Diariamente las calles del centro de Monterrey se ven invadidas por cientos, quizás miles de hombres que deambulan como esperando algo. Son los “braceros”, trabajadores agrícolas que esperan la visa del gobierno de Estados Unidos para irse a trabajar a los campos norteamericanos. Estas son sus historias.
Cada día miles de personas se aglomeran en la Plaza de las Naciones, ubicada en el municipio de Monterrey, a la espera de una visa de trabajo para laborar en los campos de los Estados Unidos. Ellos son los denominados ‘braceros’.
Los llaman así debido a que las actividades que realizan son en el campo, cosechando frutas, legumbres o vegetales con sus mejores herramientas: los brazos.
A diferencia de miles que llegan hasta la frontera para jugarse su suerte e intentar cruzar la línea fronteriza de contrabando, estos mexicanos que se van legalmente al país de las barras y las estrellas a dejar su fuerza y juventud, “abandonando” a sus familias para intentar darles una mejor calidad de vida en el terruño azteca.
Se van con contratos de tres meses y, en el mejor de los casos, pueden extender su estancia hasta ocho, pero cuando la suerte los acompaña, o cuando su trabajo habla bien de ellos, van y vienen en reiteradas ocasiones.
Víctor Pérez García, Erik Vite Hernández y David Méndez García son tres mexicanos que dejaron a sus familias en el estado de Veracruz con el sueño de acumular unos cuantos dólares y así tener mejores oportunidades.
Víctor y Erik son originarios de Tecolutla y David de Gutiérrez Zamora, dos pueblos cercanos a Poza Rica, envueltos por el campo y acariciados por la brisa del mar, en donde el único trabajo es la agricultura con un sueldo miserable.
Entre naranjales, limoneros, toronjos y mandarinos, los tres amigos crecieron, aprendieron y perfeccionaron el arte de trabajar la tierra, esa fue su mejor escuela.
Es ahí donde se ilusionaron por primera vez con viajar a los Estados Unidos, es ahí donde crecieron entre carencias y donde sólo pudieron terminar la secundaria por la coyuntura económica de su región.
La mayoría de los habitantes de esos lugares mantienen el mismo sueño de viajar al país del norte, así como Víctor Erik y David, miles de mexicanos cada día salen de sus hogares animados por la necesidad y envalentonados por sus familias.
En Tecolutla y Gutiérrez Zamora, las casas son de ladrillos y están rodeadas de árboles frutales, poco a poco han ido mejorando con las remesas que envían los jefes de familia desde el territorio americano.
En esos pueblos sólo se sobrevive del campo, pues con los 150 pesos que los jornaleros adquieren diariamente, no les alcanza para costear los estudios de sus hijos, es por eso que los jóvenes se ven obligados a cambiar los libros por el azadón y así aligerar la carga de las necesidades familiares.
Aún y cuando hay varias fuentes de ingreso en una casa, el sueldo miserable que obtienen no es suficiente para tener una vida holgada.
Por lo anterior, los habitantes de lugares como Veracruz, Guanajuato, Chiapas o San Luis Potosí, deciden dejar a sus familias entre un mar de llanto para emprender el vuelo junto al águila americana.
Los tres amigos primero tuvieron que endeudarse antes de iniciar su camino hacia el norte, pues desde que salen de casa, hasta que llegan a las ciudades americanas, tienen que invertir unos ocho mil pesos sólo en lo necesario.
“Pedí prestado con la esperanza de que al llegar a los Estados Unidos voy a recuperar el dinero en un abrir y cerrar de ojos, al menos esos son los planes.
“Cuando tenga el dinero se lo voy a enviar a mi esposa para que liquide la deuda, después le comenzaré a mandar para hacer unos ahorritos y mejorar nuestra casa”, platicó Erik Vite.
El camino para llegar a Monterrey no fue fácil, ya que aunque se trasladaron a través de autobuses de líneas nacionales, los peligros de la carretera son latentes, así como doloroso fue el dejar a sus familias.
“Es duro dejar la casa, familia, amigos y la comunidad que a uno lo vio crecer para internarse en un mundo completamente nuevo, pero la necesidad nos obliga a tomar la decisión para bien de nuestros seres queridos”, expresó David Méndez.
Los braceros muchas veces tienen que cambiar las calles de terracería por el asfalto, el aire puro por la contaminación, la calidez de su gente por el racismo y el desprecio, pues es bien sabido que en las grandes urbes, la gente del campo no es vista con buenos ojos.
