
Se les ve en los cruceros, junto a las vías del tren o en plazas públicas… son migrantes centroamericanos que están de paso por la ciudad rumbo a Estados Unidos, o que ya fueron deportados a México y ven en Monterrey una oportunidad para escapar de la violencia y el desempleo que aqueja a sus países de origen.
Aunque no existen cifras oficiales, la capital de Nuevo León acoge cada vez a más habitantes del triángulo de la violencia de América Central, conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador.
De acuerdo al padre Luis Eduardo Villarreal Ríos, director del albergue para migrantes “Casanicolás”, existe una tendencia a la permanencia en Monterrey, luego de ser deportados de Estados Unidos.
“Cuando no logran pasar a Estados Unidos, se devuelven a Monterrey y ya que están aquí a la casa del migrante toman una decisión: irse derrotados a su país o hacerle la lucha aquí en Monterrey.
“Otros sí logran pasar, pero allá son deportados. Los dejan en la frontera y vienen a dar aquí y vuelven a tomar la decisión de quedarse, regresar a su país o intentar nuevamente cruzar”, dijo Villarreal Ríos.
Aunque la mayoría de los migrantes usan a México como trampolín para ingresar a Estados Unidos, al toparse con la frontera sellada del lado sur por los delincuentes y del norte por la Patrulla Fronteriza, algunos deciden permanecer en suelo azteca, siendo la capital regiomontana una atractiva opción para residir, aunque de forma ilegal.
EL SUEÑO DE LA SILLA
Ofelia Chacón Flores es una de ellas. La originaria Comayagua, Honduras, intentará por tercera vez alcanzar el “sueño americano”, pero en caso de fallar buscará establecerse en la tierra del cabrito.
Apenas tres meses atrás, la mujer de 41 años salió de su tierra natal en busca de trabajo.
En su tránsito por México hasta la frontera, la también madre de dos jovencitas, gastó cerca de 5 mil pesos en transporte, que iban desde taxis hasta “camiones guajoloteros”, cuando tenían suerte, ya que pocas unidades les quieren dar servicio en el sur del país ante los constantes operativos de agentes migratorios.
“Llevábamos agua, pero el agua se nos acabó porque el horario en el que caminamos era de tarde porque nos queríamos ir de noche porque el camino que íbamos a seguir era peligroso. Hay mucha delincuencia. Se nos acababa el agua, pero pedíamos agua a la gente, el sol estaba muy fuerte y la gente sí nos apoyaba”, dijo la hondureña.
Tras días de traslado, en el que también incluyeron más de 36 horas caminando por las vías del tren y sobreviviendo a base de tortillas, frijoles enlatados y queso, Chacón Flores llegó a Monterrey.
Con las piernas inflamadas y los pies llenos de ampollas, a principios de agosto, la mujer permaneció unos días en el albergue “Casanicolás” hasta que se llegó el día de partir a Reynosa, en donde el “coyote” que la cruzaría a Texas le informó que su familia en Estados Unidos no había pagado el traslado, por lo que se quedaría en México.
Tras la segunda intención fallida, la primera fue en 2003, la indocumentada regresó a Monterrey, en donde trabaja como doméstica en colonias de clase media y media alta.
Aunque en su mente está la intención de intentar por tercera vez cruzar la frontera norte, a Chacón Flores no le desagrada la idea de quedarse a vivir en Monterrey, aunque el salario que percibe aseando hogares, apenas y le alcanza para sobrevivir y enviar a su familia en Honduras.
“Me gusta Monterrey, sí me quedaría porque hay trabajo. Lo único que pasa es que no nos quedamos porque el sueldo de aquí es bajo. Lo que ganamos no nos alcanza para vivir.
“Yo tengo dos hijas en Honduras, una de 20 años y otra de 13. La de 20 años tiene un trabajo que en el que gana alrededor de 900 pesos semanales. No le da para entrar a la universidad. La otra de 13 años está en el colegio, pero yo no les puedo ayudar”, dijo la migrante.
Por su buen comportamiento, la mujer ha podido prolongar su estadía en el albergue de migrantes, situación que no merma sus ingresos de mil 200 pesos a la semana.
“Si me quedo aquí en Monterrey, les podría ayudar, pero no haría otra cosa, por ejemplo, hacer mi casa, que no tengo. Entonces, necesito en dónde vivir, necesito tener a mis hijas estables y que no sigan viviendo con las abuelas”, aseveró la entrevistada.
Al ser indocumentada, pocos son los trabajos a los que puede aspirar Chacón Flores, por lo que la hondureña ya ha contemplado la posibilidad de regularizarse, aunque sabe que es un proceso largo.
