con la cual Jorge ha realizado hasta 90 cortes en un solo día.
El abanico de tres aspas da vueltas y el calor se dejaba sentir poco a poco, mientras el peluquero comenta que las estilistas no saben hacer el trabajo igual que un barbero.
“En el manejo de la navaja las estilistas no saben, no saben rasurar, arreglar bigote, aunque es muy parecido, el trabajo es mucho muy diferente”, resaltó el peluquero.
Notoriamente feliz por desempeñarse en su oficio, Jorge comentó que una de las principales satisfacciones es la de ver al cliente gustoso y sobre todo que reconozcan el buen trabajo “y que regresen”.
Hacerla de “psicólogo” es otra de los trabajos que el barbero desempeña diariamente, y es que escucha las penas de sus clientes, quienes con el paso del tiempo ya le tienen confianza.
En la mesa larga, acompañada por varios espejos colocados en la pared, se encuentran los peines, las tijeras, bledos, talcos, capas, navajas, brochas, jaboneras, entre otras herramientas que utiliza para hacer sus afinados cortes.
En la peluquería “Jorge”, que ya tiene más de 20 años de antigüedad, se encuentran otros cinco trabajadores cuyas edades oscilan entre los 34 y 74 años, como el señor Cosme Chamorro Hernández de 65 años de edad, originario de Tlaxcala.
El hombre, de estatura mediana y tez morena, mencionó que el ser peluquero es un oficio bueno, porque ayuda en toda la vida.
“Es algo que siempre vas a poder desempeñar y mientras no te falle la vista ni el tacto siempre puedes trabajar en esto.
“Nuestra peluquería se caracteriza porque aquí la gente puede escoger quién lo atiende, ya que somos varios peluqueros. No es uno monedita de oro, hay clientes que tienen sus peluqueros preferidos”, dijo el barbero.
Con su bata blanca de trabajo y sus tijeras en mano, en un día bueno el peluquero atiende a más de 20 personas; su récord de cortes ha sido de 40 en un día y siempre buscan estar en el gusto de la gente.
En la peluquería trabajan por comisión, es decir, el precio del corte está en 40 pesos, y los empleados reciben el 50 por ciento, más las propinas que los clientes les proporcionan.
Cosme estima que el tiempo de un corte de cabello es de 40 minutos, dependiendo si el cabello es lacio, grueso o chino. Igualmente detalló que existen diferentes tipos de barbas: las duras, encontradas y personas con piel muy delicada, entre otras.
Los peluqueros no se “agüitan” y siguen trabajando en su peluquería, mientras no les falle la vista, ni el tacto, y buscan dejar esta tradición en alguien más.
EL SASTRE
Tener creatividad, saber utilizar la tijera, la aguja, los hilos de colores, la greda (marcador especial para trazar la tela), el dedal, la cinta métrica, la máquina industrial, las diferentes escuadras y lentes, han llevado a Julio Miranda Pedroza ha ser uno de los mejores sastres en Monterrey en los últimos 40 años.
El arte sartorial, como le llama Julio, está en peligro de desaparecer debido a las tiendas departamentales y la crisis económica que han afectado a estos pequeños talleres provocando una disminución del 65 por ciento en los ingresos, por lo menos desde noviembre de 2008, a la fecha.
“Esto es artesanal, porque no haces cantidades enormes, hago trajes de uno en uno, pero lamentablemente ya es una especie en extinción, cada día somos menos, este tipo de talleres van a desaparecer. En mi caso, este oficio inicio conmigo, y conmigo se va a terminar, porque nadie quiere aprender.
“Los que serán operarios, y no sastres, van a ir al gran monstruo de las tiendas departamentales a buscar trabajo para hacer alteraciones, y ahí sólo se hacen operaciones (reparaciones), como les llamamos nosotros, hacer la bastilla, poner un zipper, pero serán operarios y no maestros cortadores que eso es lo nuestro.
“Lamentablemente esta crisis nos ha afectado mucho, incluso más que la del ´95, y a la fecha no le veo por dónde seguir, por dónde se vaya a conducir.
