
Después de dejar atrás la polémica y las dudas sobre sus fallidas fundaciones en 1577 por Alberto del Canto y de 1582 por Luis Carvajal y de la Cueva, Monterrey se ha afianzado en la fecha inamovible del 20 de septiembre de 1596 como la de su inicio por los caminos de la historia, al ser validado documentalmente el dato que consagra a don Diego de Montemayor como el personaje que logró el establecimiento definitivo en esta tierra de las primeras doce familias llegadas de Saltillo a los Ojos de Agua de Santa Lucía. Y por una desmesura de su fundador se le empezó a calificar desde entonces como “ciudad metropolitana”, a pesar de que se trataba de una veintena de jacales de zacate y lodo, pero que con el paso del tiempo confirmaría la visión y fe en un remoto porvenir en consonancia con el optimismo de don Diego.
El paisaje era atractivo por su humedad y sedujo a los españoles desde entonces por sus fuentes cristalinas, contra el mito de desierto al que se enfrentaron los primeros pobladores, que todavía en 1605 no pasaban de 20 familias apeñuscadas en un caserío, según describió así a Monterrey el Obispo de Guadalajara, Alonso de la Mota y Escobar, durante su visita pastoral en dicho año a esta tierra abundante de agua. Inclusive el historiador Eugenio del Hoyo (Historia del Nuevo Reino de León 1577-1723) describe al Monterrey de 1604 como un valle “cruzado por varios y caudalosos ríos alimentados por numerosos manantiales, veneros y ojos de agua y bien irrigado por acequias de aguas claras y murmurantes”. Más aún, en una crónica de Manuel Payno en1844 durante una de sus visitas a la ciudad, describe el Ojo de Agua donde nació Monterrey como “un manantial de agua clarísima… y rodeado de árboles, de plantas y de flores… que casi se entretejen y enlazan unas con otras, formando materialmente una alfombra de flores y un toldo de verdura”.
Sin embargo, sí es un hecho que la ciudad tardó en despuntar y sus primeros años dejaron mucho qué desear respecto a su título de Metropolitana con que fue bautizada en su acta de nacimiento, y a pesar de su longevidad permaneció olvidada mucho tiempo al no contar con algún atractivo que diera lugar a una evolución acelerada, además del peligro que representaban los ataques constantes de los indígenas de la zona, como los rayados, los borrados y los pelones, y por eso San Luis Potosí, Zacatecas, Monclova y Saltillo tenían mayor importancia. Tan olvidada fue, que el plano más antiguo de Monterrey, hasta hoy conocido, data de finales de 1767 y principios de 1768 donde se muestran las cuatro calles de oriente a poniente y nueve de norte a sur que conformaban su perímetro, con jacales, chozas con muros de varas y lodo techadas con hojas de palma o zacate, sobresaliendo la Iglesia Parroquial (hoy Catedral), el convento de los franciscanos (desaparecido en 1920) y la casa del gobernador (hoy Museo de Artesanías Mexicanas).
De hecho, al hacer una revisión de la huella arquitectónica de nuestros antepasados, apenas pueden tomarse en cuenta unas pocas obras antiguas como la Catedral, el Obispado, el edificio del que fuera en 1870 el Colegio Civil, el anterior Palacio Municipal (hoy Museo Metropolitano de Monterrey) y el edificio del Banco Mercantil, así como el Casino Monterrey, la Casona Museo de Artesanías Mexicanas y la hoy Casa de la Cultura, que fue antes la estación del ferrocarril del Golfo.
Basado en esta apreciación y en el análisis histórico de la urbe, procedo a exponer la tesis de que la razón del verdadero crecimiento de la urbe regiomontana tuvo como detonador una serie de acontecimientos casi a mitad del siglo XIX, ya que la población de Nuevo León en 1790 llegó apenas a 40 mil habitantes y el censo, realizado en 1803, señalaba que aquí vivían 43 mil 739 personas, mientras que en Monterrey había seis mil que apenas sabían leer y escribir, pues fue el 2 de julio de ese año de 1803 cuando ocurrió la tardía creación de la primera escuela pública y gratuita, y en 1808 la primera escuela particular no confesional.
