Quiso motivar a su comunidad religiosa para que participaran en la Carrera del Diezmo, sin embargo “el padre Toño’, como era conocido, nunca imaginó que participar en una carrera la mañana del pasado domingo 21 de mayo terminaría con su vida por un infarto exactamente frente a la Catedral de Monterrey.
El padre Juan Antonio Rivera Zamora, párroco de Santa Teresita del Niño Jesús en Apodaca, sólo quería poner el ejemplo para animar a su comunidad a participar en la Carrera del Diezmo que cada año organiza la Arquidiócesis de Monterrey, pero jamás se imaginó que esa sería su última enseñanza.
Postrado de rodillas frente a la catedral cayó “el padre Toño”, como todos sus parroquianos lo conocían. Fue en la calle Zuazua donde, a causa de un paro, cardiaco se desvaneció después de haber terminado la carrera.
Esa mañana de 21 de mayo la feligresía católica quedó consternada y muy dolida, en especial los miembros de la comunidad que encabezaba en la colonia Los Ébanos y sectores aledaños de Apodaca.
Un día antes habían festejado el jubileo por sus 25 años de sacerdocio; todo había sido felicidad y convivencia.
El sacerdote era muy querido por su comunidad debido a la sencillez y humildad que demostraba, y por su ayuda a los más necesitados.
Un ministro de la Sagrada Eucaristía llamada Carmen, quien era muy cercana “al Padre Toño”, dijo que cada día el pastor se entregaba a los habitantes, especialmente a los enfermos, a quienes catalogaba como el tesoro de la Iglesia.
En la capilla Nuestra Señora de Fátima, ubicada en el primer sector de la colonia Nuevo Amanecer, se encuentra el comedor para enfermos que el clérigo atendía diariamente con ayuda de varios colaboradores.
Cada vez que le tocaba oficiar una misa de barrio fuera de la parroquia no ocupaba de su automóvil para trasladarse, usaba su inseparable bicicleta que le ayudaba a ejercitarse y estar en contacto con los habitantes del sector.
“Le gustaba mucho andar en bicicleta porque que así estaba cerca de la gente, decía: ‘el automóvil es útil pero aísla a las personas’. Era un padre del pueblo”, recordó Carmen.
La lluvia, el frío o el intenso sol no era impedimento para que “el padre Toño” se montara en su bicicleta, pues además de fraternizar con las personas era ecológico y se ahorraba unos cuantos pesos de gasolina.
Le gustaba que asistieran las familias completas a la misa, ya que consideraba que es la célula más importante de la sociedad donde se fomenta el amor y los buenos valores.
“Siempre expresaba: ‘no importa si el niño está llorando o gritando, tráelo y a medida que el niño venga se irá ambientando y después estará tranquilo’.
“Nunca se desesperaba a pesar de que los niños gritaran y corrieran porque confiaba que después recibirían el amor de Dios, incluso al paso del tiempo veías a los niños orando”, aseguró.
Consideraba que la Iglesia era una institución de puertas abiertas, por tanto le gustaba predicar llevando la Eucaristía a los rincones más alejados de su pastoral; quería acercarlos y compartir ese amor que sentía por Jesús.
“Recuerdo que unos días antes me comentó: ‘para poderle darle difusión (a la carrera del diezmo) tengo que dar el ejemplo, ir, sacar fotos, mostrarlas y que el próximo año vaya más gente y sea una gran fiesta’, por eso asistió a la carrera”, señaló.
Después de la tragedia, esa misma tarde los restos fueron trasladados a su parroquia, Santa Teresita del Niño Jesús, en donde el obispo auxiliar de Monterrey, Alfonso Miranda Guardiola, presidió la misa.
La predicación fue realizada por su hermano Alberto Rivera Zamora, quien durante el sermón resaltó las cualidades del “pader Toño”, así como la admiración y el respeto que sentía por él.
En la primera celebración de cuerpo presente más de mil personas llenaron el recinto para darle el último adiós; el llanto de los feligreses retumbaba en las paredes que se encontraban llenas de ofrendas florales.
Un día después el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera, oficiaría la misa en donde la cantidad de católicos se había duplicado, sobrepasando las dos mil personas.
El alcalde de Apodaca, Oscar Cantú Garza, contribuyó con toldos, sillas y bocinas para la comodidad de los dolientes, pues la comunidad invadió hasta la calle Camino a Santa Rosa en su afán de despedirse del padre.
“Nos deja el ejemplo de poner a Cristo en el centro de su vida. Siempre se hizo a un lado para que Cristo brillara; fue un padre humilde en su persona y en el trato para todos siempre tenía una sonrisa. Se entregaba totalmente, como muestra está el haber caído de rodillas frente a la Catedral al haber terminado la carrera”, puntualizó Carmen.
“El padre Toño” creció en la calle Tepeyac de la colonia Independencia en Monterrey. A los 12 años ingresó al Seminario pero tiempo después le ordenaron salir a conocer el mundo.
Tuvo novia como muchos adolescentes, pero después se convenció de entregarse por completo a Dios.
Después de los 30 años regresó al Seminario y a los 40 se ordenó como sacerdote. Esos pasos fueron seguidos por su hermano Alberto, quien lo admiraba y respetaba por el ejemplo de vida que daba.
Si “el padre Toño” no hubiese perdido la vida aquel domingo frente a la Catedral, el pasado martes 23 de mayo hubiera celebrado sus 65 años, sin embargo algunos de sus allegados aseguran que Dios quiso festejarlos con él en el cielo.