“Este oficio es muy abnegado, muy sufrido, pero estoy muy orgulloso de mi trabajo, para esto hay que tener creatividad y yo tengo mucha creatividad para poder hacer trajes”, dijo con mucho ánimo.
En la sastrería “Miranda”, ubicada en Espinoza 222 oriente, en el centro de Monterrey, Julio ha vestido a grandes personas de todos los estratos sociales; obreros, profesionistas y figuras públicas como los desaparecidos José Marroquín “Pipo” y Eulalio González “Piporro”.
En el taller se respira tranquilidad, como si el tiempo no pasara, mientras él se pone a coser trajes de distintas telas (excepto de piel), se relaja con una radio ya muy antigua y mitiga el calor con su abanico.
En su negocio tiene un gran probador con tres espejos y una vitrina con varios pantalones que sirven como muestra.
Miranda inició en el oficio desde que tenía 17 años; aprendió de un vecino que vivía en el centro de la ciudad.
“Yo vi que se dedicaba a esto la familia Espinoza Robles, al señor Francisco (el padre de familia, quien anteriormente había trabajado como cortador en una sastrería que ya desapareció) sentía como una atracción a lo que él hacía, sin conocer absolutamente nada del oficio.
“Pateando el balón ahí en la calle me llamaba mucho la atención; entonces un día me paré en la ventana para ver cómo trabajaba y me dijo: ´¿te gusta esto muchacho?, ¿te gustaría aprender?, Mira si te gusta esto yo te voy a dar la oportunidad de enseñarte para que aprendas el oficio, pero con una sola condición, ¿estás estudiando?´, y le dije, ´si´, entonces él me dijo: ´si tú me traes buenas notas yo te enseño´”.
Emprendedor desde joven, Miranda trabajaba de día en su oficio y por las noches estudiaba en la facultad de Derecho de la UANL, sin embargo, no concluyó sus estudios por motivos personales.
Ya una vez casado, la sastrería le ayudó para darle estudios a sus cuatro hijos, quienes ahora son profesionistas.
El oficio de la sastrería se divide en cuatro etapas: el pantalonero, chalequero, saquero y composturero.
“Estas cuatro operaciones yo las realizo aquí y, bueno, la más difícil es la elaboración del saco. En los precios sólo cobro la mano de obra; la hechura de un traje de dos piezas sale en 2 mil 450 pesos y hay otro de tres que cuesta 2 mil 800 pesos”, explicó el costurero.
En la “mula de madera y el burro”, Miranda abre, cose y plancha los trajes que entrega a sus clientes de antaño, donde por lo general se tarda entre dos y tres días.
“El cliente paga sólo la mano de obra, me trae la tela y yo pongo los forros que lleva en el interior y los botones”, comentó.
Con su pantalón negro, zapatos boleados, camisa blanca, la cinta métrica en el cuello y su corbata morada con rayas negras, Miranda mencionó que en la sastrería no hay horarios, puede trabajar incluso todo el día y parte de la noche.
“Y me siento muy orgullosos de hacerlo”, resaltó.
ZAPATERO A TUS ZAPATOS
Con a penas 23 años de edad, Juan Antonio Vera Castro realiza uno de los oficios más antiguos… es zapatero.
El reparar calzado es un oficio que tiende a desaparecer, la introducción de calzado chino y la aparición de venta por catálogos han hecho que varios zapateros pierdan clientes en los últimos años.
Los zapateros son portadores de una tradición cultural y laboral que han formado varias generaciones. Curtir, adobar, cortar, y hormar son algunas de las técnicas que utilizan.
Los negocios de reparación de calzado, generalmente se ubican en talleres familiares.
“Reparación de calzado Vera” es el nombre del negocio donde Juan Antonio repara zapatos de todo tipo, desde una simple tapa hasta colocar la suela de una bota y cierres.
Este enérgico joven se niega a que el negocio de reparación de calzado -herencia de su padre- desaparezca.