La condición marginal de la región hizo también que hasta el 15 de diciembre de 1777 ocurriera la erección de la Diócesis de Linares, base de lo que más tarde sería la Arquidiócesis de Monterrey, cuyo segundo Obispo, Fray Rafael José Verger, mandó construir el Obispado en la loma de la Chepe Vera en 1787 y el siguiente, Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, fundó el Seminario de Monterrey en 1792 y un año más tarde -de 1793 a 1797- patrocinó la construcción de un Hospital para Pobres cuyo edificio original sigue de pie porque después fue sede del Colegio Civil. Y justo en esa misma época, en 1799 el gobernador del Nuevo Reino de León, Simón de Herrera y Leyva, mandó construir un emblemático puente con la imagen de la Purísima Concepción de María sobre la calle de la Presa y que hoy se llama Diego de Montemayor, pero que la intolerancia religiosa derribó en 1934, a pesar de su enorme tradición por haber sido testigo también de la batalla de Monterrey durante la invasión norteamericana en septiembre de 1846.
Cada suceso y sus personajes, desde mitad del siglo XIX e inicio del XX, que lograron el despertar de Nuevo León merecen un estudio aparte, pues el número de habitantes en el Estado creció en 1851 a 137 mil, y con la anexión de Coahuila, en 1857, sumó 221 mil para reducirse a 145 mil en 1866 al separarse el estado de Coahuila.
Todos estos acontecimientos, dejaron una significativa huella en el devenir de la entidad, que para fines de siglo XIX tenía 365 mil habitantes, pero en este espacio nos concretaremos a hacer una breve referencia de algunos de ellos, resumiendo datos de las fuentes documentales más importantes que nos han heredado los principales historiadores y probando que no solo es un factor o individuo el que debe tomarse en cuenta sino la concatenación de los siguientes factores cuando se habla principalmente de Monterrey y su crecimiento:
1.- La llegada de dos grandes personajes a Monterrey será de suma trascendencia en el desarrollo de la región: la del comerciante español Juan Francisco de la Penilla (1781-1855), avecindado aquí en 1800 y la del también español Pedro Calderón Velarde (1790-1858) quien se “regiomontanizó” desde su arribo en 1808, uniéndose en matrimonio con María de la Luz Penilla Ugarte el 2 de junio de 1827, hija del primero de esta dinastía de emprendedores que serían el pilar sólido del desarrollo económico de la ciudad, pues don Juan Francisco llegó en busca de riqueza minera en la región pero, con el florecimiento de la ganadería, terminó en el curtido de pieles y en el establecimiento de la Casa De la Penilla para la compra-venta de granos y toda clase de artículos, incluyendo intercambios de mercancías y préstamos de dinero, hasta que don Pedro fundó la Casa Calderón e inspiró la creación de la Cervecería Cuauhtémoc.
Y aquí comienza la historia de lo que hoy es Nuevo León en su prosperidad material.
2.- Después de tanta sangre derramada por la Independencia de México, a la que mucho contribuyó uno de sus hijos regiomontanos, Fray Servando Teresa de Mier, el acta fue firmada el 27 de septiembre de 1821 e hizo que el Nuevo Reino de León, con su reestructuración jurídica, dejara atrás su modorra política e iniciara el movimiento social que elevaría el nivel educativo paulatinamente, logrando la autorización de las clases de Derecho y Jurisprudencia en el Seminario de Monterrey, a partir de 1824. También la primera imprenta que trajo en 1817 el Padre Mier y otras modestas herramientas de ésta harían florecer los primeros medios impresos, empezando por la Gaceta Constitucional el 3 de agosto de 1826, y El Antagonista el 10 de marzo de 1831.
3.- La presencia del Dr. José Eleuterio González “Gonzalitos”, al llegar desde Guadalajara a Monterrey el 18 de diciembre de 1833, es indiscutible en su aportación al engrandecimiento de la ciudad, pues desarrolló una labor incuestionable que representó el nacimiento del humanismo en esta tierra y el florecimiento de la ciencia y de la historia, ya que en enero de 1835 sentó las bases, con cuatro alumnos, para la cátedra de farmacia, al no contar la región con farmacéuticos, de modo que al graduarse, tras cuatro años de estudio, fueron repartidos en el noreste del país: Saltillo, Ciudad Victoria y Linares, quedándose uno para atender la botica del hospital en Monterrey.
Y por estas fechas también, en 1832, vino de España Víctor Rivero, el primogénito de una familia de industriales asturianos, a quien en 1837 se le unió su hermano Valentín Rivero, cuando el comercio empezó a ser muy pujante en esta tierra desde 1840, de modo que, de la mano de don Juan Francisco de la Penilla, a sus 20 años de edad, comenzó a sentar las bases de una fortuna que su descendencia supo multiplicar, a partir de la firma Valentín Rivero y Cía en 1843, con un capital de 9 mil pesos, junto con otras operaciones mercantiles. Hasta la fecha, su apellido no ha dejado de figurar en el crecimiento de Monterrey con sus negocios.