“La verdad es que si ha sido difícil el viaje, hay personas muy abusivas y otros que nos miran y hablan con desprecio, pareciera que no somos hermanos mexicanos”, dijo Víctor Pérez.
Aún no llegaba al país del presidente Donald Trump y Víctor aseguró que ya había sido víctima de la discriminación en un pedazo de suelo que si bien es cierto no corresponde a su natal Veracruz, forma parte de la tierra azteca: Monterrey Nuevo León.
Tal vez esa es una de las cuestiones más duras para los mexicanos que viajan al lado americano, el tener que enfrentarse a actos racistas por parte de los ciudadanos de la tierra anglosajona.
David Méndez ha viajado en más de dos ocasiones como bracero y trabajado en estados como Georgia e Minnesota y la experiencia le ha enseñado que no debe prestar atención a los insultos de los estadounidenses.
“Es muy doloroso cuando vas caminando por la calle y te lanzan toda clase de insultos, lo que hago es pensar en mi familia y por ellos aguanto lo que sea”, precisó David.
Además de la familia el otro factor de aguante es el dinero, pues cuando en México una jornada de 10 horas les deja en el bolsillo 150 pesos en la Unión Americana eso es lo que ganan por hora.
No es lo mismo trabajar de sol a sol por 150 pesos diarios que por dos mil, aunque hay que aclarar que la vida tampoco es muy barata en aquel país.
“Es cierto que vamos a ganar bien pero tenemos que comer, pagar servicios, rentar una casa.
“Obviamente buscamos lo más barato y entre tres personas tendría que ser más fácil, así nos quedará más dinero para mandar a Veracruz”, añadió el originario de Gutiérrez Zamora.
El destino final es el estado de Florida, la tierra de Mickey Mouse, sin embargo ellos no tendrán el tiempo ni el dinero para salir a conocer el maravilloso mundo de Disney.
La idea es trabajar lo más duro posible y acumular la mayor cantidad de dólares para enviar a sus comunidades, esos pueblos donde jamás hay hambre por su riqueza en frutas, pero que tampoco son las ciudades más adineradas de México.
“Nuestros pueblos son humildes, eso sí, jamás pasamos hambre porque siempre tenemos aunque sea un plato de frijoles, nada más que uno no quiere ese tipo de vida”, comentó Víctor Pérez.
Las personas de esas comunidades no piden trabajo, porque eso es lo que sobra, lo que piden es que el gobierno de más apoyos al campo y mejoren los sueldos de las personas que trabajan la tierra.
“Queremos que el gobierno mexicano lleve más oportunidades a nuestras comunidades y que se mejoren los salarios.
“No puede ser posible que las empresas le saquen más ganancia a nuestros productos que nosotros, allá nos llevamos la friega y somos lo que menos vemos la productividad en dinero”, señaló.
Lo único claro es que los mexicanos seguirán abandonando el campo nacional para irse a los Estados Unidos mientras que las ganancias sigan siendo miserables para los jornaleros.
“Todos los días salen miles de paisanos de sus pueblos, algunos se van de mojados enfrentándose a peligros mortales y otros decidimos irnos por la vía legal sólo por un tiempo.
“Mientras nuestros gobernantes no trabajan para verdaderamente ayudarnos, creando condiciones equitativas al campo americano, nuestras tierras seguirán siendo abandonadas”, auguró.
Dijo que la gente los llama braceros porque es lo único que saben hacer, trabajar con sus manos sudando la gota gorda.
Tal vez si en lugar de dedicarse al trabajo de campo hubiesen tenido la oportunidad de seguir con sus estudios, no serían llamados de esa manera, sino ingenieros o doctores.
“Nos nombran de muchas maneras, campesinos, braceros, agricultores, gente de campo y la verdad no me da coraje porque eso es lo que soy.
“Pero si hubiera tenido la oportunidad como muy pocas personas, ahora sería ingeniero o licenciado, sé que eso jamás sucederá y lo que nos toca es sacar la casta por la familia”, expresó.
Mientras tanto la Plaza de las Naciones seguirá albergando a miles de mexicanos, la sobra de sus árboles acariciará la piel morena de los braceros como consolándolos antes de iniciar jornadas completas bajo el cielo americano.
Las maletas rodarán por las calles de Monterrey acompañando a los grupos de amigos, amigos que todas las mañanas se levantarán con la esperanza de que la visa de trabajo llegue a sus manos y puedan emprender el viaje a la nación del sueño, de la vida ideal.