El lugar, ubicado en la calle Aramberri, casi esquina con Juárez, está deteriorado, el tiempo ha dejado sus huellas.
Por las orillas se aprecian decenas de zapatos, tenis y huaraches, algunos en muy malas condiciones. Sin embargo, el “remendón” asegura que varios de estos artículos aún tienen solución.
Mientras trabajaba, comentó que recibe todo tipo de calzado, pero sabiendo trabajar nada es difícil.
“Aquí recibimos zapatos de todos, algunos ya están en condiciones no muy buenas, pero le hacemos la lucha, sabiendo trabajar nada es difícil y si te gusta menos.
“Hay muchos zapateros, a unos no les va tan bien, pero a otro sí, nada más que están escondidos; hay muchos talleres que se terminan, las peleterías no creo”, comentó.
De estatura alta, piel blanca y complexión robusta, Juan Antonio dijo que a pesar de haber estudiado una carrera técnica en máquinas y herramientas, su gusto por la reparación del calzado es mayor, pues se inició desde que era niño.
“Esto es familiar, primero estaba mi papá, era zapatero, pero ya falleció hace 15 años; yo quiero que la tradición de arreglar zapatos continúe, me gusta mucho este trabajo, aprendí desde niño este oficio sólo viendo y ayudando a poner tapas, pintar suelas.
“En esto se gana bien, cobramos dependiendo del trabajo, lo más común son las tapas; cobramos 40 pesos, y lo más caro son las suelas de las botas donde llegamos a cobrar hasta 250 pesos, es variado”, explicó el zapatero.
El sudor le corría por su rostro y, en su negocio de tan sólo dos por cuatro metros, el joven zapatero soporta temperaturas de hasta 40 grados con un abanico de tres aspas.
Aseguróque la crisis económica está fuerte, pero a su negocio aún no ha llegado.
“Las personas tratan de economizar y traen sus zapatos en lugar de tirarlos, por la crisis le piensa más y opta por ahorrar”, dijo.
Un día malo es cuando recibe 10 pares de zapatos y se tarda aproximadamente 10 minutos en colocar tapas y alrededor de dos horas para la aplicación de suelas.
En el pie de fierro, el amante de la reparación de calzado puede arreglar los tacones de zapatillas utilizando también un martillo.
En su vitrina se pueden observar algunas botas, huaraches de distintos colores y formas, además dentro de los servicios que ofrece se encuentra el de componer suelas corridas, media suelas, tacones, tapas y cierres.
Vestido con camisa beige de rayas blancas y jeans, el joven se sienta en un bote y comienza a coser en la máquina un huarache, utilizando también hilo de distintos colores.
Resaltó que seguirá con el negocio de su padre y el oficio de zapatero no terminará, ya que aseguró, siempre hay alguien quien quiere aprender.
EL RELOJERO
Para unas personas, adquirir un reloj nuevo en las joyerías es más fácil que repararlo, para otras todo lo contrario.
El oficio de relojero trata de sobrevivir en estos días y sólo la perseverancia de quienes son amantes de esta labor, logrará que no muera.
La relojería Flores, ubicada en la calle 5 de febrero 110 poniente, en la colonia Independencia, se inició en 1964; actualmente es atendida por Roberto Flores Sánchez y Luis Alberto Flores, de 69 y 42, años respectivamente.
Ocultándose detrás de unos lentes redondos y gruesos se encuentra Roberto, quien tiene más de 45 años trabajando en la reparación de relojes,
El relojero es la segunda generación en su familia, pero la crisis económica ha afectado fuertemente su negocio, las reparaciones han caído a un 50 por ciento.
“Han habido varias épocas en que se podían desaparecer, sobre todo cuando desaparecieron los relojes de cuarzo, la crisis sí nos ha pegado, pero hay gente que viene a reparar sus relojes.
“Tampoco compra en las joyerías porque aparte de caros, hay mucha inseguridad en la calle y se los pueden robar”, mencionó.