4.- La invasión norteamericana de 1846 a 1848 facilitó el intercambio de prácticas culturales cuya influencia posterior fue in crescendo por la admiración que suscitaba un país que explotaba ya los beneficios de la Revolución Industrial y estaba consolidando su plan expansionista con un liderazgo mundial visible en lo económico, político y militar.
5.- La separación independentista del estado confederado de Texas de México dejó a los 18 mil 759 habitantes regiomontanos muy cerca de la frontera de un país primermundista, e incitó o animó a su posterior desmembramiento interterritorial: Villa de Santiago, Allende, San Pedro Garza García, Santa Catarina, etc. Monterrey tenía en esas fechas, como símbolo de retraso, sus calles empedradas y muchas de ellas de terracería, a pesar de lo cual había visionarios que invertían sus ahorros como otro español de nombre Mariano Hernández y Luengas, fundador en 1861 de Hernández Hernández y Cía y luego de La Reinera, después de ser asistido, igualmente, por don Francisco de la Penilla.
6.- La antigua Villa del Refugio, bautizada en 1828 como Matamoros en honor a don Mariano, el luchador por la Independencia de México al lado de Morelos, vivió la apertura como puerto desde 1920 y cambió radicalmente después de que fue declarada región de comercio internacional o zona de libre comercio en 1858, lo que significó una ventana para el comercio exterior que su buen vecino supo aprovechar. Por tanto, a mitad de ese siglo, Nuevo León vio crecer el número de sus habitantes a 137 mil, y Monterrey llegó, en números redondos, a 27 mil.
7.- Después de la fundación de la fábrica de hilados y tejidos La Fama en 1854, con una inversión de 75 mil pesos por don Pedro Calderón Velarde, don Gregorio Zambrano, el yerno de éste, Juan María Clausen; don José Morel, don Manuel María de Llano y don Valentín Rivero, floreció el comercio en el gobierno de Santiago Vidaurri, de 1855 a 1864, en medio de la confusión que produjo la lucha por el poder en México, pues varios extranjeros adinerados vinieron a invertir sus capitales en Monterrey, aprovechando la cercanía con Texas, entre ellos el irlandés Patricio Milmo O’Dowl, uno de los terratenientes más acaudalados de la ciudad, casado en 1857 con María Prudencia “Prudenciana” Vidaurri, así como el español Emeterio Velarde Calderón, nacido en 1821 y casado en Monterrey en 1859 con su prima hermana María del Refugio Calderón Penilla. Otro español de nombre Mariano Hernández y Luengas, fundó en 1861 Hernández Hernández y Cía y luego La Reinera, después de ser asistido, igualmente, por don Francisco de la Penilla.
8.- Un factor de superación cultural lo hallamos en la creación del Colegio Civil, por decreto del gobernador Santiago Viudaurri en 1857, aunque comenzó sus actividades el 15 de octubre de 1859 para la enseñanza de alumnos de secundaria y preparatoria, que entonces se denominaban latinidad y filosofía. También se integró la carrera de Jurisprudencia y enseguida a este colegio se le agregó la Escuela de Medicina; ambas instituciones permanecieron juntas durante 18 años, hasta el 12 de diciembre de 1877, pues, al separarse, la Escuela de Medicina se estableció en el Hospital Civil. Y otra vez la figura de “Gonzalitos” es sobresaliente en este impulso cultural de la urbe, igual que lo fue don Desiderio Lagrange (1849, Francia-1926 Monterrey) con su impulso a la fotografía y a la creación de periódicos tan modernos para la época.
Digna de mención también es la creación de la Alameda (hoy conocida como Mariano Escobedo) pues Santiago Vidaurri destinó en 1861 un enorme espacio, mayor que el actual, como pulmón de una ciudad que se empezaba a expandir más allá de su centro original y a recibir una fuerte inmigración por su fama comercial.
9.- Sin lugar a dudas, de acuerdo con el historiador José Fuentes Mares, la llamada Guerra de Secesión o Guerra Civil, que partió en dos a Estados Unidos de 1861 a 1865, significó un filón de beneficios para Nuevo León y para Monterrey, pues con el bloqueo de los puertos del Sur, el comercio confederado -el del algodón, sobre todo- se ejerció a través de puertos neutrales, con Monterrey como centro distribuidor de artículos que el Sur exportaba e importaba de Europa y de México para sus fines bélicos. Así, el comercio con Texas y el contrabando fueron un gran detonador para la prosperidad de los nuevoleoneses gobernados por Santiago Vidaurri. Y por ser la única puerta de importaciones y exportaciones para y de los Estados Confederados de América durante dicha Guerra Civil en Norteamérica, en la capital regiomontana se fusionaron comercio y poder político para aprovechar las condiciones de privilegio en la exportación de plata al extranjero y la acumulación de fortunas.