Mientras tanto, prefiere no salir mucho a la calle por temor a los agentes de migración y a los elementos de seguridad municipal, estatal y federal.
Y es que, acorde a la mujer, ser migrante en México es sinónimo de delincuente.
“El temor que le tenemos a los ‘maras’, a los delincuentes es el mismo que le tenemos a las autoridades mexicanas porque uno sabe de muchos abusos que cometen.
“Más que todo, a veces los de migración tratan muy feo a la gente, nos tratan con odio y lo único que pedimos es que nos den un trato normal.
“Entendemos que somos migrantes, y que pueden pensar mal, pero no todos venimos a hacer maldad. A México venimos sólo de paso. La mayoría viene de paso, aquí casi nadie se viene a quedar”, aseveró Chacón Flores.
El miedo no es exclusivo de las mujeres, José Antonio Martínez Regalado, también ha sido víctima de los abusos policiales. Su delito: ser indocumentado.
Con apenas 18 años, el originario de La Ceiba, Honduras llegó a Monterrey a bordo de “La Bestia”, el tren de carga que atraviesa todo el país, desde el sur hasta la frontera norte.
Con suerte, logró sortear los peligros por territorio nacional, pero al abordar un taxi que lo llevaría junto a otros indocumentados a la frontera tamaulipeca su suerte desapareció.
Los jóvenes decidieron bajar de la unidad de alquiler y caminar rumbo al cruce fronterizo.
En Reynosa, los jóvenes se perdieron y tras horas de estar desubicados llegaron a la carretera a Monterrey, en donde una “alma caritativa” les dio dinero para tomaran un autobús con dirección a la capital regiomontana, pues les aseguró que era muy riesgoso que estuvieran en la frontera.
Al arribar a Nuevo León, solicitaron techo en “Casanicolás”, en donde Martínez Regalado permanece.
En su estadía en Monterrey, el joven recuerda que la Policía Municipal de Guadalupe lo detuvo, sólo por su facha, y lo golpearon bajo el argumento de que buscaban droga.
“Nunca he tenido problemas con las autoridades, aunque siempre nos para la policía para verificarnos. Una vez me golpearon, supuestamente porque andaban buscando drogas”, mencionó el hondureño.
Desde hace casi dos meses, el joven permanece en el albergue, que en situaciones especiales, alarga la estancia de sus inquilinos, y trabaja en una cartonera cercana.
Martínez Regalado dice que le gusta más Monterrey que Estados Unidos y al cuestionarle que si le gustaría quedarse, aseguró que sí.
Sin embargo, el Padre Villarreal Ríos conoce las arbitrariedades que se cometen contra los centroamericanos en suelo regiomontano y ante la vulnerabilidad del joven y del resto de los indocumentados exige a las autoridades descriminalizar la migración.
Un grito de esperanza
La casa para migrantes “Casanicolás” inició funciones en abril de 2008. Fue el segundo albergue que abrió sus puertas en la zona metropolitana de Monterrey y desde entonces ha apoyado a miles de indocumentados -en solitario o familias- en su paso por la capital neolonesa.
Y es que, no obstante a la violencia que los ahuyenta de sus países de origen, en México se enfrentan a otro tipo de vejaciones, permitidas por la política mexicana de contención.
“El paso de los centroamericanos obedece a dos razones principales, la pobreza y la violencia. En primer lugar Honduras, en segundo lugar El Salvador, el tercer lugar Guatemala, ese es el triángulo de la violencia en Centroamérica y a partir de ahí, empieza otra violencia, que es el tránsito por suelo mexicano.
“Hay cientos de historias que viven los migrantes: secuestro, extorsión, detenciones arbitrarias, detenciones ilegales, asfixia, caídas del tren, bloqueo de “La Bestia”, siendo los principales victimarios, el crimen organizado, autoridades y empleadores. Heridas, hambre, sed, persecución, te puedo decir un sinfín de vejaciones que viven los migrantes en suelo mexicano”, dijo el Padre Villarreal Ríos.
Durante noviembre, diciembre y enero es cuando se recibe la mayor cantidad de indocumentados.
Al albergue, que tiene capacidad para 60 personas, llegan diariamente decenas de hombres, mujeres, transexuales, niños y niñas en busca de techo y comida para continuar su camino hacia Estados Unidos.
Pero la casa no ofrece sólo techo y comida. El albergue se basa en cinco coordinaciones: operativa -en las que se les da casa, comida, servicios, amistad y ropa, la psicosocial, la jurídica, la de vinculación y la de proyectos.
Al año, “Casanicolás” recibe cerca de mil 900 personas de población flotante, ya que al ser albergue de paso, sólo se les permite permanecer en el lugar como máximo tres días, aunque hay excepciones.