Con varios relojes instalados en la pared amarilla de su taller, el relojero cumple con su oficio utilizando pilas, desarmador, pinzas, tenazas, lámparas, mesas de trabajo, entre otras herramientas, para reparar relojes de pulso, de bolsillo, de salón o pared.
Aunque adora su trabajo, Roberto dice que el oficio “tiene ciertas desventajas porque la vista se cansa, solamente al que no le guste trabajar se le hace demasiado cansado, pero yo lo disfruto”, destacó.
Los precios son muy variados y van desde los 45 pesos hasta los 200, dependiendo del arreglo, como la instalación de un extensible y se tarda aproximadamente 40 minutos en cada pieza.
El lugar en general está limpio y cuenta con una buena iluminación.
Por su parte a Luis Alberto Flores (hijo), quien es emanado de la tercera generación, comentó que desde muy “chamaco” le gustó este oficio al ver cómo su padre se esforzaba porque el trabajo estuviera bien realizado.
“Me gustó desde chico y aquí estamos, voy a seguir porque me gusta mucho reparar relojes”.
VENDEDORES LUCHAN POR SOBREVIVIR
Mientras algunas personas gastan “millonadas” en la compra de una licuadoras de marca en tiendas de prestigio, existen otras que día a día trabajan para que los artículos tradicionales no desaparezcan.
La tienda de don Rubén Treviño González data desde 1944 y sigue luchando para que los artículos como molcajetes, molinos, jarros, botellones, burritos de planchar, coladores, alcancías, planchas de carbón, cafeteras, tortilleras, entre otros, continúen en el gusto de la gente.
“La tradición de usar estos productos tiene siempre aceptación, las cubetas se venden, los baños, las bandejas, los botes para tamales, para barbacoa, comales de pozo para las enchiladas; hay lámparas de mesa, cristalería. Se vende despacio, pero se vende bien, aquí en monterrey compran de todo un poquito”, comentó el adulto.
El vendedor aceptó que lo que sí está en desuso son las bacinicas, “eso se usaba cuando no había baños”.
Casa Rubén se ubica en la calle Ocampo, casi cruce con avenida Juárez y es atendida por don Rubén, quien tiene 90 años a cuestas.
“Aquí seguimos, ya tenemos muchísimos años, queremos que estos productos se sigan vendiendo y no se pierda la tradición, la gente compra despacio, pero sí compra”, mencionó con un tono nostálgico.
Como cosa irónica, su tienda está frente a Liverpool, uno de los negocios más sofisticados de la época moderna.
El vendedor hace el esfuerzo para que sus burritos de planchar hechos de madera se sigan vendiendo, ya que son la especialidad de la casa.
“Hago de todo como las tablas de planchar, me tardo en hacerlas como dos horas y media, es de lo que más se lleva la gente en mi negocio, vendo dos o tres diarias”, explicó don Rubén.
Muy bien vestido, don Rubén explicó que anteriormente fabricaba moldes de galletas, sin embargo al paso de los años, su edad ya no se lo permite.
Comentó que anteriormente llevaba sus artículos a otros Estados de la República, pero por la edad ya no pudo continuar.
La situación en su negocio está triste por la crisis económica, las ventas se han ido para abajo desde principios de año, algunos días no hace ninguna “ventecita”, mencionó.
“Cuando hago mi venta son con personas que vienen del otro lado, se quieren llevar un molcajetito, una tortillería, un comal, ya después si se van se vuelve a desinflar esto, pero ahora con la crisis está bárbaro”, explicó el señor.
Mencionó que por lo menos saca para comer y a veces no vende “ni un centavo”.
A pesar de que los precios son muy accesibles, el lugar presentaba poca afluencia de clientes.
Comentó que uno de los factores que ha ayudado a sobrevivir a su negocio es que no paga renta, ni empleados.
“Pero una gente que tenga compromisos y tenga problemas de pago pues está arruinado, porque tiene más gastos de lo que se gana”, mencionó.
A pesar de la edad que pesan sobre su espalada, don Rubén aseguró que continuará con su negocio hasta que su salud se lo permita.