10.- La guerra fratricida de La Reforma enfrentó a las autoridades civiles y religiosas pero además Nuevo León sufrió la pérdida de territorios y el fusilamiento de su gobernador Santiago Vidaurri por su encono contra el presidente Benito Juárez, en 1864, en tanto que la invasión francesa y el imperio de Maximiliano (1864-1867) sembraron la incertidumbre por la inestabilidad política en el país y la adhesión de varios hombres relevantes de aquí a la causa del emperador.
11.- Ya con el despegue económico en puerta y tras el nacimiento de El Blanqueo (1870), una industria blanqueadora de telas en La Fama, así como la fábrica de hilados El Porvenir en Villa de Santiago (1871), La Leona Textil (1874) en San Pedro Garza García y la fábrica de casimires La Fronteriza (1877) se consolidó el espíritu comercial con el establecimiento de la Casa Calderón, cuyo dueño José Calderón Penilla también adquirió en 1875 la que sería al paso del tiempo la famosa “Quinta Calderón”. Igualmente floreció entonces la Casa Milmo, además de un banco, pero la fortaleza de la infraestructura la vino a dar a partir de 1882 la luz eléctrica y la introducción de las líneas telefónicas y el telégrafo, además del tendido de las primeras vías ferroviarias.
12.- Ese año de 1882 es clave en el crecimiento de la ciudad, pues con la llegada del ferrocarril ésta empezó a toda velocidad con su vocación industrial, según el historiador Isidro Vizcaya Canales (1917-2005) en su libro Los Orígenes de la Industrialización de Monterrey (1867-1920). Asimismo, en sus apuntes Monterrey 1882, crónica de un año memorable, el investigador señala por qué ese año fue contundente y determinante para la ciudad que vio trastocado su rostro y su vida cotidiana cuando escuchó el primer silbato de las máquinas del tren en enero de 1882 con miras a llegar, poco a poco, hasta Tampico.
13.- La llegada de Porfirio Díaz a la presidencia de México hacía vislumbrar en la década de 1880 una estabilidad política para Nuevo León, pero la caída del comercio en la entidad además del bandolerismo y el contrabando en la frontera trajeron serios problemas de inseguridad, tales como una revuelta en 1884 en Sabinas Hidalgo y un levantamiento en China, lo que obligó al gobierno federal a acabar con el cacicazgo de los generales Jerónimo Treviño y Francisco Naranjo quienes, en alianza con el Lic. Genaro Garza García se perpetuaban en el control del gobierno estatal. Y fue entonces que en 1885 fue enviado a esta tierra norestense el general Bernardo Reyes , de 36 años de edad, a hacerse del poder y a enrumbarla por el camino de la armonía y de la prosperidad sin ser un peligro para el primer mandatario de la Nación. El cálculo político no falló y a partir de esa estrategia poco a poco la industrialización despegó con paso firme.
14.- El coronel Joseph A. Robertson (Kentucky EU 1849-San Antonio, Texas 1939) desde que llegó a Monterrey en 1887 como gerente del proyecto consistente en extender el ferrocarril a Montemorelos, Ciudad Victoria y Tampico en octubre de 1891, dejó su huella en el estado de Nuevo León por su vocación periodística, empresarial, de abogado, de militar y de constructor de la colonia Bellavista. Fue enorme su impulso a la naciente industrialización y fue un inversionista firme en varias empresas además de fundar el periódico Monterrey News en inglés y dotar a Monterrey de agua potable y alcantarillado, introducir 15 mil árboles de naranjo injertados en su huerta de Montemorelos y fundar la colonia Bellavista donde aún está en pie su casa de madera, estilo victoriano, como la antigua estación del ferrocarril, hoy Casa de la Cultura.
Como socio de una empresa ladrillera logró que las grandes empresas fueran revestidas de ese material color rojizo como Cervecería Cuauhtémoc, Cigarrera, etc.
Monterrey, llamada a ser muy pronto la capital industrial de México, era una ciudad chiquita y silenciosa en la década de 1880, con 41 mil 145 habitantes. El área propiamente urbana se extendía unas diez cuadras de sur a norte hasta la calle de Silvestre Arramberri, y como 15 cuadras de oriente a poniente hasta el templo de La Purísima, con su panteón en la parte posterior, en la Plaza de la Llave, como se le conocía entonces, aunque en el plano de 1791 ya se veía algo poblada la loma de la Chepe Vera al erigirse el Palacio del Obispado.
Hacia 1882, la ciudad contaba con diez escuelas primarias públicas, cinco para varones y otras tantas para mujeres. Ninguna de ellas tenía nombre y solo se les distinguía por número. Además existían 12 escuelas particulares de niños y 16 de niñas. Y en el nivel superior sobresalía el Colegio Civil, con sus 116 alumnos, y las escuelas de Medicina, la de Jurisprudencia y la Normal de Profesores.
15.- La Cervecería Cuauhtémoc, fundada el 8 de noviembre de 1890, ha sido punta de lanza en la creación de empleos y, a 125 años de su nacimiento, guarda en su historia muchos nombres emblemáticos de los capitanes de industria, principalmente el de su impulsor original don José Calderón y el de su esposa doña Panchita Muguerza, así como de los que respondieron con creces a los planes iniciales: don Isaac Garza y el Lic. Francisco Sada Muguerza.
16.- El estado de Nuevo León no sería lo que es, en muchos aspectos, sin la influencia arrolladora de sus medios masivos de comunicación al despertar el siglo XX, por lo cual no puede soslayarse la llegada a Monterrey de don Celedonio Junco de la Vega el 7 de marzo de 1889, a sus 26 años de edad, no solo por el hecho de haber sido uno de los hombres ingeniosos y cultos que trajo de su natal Matamoros la simiente del periodismo familiar, sino porque contribuyó a la creación de El Porvenir en enero de 1919 y apoyó a su hijo Rodolfo Junco Voigt en la fundación de El Sol en 1922, sin el cual no se entendería lo que hoy es El Norte desde 1938, como punta de lanza de lo que llegaría a ser Grupo Reforma.
17.- El Ing. Constantino de Tárnava (1898-1974) tiene el mérito de haber inundado por primera vez la ciudad de ondas inalámbricas transmitidas desde una casona de sillares situada en Padre Mier y Guerrero. El 9 de octubre de 1921, y bajo las siglas TND, este joven regiomontano, dotado de extraordinaria energía y visión, logró la primera transmisión de radio en vivo en América Latina. Y sus éxitos constantes en este nuevo medio de entretenimiento y noticioso, además de las artes plásticas, proyectaron aún más la imagen de Monterrey por todas partes, especialmente cuando surgieron los primeros medios impresos más estables en el siglo XX, como El Porvenir (enero de 1919) y El Sol (abril de 1922).
CONCLUSIÓN
Pero el crecimiento poblacional no se detiene. Como polo de atracción laboral y residencia definitiva de paisanos y centroamericanos que no alcanzan a llegar a los Estados Unidos o como sitio ideal que algunos consideran para un mejor nivel de vida, Nuevo León, en la última década, se ha vuelto asiento de migrantes internos de los cuales llegaron 133 mil en 2010: el 16 por ciento de San Luis Potosí, el 15 por ciento de Tamaulipas, el 13 por ciento de Veracruz, el 10 por ciento de Coahuila y el 8 por ciento del Distrito Federal, además de 25 mil extranjeros entre canadienses y estadounidenses y se prevé la llegada de otros 25 mil asiáticos en los próximos años.
Solo así se explica cómo esa ciudad chiquita y silenciosa de antaño, ha pasado por una etapa inicial muy religiosa que desapareció ante la urbe militarizada de mediados del siglo XIX, misma que se desvaneció en los últimos años de ese mismo siglo para dar paso a la industrialización y ahora a la vocación comercial que reclaman los nuevos tiempos en una sociedad de consumo atestada de plazas por todas partes, las cuales se han convertido en centros de convivencia y distracción porque hay para todos los casi 4.8 millones de habitantes de Nuevo León en el 2015, de los cuales 1.2 son menores de edad y casi 600 mil rebasamos los 60 años, apeñuscados en su gran mayoría en el área metropolitana, que está pagando la falta de planeación urbana con congestionamientos viales y deterioro del ambiente.
Desafortunadamente, la ciudad ha dejado atrás muchos de sus valores fundacionales para terminar en una tremenda desigualdad social con apología del glamour y del consumismo como himno vibrante, pues en la ponderación de las personas ha prevalecido el criterio de la posición económica.